sábado, 31 de julio de 2021

San Ignacio de Loyola

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Lucas

                                                                      Lc. 14, 25-33


Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: «Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: "Este comenzó a edificar y no pudo terminar". ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.

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De la misma manera que enseña Cristo sobre el renunciamiento de sí mismo, condición necesaria para la vocación de todo cristiano, de esa forma siguió san Ignacio al Señor. Habiendo hecho una carrera militar y tras una herida en batalla, aquel soldado acostumbrado al combate y al ejemplo de los caballeros medievales pidió un libro de caballería y solo había libros de santos y de la vida de Jesucristo para leer en esa circunstancia de reposo y curación. El santo conocerá a los verdaderos caballeros y al verdadero General, cuya guerra requiere mayor valentía que la que se da con armas humanas y el entrenamiento es más exigente al tiempo que son mucho mejores las victorias.

San Ignacio se convierte mientras se cura de una grave herida de guerra y decide renunciar a todo para servirle al Señor. Solo un episodio de su adolescencia, según quedó documentado, tomó la tonsura pero la vida religiosa no prosperó en su alma, más bien inclinada hacia el vicio de la carne. Tras su agonía y cura inexplicable de su fiebre, después de la herida de cañón que le dejó secuelas, Ignacio se sentirá impulsado a competir nada menos que con los santos, en ayunos, peregrinaciones, y demás prácticas propias del ejército santo de Dios. Tras dejar sus riquezas y su pecado, luego de haber visto a la Virgen Madre y al Niño, decide vivir la penitencia y la oración. Sin aptitud para la vida eremítica, su director espiritual le aconsejó abandonar ese plan; Dios le tenía preparado un sol en pleno invierno. Es que tras su fallida peregrinación a Tierra Santa, sus numerosos obstáculos y sufrimientos por parte de sus hermanos cristianos y su siempre frágil salud, Ignacio viaja a Roma a ver al  papa y allí fundará su orden religiosa, la Compañía de Jesús.

La obra de San Ignacio es de cuerpo y espíritu, de cuerpo en su Societas Iesu, de espíritu en su libro de ejercicios espirituales, los cuales se siguen realizando hoy, entrado el siglo xxi.

El asceta debe educar sus sentidos, pasiones y hábitos. Para los sentidos el modelo es el cuerpo de Cristo. Las pasiones se mitigan con el fuego de la Palabra y los hábitos se asimilan o se corrigen con una voluntad santa y constante.

Si la llave de la puerta estrecha es el amor de dilección, el pasador es el odio, y en él la punta de lanza remite siempre a la enemistad. Pero Cristo nos mandó amar a nuestros enemigos, no para humillarnos, sino para humillar al mal en nosotros, dotando al hombre de una visión sobrenatural de la realidad. En efecto, es natural a la carne responder los ataques con la guerra, mas el espíritu instruido en Dios conoce lo que es guerra de verdad y distingue a satanás de la humanidad. Debemos ver en nuestros enemigos humanos una debilidad por falta de sustento espiritual y la circunstancia provechosa para el enemigo demoníaco que acecha a los más débiles.

domingo, 11 de julio de 2021

domingo XV del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos

                                                                          Mc. 6, 7-13


Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo: «Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos». Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.

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El Evangelio es urgente, puede decirse al meditar este fragmento sinóptico. La Buena Notica que Cristo envía a proclamar en voz alta a todo el mundo no debe esperar ni debe ser planificada con medida humana, sino comunicada por la gracia del Espíritu Santo operante.


