miércoles, 4 de agosto de 2021

San Juan María Vianney

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                      Mt. 15, 21-28


Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio». Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos». Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel». Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor, socórreme!». Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros». Ella respondió: «¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!». Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!». Y en ese momento su hija quedó curada.

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Hoy la Iglesia celebra la memoria de San Juan María Vianney, el santo cura párroco de la ciudad de Ars-sur-Formans. Por este santo, también celebramos el día del sacerdote (y especialmente el día del párroco). Es que el santo cura de Ars fue un ejemplo a seguir en su tiempo y un modelo ideal de ministro; en palabras de otro santo, Pío X, es «el tipo acabado de los sacerdotes en su ministerio». Su biografía puede leerse en línea en la una traducción al castellano de la enciclopedia católica o en los libros biográficos; solo daré al lector un esbozo de su vida que es, sin duda, perfume de santidad.

Nace en Dardilly el día 8 de mayo de 1786, muy cerca de la histórica ciudad de Lyon, en Francia. Desde su edad escolar nunca tuvo buen rendimiento intelectual según las fuentes de su época (eran tiempos de revolución y persecución a los cristianos, tiempos peligrosos incluso para niños católicos de edad escolar). El año 1801 se firma un concordato entre el Consulado (Napoleón) y el Vaticano que permite  reconstruir medianamente y de manera progresiva la iglesia que había intentado extinguir la Revolución Francesa. El santo fue llamado a la guerra contra España, que era parte de la orquesta bélica de Napoleón para conquistar Europa, pero deserta accidentalmente, disgustando a su papá. Su hermano menor toma su lugar. En Ecully retomó sus estudios y fue enviado al seminario, donde tomó cursos de filosofía en francés, ya que no entendía latín. Fue echado del seminario pero su defensor, el párroco Balley, intercedió y así logró superar los estudios para ser ordenado sacerdote el 13 de agosto de 1815. Ayuda al padre Balley hasta que este fallece el año 1818 y entonces es enviado al pequeño pueblo de Ars, pero nunca fue nombrado párroco. A pesar de todas sus dificultades el santo hará de aquella pequeña aldea francesa un lugar de peregrinaje para cristianos de toda posición social en Francia e incluso en el extranjero, confesando hasta 16 horas diarias, catequizando, ayudando a los misioneros y velando por el cuidado y formación de los niños.

Como vemos en el Evangelio, Dios elige a los humildes y a los últimos haciendo con ellos verdaderas maravillas mediante la fe. Este día pidamos a San Juan María Vianney por la vida, la fe y la santidad de nuestros sacerdotes. Pido particularmente por todos los sacerdotes que el Señor me permitió conocer en la iglesia y especialmente por mis padres espirituales Ariel y Alberto. Saludo a los sacerdotes dominicos por esta fecha en que también celebran el nacimiento del fundador.

domingo, 1 de agosto de 2021

domingo XVIII del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Juan

                                                                       Jn. 6, 24-35


Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?». Jesús les respondió: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello». Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?». Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado». Y volvieron a preguntarle: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo». Jesús respondió: «Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo». Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les respondió: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed».

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El Señor nos ha elegido con amor inefable, eligió a cada uno de nosotros con infinitos amor y misericordia hasta tomar nuestra frágil naturaleza e humildes condiciones. Él nos eligió no como se elige un objeto, sino como quien elige a un amigo, y compartiendo la amistad lo hace hermano en el corazón, y habiéndolo hecho hermano lo cuida como a un hijo. Somos los hombres más felices por tener a Cristo como Hermano y a la fe completa como lazo de amor. Y este amor no es egoísta sino un vínculo que llena el espíritu e ilumina la mente para optar libremente una respuesta cada día a tan magnífica amistad. Así como dos amigos comparten la alegría o la tristeza, la unión o la distancia momentánea, de la misma forma transitamos esta hermosa amistad que Dios propuso al hombre y que muchos aceptamos y reafirmamos a pesar de los desencuentros pasajeros que propiciamos con mano netamente humana.

Libremente elegimos reconciliarnos o irnos muy muy lejos, donde la tristeza nunca pasa y nos infecta de adicción fatal. Nos alimentamos de nuestro sustento o de nuestro veneno teniendo por sustento mucho más que solo pan, aunque el Pan del Cielo aparenta pequeñez y fragilidad, mientras que el veneno es un gran banquete de venenos que se ocultan y nos vuelven a mirar en odio y sarcasmo de enemigo... Ese Pan que es nuestro Amigo y Defensor es el que queremos y con el cual caminamos hacia el triunfo aunque tengamos que volver como Elías cruzando el desierto.

Algunos, sintiéndose protegidos por Él miran solo el pan contando el trigo en el granero, como quien busca la propia ventaja simulando una amistad con espíritu de traición. ¡¿Cuanto dolor cabe en el Corazón del Inocente?! ¿Podrá hallar la misericordia un eco humano en los aduladores?. Cristo responde con omnisciencia y esperando conversiones: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse». Nadie debe engañarse, Dios no es como un amigo entusiasmado a quien se puede engañar. Todos los beneficios pretendidos de una fingida amistad encuentran en ración de tiempo la ruina y el vacío que devoran al soberbio hipócrita sumiéndolo en verdadera hambre, sofocándolo con ardiente sed. Todo lo que necesitamos es la verdadera amistad con Jesús, que nos dice, y nos repite: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed».

sábado, 31 de julio de 2021

San Ignacio de Loyola

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Lucas

                                                                      Lc. 14, 25-33


Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: «Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: "Este comenzó a edificar y no pudo terminar". ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.

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De la misma manera que enseña Cristo sobre el renunciamiento de sí mismo, condición necesaria para la vocación de todo cristiano, de esa forma siguió san Ignacio al Señor. Habiendo hecho una carrera militar y tras una herida en batalla, aquel soldado acostumbrado al combate y al ejemplo de los caballeros medievales pidió un libro de caballería y solo había libros de santos y de la vida de Jesucristo para leer en esa circunstancia de reposo y curación. El santo conocerá a los verdaderos caballeros y al verdadero General, cuya guerra requiere mayor valentía que la que se da con armas humanas y el entrenamiento es más exigente al tiempo que son mucho mejores las victorias.

San Ignacio se convierte mientras se cura de una grave herida de guerra y decide renunciar a todo para servirle al Señor. Solo un episodio de su adolescencia, según quedó documentado, tomó la tonsura pero la vida religiosa no prosperó en su alma, más bien inclinada hacia el vicio de la carne. Tras su agonía y cura inexplicable de su fiebre, después de la herida de cañón que le dejó secuelas, Ignacio se sentirá impulsado a competir nada menos que con los santos, en ayunos, peregrinaciones, y demás prácticas propias del ejército santo de Dios. Tras dejar sus riquezas y su pecado, luego de haber visto a la Virgen Madre y al Niño, decide vivir la penitencia y la oración. Sin aptitud para la vida eremítica, su director espiritual le aconsejó abandonar ese plan; Dios le tenía preparado un sol en pleno invierno. Es que tras su fallida peregrinación a Tierra Santa, sus numerosos obstáculos y sufrimientos por parte de sus hermanos cristianos y su siempre frágil salud, Ignacio viaja a Roma a ver al  papa y allí fundará su orden religiosa, la Compañía de Jesús.

La obra de San Ignacio es de cuerpo y espíritu, de cuerpo en su Societas Iesu, de espíritu en su libro de ejercicios espirituales, los cuales se siguen realizando hoy, entrado el siglo xxi.

