viernes, 31 de mayo de 2019

Visitación de Santa María Virgen

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según SanLucas
                                                                       Lc. 1, 39-56

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”. María dijo entonces: “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas. Su Nombre es santo, y su misericordia se extiende de generación en generación sobre los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó del trono a los poderosos, y elevó a los humildes, colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abraham y de su descendencia para siempre”. María permaneció con Isabel unos tres meses, y luego regresó a su casa.
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El Evangelio de esta Fiesta de la Visitación trae en su texto un fragmento de la oración Avemaría y la oración Magnificat. Comenzamos así el día en que celebramos la visita que la Virgen Madre le hace a Santa Isabel, mamá de San Juan Bautista, diciendo Ave María por la mañana y rezando el cántico evangélico para la hora vísperas por la tarde; al terminar el día de esta Fiesta diremos el Regina Caeli para finalizar completas. Todo un día en honor a la Santísima Virgen y, puntualmente a su disposición servicial que la hizo salir de su casa en Nazaret para ir a visitar a su prima Santa Isabel.
El Evangelio de Lucas (el único que trae la narración de la Visitación) cuenta cómo el Arcángel Gabriel se aparece primero a Zacarías, sumo sacerdote aquel año. Gabriel le anuncia a Zacarías que le nacería un hijo de su esposa Isabel al cual debía llamar Juan, pero el sumo sacerdote no cree, ya que ambos son ancianos. Entonces el ángel lo enmudece por su falta de fe hasta que se cumpla lo que estaba anunciando. Por el contrario, cuando el mismo Gabriel se presenta a la Virgen María y le cuenta que nacería de ella el Hijo de Dios, María no entiende esto ya que es virgen, y al explicarle el ángel que el Espíritu Santo obraría el milagro ella responde con total fe y servicio. La paradoja es que Zacarías era servidor del Altar de Dios, sumo sacerdote y responsable de la liturgia del pueblo hebreo, mientras que María era una humilde servidora del Señor..., los últimos serán los primeros dice la Palabra, Dios oculta los misterios divinos a los sabios y prudentes y se las revela a los pequeños. Isabel, al contrario de Zacarías tiene fe, y lo expresa con especial énfasis cuando reconoce a María como la Madre del Señor por el signo de Juan saltando en su vientre.
La virgen es servidora del Señor con mayúsculas, ya que desde ese primer momento su fe la lleva a servir a los demás, como Madre de Dios sirve a Dios y a la humanidad entera abriendo las puertas del Cielo, la Salvación del género humano, al traer al mundo a Jesús; lo hará también como intercesora en las bodas de Caná más adelante y continuará sirviendo hasta nuestros días, como intercesora poderosísima delante de Dios. La Virgen consagra toda su vida y su espíritu a Dios, como dice San Beda en el oficio de lectura, irradiada del mismo que la creo y quiso que fuera su Madre. "Fiat mihi sedundum verbum tuum" dice María, "hágase en mí según tu palabra", y sale feliz a buscar a Isabel para ayudarla en su sexto mes de embarazo y hasta el nacimiento de Juan Bautista, según dice el Evangelio.
Como consta en algunos escritos del antiguo historiador judío Flavio Josefo, los israelitas de galilea solían tomar el camino más corto a Jerusalén recorriendo alrededor de 140 km, lo mismo que tuvo que recorrer María para llegar a la casa de Isabel, ya que ese año Zacarías era sumo sacerdote en el templo de Jerusalén y la casa estaba en un pueblo de la montaña de Judá (Jerusalén está en Judá y es región montañosa). Es sabido también que las mujeres no podían salir solas por la calle sin ser acompañadas de un varón, y el único varón que acompañaba a María era José, por lo que debió acompañarla en un viaje tan largo. De este breve análisis se deduce que María llegó con José a visitar a su prima y estuvieron allí tres meses según nos relata el evangelista Lucas. Además la Virgen ya estaba encinta según le anuncia el ángel. Puede decirse entonces que la Sagrada Familia está presente en aquella visita que es donde el profeta Juan, antes de nacer, señala al Mesías en el vientre de Santa Isabel.
La Virgen expresa lo que la Iglesia conoce como el "Magnificat", primera palabra en latín de las palabras de María al oír a su pariente saludarla como Madre de Dios. Todas las palabras del Magnificat son extasis de la Virgen y profecía de lo que sucederá luego y que ya había sido anunciado desde Abraham, el Patriarca de la fe hebraica. María da gracias al Señor por las maravillas que obra en ella y reconoce al Mesías que habían señalado todos los profetas de la antigua alianza y el último profeta, Juan, el único profeta de la Nueva Alianza.
El pueblo cristiano está llamado a celebrar esta fiesta de la Virgen con un corazón dispuesto a la fe, que debe ser al menos como un grano de mostaza, ya que la fe despliega sus alas de manera cualitativa y por arraigo en el corazón del hombre. Madre de fe es la Virgen que nos ayuda a ver el rostro del Señor en nuestras vidas, el mismo que ella vio nacer, morir y resucitar y hoy tiene frente a ella en los Cielos. Como Santa Isabel decimos "tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre", nos ponemos en las manos de la Virgen para crecer en fe y en servicio desde los distintos carismas que nos hacen parte de una misma familia de una única familia de Dios con gracias tan grandes que los mismos ángeles son eclipsados por el Amor que se nos ha donado desde el seno de la Virgen Madre y nos constituye hijos en el Hijo de Dios.

miércoles, 29 de mayo de 2019

San Pablo VI, Papa




+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                     Jn. 16, 12-15