Llamó a los doce, les dio poder por sobre el mal, los envió con urgencia de dos en dos, los mandó a liberar a los hijos de Adán y a combatir al diablo y su peste. La llamada de Dios nos dignifica, y nos compromete el ser nuestro «sí». Respondamos como Pedro, aún con nuestros pecados, miedos y limitaciones y no como Judas Iscariote; Quien nos llama nos da la fuerza y la saviduría, y es Él mismo nuestra vida, no el aire inhalado. Nos quiere santos porque nos ama como a hijos, así que nos da por la fe el triunfo contra satanás. Pero este Reino nuevo y eterno no es egoísta ni mezquino; lo que recibimos es lo que debemos compartir sin importar las negativas. Jesús nos envía sin abandonarnos, ya que donde se junten dos o más en su Nombre estará Él e medio de ellos y así la proclamación del Evangelio es obra de Dios que sostiene la misión de la Iglesia Católica, fuente de salud para los hombres que reciben el Evangelio, espada de ruina para las huestes del mal.


No quiso que lleven dinero para que buscar los fondos no postergue el llamado católico a la conversión (es decir, el llamado mundial y universal a ser hijos de Dios, reyes y sacerdotes, templos de Vida en la Ciudad del gran Rey). Tampoco quiso que lleven carga para el viaje, ni más vestimenta que la necesaria. En pocas palabras, Jesús envía a construir la Iglesia con dedicación verdadera y sin contratiempos ni absurda prevención, porque muchos necesitan de Él mientras están perdidos y son azotados por el mal (el diablo es evidente ahí donde falta el mensajero de Dios). Es notorio también el efecto de la gracia que nos mueve a evangelizar aún sin tener obligación de hacerlo. Urge llevar a alguien más este fuego que quema sin quemar porque es tan inmenso y fuerte que nos rebasa y nos transforma a verdadera imagen suya. Y que el mundo necesita a Dios se puede observar por doquier tanto en pandemia como en el mejor de los momentos; el hombre sufre amargamente cuando se ve afectado por sucesos hostiles y festeja con desmesura cuando la dicha es muy grande, siendo igualmente constantes la astucia diabólica y la debilidad de la carne.


Con presteza hagamos de este día un motivo de alegría verdadera para cuantos tratarán con nosotros este domingo; que seamos instrumentos de Dios acreditados en la fe por nuestras obras y no antepongamos nada a Él, que nos envía a compartirlo sin más.

viernes, 9 de julio de 2021

Nuestra Señora de Itatí

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                       Mt. 10, 16-23


Jesús dijo a sus Apóstoles: Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas. Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará. Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra, y si los persiguen en esta, huyan a una tercera. Les aseguro que no acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes que llegue el Hijo del hombre.

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Jesús continúa dando instrucciones a los doce, advirtiéndoles los peligros pero enseñándoles a luchar contra la desesperanza. Cristo les habla de la permanente asistencia divina por medio del Espíritu Santo y les dice «Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará».


Tanto en la adversidad como en la homeóstasis, individual y colectiva, nuestro auxilio nos viene de Dios que es a quien debemos dar gracias por los buenos tiempos y llamar con nuestras súplicas en los momentos difíciles. La fe debe ser inamovible, independiente de la variación temporal, asentada sobre la piedra sólida del Evangelio vivido. Tal es la fe que tiene la Virgen María desde que nació y habiendo dado a luz a Cristo por obra del Espíritu Santo permaneció en su fe hasta su gloriosa Asunción.


«Itatí» es «punta de piedra» en idioma guaraní. Hoy recordamos el milagro de la estatua de Nuestra Señora que hace medio milenio en tierras de la actual Corrientes, Argentina, fue encontrada precisamente sobre una piedra cónica a orillas del río Paraná, cerca del antiguo puerto de Santa Ana. Se sabe por la tradición que los franciscanos llevaron la imagen a la iglesia muchas veces, mientras otras tantas desaparecía y era encontrada de nuevo a orillas del río; los indígenas la habrían robado pero la estatua volvería a aparecer en el sitio donde finalmente será construido el templo que llegará a ser basílica. Si bien la leyenda y el misterio rodean la historia de esta imagen, se puede decir que el acontecimiento más sobresaliente es la conversión de aquel pueblo y su fe. Una fe que trascendió las fronteras del Virreinato y hasta nuestros días mueve a peregrinar a tantos cristianos.