El asceta debe educar sus sentidos, pasiones y hábitos. Para los sentidos el modelo es el cuerpo de Cristo. Las pasiones se mitigan con el fuego de la Palabra y los hábitos se asimilan o se corrigen con una voluntad santa y constante.

Si la llave de la puerta estrecha es el amor de dilección, el pasador es el odio, y en él la punta de lanza remite siempre a la enemistad. Pero Cristo nos mandó amar a nuestros enemigos, no para humillarnos, sino para humillar al mal en nosotros, dotando al hombre de una visión sobrenatural de la realidad. En efecto, es natural a la carne responder los ataques con la guerra, mas el espíritu instruido en Dios conoce lo que es guerra de verdad y distingue a satanás de la humanidad. Debemos ver en nuestros enemigos humanos una debilidad por falta de sustento espiritual y la circunstancia provechosa para el enemigo demoníaco que acecha a los más débiles.

domingo, 11 de julio de 2021

domingo XV del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos

                                                                          Mc. 6, 7-13


Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo: «Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos». Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.

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El Evangelio es urgente, puede decirse al meditar este fragmento sinóptico. La Buena Notica que Cristo envía a proclamar en voz alta a todo el mundo no debe esperar ni debe ser planificada con medida humana, sino comunicada por la gracia del Espíritu Santo operante.


Llamó a los doce, les dio poder por sobre el mal, los envió con urgencia de dos en dos, los mandó a liberar a los hijos de Adán y a combatir al diablo y su peste. La llamada de Dios nos dignifica, y nos compromete el ser nuestro «sí». Respondamos como Pedro, aún con nuestros pecados, miedos y limitaciones y no como Judas Iscariote; Quien nos llama nos da la fuerza y la saviduría, y es Él mismo nuestra vida, no el aire inhalado. Nos quiere santos porque nos ama como a hijos, así que nos da por la fe el triunfo contra satanás. Pero este Reino nuevo y eterno no es egoísta ni mezquino; lo que recibimos es lo que debemos compartir sin importar las negativas. Jesús nos envía sin abandonarnos, ya que donde se junten dos o más en su Nombre estará Él e medio de ellos y así la proclamación del Evangelio es obra de Dios que sostiene la misión de la Iglesia Católica, fuente de salud para los hombres que reciben el Evangelio, espada de ruina para las huestes del mal.


No quiso que lleven dinero para que buscar los fondos no postergue el llamado católico a la conversión (es decir, el llamado mundial y universal a ser hijos de Dios, reyes y sacerdotes, templos de Vida en la Ciudad del gran Rey). Tampoco quiso que lleven carga para el viaje, ni más vestimenta que la necesaria. En pocas palabras, Jesús envía a construir la Iglesia con dedicación verdadera y sin contratiempos ni absurda prevención, porque muchos necesitan de Él mientras están perdidos y son azotados por el mal (el diablo es evidente ahí donde falta el mensajero de Dios). Es notorio también el efecto de la gracia que nos mueve a evangelizar aún sin tener obligación de hacerlo. Urge llevar a alguien más este fuego que quema sin quemar porque es tan inmenso y fuerte que nos rebasa y nos transforma a verdadera imagen suya. Y que el mundo necesita a Dios se puede observar por doquier tanto en pandemia como en el mejor de los momentos; el hombre sufre amargamente cuando se ve afectado por sucesos hostiles y festeja con desmesura cuando la dicha es muy grande, siendo igualmente constantes la astucia diabólica y la debilidad de la carne.


Con presteza hagamos de este día un motivo de alegría verdadera para cuantos tratarán con nosotros este domingo; que seamos instrumentos de Dios acreditados en la fe por nuestras obras y no antepongamos nada a Él, que nos envía a compartirlo sin más.

viernes, 9 de julio de 2021

Nuestra Señora de Itatí

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                       Mt. 10, 16-23


Jesús dijo a sus Apóstoles: Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas. Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará. Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra, y si los persiguen en esta, huyan a una tercera. Les aseguro que no acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes que llegue el Hijo del hombre.

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Jesús continúa dando instrucciones a los doce, advirtiéndoles los peligros pero enseñándoles a luchar contra la desesperanza. Cristo les habla de la permanente asistencia divina por medio del Espíritu Santo y les dice «Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará».


Tanto en la adversidad como en la homeóstasis, individual y colectiva, nuestro auxilio nos viene de Dios que es a quien debemos dar gracias por los buenos tiempos y llamar con nuestras súplicas en los momentos difíciles. La fe debe ser inamovible, independiente de la variación temporal, asentada sobre la piedra sólida del Evangelio vivido. Tal es la fe que tiene la Virgen María desde que nació y habiendo dado a luz a Cristo por obra del Espíritu Santo permaneció en su fe hasta su gloriosa Asunción.


«Itatí» es «punta de piedra» en idioma guaraní. Hoy recordamos el milagro de la estatua de Nuestra Señora que hace medio milenio en tierras de la actual Corrientes, Argentina, fue encontrada precisamente sobre una piedra cónica a orillas del río Paraná, cerca del antiguo puerto de Santa Ana. Se sabe por la tradición que los franciscanos llevaron la imagen a la iglesia muchas veces, mientras otras tantas desaparecía y era encontrada de nuevo a orillas del río; los indígenas la habrían robado pero la estatua volvería a aparecer en el sitio donde finalmente será construido el templo que llegará a ser basílica. Si bien la leyenda y el misterio rodean la historia de esta imagen, se puede decir que el acontecimiento más sobresaliente es la conversión de aquel pueblo y su fe. Una fe que trascendió las fronteras del Virreinato y hasta nuestros días mueve a peregrinar a tantos cristianos.


Nuestra Señora de Itatí, que conoce desde los inicios coloniales (Estuvo allí antes de la fundación del pueblo) las dificultades y alegrías de esta Nación que también hoy celebra su nacimiento tras el acta de independencia, nos ampare en tiempo de aflicción y nos custodie siempre intercediendo ante el Señor por todos nosotros. Y nosotros, como buenos hijos de Nuestra Madre que nos dio Cristo en la Cruz, mantengamos la fe sólida tallada sobre la piedra con el cincel de la cristiana voluntad, sabiendo ser para gloria de Dios y bien de la humanidad astutos como serpientes y sencillos como palomas.

jueves, 8 de julio de 2021

jueves XIV del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                       Mt. 10, 7-15


Jesús envió a sus doce apóstoles, diciéndoles: por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento. Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella. Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes. Y si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies. Les aseguro que, en el día del Juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas menos rigurosamente que esa ciudad.

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A los doce Apóstoles envía Cristo para continuar su Evangelio, misión de la Iglesia presente en los sucesores como cabeza y en el conjunto de los bautizados.


El Señor establece ciertas pautas que debemos observar para cumplir su mandato y estas reglas son las mismas tanto para evangelizar a quienes aún no conocen a Dios como a quienes conociéndolo desarrollan su vida de fe propia de todo buen hijo. Dice Jesús «No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino», porque el discípulo no es más grande que su Maestro y Cristo vino pobre para los pobres, enseñando la regia santidad a la carente humanidad ensombrecida.


Que los hombres de buena voluntad reciban el Evangelio conforme al modelo que han recibido los enviados, para que la glorificación de Dios al brillar ilumine hasta el espíritu de quienes lo reciben. Que los rebaños del Buen Pastor reciban en sus corazones cristianos a los Obispos, sin murmuración ni pendencia, como nos fue enseñado por los Apóstoles y Padres de la Iglesia. En fin, que seamos de Cristo y no de nuestro peso de imperfecciones (muchas veces disfrazadas de ciencia divina) para dar testimonio vivo de la fe que no muere.