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: ‘Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes’”.
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Hoy celebramos la memoria de San Pablo VI, quien dirigió la mayor parte del Concilio Ecuménico Vaticano II, cuyos frutos son una bendición enorme para la Iglesia santa. Nacido en la ciudad de Concesio, en Italia, fue el segundo de los tres hijos del matrimonio de Giorgio Montini (abogado, periodista y miembro de la Acción Católica) y de Giudetta Alghisi, de la nobleza rural de aquella zona en Lombardía, Giovanni Battista Enrico Antonio Maria fue su nombre completo de pila, el último del cual habla de su gran amor a la Virgen Madre, de quien llegó a escribir tres Cartas Encíclicas.
San Pablo VI estudió en escuela de jesuitas y su formación fue tan excelente que cursó altos estudios en La Sapienza y en la Pontificia Universidad Gregoriana luego de haber alcanzando un doctorado en derecho canónico en Milán, el mismo año que lo ordenaron sacerdote (lo cual sucedió un día como hoy, 29 de mayo, de 1920). Desde los 25 años hace carrera en la Santa Sede. Fue creado arzobispo de Milán por el Venerable Pío XII, Papa, quien lo estimaba mucho. Fue creado Cardenal en 1958 por San Juan XXIII, Papa. Fue elevado al solio pontificio el año 1963.
Como director del Concilio Vaticano II hizo importantes reformas en la Curia romana, de manera progresiva, como también en lo atinente a la elección del Papa; reformó la liturgia e instauró el ecumenismo como una forma de diálogo entre la Iglsia y las denominaciones creyentes no católicas. Recibió incomprensiones de algunos sectores del la Iglesia debido a sus reformas, sobre todo en lo que respecta a la celebración de la Eucaristía, y hasta en la apertura de las relaciones ecuménicas. Veintinueve años después de su muerte, el Papa Benedicto XVI, gran teólogo, señalará que la diversidad de la forma no afecta en nada a la Eucaristía en sí misma. Debería haber sido entendido antes, ya que desde muy remoto tiempo coexistieron variadas formas de celebrar la Eucaristía según ritos diversos y pretridentinos, como lo son, por ejemplo, el rito galicano, el rito toledano (vigente), el rito dominico, etc. Además cabe destacar que, las reformas liturgicas no eran nueva práctica en la Iglesia, y, por poner algunos poquísimos ejemplos, San Pío X había reformado el Breviario Romano y alteró las rúbricas del Misal, el Venerable Pío XII también retocó el Misal Romano y además reformó las ceremonias de Semana Santa..., y si las cuestiones sobre las reformas no hicieron buen apetito a algunos por el idioma latín en la Misa, es bien sabido que el latín jamás dejó de ser usado en la Santa Sede y que los padres conciliares de Trento ya habían señalado la necesidad de que la Misa se de en lenguas vernáculas, mas no se pudo fraguar esta iniciativa por consideración de las circunstancias históricas de ese momento tan convulsionado por el cisma luterano. Como bien señalan algunos contemporáneos (véase por ejemplo estas palabras de un presbítero), la lengua más acertada a la liturgia, en la misma linea de razonamiento de los detractores de San Pablo VI, ¡debiera ser el dialecto aramaico que pronunciaba el mismísimo Hijo de Dios al dirigirse a los Apóstoles y aún al pueblo de aquella época!, el mismo lenguaje con que se pronunció por primera vez la Misa, que son las palabras de Jesús sobre el pan y el vino.
El pasaje del Evangelio de hoy habla del Espíritu Santo y su misión de decir y anunciar lo que irá sucediendo. Es el Espíritu de Verdad, y es el mismo que rige la Iglesia en comunión, como también los concilios. La verdad es una sola y es inmutable por estar sostenida en la Trinidad, pero hay en el tiempo una mutabilidad innegable producto de la actividad del hombre y de los cristianos que viven desde hoy y no vieron las cosas de antes. Quiero decir, así como la dicotomía de Parménides y Heráclito es un punto de inflexión en filosofía, en la Teología debemos entender cómo es que Cristo hace nuevas todas las cosas con el envío del Espíritu Santo, entendiendo además y sobre todo, que Dios no es un Dios estático, como lo evidencian las revelaciones extraordinarias que no cambian la Revelación de Dios al hombre, sino que la hacen patente cada vez que es necesario al tiempo, al mundo en que se mueven los que aún no alcanzaron el Cielo. Estas revelaciones extraordinaras, como es la Divina Misericordia que Jesús enseñó a Santa Faustina Kowalska, o el Concilio Vaticano II con sus Constituciones Apostólicas, que son mas bien producto de la obra vivificante del Espíritu Santo, le hablan al corazón cristiano sobre los designios de Dios para los tiempos diversos, es como un decir "Aún estoy presente en ustedes" en voz del Señor. Entonces, el que centra la vida cristiana en formas vacuas, sin escrutar el sentido y espíritu propio de las cosas que nos son dadas por Dios para nuestro provecho, se queda en la posición farisaica siendo cristiano, algo muy lamentable para quien lleva al Señor en su alma y que dice "misericordia quiero, y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos". Y esto no es una forma de armar trinchera y pertrechos, nada de eso, porque hay que señalar que la irresponsabilidad de no hacer una corrección fraterna, por más que se lo disfrace de piedad y hasta de santidad, no sirve al prójimo más que para abandonarlo en el error y la consecuente muerte espiritual. Los que hicimos de la Verdad un escudo contra el mal y un cordón para rescatar almas, no podemos callar a Cristo por más incomprendidos que seamos; precisamente a eso nos envía Jesús, explícitamente nos ha advertido que seríamos incomprendidos. Por otro lado, y por todo concepto, sobre estas lineas quizá vehementes y literarias (perdóneseme la forma poética que practico desde mi temprana juventud) pero humildes y sinceras, debo decir como dicen las Sagradas Escrituras "El que se tenga por sabio y prudente, demuestre con su buena conducta que sus actos tienen la sencillez propia de la sabiduría..."(St. 3, 13-14) y también "No entristezcan al Espíritu Santo de Dios..." (Ef. 4, 30-32).
En un mundo en el que el culto a la guerra se ha impregnado hasta salpicar, a veces, a los mismos hijos de Dios, pidamos, como lo hacía San Pablo VI, por la paz entre nosotros cristianos y entre los hombres, ya que el mismo Evangelio y "Dios providentísimo también parece habernos confiado la tarea peculiar de que nos consagremos a conservar y consolidar la paz [...] que debe llevar la verdad y la gracia de Jesucristo, su divino Autor, al género humano" (Christi Matri, 2).

martes, 28 de mayo de 2019

martes VI del tiempo pascual

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                        Jn. 16, 5-11

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: “Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: ‘¿A dónde vas?’. Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido. Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio. El pecado está en no haber creído en mí. La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán. Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado”.
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Gracias, Señor, por habernos enviado tu Santo Espíritu, y haber derramado en nuestra pobre alma los tesoros más sagrados de tu Amor; gracias te damos por llenarnos de tus dones y llevarnos de la mano a tu Vida Santa, a tu casa eterna.
¿Quién podrá decir que en momento en que Jesús pronunciaba estas palabras que dice el Evangelio no hubiera sentido como los Apóstoles?..., Jesús se estaba despidiendo, a simple vista, para ir con el Padre, se aproximaba su detención. Ante esta situación de tristeza es que Cristo les enseña la conveniencia de lo que iba a ocurrir en unos minutos. "si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes". Era necesario que así suceda según el designio de Dios, porque el Espíritu de Dios es la última persona divina en ser revelada, mas si Él no es posible la fe misma. Lo que sigue diciendo Jesús ("Y cuando el venga...") se refiere justamente a la revelación que el Espíritu hace en el corazón de los que creen para entender así la Redención y armar entonces la Iglesia en catolicidad de Evangelio. De hecho, el Espíritu Santo estaba siempre con Jesús por la unión de las tres Divinas Personas, mas, a los fines de la Revelación en la escena propia de la Salvación obrada desde la Encarnación hasta la Resurrección del Señor, es en Pentecostés cuando el Espíritu manifiesta los dones que harán completa el alma espiritual cristiana para anunciar el Evangelio siendo los Apóstoles mismos partícipes primeros del Evangelio.
Las tres últimas oraciones de este fragmento de Juan deben estar presentes en la memoria del cristiano que cotidianamente se esfuerza para perfeccionarse como Jesús nos pide. Pecado es no creer en el Verbo, la justicia es la que obró la muerte y Resurrección del Señor y el juicio es que satanás está condenado y ya no tiene poder sobre el hombre a quien Dios mismo ha rescatado. No hay, después de estas palabras, excusa alguna por la que los hombres de buena voluntad y los bautizados debamos estar tristes, porque nuestra alegría es que el Señor nos ha liberado del peso de la muerte eterna. Él, además, está siempre en nosotros y con nosotros cuando comulgamos en gracia y vivimos según el nombre que llevamos, cristianos. Por eso, más allá de las penas pasajeras que este mundo trae, la alegría es debida a esta Noticia tan maravillosa y verdaderamente eterna. Las penas se soportan bien al conocer que Dios nos ama hasta darnos su propio Ser para que vivamos divinizados junto a sí y, por lo tanto, más allá del tiempo.
¿A dónde vas, Señor, que jamás nos abandonás a las sombras?... "Yo voy a prepararles un lugar" (Jn. 14, 2).

domingo, 26 de mayo de 2019

domingo VI del tiepo pascual

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                     Jn. 14, 23-29

Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: ‘Me voy y volveré a ustedes’. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean”.
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Ser fiel a las palabras del Señor es cumplir con su enseñanza, es ser fiel al Evangelio. Jesús afirma que los que lo aman cumplen su palabra, y añade que Él y el Padre irán a quien sea fiel a esas palabras y lo habitarán. Dios estará en nosotros en comunión por la fe vivida según la Palabra, que es Dios, que es Jesús. Sobre esta presencia de Dios, que es la inhabitación, enseña fray Antonio Royo Marín que "Es la presencia especial que establece Dios, uno y trino, en el alma justificada por la gracia", presencia por la cual Dios nos da su paternidad y amistad "la primera fundada en la gracia santificante que nos hace hijos de Dios y la segunda en la caridad sobrenatural, que nos hace amigos de Dios" ("ya no los llamo servidores [...] yo los llamo amigos" Jn. 15, 15). Los amigos de Dios somos fieles a sus palabras tanto en el silencio de la celda como entre las más variadas personas; tanto en casa como en una reunión social; en diálogo con un hermano de la parroquia como en el facebook, etc. El amor a Dios se expresa, entonces, en una fe consumada, madura y siempre decidida a dar testimonio del Señor desde el propio ser cristiano, porque, como el mismo Dios nos dice, "iremos a él y habitaremos en él".
Es Señor continúa hablándoles a los Apóstoles a quienes se da a conocer, ya enseñándoles su intimidad Trinitaria: "La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes [Dios presente en el tiempo, de manera corporea]. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviara en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho". De esta manera hay un mismo sentir en la Trinidad, y el mismo Espíritu Santo enseña y recuerda lo que habrá enseñado Jesús para cuando eso suceda.
"Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo", es decir, Dios se queda con ellos no de una manera pasajera y defectuosa, sino de manera plena y excelente, la viva presencia del Señor en medio de y en nosotros.
"Si me amaran se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo". Este fragmento tiene clave en el "me voy y vuelvo a ustedes"; Cristo señala el momento de su muerte en la cruz y resurrección, con atención directa a lo primero, su muerte en cruz. Puesto que por un momento ya no lo escucharían, el Señor les recuerda que no se desanimen, que deben estar alegres porque, al dejar Jesús este mundo, lejos de los sentimientos que le hacían sufrir en su naturaleza humana y exclamar "si es posible aparta de mí este caliz..." la Trinidad obraría la salvación  en naturaleza y personas divinas, en toda plenitud de la Trinidad omnipotente ("mi Padre es mas grande que yo"). San Ireneo, padre de la Iglesia enseña que Cristo se refiere a que su Padre es mayor por conocimiento de las cosas no evidentes y ante la duda de los Apóstoles que los lleva a indagar aún más allá del propio Dios con quien conviven y tienen trato habitual (ver AH II, 28, 8).
He dicho durante todas estas reflexiones de Pascua que el camino del buen cristiano debe ser auténtico y decidido, y debe mover el espíritu como empapado de Evangelio. En este fragmento el Señor se está despidiendo de los suyos, mientras les recuerda estas cosas y sobre todo, les recuerda que Él volverá con ellos por la Resurrección. Que recordemos nosotros, bautizados, y sobre todo, confirmados, que el Señor está presente entre y en nosotros; debemos mayor respeto al prójimo por su condición de hijo de Dios, y a nosotros mismos la debida disciplina que nos conduce a la santidad, antes que el comportamiento y conducta imprudente, fiel al mundo que no conoce de Dios.
Felices estemos sí, los que caminamos esta vida bajo las alas del Señor, los que sufrimos pero nos levantamos cada vez, los que tomamos la puerta angosta y el camino verdadero que conduce a Él.