Nuestra Señora de Itatí, que conoce desde los inicios coloniales (Estuvo allí antes de la fundación del pueblo) las dificultades y alegrías de esta Nación que también hoy celebra su nacimiento tras el acta de independencia, nos ampare en tiempo de aflicción y nos custodie siempre intercediendo ante el Señor por todos nosotros. Y nosotros, como buenos hijos de Nuestra Madre que nos dio Cristo en la Cruz, mantengamos la fe sólida tallada sobre la piedra con el cincel de la cristiana voluntad, sabiendo ser para gloria de Dios y bien de la humanidad astutos como serpientes y sencillos como palomas.

jueves, 8 de julio de 2021

jueves XIV del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                       Mt. 10, 7-15


Jesús envió a sus doce apóstoles, diciéndoles: por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento. Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella. Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes. Y si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies. Les aseguro que, en el día del Juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas menos rigurosamente que esa ciudad.

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A los doce Apóstoles envía Cristo para continuar su Evangelio, misión de la Iglesia presente en los sucesores como cabeza y en el conjunto de los bautizados.


El Señor establece ciertas pautas que debemos observar para cumplir su mandato y estas reglas son las mismas tanto para evangelizar a quienes aún no conocen a Dios como a quienes conociéndolo desarrollan su vida de fe propia de todo buen hijo. Dice Jesús «No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino», porque el discípulo no es más grande que su Maestro y Cristo vino pobre para los pobres, enseñando la regia santidad a la carente humanidad ensombrecida.


Que los hombres de buena voluntad reciban el Evangelio conforme al modelo que han recibido los enviados, para que la glorificación de Dios al brillar ilumine hasta el espíritu de quienes lo reciben. Que los rebaños del Buen Pastor reciban en sus corazones cristianos a los Obispos, sin murmuración ni pendencia, como nos fue enseñado por los Apóstoles y Padres de la Iglesia. En fin, que seamos de Cristo y no de nuestro peso de imperfecciones (muchas veces disfrazadas de ciencia divina) para dar testimonio vivo de la fe que no muere.


Nos basta hacer presente el Evangelio sin recibir sonrisa u ofensa en copa de paganos, porque nuestro cáliz contiene sangre celestial y Cristo es nuestro más caro bien. No debemos devolver los males ni regocijar nuestro espíritu en los halagos, y esto es norma santa para todo cristiano. El que comulga guárdese de no traicionar al Señor aceptando en su mente y corazón la ira contra el otro. Por el contrario, debe meditar cuán grande es el alimento que recibe, que alcanza la eucaristía para vivir la eternidad en Dios. Escuchemos entonces a quien es la Palabra y procuremos la paz verdadera, la misma que procede de la Verdad y pacifica la casa donde se recibe o juzga aquella que cierra sus puertas.

miércoles, 7 de julio de 2021

miércoles XIV del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                          Mt. 10, 1-8


Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó. A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: «No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente [...]».

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En el versículo número ocho notamos la Voluntad de Cristo respecto de la gratuidad con la que los Apóstoles debían administrar entre los hombres las cosas que Jesús les estaba y estuvo donando. En esta administración se incluyen todos los bienes de provecho espiritual y aquellos que son materiales, estén o no relacionados con lo sobrenatural, en tanto convengan a la auténtica dilección cristiana. Su Voluntad es extensiva a toda la Iglesia cuyos cimientos son los doce Apóstoles (Matías en el lugar de Judas el taridor). Pero el mismo Jesús dirá, dos versículos después en la Sagrada Escritura, «el que trabaja merece su sustento», con lo cual dignifica el trabajo y manda que el sustento sea consecuencia del trabajo, no una comodidad.