Nos basta hacer presente el Evangelio sin recibir sonrisa u ofensa en copa de paganos, porque nuestro cáliz contiene sangre celestial y Cristo es nuestro más caro bien. No debemos devolver los males ni regocijar nuestro espíritu en los halagos, y esto es norma santa para todo cristiano. El que comulga guárdese de no traicionar al Señor aceptando en su mente y corazón la ira contra el otro. Por el contrario, debe meditar cuán grande es el alimento que recibe, que alcanza la eucaristía para vivir la eternidad en Dios. Escuchemos entonces a quien es la Palabra y procuremos la paz verdadera, la misma que procede de la Verdad y pacifica la casa donde se recibe o juzga aquella que cierra sus puertas.

miércoles, 7 de julio de 2021

miércoles XIV del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                          Mt. 10, 1-8


Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó. A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: «No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente [...]».

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En el versículo número ocho notamos la Voluntad de Cristo respecto de la gratuidad con la que los Apóstoles debían administrar entre los hombres las cosas que Jesús les estaba y estuvo donando. En esta administración se incluyen todos los bienes de provecho espiritual y aquellos que son materiales, estén o no relacionados con lo sobrenatural, en tanto convengan a la auténtica dilección cristiana. Su Voluntad es extensiva a toda la Iglesia cuyos cimientos son los doce Apóstoles (Matías en el lugar de Judas el taridor). Pero el mismo Jesús dirá, dos versículos después en la Sagrada Escritura, «el que trabaja merece su sustento», con lo cual dignifica el trabajo y manda que el sustento sea consecuencia del trabajo, no una comodidad.


A veces parece como si la sociedad fuera una cuerda vibrando entre dos locus, por un lado el sustento a costas del Estado (caso de políticos y de ciudadanos) y por el otro, el desempleo y la escasez de recursos financieros, situación ajena a la agenda del gobierno y a la sensibilidad humana de un Estado ya enfermo de mezquindad y nimiedades energúmenas. Ante esta situación urge un nuevo plan de directrices sociales que reflejen el cumplimiento al mandato del Evangelio que es despojarse del lujo y propiciar el empleo. En otros tiempos hubo ejemplos de administración que venían del corazón de la Iglesia y eran bendición para el pueblo diverso. Desde los monjes hasta los misioneros, desde las Constituciones dominicanas hasta las circulares de los últimos once Papas. Quizá haya cristianos entre nosotros que por la providencia de Dios germinen del Evangelio una nueva mecánica de sociedad y digno empleo; los aguardamos con la esperanza puesta en Cristo.


En el binomio del servicio y el sustento la clave es el debido equilibrio de cara a Dios y a los connaturales. Los monasterios y conventos conocen este equilibrio hace siglos, baste recordar el principio benedictino ora et labora que a su medida siguen también los ascetas, como por ejemplo San Guillermo de Vercelli, o las demás órdenes monásticas como la Orden Cartujana; la regla de San Agustín y su principio de ecuanimidad en la distribución de los bienes es otro ejemplo valioso que practica hasta este minuto la Orden de Predicadores. Y, por si fuera poco, tenemos la enseñanza bíblica, como el cap. 9 de la primera carta a los cristianos corintios o más claro aún el cap. 5 de la primera carta a Timoteo, ambos Textos Sagrados de la pluma de San Pablo apóstol. 


Tanto en la vida de la Iglesia como en la sociedad diversa debemos, hoy quizá más que nunca, tener en claro por un lado la gratuidad de los bienes intangibles, cuya intersección entre la Iglesia y el Estado son los valores y principios esenciales y derivados que dan a la vida y al ser concreto el reconocimiento consecuente de su dignidad inherente. Y, por otro lado, la necesaria certeza del desarrollo humano vital que no debe sustituirse jamás con la limosna, por más estatus de piedad religiosa que se perciba del término. Por lo tanto, no aproveche la malicia del practicante o el incrédulo la bondad de quienes dan gratis aún padeciendo carencias (y esto en lo material como en lo intangible, por ejemplo, el sufragio o la inocente confianza). Es deber de humanidad conservar la vida humana con su dignidad inherente a la esencia más que a la forma. Ello implica el respeto absoluto de existencia y desarrollo cohesionados en la libertad del individuo, homologado todo esto al conjunto social.


Jesús instruye a los Apóstoles en la fe viva; nosotros, cristianos vivamos la fe de los Doce, que es Cristo mismo, haciendo para el Señor un Reino de luz sobre un mundo entre sombras.

martes, 6 de julio de 2021

martes XIV del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                        Mt. 9, 32-38


En cuanto se fueron los ciegos, le presentaron a un mudo que estaba endemoniado. El demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar. La multitud, admirada, comentaba: «Jamás se vio nada igual en Israel». Pero los fariseos decían: «El expulsa a los demonios por obra del Príncipe de los demonios».

 Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha».

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La compasión de Cristo se hizo mandato a sus discípulos; «Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha» les dijo. Con las mismas palabras nos pide hoy Jesús que roguemos por más trabajadores, no nos dice que salgamos a buscar trabajadores, sino que le pidamos al Padre para que envíe esos cosechadores que su campo requiere. La Iglesia ve en estas palabras una imagen de las vocaciones al orden sagrado. Muchos pueblos, en efecto, carecen hoy de presbíteros, y esta es una situación que mueve a compasión a todo cristiano auténtico. En plena pandemia viral estos trabajadores necesarios son indispensables para llevar a los cristianos la Eucaristía como así también los demás sacramentos, especialmente los de la reconciliación y de la unción de los enfermos.

Roguemos a Dios que nos envíe trabajadores, y que estos trabajadores llamen a la puerta habiendo sido elegidos por Él para la cosecha de su campo.

lunes, 5 de julio de 2021

lunes XIV del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                      Mt. 9, 18-26


Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: «Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá». Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.

Entonces de le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: «Con sólo tocar su manto, quedaré curada». Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: «Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado». Y desde ese instante la mujer quedó curada.

Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo: «Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme». Y se reían de él. Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó. Y esta noticia se divulgó por aquella región.

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La salud y la vida que son nuestras posesiones más valiosas tienen en nosotros un lugar muy custodiado tanto consciente como inconscientemente. Buscamos al médico cando alguna enfermedad nos aqueja y no queremos dejar este mundo porque en él están puestas nuestras raíces y conocimiento: somos de carne y conocemos la tierra, el árbol, las nubes, etc. Nosotros, los humanos, sabemos de nuestra especie y del mundo que nos rodea; nos damos cuenta que las hemorragias no son buenas, que deben detenerse, que pueden llevarnos a la muerte y que, aún sin hemorragias nuestra muerte es tan segura como nuestra existencia. Somos capaces de preguntarnos ¿qué hubo antes de nacer?, ¿qué habrá después de morir?. Y, sin embargo, muchas veces nos convertimos en destructores de vidas...

Dios sabe cuáles son nuestras inquietudes, cuáles nuestros miedos y anhelos, y con todo sabe cómo ayudar a ese hombre que creó.

Cristo no fue un fantasma, lo vimos en la prueba de Tomás, el Apóstol, y Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Pero ¿cómo puede entender la vida, su significado, su manifestación, aquel que llora, por ejemplo, la muerte de un hijo o de un ser querido?. Y eso sin contar la circunstancia de enfermedad, a veces agresiva y por lo tanto dolorosa, que remarcan el sufrimiento de quienes se van y aún de quienes quedan. ¿Tiene sentido la existencia, al menos en entendimiento humano? ¿Cuál es este sentido si cuando llega la hora solo vemos diminutos puntos blancos en una eternidad oscura más allá de la luna?. El sentido y el significado no tienen respuestas urgentes, ni huesos que se pulverizan, ni dolor por la muerte. No podemos comunicarnos con las piedras porque yacen muertas y nosotros nos movemos y sentimos. Pero las piedras hablan sin lengua y no desesperan por hallar quien las entienda.