viernes, 24 de mayo de 2019

viernes V del tiempo pascual

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                     Jn. 15, 12-17

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: “Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros”.
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El mensaje central de hoy es el amor. Jesús manda que nos amemos los unos a los otros de manera insistente. ¿En qué consiste cabe preguntarse entonces el amor a los hermanos?...
Este amor consiste ante todo en conocer a Dios ("conocimiento de Dios más que holocaustos..."), porque para poder amar al otro como pide Cristo es necesario entender el plan de Dios para el hombre. Así podemos decir que ante todo es necesario caminar un Evangelio maduro entre los que somos parte de la familia de Dios, la Iglesia. Pero luego vienen todas las virtudes que uno debe entrenar para lograr el cometido del amor. San Pedro Apóstol dirá "Pongan todo el empeño posible en unir a la fe, la virtud; a la virtud, el conocimiento; al conocimiento la templanza; a la templanza la perseverancia; a la perseverancia, la piedad; a la piedad, el espíritu fraternal, y al espíritu fraternal, el amor. Porque si ustedes poseen estas cosas en abundancia, no permanecerán inactivos ni estériles en lo que se refiere al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo".
Las virtudes cardinales (justicia, prundencia, fortaleza y templanza) nos ayudan a la perfección cristiana, al crecimiento espiritual necesario para la santidad. No vamos a señalar más que lo que dice el Catecismo al respecto de estas virtudes (nn. 380-383).
Entonces, conocer a Dios nos permite amarlo (virtud teologal del amor) y a su vez ese amor a Dios y a los hombres por consideración a Dios nos permite, ayudados por el Espíritu Santo, aspirar a la santidad en la fiel perseverancia de la fe entendida, profesada y practicada con las virtudes cardinales operantes.
Jesús manda que nos amemos unos a otros como Él mismo nos ha amado, y esto debe resaltarse porque no se trata del amor de tipo philia o storgé, mucho menos del eros, claro está; el amor que Jesús enseña tiene más en común con un amor ágape, que en la antigua tradición griega daba nombre al sentimiento de dilección, amor abnegado y trascendente. Pero Jesús llama a sus Apóstoles "amigos", con lo cual parecería que estamos en la forma de amor storgé, mas debe recordarse, de nuevo, que el Hijo de Dios  enseñaba a sus discípulos el Amor con letras mayúsculas, su Persona misma, que es a la vez Dios y hombre. Él se dio todo hasta sufrir el martirio y la muerte en una cruz de madera. Nos pide que amemos al prójimo con ese mismo amor que nos tuvo, total. En la práctica de hoy esto puede resultar abominable y hasta loco; es necesario entender mejor de qué se trata este amor radical en la vida cristiana.
Un amor radical al modo de Cristo es, aunque el martirio sea la forma más absoluta y extrema, practicar el Evangelio con pie de peregrino, peregrino que no se detiene ante las dificultades que en la vida se presentan, sino que avanza aunque descanse y tome fuerzas, adonde está el santuario. Este peregrinar requiere de nosotros una constancia férrea que no es posible practicar lejos de la vida comunitaria de los hijos de Dios. Sin Eucaristía no hay alimento de vida eterna, no tenemos a Dios en nosotros, no podemos avanzar esperando éxito alguno. Además, debemos tener en cuenta que es mayor el ruido del mundo que la humilde palabra de un amigo que da la Misa en la parroquia aún con las peores inclemencias del tiempo y así sean unos tres asistentes a la celebración. Como sea, se trata de afianzar el camino en las huellas del Señor por lo que trataremos, con toda diligencia, de mejorar esas cosas que debemos mejorar en nuestro trato con los demás; aún a los que damos el título de "enemigos" debemos amar, porque el amor con que ama el Señor es un amor puro y total a la humanidad y a cada uno de nosotros en espíritu y vida. Todos podemos tener caminos diversos, pero todos pasamos por los ojos del Señor. nuestros verdaderos enemigos son los amigos del maligno, los que nos incitan al odio al prójimo semejante, los que nos dicen que erremos el camino con total voluntad desviada. Esto es lo que debemos tener presente siempre, amar como Cristo nos configura cristianos operantes del Reino. La práctica es imaginarnos a nosotros mismos sufriendo las cosas más desagradables que la vida nos presenta; si bien somos únicos y cada uno es distinto, todos y cada uno entre todos somos hijos adoptivos de Dios, Dios nos ama y quiere que lo escuchemos, que lo sigamos; nos debemos hacer la pregunta ¿haremos las obras que agradan a Dios, que ama, o las que agradan al enemigo de Dios, que odia todo, incluso a la mismísima Trinidad?...
El amor, como muchas otras virtudes, se practica, es un camino, no un jugo instantáneo; se trabaja y se medita, se alimenta de su autor: Dios. En este tiempo de Pascua es bueno examinar la conciencia para poder crecer en estas cosas que el Señor nos pide ayudándonos de múltiples formas en redundancia de nuestro bien y para su eterna y siempre radiante gloria.
Jesús bueno, y humilde de corazón, hacé que mi corazón sea cada vez más parecido al tuyo.
Jesu mitis et humilis corde, fac cor nostrum secundum cor tuum. Amen.

jueves, 16 de mayo de 2019

jueves IV del tiempo pascual

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                     Jn. 13, 16-20