A veces parece como si la sociedad fuera una cuerda vibrando entre dos locus, por un lado el sustento a costas del Estado (caso de políticos y de ciudadanos) y por el otro, el desempleo y la escasez de recursos financieros, situación ajena a la agenda del gobierno y a la sensibilidad humana de un Estado ya enfermo de mezquindad y nimiedades energúmenas. Ante esta situación urge un nuevo plan de directrices sociales que reflejen el cumplimiento al mandato del Evangelio que es despojarse del lujo y propiciar el empleo. En otros tiempos hubo ejemplos de administración que venían del corazón de la Iglesia y eran bendición para el pueblo diverso. Desde los monjes hasta los misioneros, desde las Constituciones dominicanas hasta las circulares de los últimos once Papas. Quizá haya cristianos entre nosotros que por la providencia de Dios germinen del Evangelio una nueva mecánica de sociedad y digno empleo; los aguardamos con la esperanza puesta en Cristo.


En el binomio del servicio y el sustento la clave es el debido equilibrio de cara a Dios y a los connaturales. Los monasterios y conventos conocen este equilibrio hace siglos, baste recordar el principio benedictino ora et labora que a su medida siguen también los ascetas, como por ejemplo San Guillermo de Vercelli, o las demás órdenes monásticas como la Orden Cartujana; la regla de San Agustín y su principio de ecuanimidad en la distribución de los bienes es otro ejemplo valioso que practica hasta este minuto la Orden de Predicadores. Y, por si fuera poco, tenemos la enseñanza bíblica, como el cap. 9 de la primera carta a los cristianos corintios o más claro aún el cap. 5 de la primera carta a Timoteo, ambos Textos Sagrados de la pluma de San Pablo apóstol. 


Tanto en la vida de la Iglesia como en la sociedad diversa debemos, hoy quizá más que nunca, tener en claro por un lado la gratuidad de los bienes intangibles, cuya intersección entre la Iglesia y el Estado son los valores y principios esenciales y derivados que dan a la vida y al ser concreto el reconocimiento consecuente de su dignidad inherente. Y, por otro lado, la necesaria certeza del desarrollo humano vital que no debe sustituirse jamás con la limosna, por más estatus de piedad religiosa que se perciba del término. Por lo tanto, no aproveche la malicia del practicante o el incrédulo la bondad de quienes dan gratis aún padeciendo carencias (y esto en lo material como en lo intangible, por ejemplo, el sufragio o la inocente confianza). Es deber de humanidad conservar la vida humana con su dignidad inherente a la esencia más que a la forma. Ello implica el respeto absoluto de existencia y desarrollo cohesionados en la libertad del individuo, homologado todo esto al conjunto social.


Jesús instruye a los Apóstoles en la fe viva; nosotros, cristianos vivamos la fe de los Doce, que es Cristo mismo, haciendo para el Señor un Reino de luz sobre un mundo entre sombras.

martes, 6 de julio de 2021

martes XIV del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                        Mt. 9, 32-38


En cuanto se fueron los ciegos, le presentaron a un mudo que estaba endemoniado. El demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar. La multitud, admirada, comentaba: «Jamás se vio nada igual en Israel». Pero los fariseos decían: «El expulsa a los demonios por obra del Príncipe de los demonios».

 Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha».

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La compasión de Cristo se hizo mandato a sus discípulos; «Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha» les dijo. Con las mismas palabras nos pide hoy Jesús que roguemos por más trabajadores, no nos dice que salgamos a buscar trabajadores, sino que le pidamos al Padre para que envíe esos cosechadores que su campo requiere. La Iglesia ve en estas palabras una imagen de las vocaciones al orden sagrado. Muchos pueblos, en efecto, carecen hoy de presbíteros, y esta es una situación que mueve a compasión a todo cristiano auténtico. En plena pandemia viral estos trabajadores necesarios son indispensables para llevar a los cristianos la Eucaristía como así también los demás sacramentos, especialmente los de la reconciliación y de la unción de los enfermos.

Roguemos a Dios que nos envíe trabajadores, y que estos trabajadores llamen a la puerta habiendo sido elegidos por Él para la cosecha de su campo.

lunes, 5 de julio de 2021

lunes XIV del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                      Mt. 9, 18-26


Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: «Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá». Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.