El Señor, que es el Verbo de Dios y la Vida, el mismo que puede levantar hijos de Abraham aún de estas piedras quiso, por amor inefable y misericordia infinita hacia el hombre, vestir nuestra carne humana como respuesta a esas inquietudes que hoy nos desvelan. Y si en el pasado la fe de la mujer con hemorragias o la fe de Jairo veían a un Jesús hacedor de milagros, hoy y ahora nuestra fe ve en Él y más aún asimila de Él la vida eterna. Pero la carne no entiende de vivir eternamente, se ríe entonces y continúa tocando su música fúnebre..., triste realidad para tantos miembros de una realeza coronada con la excelsa dignidad celestial de Aquel que, tomando nuestra humilde naturaleza hizo el mayor de los milagros conocido: fusionó dos reinos en uno solo, el suyo que no tiene fin, ni acaba ni muere.

Lo intentó enseñar Jesús en sus milagros de salud y vida, Él siendo Vida nos mostró que la muerte termina frente a sí. No sabemos cómo, pero no necesitamos más respuestas que Cristo que nació de una Virgen, murió y resucitó con su Voluntad soberana, la cual solo puede ser de Dios.

Yo le pido a mi Dios que me ayude, mientras camino sobre polvo de tierra, pero cuando mis manos se juntan y mi espíritu se eleva en oración, sé muy bien que Él es más que mi ayuda, es mi casa, mi corazón y mi fuerza. Él es todo en mí, aunque de momento me duerma, por eso no temo, y saludo desde acá a quienes fueron a verlo aunque todavía no pueda abrir la puerta.

domingo, 4 de julio de 2021

domingo XIV del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos

                                                                           Mc. 6, 1-6a


Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros?». Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa». Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe.

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En este tiempo de aislamiento que transitamos con fe y esperanza muchas veces nos toca vivir en carne propia el rechazo o incomprensión de quienes son familiares. Esta vez el Evangelio nos presenta a Jesús enseñando en la sinagoga, en medio de su pueblo judío, para la celebración del sabbat. Se decían unos a otros cómo puede ser Dios un simple carpintero cuya procedencia es bien conocida. El escándalo de aquellos no tiene comparación por equivalencia a los que nos plantean nuestros conocidos hoy, ya que no somos dioses, pero es notable que así como rechazaron en el pasado las enseñanzas de Cristo, también rechazan hoy las prácticas cristianas. Es por eso que debemos tener mucha atención a lo que Jesús nos dice hoy.

Siempre hay gente dispuesta a no respetar al otro y esto es especialmente así cuando se trata de la fe. A veces los escuchamos vociferar en la televisión, en los libros, en la calle o en un taxi; los hay sutiles y groseros, con toda la mal colorida gama intermedia, pero los desprecios que más nos asombran, duelen o enojan vienen de los que tenemos más cerca, nuestra familia.

Muchas veces el ejemplo vale más que mil palabras, y así puedo hablar de una historia que conozco. Era una hermosa familia de padres católicos bautizados en la mismísima Basílica de Nuestra Señora de Luján. amor como lo dieron a sus hijos y entre ellos no hay igual, él era carpintero, ella una gran mamá que a veces pintaba óleos con paisajes coloridos, dignos de elogio tanto como los originales hechos por Dios. Pero allí faltaba la comunión, faltaba la vida cristiana, la Iglesia. No era raro ver la casa decorada con ángeles pintados por algún pintor famoso, o letreros con la inscripción «Dios está aquí», hecho por el papá carpintero, que estaba sobre el muro de los juegas como custodiando el gran canasto de mimbre lleno de juguetes. Aún habían breves pero hermosas charlas sobre quién era Dios y sus amigos, los ángeles. No se practicaba la fe, pero estaba allí latente, como aquel cartel decía.

Los chicos crecieron y de adolescentes comenzaban a preguntarse ¿quién es Dios?, así que dos de los cuatro se presentaron a la iglesia para encontrar una respuesta. Ellos basaron su interrogante en un libro que leía el mayor de los hermanos, una vieja Biblia incompleta con un lenguaje difícil de comprender. Entonces les dijeron que podían acercarse a un círculo bíblico, pero no lo hicieron, solo compartieron su experiencia con el hermano mayor. Él sí fue a conocer el círculo bíblico, su conversión resultó del instante  en que se leía la profesión de fe de Pedro, porque él sabía por historia que ese fue el primer Papa, pero no que es la piedra fundamental de la Iglesia de Cristo. 

El muchacho comenzó la catequesis, fue bautizado, confirmado y dos años más tarde comenzó a sentir una vocación profunda a donarse entero a Dios. Rezaba como los monjes pero era torpe como los terneros recién nacidos. Incomprendido por sus padres se defendía hiriéndolos, discutiendo, encerrándose en su mundo. Un día les contó su decisión de ir al seminario y todo se volvió caótico, pero uno de esos hermanos que fueron a preguntar a la iglesia quién era Dios lo defendió y mediando logró cierta armonía en la casa. Quizá fue esa una forma de expresar su fe, pero lo cierto es que poco tiempo después falleció. El chico con vocación crecía entre dificultades muy personales y el drama de su familia con una fe tan fuerte que su espíritu parecía invencible, aunque hubo lágrimas, sin duda. ¿Cómo puede ser que tengas esas ideas si nosotros nunca les enseñamos eso? le decían, como preguntándose ¿acaso no es este nuestro hijo?, ¿qué es lo que le pasa?, ¿a qué se debe este cambio en su conducta?. Con el tiempo el joven declinó su camino porque sentía miedo, incomprensión y no había madurado ni su sexualidad ni sus ideas; siempre había sido inseguro y disconforme de sí mismo. Pero Dios no lo abandonó.

Creciendo en la fe, en la Iglesia y con la ayuda de dos padres espirituales maduró su historia de vida, logró pacificar a los suyos y escuchar de sus hermanos pedir el bautismo. Su papá fue más cristiano y su mamá más devota.

Un profeta no es querido por los suyos, pero si la fe es del tamaño de un grano de mostaza, pequeña pero de calidad, la esperanza es coronada con un milagro del Señor. Es difícil ver luz donde la fe no existe; allí Dios no puede hacer mucho, pero donde haya fe firme no es tiniebla la cruz que se cargue, sino un bendición que se gana cada día de pie por cada caída y delante del Señor.

En confinación las cosas son más difíciles, el tiempo sagrado es más frecuente en la casa y no todos comparten las mismas ideas. No te desanimes, hasta Cristo fue incomprendido al punto de tener que esconderse. Pero Él no te abandona en ningún momento de la vida, te entiende y sabe cada momento para guiarte aún en medio de la tempestad. Su gracia te basta.

sábado, 3 de julio de 2021

Santo Tomás, Apóstol

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San

                                                           Jn. 20, 24-29


Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!». El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré».

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe».

Tomas respondió: «¡Señor mío y Dios mío!. Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!».

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«¡Felices los que creen sin haber visto!» dice Jesús; nosotros, la Iglesia de hoy no vimos a Cristo a los ojos, pero lo recibimos en el sacramento y nuestra fe llega a conocerlo por medio del espíritu. Tenemos la esperanza sólida de verlo algún día cara a cara mientras vivimos esforzándonos con esta felicidad interior para practicar las enseñanzas apostólicas.

