miércoles, 29 de mayo de 2019

San Pablo VI, Papa




+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                     Jn. 16, 12-15

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: ‘Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes’”.
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Hoy celebramos la memoria de San Pablo VI, quien dirigió la mayor parte del Concilio Ecuménico Vaticano II, cuyos frutos son una bendición enorme para la Iglesia santa. Nacido en la ciudad de Concesio, en Italia, fue el segundo de los tres hijos del matrimonio de Giorgio Montini (abogado, periodista y miembro de la Acción Católica) y de Giudetta Alghisi, de la nobleza rural de aquella zona en Lombardía, Giovanni Battista Enrico Antonio Maria fue su nombre completo de pila, el último del cual habla de su gran amor a la Virgen Madre, de quien llegó a escribir tres Cartas Encíclicas.
San Pablo VI estudió en escuela de jesuitas y su formación fue tan excelente que cursó altos estudios en La Sapienza y en la Pontificia Universidad Gregoriana luego de haber alcanzando un doctorado en derecho canónico en Milán, el mismo año que lo ordenaron sacerdote (lo cual sucedió un día como hoy, 29 de mayo, de 1920). Desde los 25 años hace carrera en la Santa Sede. Fue creado arzobispo de Milán por el Venerable Pío XII, Papa, quien lo estimaba mucho. Fue creado Cardenal en 1958 por San Juan XXIII, Papa. Fue elevado al solio pontificio el año 1963.
Como director del Concilio Vaticano II hizo importantes reformas en la Curia romana, de manera progresiva, como también en lo atinente a la elección del Papa; reformó la liturgia e instauró el ecumenismo como una forma de diálogo entre la Iglsia y las denominaciones creyentes no católicas. Recibió incomprensiones de algunos sectores del la Iglesia debido a sus reformas, sobre todo en lo que respecta a la celebración de la Eucaristía, y hasta en la apertura de las relaciones ecuménicas. Veintinueve años después de su muerte, el Papa Benedicto XVI, gran teólogo, señalará que la diversidad de la forma no afecta en nada a la Eucaristía en sí misma. Debería haber sido entendido antes, ya que desde muy remoto tiempo coexistieron variadas formas de celebrar la Eucaristía según ritos diversos y pretridentinos, como lo son, por ejemplo, el rito galicano, el rito toledano (vigente), el rito dominico, etc. Además cabe destacar que, las reformas liturgicas no eran nueva práctica en la Iglesia, y, por poner algunos poquísimos ejemplos, San Pío X había reformado el Breviario Romano y alteró las rúbricas del Misal, el Venerable Pío XII también retocó el Misal Romano y además reformó las ceremonias de Semana Santa..., y si las cuestiones sobre las reformas no hicieron buen apetito a algunos por el idioma latín en la Misa, es bien sabido que el latín jamás dejó de ser usado en la Santa Sede y que los padres conciliares de Trento ya habían señalado la necesidad de que la Misa se de en lenguas vernáculas, mas no se pudo fraguar esta iniciativa por consideración de las circunstancias históricas de ese momento tan convulsionado por el cisma luterano. Como bien señalan algunos contemporáneos (véase por ejemplo estas palabras de un presbítero), la lengua más acertada a la liturgia, en la misma linea de razonamiento de los detractores de San Pablo VI, ¡debiera ser el dialecto aramaico que pronunciaba el mismísimo Hijo de Dios al dirigirse a los Apóstoles y aún al pueblo de aquella época!, el mismo lenguaje con que se pronunció por primera vez la Misa, que son las palabras de Jesús sobre el pan y el vino.
El pasaje del Evangelio de hoy habla del Espíritu Santo y su misión de decir y anunciar lo que irá sucediendo. Es el Espíritu de Verdad, y es el mismo que rige la Iglesia en comunión, como también los concilios. La verdad es una sola y es inmutable por estar sostenida en la Trinidad, pero hay en el tiempo una mutabilidad innegable producto de la actividad del hombre y de los cristianos que viven desde hoy y no vieron las cosas de antes. Quiero decir, así como la dicotomía de Parménides y Heráclito es un punto de inflexión en filosofía, en la Teología debemos entender cómo es que Cristo hace nuevas todas las cosas con el envío del Espíritu Santo, entendiendo además y sobre todo, que Dios no es un Dios estático, como lo evidencian las revelaciones extraordinarias que no cambian la Revelación de Dios al hombre, sino que la hacen patente cada vez que es necesario al tiempo, al mundo en que se mueven los que aún no alcanzaron el Cielo. Estas revelaciones extraordinaras, como es la Divina Misericordia que Jesús enseñó a Santa Faustina Kowalska, o el Concilio Vaticano II con sus Constituciones Apostólicas, que son mas bien producto de la obra vivificante del Espíritu Santo, le hablan al corazón cristiano sobre los designios de Dios para los tiempos diversos, es como un decir "Aún estoy presente en ustedes" en voz del Señor. Entonces, el que centra la vida cristiana en formas vacuas, sin escrutar el sentido y espíritu propio de las cosas que nos son dadas por Dios para nuestro provecho, se queda en la posición farisaica siendo cristiano, algo muy lamentable para quien lleva al Señor en su alma y que dice "misericordia quiero, y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos". Y esto no es una forma de armar trinchera y pertrechos, nada de eso, porque hay que señalar que la irresponsabilidad de no hacer una corrección fraterna, por más que se lo disfrace de piedad y hasta de santidad, no sirve al prójimo más que para abandonarlo en el error y la consecuente muerte espiritual. Los que hicimos de la Verdad un escudo contra el mal y un cordón para rescatar almas, no podemos callar a Cristo por más incomprendidos que seamos; precisamente a eso nos envía Jesús, explícitamente nos ha advertido que seríamos incomprendidos. Por otro lado, y por todo concepto, sobre estas lineas quizá vehementes y literarias (perdóneseme la forma poética que practico desde mi temprana juventud) pero humildes y sinceras, debo decir como dicen las Sagradas Escrituras "El que se tenga por sabio y prudente, demuestre con su buena conducta que sus actos tienen la sencillez propia de la sabiduría..."(St. 3, 13-14) y también "No entristezcan al Espíritu Santo de Dios..." (Ef. 4, 30-32).
En un mundo en el que el culto a la guerra se ha impregnado hasta salpicar, a veces, a los mismos hijos de Dios, pidamos, como lo hacía San Pablo VI, por la paz entre nosotros cristianos y entre los hombres, ya que el mismo Evangelio y "Dios providentísimo también parece habernos confiado la tarea peculiar de que nos consagremos a conservar y consolidar la paz [...] que debe llevar la verdad y la gracia de Jesucristo, su divino Autor, al género humano" (Christi Matri, 2).