Entonces de le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: «Con sólo tocar su manto, quedaré curada». Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: «Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado». Y desde ese instante la mujer quedó curada.

Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo: «Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme». Y se reían de él. Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó. Y esta noticia se divulgó por aquella región.

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La salud y la vida que son nuestras posesiones más valiosas tienen en nosotros un lugar muy custodiado tanto consciente como inconscientemente. Buscamos al médico cando alguna enfermedad nos aqueja y no queremos dejar este mundo porque en él están puestas nuestras raíces y conocimiento: somos de carne y conocemos la tierra, el árbol, las nubes, etc. Nosotros, los humanos, sabemos de nuestra especie y del mundo que nos rodea; nos damos cuenta que las hemorragias no son buenas, que deben detenerse, que pueden llevarnos a la muerte y que, aún sin hemorragias nuestra muerte es tan segura como nuestra existencia. Somos capaces de preguntarnos ¿qué hubo antes de nacer?, ¿qué habrá después de morir?. Y, sin embargo, muchas veces nos convertimos en destructores de vidas...

Dios sabe cuáles son nuestras inquietudes, cuáles nuestros miedos y anhelos, y con todo sabe cómo ayudar a ese hombre que creó.

Cristo no fue un fantasma, lo vimos en la prueba de Tomás, el Apóstol, y Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Pero ¿cómo puede entender la vida, su significado, su manifestación, aquel que llora, por ejemplo, la muerte de un hijo o de un ser querido?. Y eso sin contar la circunstancia de enfermedad, a veces agresiva y por lo tanto dolorosa, que remarcan el sufrimiento de quienes se van y aún de quienes quedan. ¿Tiene sentido la existencia, al menos en entendimiento humano? ¿Cuál es este sentido si cuando llega la hora solo vemos diminutos puntos blancos en una eternidad oscura más allá de la luna?. El sentido y el significado no tienen respuestas urgentes, ni huesos que se pulverizan, ni dolor por la muerte. No podemos comunicarnos con las piedras porque yacen muertas y nosotros nos movemos y sentimos. Pero las piedras hablan sin lengua y no desesperan por hallar quien las entienda.

El Señor, que es el Verbo de Dios y la Vida, el mismo que puede levantar hijos de Abraham aún de estas piedras quiso, por amor inefable y misericordia infinita hacia el hombre, vestir nuestra carne humana como respuesta a esas inquietudes que hoy nos desvelan. Y si en el pasado la fe de la mujer con hemorragias o la fe de Jairo veían a un Jesús hacedor de milagros, hoy y ahora nuestra fe ve en Él y más aún asimila de Él la vida eterna. Pero la carne no entiende de vivir eternamente, se ríe entonces y continúa tocando su música fúnebre..., triste realidad para tantos miembros de una realeza coronada con la excelsa dignidad celestial de Aquel que, tomando nuestra humilde naturaleza hizo el mayor de los milagros conocido: fusionó dos reinos en uno solo, el suyo que no tiene fin, ni acaba ni muere.

Lo intentó enseñar Jesús en sus milagros de salud y vida, Él siendo Vida nos mostró que la muerte termina frente a sí. No sabemos cómo, pero no necesitamos más respuestas que Cristo que nació de una Virgen, murió y resucitó con su Voluntad soberana, la cual solo puede ser de Dios.

Yo le pido a mi Dios que me ayude, mientras camino sobre polvo de tierra, pero cuando mis manos se juntan y mi espíritu se eleva en oración, sé muy bien que Él es más que mi ayuda, es mi casa, mi corazón y mi fuerza. Él es todo en mí, aunque de momento me duerma, por eso no temo, y saludo desde acá a quienes fueron a verlo aunque todavía no pueda abrir la puerta.

domingo, 4 de julio de 2021

domingo XIV del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos

                                                                           Mc. 6, 1-6a


Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros?». Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa». Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe.

