lunes, 23 de noviembre de 2015

lunes XXXIV del tiempo ordinario

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
                                                                          Lc. 21, 1-4

Levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo. vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre, y dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que nadie. Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, en su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir".

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El sol de este nuevo día nos da la alegría de tener una oportunidad más para dar gracias a Dios por velar por su pueblo y socorrernos en tiempos difíciles. Argentina es un país bonito en su propia identidad, con gente solidaria y con espíritu social. No tenemos grandes cosas, como otras naciones, en cuestiones de economía, pero sabemos subsistir con lo poco que tenemos y que nos da esta hermosa tierra. Hoy hablo de argentina porque se siente en las venas la bendición de Dios sobre nosotros, los argentinos; tiempos de nuevo aire y de humanismo cristiano, tiempos, al fin, de retorno a la estabilidad.
La viuda se parece mucho a la Argentina, con sus dos monedas, con su humildad y su indigencia. Veo en cada indigente de mi pueblo un retrato del país en sí mismo, y veo un Jesús lleno de amor y misericordia cerca y observando a la gente depositar la limosna. Sí, ya se, todos construyen para la humanidad, todos quieren hacer crecer su propia nación y se solidarizan algunas veces con otros, todos quieren el bien común más básico y necesario, pero ¿quién construye de la mano de Dios?. No será mi país un orgullo para Cristo, pero ¿acaso no vino Cristo para los pecadores y los más pobres?,  ¿no tendremos que pensar mejor nuestra vocación civil a la construcción y constitución de la sociedad antes que vagar por las quejas y enojos que son baluarte ejemplar y retórico de la charlatanería de café de la comodidad burguesa?, porque, si bien es cierto que nos aquejan las penas y penurias que vivimos en carne propia, también es cierto que los gobernantes no salen del extranjero, sino de nuestra misma sociedad. Muchas veces nuestras costumbres (me estoy refiriendo a nuestros vicios nacionales) nos han puesto en jaque ante la sorpresa de ver que también a nosotros nos puede pasar..., entonces recordé "no hagas lo que no te gusta que te hagan". El tiempo de queja pasó. No se quejó ante nadie, ni ante Cristo, la viuda que dejó sus dos pobres y pequeñas monedas de cobre, ella tenía fe, y esperanza, y amor, pero sobre todo... el amor, como bien dice San Pablo.
Hoy Cristo nos enseña a donarnos íntegros. Somos los cristianos hijos de Dios, y debemos hacer y enseñar lo que Cristo hizo y enseñó. Donarnos íntegros implica no sólo una sonrisa y un ademán de cortesía, no sólo una palabra bonita y un "de memoria" algún pasaje de la Biblia. Donarse es amar de verdad al otro, sea este otro hermano en Cristo o no, y si es hermano en Cristo... "ved que paz y qué alegría convivir los hermanos unidos"...
No se construye una sociedad con reyertas sin sentido, ni con los brazos cruzados y la observación cómoda añadida a las palabras más pesimistas. Una sociedad la construye la sociedad misma, y sus bases deben construirse con la ética y la moral, no con otra cosa. Un día entonces podremos decirnos orgullosos ante Dios de haber dado nuestras dos monedas de cobre, porque dimos todo de nosotros, hemos dado la vida para nuestra pobreza, para colaborar a que los más indefensos tengan un techo, un hogar, una patria y una razón de amar. Dios mediante, veremos nuestros frutos como expresa nuestro querido salmo "el sembrador va llorando cuando esparce la semilla, pero vuelve cantando cuando trae las gavillas".