Tomás es el Apóstol de la fe sobre la prueba, y una fe que vacila. Es el instrumento elegido por el Señor para dar testimonio entre los incrédulos, los racionalistas y los agnósticos, porque, como dijo San Gregorio Magno, Tomás tocó las llagas constatando la humanidad y corporeidad de Jesús, pero su fe entonces lo hizo exclamar ¡Señor mío y Dios mío! (lo cual no puede escucharse ni de un simple incrédulo ni de un testigo que viera en Cristo a un profeta, por ejemplo, a quien los judíos no llamaban «Señor» ni mucho menos «Dios»).

Tomás es el Apóstol de los tiempos en que la humanidad se aparta de Dios, recordándonos que él fue testigo de los milagros, de Cristo físico antes y después de su resurrección. En sus Apóstoles, El Señor nos pensó todo auxilio para el viaje, todo lo que necesitamos para alcanzarlo mientras peregrinamos con fe. Solo nos queda dar el siguiente paso, que es ser testigos de esa fe que se cimenta en Tomás como en los once. Esa es el paso de proclamación de Cristo vivo hoy, en la propia vida y entre nosotros, los humanos de hoy. En ese paso puede haber cruz y dolor, pero es más fuerte el espíritu que reverdece en el Nombre del Señor.

Tomás es el símbolo susurrante de los que tienen un dolor que sanar, de aquellos que se sienten defraudados, olvidados, indefensos de justicia, apagados... No, Dios te olvida, nunca. Él vive y espera que, como Tomás, estés en la casa, en la Iglesia, junto con los demás para hacerse presente y llamarte por tu nombre.

viernes, 2 de julio de 2021

viernes XIII del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                           Mt. 9, 9-13


Al irse de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?». Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores».

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Cristo llamó a Mateo, el mismo que escribió este Evangelio, sabiendo que era publicano, es decir, cobrador de impuestos que el imperio romano gravó sobre los israelitas. Los fariseos se acercaron y a la hora de la comida indagaron a los discípulos de Cristo: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?». Para los fariseos y para el pueblo judío que seguía su doctrina era abominable sentarse a la mesa con pecadores. No importa la persona, para ellos solo cuenta la apariencia, lo externo, los hechos vistos pero nunca su causa. ¿Quién sabría valorar el interior del hombre sino solo Dios y quienes por Él estén instruidos en la verdadera ley?... «Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios» les dice. Y es la misericordia por los enfermos y pecadores la que causó el Nacimiento del Hijo en el pesebre de una humilde ciudad no tan lejos de Jerusalén. Todos los humanos somos pecadores, salvo la mujer que es Madre de Dios. Jesús también vino a salvar a los fariseos, pero muchos de ellos solo veían lo que elegían ver, oponiéndose a las verdades, confrontando a la Verdad.

Felices nosotros, católicos, es decir verdaderos cristianos, si ante los fariseos de nuestro tiempo sabemos dar ejemplo de misericordia sin cerrar las puertas a los que estando lejos se nos mandó a evangelizar... Muchos de nosotros somos como Mateo, que nuestra conversión no deje nunca de tomar la cruz en camino al Señor, porque levantarse una y mil millones de veces después de las caídas es también ejemplo y signo de esperanza para quienes buscan a Dios. Bendita cada llaga, lucha, insulto, humillación e incomprensión, porque los que así pasamos por el mundo, mas con la fe del bautismo, somos la buena semilla del Sembrador.

jueves, 1 de julio de 2021

jueves XIII del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                            Mt. 9, 1-8


Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad. Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados». Algunos escribas pensaron: «Este hombre blasfema:. Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: «¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: "Tus pecados te son perdonados", o "Levántate y camina"? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados –dijo al paralítico– levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». El se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.

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Hoy preguntaríamos ¿qué es más fácil pedir?, ¿la curación de una parálisis o el perdón de los pecados?. Muchos son los que piden a la Virgen o a los santos milagros de todo tipo, con lágrimas, voz suave y manos juntas aferrando algún rosario o estampita o quizá hasta una reliquia de segundo grado. No es que así comience una sentencia de pleno juicio temerario, porque puede que todo eso se haga conforme a la bendita verdad, pero... ¿qué pasa cuando la oración no es más que un «Señor, Señor»?, ¿no es que Dios escucha la oración de los justos? ¿quién puede decirse justo?. Nadie puede decirse justo en cada tramo de su vida que no sea la Santísima Virgen Madre; en concreto, ser justo es balance de un itinerario o conciencia de un momento puntual. El que vive la facilidad de pedirle a un Dios invisible un milagro sin poder siquiera concebir pedir perdón por sus pecados en el sacramento de la reconciliación (que es inagotable prueba del amor de Cristo por nosotros y como el sístole-diástole de la vida espiritual cristiana), ese no es más que un ejemplo farisaico.

Jesús les dice, para que vean su poder, que los pecados le son perdonados y la salud le es devuelta al hombre con parálisis. Si esos fariseos se hubieran convertido, ellos mismos le hubieran pedido al Señor que les perdone sus muchos pecados, sanando así la parálisis de sus vidas. Pero algunos glorificaban a Dios por el poder dado a los hombres. Evidente incomprensión del poder de la fe y manifiesta negación del Mesías, que es Jesucristo.

Hoy la Iglesia sufre parálisis pero tiene fe, y es, de hecho, el arca de la fe. Mientras el Papa lleva adelante la difícil y bendita labor de apacentar a las ovejas, el clero se reduce y faltan operarios al tiempo que la pandemia estrangula la vida eclesial en torno al ara de eucaristía. Son tiempos de profunda reflexión casi como un salmo de clamor al Cielo. Hemos sido motivo de escándalo para los más pequeños, hemos decidido volver la espalda al Señor, hemos revestido nuestra miseria con la soberbia, y llegó el león rugiente que rondaba buscando a quien devorar. Solo en la comunión de los santos, en la intercesión de nuestras plegarias que son de pies en tierra y espíritu contrito, podemos presentarnos ante Dios para sanar de perdón y salud. Entonces diremos «Salud de mi rostro, Dios mío».


Spera in Deo, quoniam adhuc confitebor illi, salutare vultus mei et Deus meus.

miércoles, 30 de junio de 2021

miércoles XIII del tiempo ordinrio

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                       Mt. 8, 28-34


Cuando Jesús llegó a la otra orilla del lago, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces, que nadie podía pasar por ese camino. Y comenzaron a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentamos antes de tiempo?» A cierta distancia había una gran piara de cerdos paciendo. Los demonios suplicaron a Jesús: «Si vas a expulsarnos, envíanos a esa piara». El les dijo: «Vayan». Ellos salieron y entraron en los cerdos: éstos se precipitaron al mar desde lo alto del acantilado, y se ahogaron. 

Los cuidadores huyeron y fueron a la ciudad para llevar la noticia de todo lo que había sucedido con los endemoniados. Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio.

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Muchas veces mi terquedad ha resultado en mi propia ruina, quizá por no animarme a recibir la ayuda de Dios que envía a sus ángeles. En medio del caos, del apego al pecado, a una supuesta soberanía de mí mismo, he tenido tendida la mano valiente de mis amigos y seres queridos. No siempre estuve dispuesto a aceptar la ayuda fraternal del otro y este es, creo, una buena hipótesis sobre lo que aconteció en Gadara hace dos milenios.