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En este tiempo de aislamiento que transitamos con fe y esperanza muchas veces nos toca vivir en carne propia el rechazo o incomprensión de quienes son familiares. Esta vez el Evangelio nos presenta a Jesús enseñando en la sinagoga, en medio de su pueblo judío, para la celebración del sabbat. Se decían unos a otros cómo puede ser Dios un simple carpintero cuya procedencia es bien conocida. El escándalo de aquellos no tiene comparación por equivalencia a los que nos plantean nuestros conocidos hoy, ya que no somos dioses, pero es notable que así como rechazaron en el pasado las enseñanzas de Cristo, también rechazan hoy las prácticas cristianas. Es por eso que debemos tener mucha atención a lo que Jesús nos dice hoy.

Siempre hay gente dispuesta a no respetar al otro y esto es especialmente así cuando se trata de la fe. A veces los escuchamos vociferar en la televisión, en los libros, en la calle o en un taxi; los hay sutiles y groseros, con toda la mal colorida gama intermedia, pero los desprecios que más nos asombran, duelen o enojan vienen de los que tenemos más cerca, nuestra familia.

Muchas veces el ejemplo vale más que mil palabras, y así puedo hablar de una historia que conozco. Era una hermosa familia de padres católicos bautizados en la mismísima Basílica de Nuestra Señora de Luján. amor como lo dieron a sus hijos y entre ellos no hay igual, él era carpintero, ella una gran mamá que a veces pintaba óleos con paisajes coloridos, dignos de elogio tanto como los originales hechos por Dios. Pero allí faltaba la comunión, faltaba la vida cristiana, la Iglesia. No era raro ver la casa decorada con ángeles pintados por algún pintor famoso, o letreros con la inscripción «Dios está aquí», hecho por el papá carpintero, que estaba sobre el muro de los juegas como custodiando el gran canasto de mimbre lleno de juguetes. Aún habían breves pero hermosas charlas sobre quién era Dios y sus amigos, los ángeles. No se practicaba la fe, pero estaba allí latente, como aquel cartel decía.

Los chicos crecieron y de adolescentes comenzaban a preguntarse ¿quién es Dios?, así que dos de los cuatro se presentaron a la iglesia para encontrar una respuesta. Ellos basaron su interrogante en un libro que leía el mayor de los hermanos, una vieja Biblia incompleta con un lenguaje difícil de comprender. Entonces les dijeron que podían acercarse a un círculo bíblico, pero no lo hicieron, solo compartieron su experiencia con el hermano mayor. Él sí fue a conocer el círculo bíblico, su conversión resultó del instante  en que se leía la profesión de fe de Pedro, porque él sabía por historia que ese fue el primer Papa, pero no que es la piedra fundamental de la Iglesia de Cristo. 

El muchacho comenzó la catequesis, fue bautizado, confirmado y dos años más tarde comenzó a sentir una vocación profunda a donarse entero a Dios. Rezaba como los monjes pero era torpe como los terneros recién nacidos. Incomprendido por sus padres se defendía hiriéndolos, discutiendo, encerrándose en su mundo. Un día les contó su decisión de ir al seminario y todo se volvió caótico, pero uno de esos hermanos que fueron a preguntar a la iglesia quién era Dios lo defendió y mediando logró cierta armonía en la casa. Quizá fue esa una forma de expresar su fe, pero lo cierto es que poco tiempo después falleció. El chico con vocación crecía entre dificultades muy personales y el drama de su familia con una fe tan fuerte que su espíritu parecía invencible, aunque hubo lágrimas, sin duda. ¿Cómo puede ser que tengas esas ideas si nosotros nunca les enseñamos eso? le decían, como preguntándose ¿acaso no es este nuestro hijo?, ¿qué es lo que le pasa?, ¿a qué se debe este cambio en su conducta?. Con el tiempo el joven declinó su camino porque sentía miedo, incomprensión y no había madurado ni su sexualidad ni sus ideas; siempre había sido inseguro y disconforme de sí mismo. Pero Dios no lo abandonó.

