miércoles, 1 de enero de 2014

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios • octava de Navidad


+ Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
                                                                                                  Lc. 2, 16-21


Los pastores fueron rápidamente adonde les había dicho el Ángel del Señor, y encontraron a María, a José y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.
________________________________________________

El pasaje que nos ofrece la liturgia hoy, Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, se sitúa dentro del evangelio de Lucas, discípulo de Pablo de Tarso y hombre que conoció personalmente a la Santísima Virgen según la Tradición. Este texto se lee después de que el padre de San Jan Bautista, recobrando su voz, reza el "Benedictus" y antes que Simeón rece su acción de gracias; ambas oraciones iluminadas pero verdaderamente libres son los cánticos que rezamos en la Liturgia de las horas actual por la mañana, y por la noche antes de ir a dormir.
Me gustaría tomar esta idea para meditar el misterio de la salvación desde sus orígenes, su alborada, su mañana temprana, que se encuentra en la primera humanidad caída en pecado, y la promesa de Dios desde ese versículo considerado el "Protoevangelio" que habla de la mujer pisando la cabeza de la serpiente. Pienso también que la noche nos invita a rezar junto al Señor desde el Getsemaní, cuando estaba por ser entregado, y esta es la noche que podemos tomar como para cerrar un primer cuadro en la historia de la Salvación: el alejarse de Dios y la promesa de un reencuentro esperado desde hace tiempo; promesa que en el hombre suele despertar desesperanza cuando se mira con ojos meramente humanos. En el centro de este cuadro, la Encarnación. Pero cuando la historia parece contar una esperanza que se apaga (recuérdese en esa noche, en el huerto de los olivos, el pasaje de las negaciones de Pedro, el temor de los Apóstoles y su falta de fe), en realidad Dios cambia de manera radical la historia de la humanidad: haciendo nuevas todas las cosas, restablece la dignidad humana y de la noche nace el día en que el reencuentro y la esperanza son al fin visibles y definitivos desde el lugar que habitamos en el tiempo. En el segundo cuadro, la Noche de la Natividad en miras a una mañana nueva y eterna: la Resurreccion. En el centro de este cuadro tenemos la vida de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, y la maternidad virginal de María que "conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón".
La Octava de Navidad que hoy cerramos celebrando la maternidad de la Santísima Virgen son el punto de unión de estos dos cuadros donde la esperanza del hombre encuentra el quiebre de la historia, y la promesa de la Fe: la vida eterna. En medio de las dos partes de esta historia de la salvación nuestra Madre purísima es la Madre de la nueva humanidad, la humanidad redimida por Jesús que ya no está sujeta a la muerte sin luz, sino a la pascua que abrió Aquel que nos creó y que nos ama desde el principio. El texto evangélico narra el nacimiento del Mesías tan esperado por Israel, pero, en realidad, por la humanidad toda; es el comienzo de la nueva historia, el principio de la Nueva Alianza en la que la Voluntad de Dios, que es el Reconciliador, pide al hombre una respuesta libre a su plan salvífico y encuentra un "sí" humano en la persona de la Virgen y da su "Sí" visible en la persona de Cristo. El Evangelio nace hoy; el cielo glorifica a Dios y saluda a la humanidad que es llamada desde su trabajo cotidiano al gozoso encuentro con sus orígenes junto a Dios..., sí, el hombre es llamado a Belén a ser pastor en la ciudad del Gran Rey; es llamado a contemplar a Dios para luego dar a conocer a Quien contemplaron, mientras Él, que es la Vida, sigue guiando toda su vida sonriéndoles con un rostro y una sonrisa que ya no tienen fin.