Antes de la fiesta de Pascua, Jesús lavó los pies a sus discípulos, y les dijo: “Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía. Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican. No lo digo por todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero es necesario que se cumpla la Escritura que dice: ‘El que comparte mi pan se volvió contra mí’. Les digo esto desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que yo Soy. Les aseguro que el que reciba al que yo envíe me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me envió”.
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En la humillación más inefable a los ojos del mundo, Jesús lava los pies de los Apóstoles, como un servidor. El que es Origen y Término de todas las cosas, el Omnipotente, lava los pies de doce mortales, los mismos que considera amigos, mas no a todos. En esa última cena que compartía con los suyos Jesús señala a quien lo iba a traicionar, Judas, hijo de Simón Iscariote. El Señor dice "Les aseguro que el servidor no es más grande que su Señor, ni el enviado más grande que el que lo envía", y así enseña el modo de humildad que deben practicar, al mismo tiempo que habla de sí mismo como el enviado del Padre. Esta humildad, aunque sirve para instruir a los hombres, no tiene suelo fértil sino es en la virtud teológica de la caridad; amar es lo que manda el Señor, y por amor lava sus pies y los exhorta con su autoridad (el servidor no es más grande que su Señor) a que practiquen el amor por el otro enseñándoles, como bien lo captó Juan, que Dios es Amor. La humildad es una virtud que pertenece a la templanza, por la cual se moderan las pasiones según Santo Tomás de Aquino (S. Th. q. 161 art.4), y el mismo teólogo, en consonancia con muchos otros maestros de la fe, indica que es necesario someterse a todos por humildad con el equilibrio de la prudencia: "todo hombre, en lo que es suyo, debe someterse a cualquiera que sea su prójimo en cuanto a lo que hay de Dios en este" (S. Th q.161 art. 3), es evidente que no podemos someternos a quienes no tienen nada de Dios en sí, porque esto va contra la dignidad de hijos de Dios; la obediencia, a juzgar por este análisis del Angélico Doctor, es posterior a la humildad que a su vez debe ser informada por la inteligencia humana y la gracia divina con lo que llamamos el don de ciencia. Así, debemos discernir qué de nosotros debe someterse a lo que hay de Dios en aquel a quien nos sometemos, y es mucho más excelente someterse a los ancianos en fe que a los recién iniciados aunque estos tengan por el derecho una autoridad legal. No obstante, sabemos que Dios se vale de los más pequeños, a veces, para obrar sus milagros.
Recibir a quien Jesús envía es recibirlo a Él mismo. Jesús envió a sus discípulos, y el discípulo puede obrar maravillas porque El Señor llevó la humanidad que había rescatado al seno del Padre (Jn. 14, 12). Recibir a Jesús supone la humildad de espíritu, sabiéndonos pecadores y necesitados del Médico de las almas que viene en las manos de sus hermanos, ya sea en la Eucaristía de un modo excelente o bien en la dirección espiritual, en un simple diálogo, o en concisas palabras que a veces bastan para ayudar al prójimo (Dios obra en el otro aún con simples gestos). Recibir la Palabra es umbral a su presencia; muchos se han convertido por medio de su Voz viva en las Escrituras, como lo hizo San Agustín, Padre de la Iglesia, que habiendo sido un estoico pecador, se transformó en un gran santo al recibir la advertencia angelical "tolle et lege" junto a la luz de su madre y de San Ambrosio de Milán. El ejemplo es digno de mención para que se entienda que no importa cuán distante esté el hombre de su Creador, Dios lo atrae por medio de múltiples instrumentos y hiere el corazón no para matarlo, sino para amonestar a los que ama exhalando en sus almas el bálsamo de la humildad. El señor no llama una sola vez a la puerta, sino que insiste hasta el fin.
Así como el servidor no es más grande que su Señor, nuestros esfuerzos no son más grandes que el Fuerte de Israel. Por más que los caminos nos llenen de fracasos la sandalia, hasta las llagas debemos llevar el Evangelio a los demás, con esperanza viva y activa, porque a Dios no le es imposible nada en absoluto, y no somos de Él, más que servidores para los que aún no lo conocen o lo conocen solo un poco. Cristo mismo nos enseña con sus obras que la "debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres" (1 Cor. 1, 25), ya que en su "debilidad" instruye al hombre que confía inútilmente en sus fuerzas dándole el poder de ser hijo suyo. Debil nació Cristo y es Salvador de la humanidad; débil se mostró hasta la muerte de cruz, pero Él mismo venció a la muerte y retomó su vida por su sola Voluntad, obrando con su fuerza verdadera la Redención que nos hizo libres.
Nuestros esfuerzos deben centrarce en el Evangelio, como dijo el Papa San Pablo VI en su  Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi "fidelidad a un mensaje del que somos servidores" (EN. 4), ya que es el Evangelio la fuerza de la Palabra hecha carne para la salvación de los hombres que, atesorada en el espíritu del creyente transforma su vida y germina a la Vida en otros que ven y escuchan las maravillas que hace Dios en los que le siguen. El esfuerzo humano debe estar presente también, como lo dice San Pablo, cuando enseña que la fe sin obras está muerta...; "cada uno los consigue [el Reino y la salvación] mediante un total cambio interior, que el Evangelio designa con el nombre de metanoia, una conversión radical, una transformación profunda de la mente y del corazón" (EN. 10 ).
"El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies" (Jn. 13. 10). Es mensaje de exhortación a los bautizados, que en el baño de regeneración renunciaron al diablo y pasaron a ser hijos de Dios, hacer lo mismo que hizo Jesús con nosotros a todos los que encontremos en  nuestro camino de la vida. Lavar los pies es como decir prepararlos para seguir una senda espléndida y santa, que es camino de Evangelio. Servimos al Señor bautizando a los hombres y preparándolos para el camino de la santidad, santidad que no se logra entre perfumes y delicias, sino entre el verde prado y la piedra seca que se oculta y nos derriba una y mil veces sin terminar con nosotros ya que el Señor nos sostiene.

miércoles, 15 de mayo de 2019

miércoles IV del tiempo pascual

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                    Jn. 12, 44-50

Jesús exclamó: El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió. Y el que me ve, ve al que me envió. Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas. Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día. Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar; y yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó.
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El fragmento del Evangelio de hoy nos presenta a Jesús dirigiéndose a los judíos, especialmente a los que no creen en Él. Estos hechos acontecieron en Jerusalén, la cuna de la fe, luego de la entrada triunfal de Cristo. El Evangelio narra que Jesús le habla a sus discípulos sobre lo que iba a padecer y los instruye para que sean cristianos, pero el pueblo de poca fe no entendía sus palabras, y ni siquiera creyeron en los signos milagrosos que el Señor hacía ante sus ojos. Entonces es cuando explica que creer en Él significa creer en Dios Padre, que lo envió para que diga lo que debía decir y anunciar lo que debía anunciar. El Hijo vino a ejecutar un mandato que, sabe, es "Vida eterna".
Creer no es solo tener fe en Dios, la fe también genera Vida en el corazón del hombre si y solo si se está en comunión; creer es poner en marcha, en la esperanza, la caridad. La comunión de los santos, la Iglesia, es el Cuerpo del Señor, donde coexisten los hermanos a los que se les ha encomendado una misión particular: la vida cristiana que llevan en un estado y con talentos diversos. Hay en la iglesia diferentes dones particulares, diferentes funciones, diferentes carismas. Pero todos tienen el mismo núcleo en la fe: El Señor. Como dice San Pablo, "Él comunicó a algunos el don de ser Apóstoles, a otros profetas, a otros predicadores del Evangelio, a otros pastores o maestros" (Ef. 4, 11). En la Constitución Dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, en su capítulo V leemos "Una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, y obedientes a la voz del Padre, adorándole en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, a fin de merecer ser hechos partícipes de su gloria. Pero cada uno debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que engendra la esperanza y obra por la caridad, según los dones y funciones que le son propios". Vemos entonces cómo la fe irradia en la Iglesia, desde el espíritu del cristiano, múltiples alabanzas de vida dirigidas a la Trinidad. Y qué bueno es esto para los hijos de Dios, ya que entre nosotros, como hermanos, nos ayudamos teniendo como una casa común y al mismo tiempo diversas formas de contribuir a la casa del Señor.
Hay entre nosotros quienes se dedican al apostolado, otros a la contemplación, otros a la educación, y así tenemos multitud de dones y menesteres para el bien común de la Iglesia y para ser, como es Jesús, luz para el mundo.
Siempre hay lugar en la Iglesia para todos aquellos que, desde diferentes lugares, se acercan con la firme intención de ser hijos, crecer en la fe y obrar la fe en la que nos alimentamos en nuestra inteligencia y voluntad. La conversión es un encuentro con Dios que nos dona la fe; pero todo don, todo regalo de Dios hay que mantenerlo encendido como las lámparas de las vírgenes prudentes... Humanos somos, de barro nos constituímos, como enseñan los Padres de la Iglesia; no hay para Dios cosas imposibles, la fe es la llave para triunfar en la vida, vida en manos del Señor.
"Yo soy la luz" nos dice Cristo, y es Él quien ilumina nuestras tinieblas y nos libera de nuestras penas siempre. El camino  de cada uno de nosotros personalmente, íntimamente, está a la vista de Dios mucho mejor que a la vista del mundo. El entendimiento del mundo es entendimiento natural, cesgado, solo trazado en el plano evidente y material. El entendimiento amalgamado con la fe, propia de los hijos de Dios, no desespera ni juzga antes de poseer la sabiduría que ilumina; como dice el Angélico Doctor, "Entender [...] significa algo como leer dentro. [...] Pero sucede que la luz natural de nuestro entendimiento es limitada. Por eso necesita el hombre una luz sobrenatural que le haga llegar al conocimiento de cosas que no es capaz de conocer por su luz natural" (S. Th. II-II q.8 art.1); la comunión de los hijos de Dios permite advertir, no sólo las realidades propias de la revelación divina, sino la obra de Dios entre nosotros hoy. Es por eso que, como cristianos estamos llamados a la fe y esperanza para comunicar el Evangelio y esperar en Dios, no en nosotros mismos, ya que el Omnipotente tiene, para cada uno de los suyos, caminos de conversión que no siempre son notorios a la luz de los ojos de la carne.
"El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día" Jesús indica así de qué manera la fe debe ser responsable; no es solo aceptar al Señor en nuestras vidas, sino recibir su Palabra, su donación de sí, su ser, su Cuerpo, Sangre y Espíritu. El que no lo recibe no no tiene, el que no lo tiene no puede estar con Él. Tal es el camino de la fe vivida, recibir al Señor en el bautismo y la confirmación y vivir en comunión por la Eucaristía.
La fe es un acto personal en comunión; como lo expresa el Catecismo del la Iglesia Católica; como una sinfonía que se toca para Dios desde el profundo corazón de los que lo aman, donde quiera que se encuentren y con lo que tengan para donarle y donar a los hermanos. Pero así como no todos los instrumentos son iguales en una orquesta, tampoco los hijos de Dios son todos iguales, aunque iguales somos en dignidad y en el derecho común. Hay muchos que se dedican a la catequesis, otros a ciertas actividades apostólicas como las misiones fuera de la Diócesis de origen, hay quienes siguen una regla monástica y existen también quienes llevan un camino eremítico, lo cual está grabado en la historia de la Santa Iglesia antes que en los cánones específicos, como bien señalan los cánones 24 y 26 sobre el derecho divino y las costumbres inmemoriales (hubo muchos Santos Padres que abrazaron el desierto antes de llevar adelante una misión, como Pablo de Tarso, San Jerónimo, San Agustín, etc.). Está claro entonces, que en la Iglesia existen y coexisten existiendo múltiples gracias que Dios infunde en el corazón de los suyos, sin que esto suponga conflicto con la fe o la comunión en la fe sujeta a la autoridad última del Vicario de Cristo, nuestro Santo Padre. Es por ello que el Concilio Vaticano II alienta esta diversidad que no es sino obra del Espíritu Santo. Dice la Constitución dogmática Lumen Gentium: "El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo, y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos. Guía la Iglesia a toda la verdad, la unifica en comunión y en ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos. [...] También en la constitución del Cuerpo de Cristo está vigente la diversidad de miembros y oficios. Uno solo es el Espíritu, que distribuye sus variados dones para el bien de la Iglesia según su riqueza y la diversidad de ministerios. Entre estos dones resalta la gracia de los Apóstoles, a cuya autoridad el mismo Espíritu subordina incluso los carismáticos" (LG. 4; 7).
La fe no es unaria, no puede aplicarse aisladamente a un solo sujeto, porque el mismo Dios es familia en cierto modo, Comunión, Trinidad. Lo que expongo no es más que una apología de la catolicidad del Cuerpo místico de la Iglesia, que es concretamente la comunión de los santos en tanto que somos cristianos llamados a la santidad común, la propia de quien vive el Evangelio y no la extraordinaria que es un ejemplo acabado del seguimiento de Dios. esta catolicidad nos dice que aún las partes guardan relación con el todo en algún aspecto común, y ya desde Aristóteles se entiende esto; en la Iglesia, la catolicidad es vibrante en la fe recibida, y el vínculo es la comunión sacramental y la obra de Dios entre nosotros. Por todo esto es que esta Iglesia, la única Iglesia de Dios debe expandir sus brazos a los hombres de buena voluntad para evangelizar a quienes no conocen el Evangelio y para darles un lugar en la familia a los que, con su forma de vida (si que nada obste para la comunión plena), se sientan a la misma Mesa que nos reúne cada día del Señor.