Jesucristo continuaba recorriendo Galilea y llegó a Gadara navegando el lago (mar de Tiberíades). Allí exorcisó a a dos hombres que estaban en un cementerio, a quienes los demonios atrmentaban de tal forma que no se podía andar por ese lugar sin sufrir el ataque de los endemoniados. Pero Jesús, luego de escucharlos los expulsó a una piara de cerdos que se ahogaron en las aguas tras caer de un acantilado. Los demonios habían reconocido al Hijo de Dios y le dijeron «¿Has venido aquí para atormentamos antes de tiempo?», de modo que esos seres inmundos sabían, de alguna manera, que aún no era tiempo del juicio final y que podían seguir su actividad en el mundo.

El poder de Dios liberó a aquellos hombres de su esclavitud hacia el mal; sin embargo la ciudad rogó a Jesús que se retire... ¿Qué es lo que les pasa que rechazan a quien tiene el poder y la voluntad de liberarlos de todo mal? En la comodidad del apego al pecado, a una vida miserablemente sonriente, a una enredada madeja de injusto y dañino privilegio no cabe ni la presencia del Señor. La respuesta de Cristo: subió a la barca, cruzó el lago de Galilea y volvió a su ciudad. No permitió a los demonios continuar con lo suyo, pero quiso respetar el deprecio de las personas de Gadara. Es entonces que podemos deducir que la omnipotencia divina cede el lugar al amor divino que busca del hombre una respuesta libre frente a su llamado. Dios no nos obliga, si lo rechazamos se retira, pero no tan lejos de nosotros, y tiene el poder de librarnos si nuestra fe lo llama.

El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los libra..., ¿tendremos la valentía de escuchar su voz y seguirlo?. Ell mundo está cómodo en su sueño del mal, ciego, porque el diablo no tiene amigos; tarde o temprano el mal se vuelve contra los que se deleitan de sus «favores».

Cuando recuerdo mi terquedad pasada enumero demonios y gadarenos. Solitarios se ven los primeros, porque Dios los rechaza; los segundos, también solitarios, decidieron su propia soledad. En la soledad interior no ilumina la gracia, somos miseria de Gadara, ajenos al Salvador. En la soledad exterior, si es querida, nos centramos en la gracia divina que alimenta el espíritu y nos lleva a Dios; si es sufrida el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables. Así tenemos como tres desiertos trinitarios, donde el primero es el desierto de los hombres de buena voluntad que sufren, es el desierto de Ismael, en el que el Padre providente llama a sus súbditos a ser hijos, liberándolos e la muerte con el bautismo. Aún recuerdo mi liberación en la Basilica catedral de Mar del plata, cuando el actual arzobispo de Paraná me bautizó y me confirmó. Es este el primer desierto en que el ángel del Señor acampa. El segundo es el de la lucha cristiana, en la que Cristo nos es la fuerza y la victoria anticipada frente a los peligros. En este segundo desierto la terquedad no mata en el espíritu la voz del Señor que siempre llama; es el desierto de Pedro, que es sacado de la cárcel y que seguirá a Jesús por amarlo tres veces tras sus tres negaciones pasadas. En el tercer desierto la soledad exterior es iluminada por el Espíritu Santo; este es el desierto de los santos, es decir, de los que confirmaron su fe sacramentalmente y luchan espiritualmente contra las malas inclinaciones. En los desiertos trinitarios nunca es posible la soledad absoluta: siembre hallaremos a Agar, a la Iglesia y a la Trinidad para vencer el mal que nos aqueja.

En el desconcierto por el gran mal que estamos sufriendo, esta pandemia que tanto nos duele, Jesús nos invita a brirle las puertas de nuestras vidas y caminar con Él. El que puede darnos la vida eterna llama hoy a nuestra puerta, a nuestra propia vida, a nuestro hogar y patria y a nuestro tiempo, porque Él es capás de expulsar los emonios para que tengamos Vida en abundancia.

Que ese Evangelio sirva a muchos para la conversión y la paz.

martes, 29 de junio de 2021

Santos Pedro y Pablo, Apóstoles

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                       Mt. 16, 13-19


Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?». Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas». «Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?». Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y Yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo».

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El Señor es fiel a su palabras, bondadoso en todas sus acciones y nos prometió que esta Iglesia, cuya piedra fundamental es el primado de Pedro y sus sucesores, no morirá. Pedro es signo de unión y autoridad, como lo son los papas, muchas veces atacados por los incrédulos y las bautizados errantes. En tiempos de Francisco constatamos, una vez más, esta fiel voluntad de Cristo, sostener con su omnipotencia a su Iglesia católica a pesar de la amenaza de los que desparraman...

La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular, porque en este Apóstol ha querido Jesucristo dirigir la construcción del tiempo en el mundo, como clave del arco que sostiene los muros de su Templo y permite que las ventalas reciban siempre su Luz. Tiempo que se viste de Templo, Iglesia en aparejos de santos, salmeres y dovelas de mártires..., El Señor ha reforzado los cerrojos de nuestro templo espiritual para que no nos falte la fe; nos custodia la espada de la conversión que irradia Evangelio mientras se levanta hacia la gloria la Ciudad del gran Rey con sus almenas consagradas.

Celebremos esta Solemnidad de Pedro y Pablo con la enorme alegría de sabernos en el Corazón de Cristo, que da Vida en abundancia con tan valientes ejemplos de hijos suyos y nos invita a seguirlo.

Oremos por la conversión de nuestros perseguidores y por el Sumo Pontífice, quien es la evidencia irrefutable de la Voluntad de Dios para los cristianos y para el mundo, que se dispersa aunque reconoce esa piedra en su camino de obstinación.

Bendito seas Señor por estos santos mártires que hiciste pilares de tu Iglesia, bendito seas por tantos Papas que noa iluminaron y aún nos iluminan con tu luz apacentándonos siempre. Bendito seas Dios por tantos conquistadores de almas cuya mejor espada es contra la muerte el tallo siempre verde que florece de Evangelio y fue plantado en todo el orbe.

lunes, 28 de junio de 2021

San Ireneo de Lyon, Obispo y mártir

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Juan

                                                              Jn. 17, 1b. 20-26


A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo: Padre santo, no ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. 

Que todos sean uno: como Tú, Padre, estás en mí y Yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno -Yo en ellos y Tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que Tú me has enviado, y que los has amado a ellos como me amaste a mí. Padre, quiero que los que Tú me diste estén conmigo donde Yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo. 

Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero Yo te conocí, y ellos reconocieron que Tú me enviaste. Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que Tú me amaste esté en ellos, y Yo también esté en ellos.

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El santo que hoy memoramos nosotros, los hijos de Dios, fue un cristiano nativo de Asia Menor (hoy Turquía) ordenado Obispo el año 177. En su tiempo se ocupó de refutar la herejía gnóstica con tenacidad intelectual y celo pastoral. Además de su conocida obra «Adversus haereses» (de título original «Desenmascaramiento y derrocamiento de la pretendida pero falsa gnosis»), escribió sobre la verdadera doctrina de la Iglesia en «Prueba de la predicación Apostólica» y se sabe que, sin conflictuar sus deberes episcopales, misionó dentro de sus posibilidades aunque no nos llegaron datos desarrollados de esta actividad.

«Ireneo», «Εἰρηναῖος» en griego, significa «pacificador», y esta fue su característica, traer la paz predicando la unidad de la Iglesia. En tiempos en que los cristianos sufrían la persecución de Marco Aurelio, amenazando la existencia física, humana, de la Iglesia, y en una época tan aturdida de errores (las herejías como sistemas pragmáticos e intelectuales) que distorsionaban no solo la identidad de los cristianos, sino también la verdad revelada y hasta al mismo Dios; la unidad era un deber por voluntad divina, como podemos observar en el Evangelio que la liturgia propone hoy facultativamente para celebrar la memoria de este gran santo.