Creciendo en la fe, en la Iglesia y con la ayuda de dos padres espirituales maduró su historia de vida, logró pacificar a los suyos y escuchar de sus hermanos pedir el bautismo. Su papá fue más cristiano y su mamá más devota.

Un profeta no es querido por los suyos, pero si la fe es del tamaño de un grano de mostaza, pequeña pero de calidad, la esperanza es coronada con un milagro del Señor. Es difícil ver luz donde la fe no existe; allí Dios no puede hacer mucho, pero donde haya fe firme no es tiniebla la cruz que se cargue, sino un bendición que se gana cada día de pie por cada caída y delante del Señor.

En confinación las cosas son más difíciles, el tiempo sagrado es más frecuente en la casa y no todos comparten las mismas ideas. No te desanimes, hasta Cristo fue incomprendido al punto de tener que esconderse. Pero Él no te abandona en ningún momento de la vida, te entiende y sabe cada momento para guiarte aún en medio de la tempestad. Su gracia te basta.

sábado, 3 de julio de 2021

Santo Tomás, Apóstol

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San

                                                           Jn. 20, 24-29


Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!». El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré».

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe».

Tomas respondió: «¡Señor mío y Dios mío!. Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!».

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«¡Felices los que creen sin haber visto!» dice Jesús; nosotros, la Iglesia de hoy no vimos a Cristo a los ojos, pero lo recibimos en el sacramento y nuestra fe llega a conocerlo por medio del espíritu. Tenemos la esperanza sólida de verlo algún día cara a cara mientras vivimos esforzándonos con esta felicidad interior para practicar las enseñanzas apostólicas.

Tomás es el Apóstol de la fe sobre la prueba, y una fe que vacila. Es el instrumento elegido por el Señor para dar testimonio entre los incrédulos, los racionalistas y los agnósticos, porque, como dijo San Gregorio Magno, Tomás tocó las llagas constatando la humanidad y corporeidad de Jesús, pero su fe entonces lo hizo exclamar ¡Señor mío y Dios mío! (lo cual no puede escucharse ni de un simple incrédulo ni de un testigo que viera en Cristo a un profeta, por ejemplo, a quien los judíos no llamaban «Señor» ni mucho menos «Dios»).

Tomás es el Apóstol de los tiempos en que la humanidad se aparta de Dios, recordándonos que él fue testigo de los milagros, de Cristo físico antes y después de su resurrección. En sus Apóstoles, El Señor nos pensó todo auxilio para el viaje, todo lo que necesitamos para alcanzarlo mientras peregrinamos con fe. Solo nos queda dar el siguiente paso, que es ser testigos de esa fe que se cimenta en Tomás como en los once. Esa es el paso de proclamación de Cristo vivo hoy, en la propia vida y entre nosotros, los humanos de hoy. En ese paso puede haber cruz y dolor, pero es más fuerte el espíritu que reverdece en el Nombre del Señor.

Tomás es el símbolo susurrante de los que tienen un dolor que sanar, de aquellos que se sienten defraudados, olvidados, indefensos de justicia, apagados... No, Dios te olvida, nunca. Él vive y espera que, como Tomás, estés en la casa, en la Iglesia, junto con los demás para hacerse presente y llamarte por tu nombre.

viernes, 2 de julio de 2021

viernes XIII del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                           Mt. 9, 9-13


Al irse de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?». Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores».

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Cristo llamó a Mateo, el mismo que escribió este Evangelio, sabiendo que era publicano, es decir, cobrador de impuestos que el imperio romano gravó sobre los israelitas. Los fariseos se acercaron y a la hora de la comida indagaron a los discípulos de Cristo: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?». Para los fariseos y para el pueblo judío que seguía su doctrina era abominable sentarse a la mesa con pecadores. No importa la persona, para ellos solo cuenta la apariencia, lo externo, los hechos vistos pero nunca su causa. ¿Quién sabría valorar el interior del hombre sino solo Dios y quienes por Él estén instruidos en la verdadera ley?... «Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios» les dice. Y es la misericordia por los enfermos y pecadores la que causó el Nacimiento del Hijo en el pesebre de una humilde ciudad no tan lejos de Jerusalén. Todos los humanos somos pecadores, salvo la mujer que es Madre de Dios. Jesús también vino a salvar a los fariseos, pero muchos de ellos solo veían lo que elegían ver, oponiéndose a las verdades, confrontando a la Verdad.