martes, 14 de mayo de 2019

San Matías Apóstol, fiesta


+Evengelio de Nuestro Señor Jesucristo según San
                                                               Jn. 15, 9-17

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así, todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros”

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Celebramos la fiesta de San Matías, el último de los doce Apóstoles, que fue elegido para ocupar el lugar vacío que dejó Judas Iscariote. Las Escrituras, específicamente los Hechos de los Apóstoles, hablan de la Ascensión del Señor y pocos días después Pedro toma la palabra para señalar que debían elegir a uno de los que habían vivido con los Apóstoles y con Jesús desde el principio de la vida pública de Cristo para que sea constituído con los once testigo de la Resurrección. Hicieron una oración explicitada en los Hechos de Lucas y echaron suertes para saber quién era el elegido por el Señor. Matías, entonces, fue el doceavo Apóstol. En el mismo capítulo del fragmento del Evangelio que antecede esta reflexión en el versículo final Jesús dice "Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio", palabras que pueden compararse con el pedido de Pedro sobre la elección de un Apóstol que ocupe el lugar de Judas el traidor.
Este pasaje del Evangelio de Juan transcurre durante la última cena, después de que Judas Iscariote saliera a buscar a los que debían apresar a Jesús. Repite Jesús, como en el capítulo 13, el mandamiento de amarse los unos a los otros permaneciendo en su amor; agrega que el que cumple sus mandamientos permanece en su amor. "No hay amor más grande que dar la vida por los amigos", dice Cristo, "Ya no los llamo servidores [...] yo los llamo amigos" continúa diciendo. El amor es el mensaje y el mandamiento que Jesús elige dar antes de ser apresado para padecer la tortura que lo llevaría a la muerte. Sabemos por el Evengelio que el Señor se estremeció antes de decir que sabía quién lo entregaría; sabemos también que enseñó que el mandamiento más grande es el amor. Sabemos que Dios es amor como dijo el mismo "discípulo al que Jesús amaba" (1 Jn. 4, 8). Dar la vida por los amigos es lo que hizo Jesús, y lo que harán también los Apóstoles.
en este tiempo pascual y con esta fiesta de San Matías Apóstol, es bueno escuchar la voz del Señor que nos recuerda muy dentro de nosotros, el amor de dilección que debemos tener por nuestros hermanos, tanto de sangre como de espíritu. El Señor convivió con los Apóstoles, Matías estaba entre ellos; el llamado de Jesús es al apostolado del amor y no de cualquier amor, sino del Amor de sí mismo dado a todos, es ser cristos en Cristo para todos. Consiste este amor en darlo todo por los amigos, son nuestros hermanos. También es cierto que debemos amar hasta a nuestros enemigos, como enseñó el Maestro; hoy Él nos habla de un amor en familia, en familia cristiana, que seamos uno con Él, que vivamos como los Apóstoles, como Matías, el último de los doce Santos Apóstoles, llenos de la Palabra, asiduos en la oración, fervientes en la evangelización hasta el final.

lunes, 13 de mayo de 2019

Nuestra Señora de Fátima

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                       Jn. 10, 1-10

Jesús dijo a los fariseos: “Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino trepando por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. Él llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando ha sacado a todas las suyas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz”. Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: “Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia”.
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Hoy se cumplen ciento dos años de la aparición de la Virgen María en Fátima, Portugal. Aparecida a tres niños pastores, Santa Jacinta, San Francisco y Lucía dos Santos, la Virgen trajo un mensaje de paz e insistió en la importancia de la oración, especialmente del Santo Rosario para que las almas no caigan en el infierno, para las almas del purgatorio y por el mundo, que viviría grandes guerras (la Virgen se apareción mientras en Rusia surgía la revolución comunista y mucho antes de las guerras mundiales). Es nueno conocer el libro que escribió la hermana Lucía dos Santos para entender los hechos que ocurrieron en ese tiempo en el pequeño poblado de Aljustrel. Nosotros mencionaremos la misteriosa presencia del ángel entre los niños y el milagro de la danza del sol, como algo extraordinario pero no central en el mensaje de la Virgen María. Sí insistimos en el rezo del Rosario, al modo de los pastorcitos santos: rezarlo completo y al final de cada misrerio, después del gloria se reza "oh, Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas y socorre especialmente a las más necesitadas de tu Misericordia". También, al finalizar todos los misterios, pedir por el Santo Padre antes de continuar rezando un ave maría, tres padrenuestros y un gloria.
El Evangelio de hoy habla de la Puerta que es Cristo para sus ovejas; se dirige a los fariseos que no entienden estas cosas, pero les explica que los que vinieron antes son ladrones y asaltantes, mas el que entra por Él que es la Puerta, se salvará, podrá entrar y salir y encontrará su alimento. El corral es la Iglesia, la Puerta es el Señor, por Él fuimos salvados, entramos a alimentarnos del Pan de Vida eterna y salimos a evangelizar con la vida lo que la Vida enseñó con hechos, con la Palabra y con sus milagros. El ladrón que trepa por otro lado para llegar adonde están las ovejas es imagen de satanás y sus seguidores mortales; todos ellos no hacen más que seducir al redil con cosas que están muertas, porque ellos mismos son muertos. Las cosas del mundo que pasan y no terminan de satisfacernos son utilizadas para apartarnos del camino que lleva a la Puerta. Pero los que son de Cristo no escuchan a los extraños, sino que sólo confían en su Pastor. Para que ninguna oveja se extravíe y caiga en manos del ladrón la Virgen Santa, Puerta del cielo también, por haber dado a luz a Dios Salvador, nos enseña a pedir por los hombres para que no caigan en la seducción del mal.
Que Nuestra Señora de Fátima nos ayude a ser fieles a la vocación cristiana y nos ensanche el corazón para obrar según Dios entre los hombres aunque la amenaza de la antigua serpiente vocifere contra nosotros. El Señor resucitado nos anima y protege con abundancia de sí mismo; nosotros debemos comulgar y ser luz para este mundo, para que otros lleguen a entrar también por la Puerta viva del Reino.

domingo, 12 de mayo de 2019

domingo IV del tiempo pascual

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                     Jn. 10, 27-30

