domingo, 8 de noviembre de 2015

Domingo XXXII del tiempo ordinario

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San marcos
                                                                         Mc. 12, 38-44

Jesús enseñaba a la multitud: "Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Éstos serán juzgados con más severidad".
Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces Él llamó a sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir".

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Soberbia: desde tiempos inmemorables existe en el hombre la soberbia que es uno de los más distantes vicios capitales del origen bueno del hombre. Nos trasladamos por un instante al pasaje del triángulo negativo, estoy hablando de Adán, Eva y la "serpiente". recordamos las seducciones que hacía la serpiente al hombre con respecto al fruto del árbol que estaba prohibido al humano ("serán como dioses"). La mentira es anterior a la soberbia, porque la precede engañando el corazón del hombre, así hizo la serpiente con los primeros humanos y los humanos se ensoberbecieron y comieron del árbol que Dios les había prohibido. Desde allí una larga lista de pasajes y seguramente otras historias, que no nos llegaron en las Sagradas Escrituras pero que es deducible por lógica, sobre este pecado capital que nos señala hoy el Evangelio.
Jesús advierte "cuidarse" de los escribas, y enumera a modo descriptivo la vanidad que hay en ellos: largas vestiduras, saludo en las plazas, primeros asientos y, como si esto fuera poco, la maldad y el pecado contra el prójimo (devoran los bienes de las viudas) y contra Dios (fingen hacer largas oraciones). De contraste con esto, el Señor busca un instante preciso y sintético para adoctrinar a los Apóstoles: una viuda pobre que deposita como limosna dos monedas de cobre. Sólo esto debería bastar para entender la abyecta matriz de la soberbia. Sólo entender que los hombres tienen un lazo común que es su propia humanidad y el hecho de ser creados por la misma mano debería llamar a al reflexión a todo mortal sobre la condición de humanos, y por lo tanto generaría la justicia una aprendizaje en sus corazones; pero claro que esto es mucho pedir para el soberbio en práctica actual. Nosotros debemos pensar en Cristo, debemos nacer en Cristo, debemos crecer en Cristo, debemos ser cristianos; es por ello que no debemos desconocer nuestra propia miseria y la misericordia de Dios. Como muchas veces dije antes, y me encanta hacerlo para enseñar a Cristo y la Santísima Trinidad, Juan el Apóstol nos dice en su Evangelio: "Dios es amor", y es precisamente eso lo que nos diferencia de Dios, nosotros somos amados, pero Amor es Dios. Aprendamos a ver el mundo con amor a Dios y a los que Dios ama; el Señor alimenta a los hombres con su propio Hijo, que es como un pan del cielo, nos alimenta con su amor, que nos redimió después de haberlo rechazado con obstinación. La viuda dio dos monedas de cobre insignificantes en sí mismas pero de gran valor para Dios, porque Él no mira en lo material, sino en el corazón del hombre y sabe con qué intenciones obramos antes de que pensemos en obrar. Esas dos monedas, que quizá sean mucho para quien nada tiene, significan por el contexto y el acto un gran gesto de amor, amor a Dios y amor a la humanidad, ya que nadie daría dos monedas para edificación de un templo si no considerara al templo un bien para los hombres, y más allá de las subjetividades, considerar en última instancia el bien de los hombres es lo que nos hace humanos y nos hace crecer en Cristo.
La viuda representa al humilde y el escriba al soberbio. El hombre humilde es sabio, porque conoce de si mismo su nada y pone su confianza en Dios, sabiendo que no será defraudado por Aquel que es omnipotente; permanece como los niños que en otro lugar menciona Jesús, inocente y agradable a Dios. Pero la soberbia es como moneda que pasa de mano en mano en la humanidad, y es que la vida está llena de "serpientes" que nos llaman a la oscuridad donde reluce el rico oro. No olvidemos que nuestro tesoro no consiste en piedra ni metal alguno, que son cosas pesadas que caen a la tierra y en ella se quedan. No, nuestro tesoro es el despojo de lo superfluo, de lo que es superficial, nuestro tesoro es el amor de alto espectro y la música de los ángeles que cantan para siempre su "Gloria in excelsis Deo", es decir, debemos mirar la faz de Cristo y su corazón, y caminar junto a Él para ser buenos hijos y también buenos hombres. La soberbia es un mal que se presenta silenciosamente y nos atrapa repentinamente, debemos estar alerta y para ello es necesario ejercitar la conciencia y el valor de enfrentar nuestra propia debilidad día y noche sin flaquear jamás. Al fin y al cabo la vida nos presenta una lucha que no es externa, pero que mira hacia afuera como un soldado de primera linea que mira hacia atrás buscando el respaldo de las tropas. Nuestras tropas son la Iglesia, que no es sólo lo que vemos, no, en ella también están los ángeles, los santos y la Virgen Madre.