Felices nosotros, católicos, es decir verdaderos cristianos, si ante los fariseos de nuestro tiempo sabemos dar ejemplo de misericordia sin cerrar las puertas a los que estando lejos se nos mandó a evangelizar... Muchos de nosotros somos como Mateo, que nuestra conversión no deje nunca de tomar la cruz en camino al Señor, porque levantarse una y mil millones de veces después de las caídas es también ejemplo y signo de esperanza para quienes buscan a Dios. Bendita cada llaga, lucha, insulto, humillación e incomprensión, porque los que así pasamos por el mundo, mas con la fe del bautismo, somos la buena semilla del Sembrador.

jueves, 1 de julio de 2021

jueves XIII del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                            Mt. 9, 1-8


Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad. Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados». Algunos escribas pensaron: «Este hombre blasfema:. Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: «¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: "Tus pecados te son perdonados", o "Levántate y camina"? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados –dijo al paralítico– levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». El se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.

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Hoy preguntaríamos ¿qué es más fácil pedir?, ¿la curación de una parálisis o el perdón de los pecados?. Muchos son los que piden a la Virgen o a los santos milagros de todo tipo, con lágrimas, voz suave y manos juntas aferrando algún rosario o estampita o quizá hasta una reliquia de segundo grado. No es que así comience una sentencia de pleno juicio temerario, porque puede que todo eso se haga conforme a la bendita verdad, pero... ¿qué pasa cuando la oración no es más que un «Señor, Señor»?, ¿no es que Dios escucha la oración de los justos? ¿quién puede decirse justo?. Nadie puede decirse justo en cada tramo de su vida que no sea la Santísima Virgen Madre; en concreto, ser justo es balance de un itinerario o conciencia de un momento puntual. El que vive la facilidad de pedirle a un Dios invisible un milagro sin poder siquiera concebir pedir perdón por sus pecados en el sacramento de la reconciliación (que es inagotable prueba del amor de Cristo por nosotros y como el sístole-diástole de la vida espiritual cristiana), ese no es más que un ejemplo farisaico.

Jesús les dice, para que vean su poder, que los pecados le son perdonados y la salud le es devuelta al hombre con parálisis. Si esos fariseos se hubieran convertido, ellos mismos le hubieran pedido al Señor que les perdone sus muchos pecados, sanando así la parálisis de sus vidas. Pero algunos glorificaban a Dios por el poder dado a los hombres. Evidente incomprensión del poder de la fe y manifiesta negación del Mesías, que es Jesucristo.

Hoy la Iglesia sufre parálisis pero tiene fe, y es, de hecho, el arca de la fe. Mientras el Papa lleva adelante la difícil y bendita labor de apacentar a las ovejas, el clero se reduce y faltan operarios al tiempo que la pandemia estrangula la vida eclesial en torno al ara de eucaristía. Son tiempos de profunda reflexión casi como un salmo de clamor al Cielo. Hemos sido motivo de escándalo para los más pequeños, hemos decidido volver la espalda al Señor, hemos revestido nuestra miseria con la soberbia, y llegó el león rugiente que rondaba buscando a quien devorar. Solo en la comunión de los santos, en la intercesión de nuestras plegarias que son de pies en tierra y espíritu contrito, podemos presentarnos ante Dios para sanar de perdón y salud. Entonces diremos «Salud de mi rostro, Dios mío».


Spera in Deo, quoniam adhuc confitebor illi, salutare vultus mei et Deus meus.