Jesús dijo: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa”.
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Jesús se compara así mismo a un pastor, que cuida de su rebaño. Él conoce a sus ovejas, las cuales lo escuchan y siguen. Cristo nos habla de nuestro ser cristianos, de nuestro ser discípulos y al mismo tiempo hijos adoptivos de Dios, Santísima Trinidad. Dice "El Padre y yo somos una sola cosa", señalando la comunión indivisible de Dios en las tres personas divinas refiriéndose al Padre (quien ya había enviado el Espíritu Santo en forma de paloma en el Jordán). Nos enseña de qué manera debe ser el que lo sigue: como una oveja. Pero más tarde enseñará la conveniencia de ser astutos y valientes, ya que el Espíritu nos acompañará. Ovejas del Rebaño del Señor, que no pueden ser arrebatadas por el maligno; ovejas astutas y valientes, para enfrentar al mal en el mundo, entre los hombres de no tan buena voluntad...
Escuchar la voz del Pastor es dejarse penetrar por su misterio y su Palabra. Misterio que no es sino las cosas de su casa, su santidad infinita y su mensaje de amor al hombre. Palabra que es la Vida misma que nos fue concedida por Él, por Jesús. Así las ovejas tienen un mismo sentir en esta escucha, porque es el mismo Señor quien habla en todos los miembros de la Iglesia. Algunos lo siguen, otros no; nosotros conocemos que la Verdad habita entre nosotros, en nuestro espíritu en comunión, en su voz eterna y siempre nueva para el hombre pero inmutable de existencia y verdad.
Él asegura a su rebaño que no perecerá jamás y nadie lo quitará de sus manos. Ponemos entonces nuestra confianza plena en un Dios que no desespera porque es omnipotente, porque "nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre". Lo que nos da el Señor es Vida eterna, con lo cual ya no hay tormento ni preocupación que nos puedan separar de Él; somos ovejas de su rebaño, a su cuidado estamos y si nos extraviamos nos sale a buscar, aunque sólo uno de nosotros se desvíe de la senda Jesús, como Buen Pastor cuida de todos y de cada uno de nosotros.
Hoy es domingo del Buen Pastor en la Iglesia santa; quincuagésima sexta Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Pedimos a Jesús por todos aquellos que sienten el llamado al estado religioso y por las parejas que inician su camino hacia el matrimonio. Que el enemigo no vuelque la barca ni nos deje "con las redes en las manos" (como nos dice el Santo Padre) y que podamos ser luz para muchas personas que, aún sin fe, buscan formar una familia en estos tiempos en que se conocen ya demasiado las adversidades.

sábado, 11 de mayo de 2019

sábado III del tiempo pascual

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                       Jn. 6, 60-69

Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”. Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen”. En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?”. Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”.
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Muchos de nosotros hoy decimos, como en aquellos días, "es duro este lenguaje". Es duro para el mundo y sus cosas hacer pleno camino de santidad como hijos muy queridos de nuestro padre; el Padre lo entiende pero no se desanima nunca y siempre nos da la oportunidad de crecer como buenos cristianos. Es por eso que tenemos en nuestras vidas un Evangelio práctico que desarrollar, no se trata de ser santos esperando visiones extraordinarias o cosas sobrenaturales que son raras para el común de los mortales; se trata de levantarse cada día y cargar la cruz personal que todos tenemos sin dar todo por perdido, se trata de negarse a un "ya no puedo cambiar", porque seguir a Cristo nos transforma de verdad, pero no como una sopa instantánea, sino en el trayecto de la vida propia de cada uno de nosotros. Nos tenemos bien cómodos en nuestras costumbres y hasta en nuestros vicios. Es hora que salgamos de nuestro ego y consigamos así escuchar la voz del Señor.
La clave que nos da el Señor es esta: "El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve", y esto no significa que debamos despojarnos del cuerpo y mutilarnos o castigarnos tirándonos de algún décimo piso, no. Esto quiere decir que debemos ser receptivos a Dios con el espíritu dispuesto, para que así preparados, podamos llenarnos del Espíritu Santo que nos conduce a Él. Todo un ejercicio complejo ¿no es así?..., sin embargo está al alcance de todos y de cada uno de los cristianos. Hay cosas que debemos desarrollar en la carne, como es el alimento para el cuerpo, la salud, trabajar para ello; otras cosas son las que debemos desarrollar en espíritu, porque sabemos que no somos piezas mecánicas ensambladas; tenemos un alma espiritual. Acercarnos a Jesús es poner nuestra confianza en Él, que da la fuerza que por nuestro sólo querer no poseemos. Nada que temer.
Es diferente cuando no se cree, cuando no se tiene el simiente de la fe, por muy diversas cuestiones. En tal caso antes de desarrollar una vida espiritual andamos como inquietos por el mundo buscando a un Dios como "escondido", pululamos así entre creencias paganas y profecías que no son profecías, sino palabrerío humano. Andamos como queriendo saborear algo que nos trascienda, pero erramos y caemos en supersticiones y nimiedades fatuas. Nos alejamos de Dios con solo pisar el umbral de una iglesia, porque "la liturgia no es lo mío", sólo nos rigen los sentidos, somos como animales. Todo debe ser agradable a la percepción personal, estético, ajustado a mí, de "buen gusto". Todo debe satisfacer mis necesidades visuales y la moda popular. Esto no es de Dios, es de los hombres. Dios no está hecho a medida del hombre, sino al revés; la salvación no es una copa de champaña, es una realidad de otro nivel. Dios simplemente ES. No necesitamos tanto un show y vociferaciones de milagros, mensajes, exorcismos delivery para nuestra vida cristiana. Todo lo que necesitamos es conocer a Cristo, recibir el Evangelio de la voz de los que siglo tras siglo, milenio a milenio han recibido las enseñanzas de Jesús en la voz y obra de los Apóstoles. El primero de ellos, Pedro, y sus sucesores, los Papas...
Hoy Jesús te dice a vos, y me dice a mí: "¿También ustedes quieren irse?". Aunque pasen huracanes, aunque la cizaña crezca junto al trigo, por más que haya un hermano en completa y patente discordancia (sea cual sea su situación de estado eclesial), nosotros permaneceremos firmes en la fe que nos ha sido dada y grabada en el bautismo y confirmación; no abandonaremos a Jesús, seremos obedientes al Papa y continuaremos creciendo aún con el ruido que emane del infierno. Porque ser cristiano nos hace uno con Cristo en la medida que nuestra voluntad se mida en constancia de Evagelio. Creceremos, nos curaremos las heridas y continuaremos hacia Él siempre. Entonces, diremos y decimos hoy, como Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna".

miércoles, 8 de mayo de 2019

Solemnidad de Nuestra Señora de Luján

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                     Jn. 19, 25-27

Junto a la cruz de Jesús, estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquella Hora, el discípulo la recibió como suya.
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Hoy celebramos a nuestra Madre, la Santísima Virgen María como Nuestra Señora de Luján. Es recomendable leer su historia para poder festejar de manera más plena su solemnidad. Así como la Virgen quiso quedarse en Luján, también se queda hoy en nuestras casas y familias para acompañarnos en tiempos de legría y cuando las dificultades llegan. Hoy vivimos en una Argentina cansada de faltas; falta todo, pero nunca la fe. Nos falta alimento para buena parte de la población, nos falta trabajo, salud (la salud pública es deficiente no sólo por la política de turno, sino también por los gremialistas que especulan con poca humanidad sobre estos temas). Hoy es difícil, pero la verdad es que siempre lo fue, y nunca hay tanto mal como para no poder caminar aún. Nuestra Señora de Luján no nos abandona ho, y ya sea con nuestras medallitas, estampitas o esculturas podemos hablarle para poner en sus manos nuestras preocupaciones, como se pone en las manos maternas las cuestiones que no podemos resolver con nuestra experiencia de vida.
La Virgen tiene este mes dos celebraciones muy importantes, una es esta que festejamos hoy, aprovechemos este tiempo pascual para meditar los acontecimientos de su vida en este mundo y conocer más a la Virgen Madre. Ese es el modo de poder entrar en familiaridad con ella como hijos verdaderos que somos de la Iglesia y de su persona. Intercediendo por nosotros ante el Señor, con el rezo del rosario y las oraciones nos disponemos a la Eucaristía para celebrar de manera excelente esta solemnidad tan importante para el pueblo argentino.
Llegamos a conocer a María de la mano de alguien que tuvo o tiene mucha devoción a ella, algunos son seres queridos que ya no están, otros aún rezan con nosotros en este mundo. Este día compartamos también con todos ellos, los que están y los que no, la oración y la paz de la presencia siempre protectora de la Madre.
Debo decir también que la devoción mariana poco tiene que ver con cosas de solo mujeres, así nadie tiene por qué sentirse lejos de la Virgen, y, si sirve como ejemplo, podemos citar algunos santos que confiaron en ella y le fueron devotos: San Francisco, Santo Domingo, San Juan Pablo II... En tiempos del pontificado de Francisco, recemos por el Papa y por la Iglesia a la luz de María, que la Virgen proteja a todos sus hijos y especialmente a ese argentino en tierras romanas que hoy conduce la barca del Señor.

