domingo, 9 de junio de 2019

Solemnidad de Pentecostés

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                     Jn. 20, 19-23

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.
____________________________

Este día celebramos Pentecostés, solemnidad con la que recordamos el día en que los doce Apóstoles recibieron el Espíritu Santo, como Cristo les había prometido. La narración que nos dejó Lucas en los Hechos de los Apóstoles (Hech. 2, 1-11) dice que estando reunidos ellos y algunos cristianos venidos de otros lugares del mundo conocido se oyó un ruido desde el cielo, como una ráfaga de viento que resonó en toda la casa. Vieron unas lenguas de algo parecido al fuego que descendieron por separado sobre cada uno de ellos y comenzaron a predicar las maravillas de Dios en distintos idiomas.
Es de contrastar este hecho de hablar en diferentes idiomas (don de lenguas), con aquel lejano hecho del Antiguo Testamento que habla de vanidad y soberbia humanas contra Dios al construir una torre en Babel. Se sabe que Dios confundió la lengua de los hombres entonces, quizá para enseñarles que no se llega al cielo desde la vanidosa voluntad humana que solo es capaz de hablar de sí y de gloriarse de sí, sino que es Dios quien llama a su Casa a los hombres y les da sus dones para que compartan entre ellos la amistad con Él y comuniquen su Misericordia que nada tiene que ver con el egoísmo cerrado del que pretende arrebatar al Señor por su solo monólogo camino de sombras, más que de Cielo.
Ya el Evangelio de hoy no habla de la aparición de Jesús entre los Apóstoles (en ese momento no estaba Santo Tomás entre ellos); el Señor les dio el saludo de la paz y les dijo que así como el Padre lo envió a Él, también Él los enviaba a ellos. Luego sopló sobre ellos diciendo "reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". Vemos que el viento es un símbolo acertado, entre otros,  para referirnos al Espíritu Santo, ya que en el Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles es este "aire" el que se escucha y no se ve y es el Espíritu de Dios que busca habitar en los cristianos.
El pasaje de Juan cuenta que estaban las puertas cerradas por temor a los judíos, es decir, los Apóstoles tenían miedo de que los judíos ingresaran a buscarlos y los encarcelaran o torturaran como hicieron con Jesús. Así es como se aparece Jesús, estando las puertas cerradas, los saluda, les muestra las heridas para que no se asusten y sepan que es Él. Dice el mismo pasaje que los Apóstoles se llenaron de alegría cuando lo vieron (es importante señalar que esta fue la primera aparición de Jesús resucitado, en el Evangelio de San Juan, en la tarde del día de la Resurrección), luego Cristo los saluda y los envía a proclamar la Buena Noticia a todos los hombres. La Buena Noticia, el Evangelio, es que Él resucitó y nos reconcilió con Dios para siempre, perdonando al hombre la desobediencia de Adán. Al mismo tiempo les dio Él mismo la autoridad de perdonar o retener el perdón de los pecados, y este es el origen del sacramento que hoy conocemos (sacramento de la reconciliación), aunque ya había sido incluido de manera implícita en las "llaves del Cielo" que Jesús dio a Pedro.
Este día es también recordatorio de la confirmación sacramental como tal; los que hemos sido confirmados en la fe estamos llamados a proclamar, desde nuestro estado canónico, el Evangelio porque hemos recibido a Dios mismo en nuestro espíritu y tenemos, entre otros dones preciosos, los siete dones del Espíritu Santo (sabiduría, ciencia, consejo, fortaleza, inteligencia, piedad y temor de Dios). Es un hermoso día para cambiar algo en nuestras vidas, para servir mejor al Señor y ayudar a otros en su vida acercándoles lo más preciado que pueda haber: a Dios mismo.

lunes, 3 de junio de 2019

San Carlos Lwanga y compañeros, mártires

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                     Jn. 16, 29-33

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, los discípulos le dijeron a Jesús: “Por fin hablas claro y sin parábolas. Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios”. Jesús les respondió: “¿Ahora creen? Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: Yo he vencido al mundo”.
______________________