«No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí», dice el Evangelio, y qué oportuno es aplicar estas palabras del Señor a Ireneo, que enseñó la fe a nuestros antepasados para cimentar en roca la Iglesia de Cristo, la cual sabemos una, santa, católica y apostólica.

«Como Tú, Padre, estás en mí y Yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros», en unidad, así quiere Jesucristo a la Iglesia Santa porque es hija del Santo de los santos.

Ireneo era niño cuando Policarpo de Esmirna, otro santo Obispo, daba homilías en la iglesia de dicha ciudad. Este otro santo, Policarpo, fue discípulo de Juan, el Apóstol, por lo que lo llamamos, junto a otros, «padre apostólico» y a Ireneo (junto con otros) «padre de la Iglesia». La apostolicidad de las enseñanzas de Ireneo, Obispo en la Galia, aunque hijo de Esmirna, es garantía de nuestra identidad como cristianos. Su fe es la fe de los Apóstoles, es decir, la misma que enseñó el Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros, Jesucristo, Hijo del Padre. Es de notar, en linea con lo que escribo, la catolicidad muy visible en el hecho de que tan distante como de Esmirna a Lugdunum (Lyon) es la diferencia entre las propuestas heréticas (siempre asimiladas por gente que se distancia voluntaria y decididamente de la única familia del Señor, la Iglesia Católica) y la fe verdadera que se extiende por todo el mundo bajo el omnipotente amor de la Trinidad que así lo quiere. En efecto, destaquemos toda la perícopa que leemos hoy, la cual es oración del propio Cristo pidiendo al padre la unión íntegra del cuerpo, que es la Iglesia, con la cabeza, que es Él mismo, y que, por su naturaleza divina, no puede escindirse de la Trinidad.

Hoy nos proponemos que la unidad de la Iglesia se arraigue efectiva y activamente en nosotros. Conociendo a los padres de la Iglesia, como San Ireneo, conociendo más las Sagradas Escrituras, escuchando la voz de los presbíteros, diáconos, obispos y religiosos, pero sobre todo, comulgando al Señor, que es la Unidad, podremos seguir construyendo la paz en nuestras vidas, comunidad, y en nuestro tiempo, que tiene, como es sabido, sus guerras de todo tipo y particularmente la invisible guerra de la definición ontológica y vivencial de «humanidad». No olvidemos que es voluntad de Dios el respeto a la integridad de cada persona, y esto supone respetar su vida y sus creencias, con lo cual la unidad amplia es precisamente lo que nos une como especie; la unidad cristiana nos identifica como Iglesia y la verdad es el derecho de ser cristianos sabiéndonos humanos. Ni aprobamos lo que Dios no enseña ni enseñamos lo que Dios no aprueba, por ello estamos en el mundo como garantes de la paz universal.

Que San Ireneo nos ilumine en nuestra época para continuar irradiando sin desesperanzas polifacéticas el Evangelio y, en definitiva, al mismo Dios.

domingo, 27 de junio de 2021

domingo XIII del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos

                                                                          Mc. 5, 21-43


Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva».

Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados. Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré curada».

Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: «¿Quién tocó mi manto?». Sus discípulos le dijeron: «¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?». Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.

Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad. Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad».

Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?». Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas».Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.

Al entrar, les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme».Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba.

La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate». En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.

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San Pablo VI dijo un día en Filipinas «Cuanto más lejana está la meta, cuanto más difícil es el mandato, con tanta mayor vehemencia el amor nos apremia». Fueron las palabras pronunciadas por el entonces Papa dos días después de recibir dos cortes por parte de un delincuente disfrazado de sacerdote. Es ejemplo del amor con que nos ama Jesús, el amor apremiante que lo lleva a resucitar a la hija de Jairo y a buscar entre la multitud a la mujer aquejada de hemorragias.

El amor nos apremia hoy exhortándonos a ser imitadores de Cristo, no en forma de caricatura, sino como verdaderos hijos de Dios. Entre nosotros la enfermedad, el confinamiento y la muerte nos vale un profundo compromiso que interpela el corazón y el razonamiento. En el corazón «No temas, basta que creas»; en el razonamiento, la particularidad de cada persona necesitada de Dios y con sus propias tinieblas e inclinación a la fe.

Tenemos la meta de ser luz del mundo, de extirpar lo que no viene de Dios entre nosotros, de hacer presente a Cristo en este tiempo apremiante en cada región del mundo. Debemos volver la mirada a Dios, a los Apóstoles, a los mártires y sentir, con el espíritu y la conciencia, ese amor que apremia a dar vida incluso donando la propia vida, en vez de matar al otro con apatía o condenándolo con el peor de los ejemplos. Debemos llevar la salud del alma a cada persona, y no cargar una piedra al cuello como vergüenza ante Dios.

Son muchos los que se postrarán en nuestros templos pidiendo la vida o tocarán el manto del Señor sin que nos demos cuenta. Pero con nuestra fe inquebrantable y el servicio, que son nuestra alegría, estaremos evangelizando a pesar de cualquier dificultad. No olvidemos que es la Vida como la entendemos en Iglesia y no la vida del mundo la que debemos comunicar; que no se trata de desvestir la temporal vida, sino revestirla de Cristo, dotándola de la esperanza en la felicidad cierta que tenemos confirmada. Hablemos al mundo en su lengua un mensaje eterno para que recibiendo el signo vayan tras su significado. No es cristiano pretender el Reino sobre el mundo si nos calzamos alas de ángel en vez de descalzarnos para andar el camino: el amor nos apremia, somos de Cristo y, con Él, humanos aunque no dioses, podemos consolar a los que aún vagan en las sombras con tal de que seamos de verdad luz.

viernes, 25 de junio de 2021

viernes XII del tiempo ordinario

 + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                              Mt. 8, 1-4


Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud. Entonces un leproso fue a postrarse ante Él y le dijo: «Señor, si quieres, puedes purificarme». Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». Y al instante quedó purificado de su lepra. Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio».

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La enfermedad aqueja al hombre de muy diversas formas y en cualquier intervalo posible de su vida. Muchas enfermedades pueden estudiarse y medirse para encontrar una cura, un tratamiento o una manera de atenuar sus efectos negativos sobre las personas. No todas las enfermedades son consideradas graves objetivamente pero sin duda tienen muy distinta mirada y significación entre quienes las padecen. Cuando la enfermedad es discapacitante, en el amplio sentido de la palabra, los valores de la humanidad auténtica suplen los huecos del conocimiento finito. El hombre recurre a su interior y busca, de manera consciente o no, en el exterior, el abrazo y cobijo del amor que tiene rostro de padres, hermanos, amigos, etc. A veces la enfermedad evita en parte o totalmente el raciocinio; otras es un mundo diferente, donde no existen los colores ni los sonidos ni la voz propia muchas veces... En las formas más agresivas, la enfermedad nos hace preguntarnos ¿Cuál es el sentido de la vida? La respuesta solo puede ser Dios y el criterio parte siempre de la fe.

No puedo hablar un idioma que no conozco, ni pretender que se entiendan estas cosas que son nuevas para muchos que las leen o escuchan de mi voz. Voy a limitarme a hablarle a quienes entienden esta «lengua» de la fe, pero jamás dejaré de ingeniar formas para que los nuevos puedan, un día, leer esta fe en sus propios corazones.

