domingo, 12 de noviembre de 2017

domingo xxxii del tiempo ordinario

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo
                                                                         Mt. 25, 1-13

Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: ‘Ya viene el esposo, salgan a su encuentro’. Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: ‘¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?’. Pero éstas les respondieron: ‘No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado’. Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: ‘Señor, señor, ábrenos’. Pero él respondió: ‘Les aseguro que no las conozco’. Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora”.
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Una reflexión de noviembre: no olvidarnos que Dios está cerca. La lámpara es luz para mi vida y para el prójimo, luz para el camino y "en" el Camino; el aceite que nos unge es aceite que asa por la llama ardiente del amor divino, donde se purifica el espíritu para ser luz de Dios, esa misma que no debe esconderse en el cajón, sino ser donada al otro. En ese aceite está la vida concreta con sus claros y sus negros, como no es de extrañar en el humano. En ese aceite tenemos siempre la posibilidad de encontrarnos en nuestro propio ser: simples criaturas que, sin embargo, cabemos íntegras en el corazón de Dios. Es en ese aceite que debemos tener en abundancia donde se cimenta el peregrinar cristiano más pleno: fe y camino en la constancia del amor.
Una razón para no olvidar: Dios no nos olvida nunca jamás. Siempre tenemos su sonrisa y siempre llevamos la espada de la oración que no se habla tanto con la voz como con el espíritu íntegro fundido en el Espíritu Santo que gime en nosotros...
Sólo una cosa más: que las puertas no se cierren, para que la Puerta se abra y me abrace en los brazos de mi Padre.
Amén