lunes, 6 de mayo de 2019

lunes III del tiempo pascual

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                       Jn. 6, 22-29

Después que Jesús alimentó a unos cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos. Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban en el lugar donde el Señor había multiplicado los panes, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello”. Ellos le preguntaron: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?”. Jesús les respondió: “La obra de Dios es que ustedes crean en Aquel que él ha enviado”.
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Los que comieron hasta saciarse lo siguieron, precisamente porque Cristo había satisfecho sus necesidades materiales: el alimento cotidiano. Nuestro alimento cotidiano, como cristianos no es solo el pan de trigo, sino también el pan de Vida.
Muchos de nosotros se habrá encontrado con algún hermano o con algún creyente de los credos no católicos que dicen buscar algo que sentir en ese encuentro con Jesús; no distan mucho de lo que pasaba con aquellos judíos que siguieron a Jesús desde alguna costa hasta Cafarnaúm. Mientras lo judíos de aquellos tiempos buscaban un pan multiplicado, quizá hasta excelente a los sentidos, nuestros coetáneos buscan cosas como "prosperidad", "felicidad", "revelaciones" y demás cosas que nada tienen que ver con el encuentro personal que un cristiano tiene asiduamente con Jesús.
La cuestión no se centra en desterrar de lo deseable y bueno que tienen la prosperidad, felicidad y revelaciones de la vida del cristiano; con excepción de las "revelaciones", que son materia muy seria y nunca privativas de particulares (Dios ama a su Iglesia y en ella a cada uno de sus hijos y a todos), la felicidad tanto como la prosperidad dependen de factores que son eminentemente subjetivos. Así, para quien puede ser felizmente dueño de una empresa que fabrica papel para toda una ciudad debe ser un horror encontrarse con alguien que llora cuando ve papeles, gerentes y operarios... Acá tratamos de hacer que Dios hable desde el propio ser, es decir, no debemos escuchar nuestras propias voces coronándolas de dioses, sino escuchar lo que el Señor tiene para decirnos en particular a cada uno. La fe supone un trabajo, es como la parábola de los talentos, donde el don (en este caso, la fé) debe ser multiplicado con el trabajo propio. Nadie puede tener fe y luego ver a Dios cara a cara sin antes caminar su Camino, sin antes conocer e ir hacia Cristo. No es como lo ponen aquellos que buscan "sentir", porque si de sentidos se trata, el espíritu carece de los mismos. Con el espíritu crecemos en amor de Dios y de lo que es de Dios, con ese espíritu que el mismo Dios nos ha creado y nos ha guardado sobre todo desde la Redención que obró por su Hijo Jesucristo en el día de la Pascua de Resurrección, con ese mismo espíritu que tenemos debemos trabajar para cosechar por el camino y en el día señalado y desconocido los goces eternos que ya degustamos los que comulgamos el Cuerpo del Señor. No es un esperar impacientes y sordos, es un obrar con sudor de buen sembrador para poder ver al sol la mies. ¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios? "La obra de Dios es que ustedes crean en Aquel que Él ha enviado", creer es un acto de la inteligencia pero también lo es del espíritu, ya que la carne solo sabe de lo que siente, de lo que los sentidos le comunican. Creer también da frutos en obras, como se dijo en otra parte de las Escrituras "la fe sin las obras está muerta", de manera que "con el corazón creemos para obtener la justificación y con la boca hacemos profesión de nuestra fe para alcanzar la salvación" (Rom. 10, 10), esto es, teniendo la fe obramos en consecuencia profesándola, con el testimonio de una vida de fe, con la evangelización, con el esfuerzo personal de un crecimiento espiritual para llegar a ser un buen cristiano. "La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida" (CCE 26). Esa luz sobreabundante de que habla el Catecismo no es luz de lámpara que debe aparecer como fantasma ante el que busca a Dios, sino un despertar en el espíritu, un despertar de Cristo en el espíritu de quien lo busca y quiere amarlo y seguirlo. Quien ama y sigue a Cristo no puede callar su voz resonante, no puede quedar estanco sin hacer algo para compartir ese gozo que es Evangelio.
El alimento del que nos habla Jesús es él mismo, es la Eucaristía. No hay excusas delante de la Santísima Trinidad, somos o no somos, comulgamos o no. Esto es así desde los tiempos apostólicos desde siempre, la fe nos hace hijos de Dios por Cristo, con Él y en Él si y solo si habiendo sido bautizados comulgamos su Cuerpo; el que no se alimenta llega hasta apostatar, y ese no es el camino que lleva a Dios. Conocer a Jesús es vivir familiarmente con Él, en la Iglesia primero para alimentarnos de la Palabra de Vida, luego en todos los rincones de la vida cotidiana.

domingo, 5 de mayo de 2019

domingo III del tiempo pascual

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                       Jn. 21, 1-19

Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”. Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen algo para comer?”. Ellos respondieron: “No”. Él les dijo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”. Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”. Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Vengan a comer”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Le volvió a decir por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le respondió: “Sí, Señor, sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras”. De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: “Sígueme”.
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Esta vez la fé de los Apóstoles tiene una prueba más, deben reconocer al Señor que se aparece con un cuerpo nuevo, resucitado. El primero en reconocerlo es Juan ("¡Es el Señor!") y se lo dijo a Pedro, quien fue el primero en llegar a la presencia de Jesús. A nosotros nos pueden parecer distantes estos hechos, sin embargo tiene algo que nos sirve en nuestra vida cotidiana: reconocer a Jesús implica ser un cristiano auténtico en estos días. Reconocer a Jesús es examinar qué hay de cristiano en nosotros mismos y en el otro; reconocer a Jesús es no negarlo delante de los demás, aunque dar cuentas del cristianismo suponga desde la burla hasta el martirio; reconocer a Jesús no es ir al templo todo el tiempo, sino más bien vivir aquello que en la Eucaristia recibimos. Reconocer a Jesús en una sociedad libre no es igual que hacerlo en una dictadura o tiranía; en libertad de expresión y de culto es más sencillo practicar el Evangelio, no así cuando existe amenaza contra la integridad de las personas. Aún así, con todo lo que suponga peligro, debemos recordar que los Apóstoles no temieron dar testimonio del Señor aunque sabían que iban a padecer.
Jesús llama a Pedro y le pregunta tres veces si él lo ama; Pedro responde, triste, la tercera vez con la frase "Señor, tu lo sabes todo, sabes que te quiero" y Jesús le dice por tercera vez "apacienta mis ovejas"; es inevitable ver en este pasaje la misión del Papa, porque en el Papa encontramos la misión de apacentar el rebaño de Dios. Vemos que Pedro hace una declaración de fé, ya que dice "Señor" y "tú lo sabes todo", luego le dice de rostro a rostro "sabes que te quiero". Emocionante instante de fé y de amor es ese, tener a Dios frente a sí y poder decirle que lo ama. Pero el amor perfecto es culmen de un camino recorrido para el hombre, si bien para Dios es su ser natural, por eso Cristo le dice, de manera figurada que iba a sufrir el martirio por amor, y le pide que lo siga. Sabemos que así fue, Pedro lo siguió. El Papa Francisco también debe hacerse cada día el mismo planteo, y aunque el martirio de sangre no sea su destino, sí es cierto que muchos lo detractan insolentemente tanto dentro como fuera de la Iglesia. No es propio de cristianos hablar mal contra el Vicario de Cristo, y esto, aunque canse en los oídos sordos a la voz del Señor es algo que sí debemos repetir una y mil veces sobre todo entre cristianos. En este pasaje del Evangelio fue Juan, el "discípulo al que Jesús amaba" el primero en reconocerlo; luego Jesús le pregunta a Pedro si este lo amaba... sabemos que Cristo nos ama, pero ¿sabemos reconocer a Cristo en la misión de su Vicario?... ¿podemos compartir, como Juan, la alegría de ver al Señor en comunidad, en comunión con el Papa?... y Jesús le dice "sígueme"; ¿Adónde vamos nosotros?. La red está repleta de peces y a la mesa del Señor se sienta Pedro primero; compartamos la mesa del Señor.

sábado, 4 de mayo de 2019

Nuestra Señora del Valle

+Evengelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                       Jn. 6, 16-21

Al atardecer de ese mismo día, en que Jesús había multiplicado los panes, los discípulos bajaron a la orilla del mar y se embarcaron, para dirigirse a Cafarnaúm, que está en la otra orilla. Ya era de noche y Jesús aún no se había reunido con ellos. El mar estaba agitado, porque soplaba un fuerte viento. Cuando habían remado unos cinco kilómetros, vieron a Jesús acercarse a la barca caminando sobre el agua, y tuvieron miedo. Él les dijo: “Soy yo, no teman”. Ellos quisieron subirlo a la barca, pero esta tocó tierra en seguida en el lugar adonde iban.

