miércoles, 30 de junio de 2021

miércoles XIII del tiempo ordinrio

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                       Mt. 8, 28-34


Cuando Jesús llegó a la otra orilla del lago, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces, que nadie podía pasar por ese camino. Y comenzaron a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentamos antes de tiempo?» A cierta distancia había una gran piara de cerdos paciendo. Los demonios suplicaron a Jesús: «Si vas a expulsarnos, envíanos a esa piara». El les dijo: «Vayan». Ellos salieron y entraron en los cerdos: éstos se precipitaron al mar desde lo alto del acantilado, y se ahogaron. 

Los cuidadores huyeron y fueron a la ciudad para llevar la noticia de todo lo que había sucedido con los endemoniados. Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio.

______________________________


Muchas veces mi terquedad ha resultado en mi propia ruina, quizá por no animarme a recibir la ayuda de Dios que envía a sus ángeles. En medio del caos, del apego al pecado, a una supuesta soberanía de mí mismo, he tenido tendida la mano valiente de mis amigos y seres queridos. No siempre estuve dispuesto a aceptar la ayuda fraternal del otro y este es, creo, una buena hipótesis sobre lo que aconteció en Gadara hace dos milenios.

Jesucristo continuaba recorriendo Galilea y llegó a Gadara navegando el lago (mar de Tiberíades). Allí exorcisó a a dos hombres que estaban en un cementerio, a quienes los demonios atrmentaban de tal forma que no se podía andar por ese lugar sin sufrir el ataque de los endemoniados. Pero Jesús, luego de escucharlos los expulsó a una piara de cerdos que se ahogaron en las aguas tras caer de un acantilado. Los demonios habían reconocido al Hijo de Dios y le dijeron «¿Has venido aquí para atormentamos antes de tiempo?», de modo que esos seres inmundos sabían, de alguna manera, que aún no era tiempo del juicio final y que podían seguir su actividad en el mundo.

El poder de Dios liberó a aquellos hombres de su esclavitud hacia el mal; sin embargo la ciudad rogó a Jesús que se retire... ¿Qué es lo que les pasa que rechazan a quien tiene el poder y la voluntad de liberarlos de todo mal? En la comodidad del apego al pecado, a una vida miserablemente sonriente, a una enredada madeja de injusto y dañino privilegio no cabe ni la presencia del Señor. La respuesta de Cristo: subió a la barca, cruzó el lago de Galilea y volvió a su ciudad. No permitió a los demonios continuar con lo suyo, pero quiso respetar el deprecio de las personas de Gadara. Es entonces que podemos deducir que la omnipotencia divina cede el lugar al amor divino que busca del hombre una respuesta libre frente a su llamado. Dios no nos obliga, si lo rechazamos se retira, pero no tan lejos de nosotros, y tiene el poder de librarnos si nuestra fe lo llama.

El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los libra..., ¿tendremos la valentía de escuchar su voz y seguirlo?. Ell mundo está cómodo en su sueño del mal, ciego, porque el diablo no tiene amigos; tarde o temprano el mal se vuelve contra los que se deleitan de sus «favores».

Cuando recuerdo mi terquedad pasada enumero demonios y gadarenos. Solitarios se ven los primeros, porque Dios los rechaza; los segundos, también solitarios, decidieron su propia soledad. En la soledad interior no ilumina la gracia, somos miseria de Gadara, ajenos al Salvador. En la soledad exterior, si es querida, nos centramos en la gracia divina que alimenta el espíritu y nos lleva a Dios; si es sufrida el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables. Así tenemos como tres desiertos trinitarios, donde el primero es el desierto de los hombres de buena voluntad que sufren, es el desierto de Ismael, en el que el Padre providente llama a sus súbditos a ser hijos, liberándolos e la muerte con el bautismo. Aún recuerdo mi liberación en la Basilica catedral de Mar del plata, cuando el actual arzobispo de Paraná me bautizó y me confirmó. Es este el primer desierto en que el ángel del Señor acampa. El segundo es el de la lucha cristiana, en la que Cristo nos es la fuerza y la victoria anticipada frente a los peligros. En este segundo desierto la terquedad no mata en el espíritu la voz del Señor que siempre llama; es el desierto de Pedro, que es sacado de la cárcel y que seguirá a Jesús por amarlo tres veces tras sus tres negaciones pasadas. En el tercer desierto la soledad exterior es iluminada por el Espíritu Santo; este es el desierto de los santos, es decir, de los que confirmaron su fe sacramentalmente y luchan espiritualmente contra las malas inclinaciones. En los desiertos trinitarios nunca es posible la soledad absoluta: siembre hallaremos a Agar, a la Iglesia y a la Trinidad para vencer el mal que nos aqueja.

En el desconcierto por el gran mal que estamos sufriendo, esta pandemia que tanto nos duele, Jesús nos invita a brirle las puertas de nuestras vidas y caminar con Él. El que puede darnos la vida eterna llama hoy a nuestra puerta, a nuestra propia vida, a nuestro hogar y patria y a nuestro tiempo, porque Él es capás de expulsar los emonios para que tengamos Vida en abundancia.

Que ese Evangelio sirva a muchos para la conversión y la paz.