" En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: Yo he vencido al mundo" son las palabras del Señor con las que recordamos hoy a los mártires de Uganda, África, en el ocaso de los tiempos decimonónicos. Carlos, un jóven de 21 años al momento del martirio, nativo del lugar, trabajaba evangelizando a los lugareños como principal a cargo de los católicos que vivían bajo el reino despiadado de Mwanga II. El mismo rey había matado antes a un nativo converso, San José Msaka, que defendió a los niños del palacio contra la pederastía y sodomización homosexual de Mwanga; el santo tenía 25 años de edad. Cuando martirizaron a Carlos Lwanga y sus demás compañeros, entre los que se cuentan también algunos practicantes del anglicanismo (no canonizados por causa evidente pero reconocida su valentía por San Pablo VI, Romano Pontífice en esa ocasión), era un 3 de junio de 1886, día de la Ascensión del Señor. Los mártires de Uganda fueron Beatificados por Benedicto XV el 6 de junio de 1920 y canonizados por San Pablo VI el 18 de octubre de 1964.
Dados los datos del martirio de estos héroes de África moderna, pasamos a considerar la valentía subyacente en el espíritu de los santos mártires. No importó la circunstancia de una monarquía absolutista y más contraria y agresiva a la fe de la Iglesia que la de su predecesor el rey Muteesa I que supo enemistar los tres credos que misionaban en esa época (católicos, protestantes e islamitas); Carlos y sus compañeros dijeron al momento del martirio "pueden quemar nuestros cuerpos pero no pueden quemar nuestras almas", y es indefectible la comparación con Ananías, Azarías y Misael, los tres jóvenes mandados a quemar al horno por otro rey (Nabucodonosor II), según consta en las Escrituras su valentía, aunque no fueron martirizados por obrar Dios un milagro en manos del ángel. Estos jóvenes judíos figuran en el salterio y en laudes para este día del tiempo pascual y, aunque ellos no eran compatriotas de Nabucodonosor ni tenían la intención de convertirlo al judaísmo, diferente es la posición de Carlos Lwanga que era compatriota del despiadado Mwanga y sí tenía intención de evangelizar. Es notable el coraje de los santos que son asistidos por Dios para vencer con valor cristiano, en semenjanza al Señor que ha vencido al mundo y aún más, a la muerte.
En la actualidad siguen habiendo mártires en África, al menos, tenemos noticias de las aberraciones humanas cometidas por los musulmanes extremistas de Egipto. Benedicto XV dijo, en ocasión de la beatificación de los mártires que recordamos hoy "primero los herejes, después los vándalos, por último los mahometanos, de tal manera devastaron y asolaron el África cristiana que la que tantos ínclitos héroes ofreciera a Cristo [...] se viera privada gradualmente de casi toda su humanidad y volviera a la barbarie"... es para pensarlo hoy también, después de las masacres cometidas contra nuestros hermanos en Egipto y Oriente Medio por la intolerancia religiosa de algunos islamitas que mal practican su propia fe, y que comúnmente denominamos "fundamentalistas". Digna de contrastar esta intolerancia con la misión ecuménica que inició San Pablo VI, quien en su homilía de canonización a Carlos Lwanga, Matías Mulumba Kalemba y los demás mártires dijo "No permita Dios que el pensamiento de los hombres retorne a las persecusiones y conflictos de orden religioso, sino que tiendan a una renovación cristiana y civil" (la itálica es mía).
Dios "puede levantar hijos de Abraham aún de esas piedras" dijo Jesús. Que la Santísima Trinidad convierta muchos corazones por medio de la sangre bendita de estos mártires africanos que recordamos; que las guerras de religión se terminen, porque el respeto al otro y a su vida es deber de humanidad incluso, un deber natural antes que un precepto cristiano, aunque los cristianos bien sabemos dar la vida por la fe y respetar la vida que Dios da a sus creaturas. El mismo Dios que en los incrédulos permanece por inmensidad, en nosotros vive por inhabitación; ¿cómo, entonces, podemos aprobar crímen alguno contra la persona, si en nosotros mora el mismo Autor de la vida que abrió nuestros ojos para enseñarnos su omnipresencia y nos mandó a cumplir la ley del Amor?.
Pidamos a San Carlos Lwanga y sus 21 compañeros mártires por la paz en Medio Oriente, por la conversión en África y por los misioneros que allí trabajan evangelizando almas para Dios.

domingo, 2 de junio de 2019

Solemnidad de la Ascensión del Señor

Ascensión • Giotto di Bondone

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
                                                                       Lc. 24, 46-53

Jesús dijo a sus discípulos: “Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto”. Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.
_________________________