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Jesús había hecho un milagro ese día, la multiplicación de los panes, cuando vio tanta gente que lo seguía (unos cinco mil hombres) y al constatar que faltaba la comida y los recursos para comprar comida le preguntó a uno de los Apóstoles, a Felipe, "¿dónde compraremos pan para darles de comer?" (Jn. 6, 5) pero Cristo quería probar la fe de Felipe al preguntar tal cosa, porque sabía, con un corazón humano y al mismo tiempo divino, cómo hacer que esa gente se alimente en todo sentido. Así, Jesús obra milagros para que el hombre entienda en su existencia temporal la omnipotencia sin tiempo propia y exclusiva de Dios. En el pasaje de hoy tenemos un ejemplo más de esta fe todavía vacilante como las aguas del mar inquieto cuando los Apóstoles temen al ver de noche a Jesús que caminaba por el mar. Se teme ante lo desconocido, ante lo que no se comprende o ante lo que provoca horror o asco, esas son las fuentes de temor propias de la psiquis humana; Jesús ya era conocido de ellos, ya habían visto su poder sobre todas las cosas y habían presenciado milagros antes; aún así, temen. "Ellos quisieron subirlo a la barca, pero esta tocó tierra en seguida en el lugar adonde iban". Pensando que tal vez el Maestro se pueda ahogar en las aguas agitadas del mar de Galilea intentaron subirlo a la barca y se encontraron, de repente, a orillas de la costa de Cafarnaúm... Cuando el agua es baja no hay preocupación por ahogo, es decir, solo pudo pasar esto en aguas profundas pero ya habían llegado a la orilla..., otra vez Jesús les muestra que Él tiene poder para salvarlos y que no hay nada que temer con Él, pues su poder es absoluto. No solo camina sobre el agua, también puede arrastrar la costa hasta ellos.
Tanto los Apóstoles como otros de su tiempo y de nuestro tiempo estamos muy atados al tiempo, es decir, a lo que ocurre acá ahora. Cristo les trajo el Reino pero no entendían su mensaje, era de difícil comprensión aún habiendo sigo testigos presenciales de los milagros. A nosotros nos dice Jesús "Felices los que creen sin haber visto", y así es cuando cada cristiano pone la fe a trabajar en su vida. No hay nada que temer cuando estamos al amparo del Altísimo, a la sombra del Omnipotente, ni de noche ni de día, porque Él es la Vida que se nos ha dado y no pereceremos jamás. Nosotros debemos recordar que somos suyos y Él está en nosotros si comulgamos su Cuerpo cada domingo y cuando es indicado. Los Apóstoles desesperados querían salvar a Jesús de un mar hambriento de peligro, Jesús salva en la eternidad a los suyos con el agua viva que es él mismo, signo del bautismo para la regeneración de la vida, el Señor nos llama donde no lo esperamos para invitarnos a transformar la propia vida en una camino santo hacia Él, que es nuestra mayor meta, nuestra felicidad. Conoce de nuestras necesidades en este mundo, ya que partió el pan y multiplicó el pan y los peces, pero también necesitamos sabernos cercanos a un Dios que vive, y que nos convida del trigo de los campos y del Campo de la Vida para ser sus hijos desde hoy y en la eternidad.
Hoy celebramos la memoria de Nuestra Señora del Valle en Argentina, recorramos también cinco kilómetros como lo hizo el testigo que descubrió la escultura original y sintámonos protegidos por nuestra Madre, que con Jesús nos ayudan en nuestro camino de fe aún cuando las tormentas suenan fuerte.

jueves, 2 de mayo de 2019

San Atanasio, Obispo y Doctor de la Iglesia


+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo
                                                                       Mt. 10, 22-25

Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará.
Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra. Les aseguro que no acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes de que llegue el Hijo del hombre. El discípulo no es más que el maestro ni el servidor más que su dueño.
Al discípulo le basta ser como su maestro y al servidor como su dueño. Si al dueño de casa lo llamaron Belzebul, ¡cuánto más a los de su casa!.
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Como antorcha fulgurante de la antigua alejandría, San Atanasio, Obispo y Doctor de la Iglesia, iluminó en la Iglesia la inteligencia del rebaño con la luz de la Verdad para que los hombres de fé no se extravíen por las arenas muertas del mal y los que pactan con la mentira se vuelvan sobre sus sombras sin poder ser piedra de tropiezo para el fiel peregrino.
La memoria de los santos nos ayudan a recordar y tener peresente en nuestro hoy las sendas que el cristiano debe seguir en fiel proceso de imitación cristiana. Siendo Así San Atanasio es el ejemplo más sobresaliente de la Iglesia de los primeros tiempos por su fe y doctrina magistrales. En tiempos del arrianismo (secta que negaba la divinidad de Jesús) supo señalar con ciencia y verdad los errores de su época y la verdad de Dios.
En uno de sus escritos nos habla sobre la Encarnación del Verbo, solo leerlo esclarece con toda plenitud algunas cuestiones que son propias de la teología al tiempo que da fundamento sólido de la fe siendo la verdad misma sin más, aunque algunos mortales de todos los tiempos se empecinen en inventar doctrinas falsas. Dice San Atanasio: "[...] el Verbo de Dios, superior a todo lo que existe, ofreciendo en sacrificio su cuerpo, templo e instrumento de su divinidad, pagó con su muerte la deuda que habíamos contraído, y, así, el Hijo de Dios, inmune a la corrupción, por la promesa de la resurrección, hizo partícipes de esta misma inmunidad a todos los hombres, con los que se había hecho una misma cosa por su cuerpo semejante al de ellos.
Es verdad, pues, que la corrupción de la muerte no tiene ya apoder alguno sobre los hombres, gracias al Verbo, que habita entre ellos por su encarnación". Estas palabras debieran servirnos para poder detenernos a reflexionar y meditar en este tiempo de Pascua el significado profundo de la Redención, esto lo logramos leyendo y releyendo las palabras de este santo Doctor.
Así como en la antigüedad, hoy tenemos nuestros arrianos y errores dispersos por el mundo y entre nosotros. La importancia de la patrística es evidente cuando parece en ciertos puntos de la historia se repiten y hasta se agravan algunas cuestiones que fueron tratadas en el pasado. Hoy debemos hacer frente a cuestiones nuevas y algunas que se arrastran. Cuando en la cotidiana vía no hay más que trabajo y quehaceres domésticos los cristianos no se detienen a leer a los santos ni al Papa, es entonces cuando entra en escena la capacidad del presbítero para acercar estas luminarias, como San Atanasio, para alimentar al pueblo con la luz de la Verdad en la voz de los maestros de la verdad. En palabras actuales se puede decir la Palabra, el desafío es hoy, no mañana, para poder hacer frente a nuestros problemas (sí, nuestros, porque somos nosotros quienes debemos llevar el Evangelio a todas las personas) es necesario tener un fuerte vínculo  con el esqueleto de la fe, las Sagradas Escrituras, la Tradición entendida de un modo NO lefebvrista ni pintada con ningún error aberrante como ese, el Magisterio y además la lectura frecuente de los santos junto a la oración y sobre todo, precediendo, la Eucaristía. La fe no se mide en prácticas vacías, sino en vida caminada, en caídas registradas y procesos de crecimiento espiritual más que en estampitas de piedad externa. Hoy es necesario hacer camino de santidad universal en el apoyo de las huellas que nos dejaron los santos Doctores para la vida de todos los días. Una Iglesia de pie y evangelizadora es la que, como San Atanasio, enseña sin miedo ni pudor la Verdad al tiempo que late en corazón cristiano, de Cristo, no de apariencias. Sabemos que la vida de este santo no fue fácil ya que enseñar la verdadera doctrina le conyevó duras penas en el exilio; aún en el exilio saben los santos sacrificar las lágrimas para alimentar a los peces que llevan el nombre cristiano, con todo lo que conlleva una lucha que antes de ser a fuerza de armas mundanas es a fuerza de disciplina y profundo diálogo con la Trinidad misma, esto es oración y meditación ante y pos contemplación. Muchos no aceptarán el Evangelio, pero el camino que tiene Dios para cada uno es desconocidos a los ojos mortales; nuestro deber es ser luz de las naciones, no jueces ni dioses. "Al discípulo le basta ser como su maestro, y al servidor como su dueño". Amén.