En el texto del Evangelio de Mateo que hoy nos propone la liturgia hay un acontecimiento. Es un hecho corriente en aquel tiempo puntual, según dicen las Escrituras, pero no seguramente para aquel hombre con lepra que se acercó a Cristo con toda su fe. En efecto, una multitud seguía al Maestro que bajaba de la ladera de una montaña en Galilea frente al mar Tiberíades. Allí, momentos antes, Jesús pronunció su muy conocido discurso «el sermón de la montaña» también llamado «discurso de las bienaventuranzas». En ese discurso que dio a la multitud Jesús llama bienaventurados a quienes sufren, a quienes ayudan y a aquellos que viven el Evangelio. Dijo, entre otras cosas, «felices los afligidos, porque serán consolados», también «felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia» y «felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios». Los enfermos están afligidos; no son «leprosos», sufren de lepra (que es muy distinto), porque son mucho más que personas afectadas por una enfermedad, son humanos. Son únicos, amados por Dios y los suyos; tienen un espíritu y una vida que expresa muchísimo más que sólo el dolor visible, respetable y, en cierta forma, compartido por sentido humano.

Si Jesús «tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades» los cristianos no podemos menos que seguir su ejemplo y acompañar a los que están afligidos por la enfermedad o el sufrimiento. Quienes practican la misericordia hacen presente a Dios en este mundo lleno de enfermedad, penas y vacío. La misericordia humana proviene de uno de los dos manantiales posibles: la inocencia santa o la experiencia del combate interior. La primera es propia de los santos de Dios y no excluye a la segunda; esta otra, más frecuente, es más propia de la mayoría de los cristianos que damos testimonio de fe firmado con la propia vida puesta a la luz del Camino. Esta es la misericordia que quiere Dios: vivir el Cielo en este mundo, haciendo presente al Altísimo, con valentía y lealtad cristianas; no el espejismo de un cielo ritualístico, farisaico. Que el ritual sea, entonces, coronación del ofrecimiento de nuestras vidas, no un simple acto cotidiano de falsa alabanza. Esta es la misericordia que brota del eterno Sagrado Corazón y nosotros recibimos, no para guardarlo mezquinamente sino para llevarlo a aquellos que lo necesitan, a quienes buscan ese abrazo y cobijo del amor, a esos valores de la humanidad elevados a la talla divina de las virtudes cristianas (teologales, cardinales, de don) Un corazón puro es ese que emana benignidad, ya que la simple bondad no es suficiente para vivir según Dios. ¿Puede un pecador ser benigno? ¿no somos, acaso, todos pecadores salvo la Santísima Virgen Madre?; la benignidad se fragua en la experiencia y es siempre posible mientras esa llama interior, que es Dios habitando en sus hijos por la gracia, no se apague o debilite irremediablemente por nuestra libre voluntad.

Jesús bajó de la montaña y se encontró con este hombre que sufría de lepra; el hombre tenía fe y postrado ante el Salvador le dijo «Señor, si quieres puedes purificarme». Ya en otros lugares dentro del Evangelio Cristo señalará que la fe salva y cura. Lo miró y lo quiso; ese hombre no era uno más en la multitud, era él, un hombre creado y querido por Dios, como todos nosotros y cada uno de nosotros somos amados y queridos, nombrados y llamados, cuidados y guiados por Él. Extendió su mano tocándolo. «Lo quiero, queda purificado». El hombre se sanó. De solo imaginar ese instante, de solo ponerme en las sandalias del hombre con lepra se estremece mi espíritu pensando en la voz de Dios y en sus palabras, en la salud recobrada y en el amor de su mirada..., y pensar que comulgamos al Señor cuando nos acercamos a la Eucaristía... pero volvamos de las digresiones, que estamos en Galilea ahora, contemplando este milagro de vida. Jesús lo sanó y le advirtió «no se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio». Lo envió a los sacerdotes para que, constatando el milagro de sanación, pueda tomar parte en el culto de la sinagoga (los «impuros» no podían acercarse a la gente, mucho menos podían asistir a los actos litúrgicos). Dios le dio a este hombre 3 libertades: la de aceptarlo o no, la de la cura de la lepra y la de poder volver a la sinagoga a rendir culto. La omnipotencia es (por voluntad, no por naturaleza divina) inferior al amor del Creador, por eso decía el Apóstol Juan «Dios es amor»... Jesús no obligó a guardar silencio a quienes sanó; muchos de ellos sí contaron lo sucedido a otras personas.

La enfermedad puede ser física, mental o espiritual. La lepra hoy tiene cura; otras afecciones físicas no la tienen. Muchas enfermedades son raras por su baja frecuencia en la población mundial y dentro de ellas las hay genéticas, neurológicas, inmunológicas, combinadas, etc. En la actualidad existen muchos hombres y mujeres con enfermedades aún más complejas que la lepra, y a ello se suma la covid-19, cuyo origen es incierto aunque sospechado. En Argentina se celebró hace pocos días el primer congreso de enfermedades poco frecuentes. Al mismo tiempo, muchas personas mueren por infección de SARS-CoV-2 y faltan segundas dosis, dosis para cubrir la vacunación de toda la población, conciencia moral de los gobernantes argentinos, etc. Muchas enfermedades mentales no tienen cura. Hay legisladores que defienden la vida humana y uno de ellos padece ELA. Las paradojas pueden proyectar el caos en nuestro horizonte si no sabemos ver más allá de él... Las enfermedades espirituales, esa ciénaga de vicios y pecados, tienen el mejor pronóstico aunque su gravedad pueda invalidar cualquier gota de alivio aunque se experimente la cura de otra clase de enfermedad. Es que, si existe voluntad y constancia, «aunque sus pecados sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve». La clavede la vida, su sentido, trasciende la dolencia y el sufrimiento. Es el amor desasido, confiado y sereno, sabio y maestro que sabe de la lucha y se dona combatiendo la desesperanza. Porque en el amor se alcanza la fe y en la fe se descubre la más sólida esperanza.

En el espíritu del hombre con lepra había amor, fe y esperanza, virtudes que lo movieron a postrarse delante de Jesús y a llamarlo «Señor», rogándole con el alma y la carne, en profunda humildad, a ese Dios que es Amor.

En nuestro espíritu se escriben las batallas de esta vida, tengamos o no una enfermedad. Pero las indefectibles heridas del alma son esa debilidad que se torna fuerza en El Señor, que nos enseña a combatir venciendo, primero nuestro letargo y tristeza y luego nuestros temores y desesperanza. Él, que escudriña los corazones, nos toma de la mano y nos sumerge en nuestras propias profundidades para encontrar su luz y sabiduría. Así podemos seguir el camino con pie firme, así, sabiendo que nuestra fuerza es el Señor y que ni las penas, ni los vicios ni el pecado pueden matarnos si depositamos confianza y voluntad constantes en la Cruz del Salvador. Y la Vida es conocer a Dios y alimentarse de Cristo.

Recordemos, cristianos, lo que nos dice el Verbo: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos». Aprendamos. Todos necesitamos a Dios, pero no basta con decir «¡Señor, Señor!», la conversión nos requiere como hijos por entero; debemos andar de continuo como Él anduvo, siendo verdaderos discípulos. Entonces, cuando los hijos tomen su lugar en el Reino, que está acá presente, la enfermedad será sanada u ofrecida a Dios con el ser transformado por la fe de los que predican en contrición y llagas el Evangelio del Señor.


Dedicado a mis padres, hermanos y a mi tío Salvador «Tito» fallecido por covid-19

domingo, 11 de abril de 2021

Fiesta de la Divina Misericordia

MISERICORDIAM VOLVI ET NON SACRIFICIVM ET SCIENTIAM DEI PLVS QVAM HOLOCAVSTA