Cristo entra hoy a la presencia del Padre con nuestra humanidad glorificada; triunfal sobre la muerte y victorioso sobre el maligno. Esta solemnidad recuerda ese día en que, estando con sus Apóstoles, Jesús se elevó a los cielos donde ahora permanece a la derecha del Padre.
El Evangelio de Lucas que la liturgia presenta en esta solemnidad señala las palabras que dio a sus discípulos antes de partir. Jesús indica que las Escrituras estaban cumplidas en todos los hechos que hasta ese momento ocurrieron por su obra y los que debían ocurrir luego (predicación a todas las naciones). También les recuerda lo que antes les había dicho, que enviaría el Espíritu Santo y con Él serían bautizados con la "fuerza que viene de lo alto"; este es el signo de la confirmación cristiana que sacramentalmente celebramos también en nuestros días. Luego, bendice a los once mientras es elevado al cielo. Este fragmento del Evangelio de Lucas dice que los Apóstoles se habían potrado y que luego volvieron a Jerusalén con alegría, permaneciendo en el Templo y alabando a Dios. Los Hechos de los Apóstoles, del mismo Lucas, señalan que dos "hombres vestidos de blanco", que la tradición señala como dos ángeles, les dijeron "Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir". Quizá estas palabras signifiquen que volverá con gloria y de repente, como se indica en muchas partes de las Escrituras.
Como vemos, Jesús no nos quiso dejar solos; no solo nos dejó el Espíritu Santo, sino que también permanece con nosotros en nuestra alma por la comunión sacramental. Esta solemnidad del Señor nos permite encontrarnos de nuevo en nuestra esencia cristiana, divinizada y con gracias tan excelsas que sobrepasan la dignidad angelical, felices de la vocación a la que fuimos llamados como hijos y coherederos de Cristo. 
La Ascensión del Señor era parte del designio de Dios para hacer del hombre una creatura nueva, a imagen suya y restablecida en santidad original. Por eso, aunque no lo vemos ya cara a cara como tuvieron oportunidad los Apóstoles de mirarlo a los ojos, sí tenemos todo el fruto que su obra redentora nos legó de manera personal y estrechamente vinculada a sí mismo, ya que Él mismo, junto al Padre y al Espíritu Santo hoy habitan en nosotros por su unión íntima e indivisible y por su enorme e incalculable amor por el género humano y por cada uno de nosotros, que hemos tomado de Dios la vida y la regeneración. Llevamos en nuestro corazón su Corazón de Padre que nos nombra y nos conduce a su presencia desde la Eucaristía hasta la oración cotidiana. Hemos sido tan amados que ese Corazón dolido por el pecado de los hombres sufrió en una Cruz con verdadero dolor humano y Divino, ya que Él quiere que todos se salven. Es por eso que entendemos que, muchas veces, el amor duele. Como otros cristos debemos dar un paso más allá de la respuesta que enseña este mundo y, en manos de Dios, donar todo de nosotros para enseñar el Evangelio de manera completa y real, aunque nos hieran las espinas de los ingratos, porque "nuestra vocación mira a esto: a heredar una bendición".
Con Jesús asciende también toda nuestra preocupación por las cosas que nos afectan sensiblemente o perceptiblemente según el estado terrenal en que aún estamos. Todas nuestras flaquezas, dolores, alegrías y fortalezas se elevan para ser colmadas de paz las afecciones e infundidas de Dios las virtudes naturales. Tenemos así un tesoro en el Cielo, pero en el Cielo que es presente en nuestro espíritu, en la esencia profunda de nuestro ser, por conformar la Iglesia en comunión y haber creído en Cristo. Tenemos la dicha de ser templos de Dios, y así vivir en perfecta armonía con cada proposición de santidad, con cada hilo de constancia a pesar de los huracanes que quieren arrojarnos contra el suelo. Tenemos a Dios con nosotros, no podemos menos que adorarlo y robustecer el ejercicio de la fe viva.
Es tiempo de oración y preparación para evangelizar, es tiempo de acción de gracias y de meditación de los sagrados misterios que nos fueron dados en la fe. A pocos días de Pentecostés, cultivemos el espíritu viviendo como verdaderos cristianos y obremos la caridad y misericordia auténticas que evangelizan y atraen, como Cristo atrajo a tantos hombres del mundo, nuevas almas que serán luego nuestros hermanos para siempre.

sábado, 1 de junio de 2019

San Justino, mártir

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                  Jn. 16, 23b-28

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta. Les he dicho todo esto por medio de parábolas. Llega la hora en que ya no les hablaré por medio de pa­rábolas, sino que les hablaré claramente del Padre. Aquel día ustedes pedirán en mi Nombre; y no será necesario que yo ruegue al Padre por ustedes, ya que él mismo los ama, porque ustedes me aman y han creído que yo vengo de Dios. Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre”.
_______________________

Las palabras de Cristo llaman a la confianza en Dios, que escucha a sus hijos y no niega las gracias necesarias para que el cristiano camine en la fe con paso firme de perfección cristiana. Cuantas veces estemos en necesidad del auxilio divino el Señor escuchará nuestras plegarias en nombre de Jesús, porque Él es nuestro mediador ante la Majestad de Dios y con su propia vida colmó nuestra débil humanidad hasta alcanzarle la Vida que es eterna de misericordia y aun el Bien supremo e increado para toda la existencia exclusive el mal. Para pedir al Señor las gracias que desea nuestro corazón nos ponemos en su presencia con la señal de la Cruz, y pedimos por medio de oraciones (como el Padrenuestro y el Avemaría) y por medio de palabras simples (en nombre de Cristo dirigidos al Padre que nos escucha por la filiación adoptiva, como enseña Jesús en este fragmento del Evangelio). Pedimos por la salud, por el trabajo, por la familia y por la patria. Pedimos por nuestro propio camino, que quiere crecer en santidad hasta lograr el honor máximo que es ser buen cristiano, "perfectos como el padre que está en el Cielo", lo cual es probablemente alcanzable, ya que es el plan del Maestro para los suyos...
Pedimos en nuestras oraciones por todo aquello que nos parece justo, aunque sabemos decir "hágase tu voluntad" más con el espíritu que con la simple razón humana. Pero, sin importar los resultados de esa oración, que siempre debe estar bien hecha porque es un diálogo con la Trinidad, no con otro sencillo humano, sin importar lo que suceda nuestra fe es siempre firme. En cierto grado resignamos nuestra tendencia al mundo cuando pedimos al Padre por los enfermos, por ejemplo, en cuestiones muy puntuales como la vida terrenal personal de ese enfermo. Muchas veces nos damos cuenta que Dios llama al enfermo para pasar de este mundo a su presencia, y ello debiera ser motivo de alegría, aunque el dolor de la "pérdida" confunda el sentir de los que acá quedamos. Aún así, Jesús dice "tendrán una alegría que será perfecta", y en esto consiste la alegría de los santos, los llamados a la santidad universal y los que han alcanzado el umbral del Cielo ya en este mundo, como son los santos canónicos.
Hoy celebramos, por la mañana, la memoria de San Justino, un mártir de los primeros tiempos cristianos que ya desde joven sintió el llamado evangélico y predicó con valentía al Señor. Se conoce de este santo su apología  dirigida a Antonino Pío (emperador de Roma) en la que detalla cómo se celebraba la Eucaristía en aquel tiempo (siglo II); también escribió otras obras apologéticas y de valor histórico sobre filosofía y teología. Podemos imaginar, conociendo detalles autobiográficos sobre este santo mártir, que en el momento de ser juzgado por el prefecto romano Rústico, en Roma, le estaría pidiendo a Dios la conversión de esos verdugos y de todo el pueblo romano. Predicaba con gran ciencia y llegó a establecer una escuela de filosofía en la capital del antiguo imperio donde enseñaba la fe cristiana. Qué aplicables son las palabras del Señor en la vida de este santo, y de todos sus compañeros, ya que los mártires interceden por su sangre y heroísmo mediante el ruego de espíritu que dirigen a la Trinidad. Dios mismo, entendiendo los gemidos del Espíritu Santo que habla por ellos, colma de gracias a quienes los santos dirigen su actividad evagelizadora. Es innegrable que Dio escucha sus plegarias aún ante la inminente injusticia que supone el flagelo que les infrigen los incrédulos vacíos de fe. Sobre el juicio justo, solo el Señor conoce el veredicto; a los santos como Justino les alegra perfectamente enseñar el Evangelio y viviéndolo y dar la vida propia por el Señor si es necesario.
San Justino intercede por la Iglesia hoy también, que es tan necesaria la memoria de los mártires como ejemplo de vida para todo cristiano. Siempre ha habido mártires en la Iglesia, hoy los hay en medio oriente y hasta en la lejana Asia. En tiempos de hedonismo y de materialismo tan radical como el que practica la mayoría de nuestros contemporáneos, las enseñanzas de éste santo mártir nos ayuda a tener siempre el contacto necesario con la fe auténtica y original, la misma que hemos recibido del Señor. Pidamos, por intercesión de San Justino, que jamás se apague la llama del Espíritu Santo en los elegidos de Dios, en los catecúmenos y en las familias de nuestros días; que la llamada al cristianismo auténtico, mas en orden al Evangelio que a un "ismo" desacralizado, nos arrebate el alma en manos de Dios para que podamos ser servidores y amigos del único Dios verdadero. Que la valentía de los mártires encienda el fuego de la evangelización en nuestra esencia, en nuestro ser cristiano y en la vida, tanto la propia como la de los que estarán hoy cerca nuestro. Amén.