sábado, 16 de junio de 2012

Solemnidad del Inmaculado Corazón de María


De los Sermones de san Lorenzo Justiniano, Obispo
(Sermón 8, En la fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen María: Opera 2, Venecia 1751, 38-39)

María iba reflexionando sobre todas las cosas que había conocido leyendo, escuchando, mirando, y de este modo su fe iba en aumento constante, sus méritos crecían, su sabiduría se hacía más clara y su caridad era cada vez más ardiente. Su conocimiento y penetración, siempre renovados, de los misterios celestiales la llenaban de alegría, la hacían gozar de la fecundidad del Espíritu, la atraían hacia Dios y la hacían perseverar en su propia humildad. Porque en esto consisten los progresos de la gracia divina, en elevar desde lo más humilde hasta lo más excelso y en ir transformando de resplandor en resplandor. Bienaventurada el alma de la Virgen que, guiada por el magisterio del Espíritu que habitaba en ella, se sometía siempre y en todo a las exigencias de la Palabra de Dios.


Ella no se dejaba llevar por su propio instinto o juicio, sino que su actuación exterior correspondía siempre a las insinuaciones internas de la sabiduría que nace de la fe. Convenía, en efecto, que la sabiduría divina, que se iba edificando la casa de la Iglesia para habitar en ella, se valiera de María santísima para lograr la observancia de la ley, la purificación de la mente, la justa medida de la humildad y el sacrificio espiritual.


Imítala tú, alma fiel. Entra en el templo de tu corazón, si quieres alcanzar la purificación espiritual y la limpieza de todo contagio de pecado. Allí Dios atiende más a la intención que a la exterioridad de nuestras obras. Por esto, ya sea que por la contemplación salgamos de nosotros mismos para reposar en Dios, ya sea que nos ejercitemos en la práctica de las virtudes o que nos esforcemos en ser útiles a nuestro prójimo con nuestras buenas obras, hagámoslo de manera que la caridad de Cristo sea lo único que nos apremie. Éste es el sacrificio de la purificación espiritual, agradable a Dios, que se ofrece no en un templo hecho por mano de hombres, sino en el templo del corazón, en el que Cristo el Señor entra de buen grado.
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"María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón" (Lc. 2, 19). Hoy es la Solemnidad del Inmaculado Corazón de María, que celebramos con toda la Iglesia. Nos detenemos a contemplar ese corazón radiante de amor por Jesús y los hijos de Dios que quiso dar su sí con enorme fe para que se cumpliera la obra redentora de Nuestro Salvador. La Santísima Virgen es medianera de todas las gracias, porque ella misma es "llena de gracia" y al ser la Madre de Dios es nuestra Madre más amorosa y dulce.
El Evangelio de Lucas dice que meditaba en su corazón las maravillas del Señor; la joven Virgen dio a luz a Dios niño y no podía sino quedar extasiada y en profunda adoración al contemplar estas cosas. Ella lo tuvo en sus brazos maternales, lo mimó y cuidó de Él con el amor más santo y más grande que pueda tener una mamá. María, esclava del Amor de su Hijo vivió haciendo la Voluntad del Altísimo y por su humildad fue ensalzada por la mano del Señor. Dice San Lorenzo Justiniano que su caridad era cada vez más ardiente, quizá lo era en la medida que, meditando su condición de Virgen y Madre del Señor, crecía en amor hacia Él, que la amó primero y le concedió un don tan grande que no existe otro mayor con ninguno de los santos ni de los Apóstoles del colegio de los doce.
La Virgen contempló la Gloria de Jesucristo, su anonadamiento, la fragilidad de sus primeros pasitos y sus primeros balbuceos. El Señor la amó antes de tenerla por Madre verdadera y le regaló su Amor de niño viviendo bajo su cuidado. El Maestro la asistía en el mismo momento que ella, llena del Espíritu Santo, vivía literalmente para Dios. Así encontramos, por ejemplo, que un día le pida a su Hijo que interceda por los hombres en las bodas de Caná. Movida por compasión y con piadosa misericordia aprende lo que su Hijo sabe y entonces insiste hablando el mismo lenguaje del Amor, como entendiendo, antes que los Apóstoles, las lenguas angelicales. Ella contempla..., contempla en su vida al Autor de la vida que nació de su vientre virginal, pero ahora que lo ha contemplado y con la inspiración e insinuación interna de la sabiduría que nace de la fe, da a conocer al que ha contemplado de una manera excelsa y maternal, ya que siendo madre del Salvador es también madre de los hombres por los cuales intercede desde aquel momento en que faltó el vino en Caná e interpeló el corazón de Jesús, que no pudo negar la Misericordia que Él mismo enseñó a María y tiene desde el principio de los tiempos.
Hoy el Inmaculado Corazón de María, la concebida sin pecado original, llama a nuestros corzones para seguir a Cristo bajo el cuidado maternal que ella da a sus devotos. Nuestra Señora de Fátima, Nuestra Señora de Luján, Nuestra Señora de Lourdes, Nuestra Señora de Guadalupe, todas las devociones de la Virgen María no hacen más que venerar a la Santísima Madre de Dios, la Virgen María es una sola, y en el espíritu de los fieles que la aman y le encomiendan su corazón, su casa, su jornada o sus seres queridos, hay un rayo de su amor que nos acaricia cuando estamos lejos para traernos a la familia de Dios, ella nos entiende en nuestros sufrimientos y alegrías. En los sufrimientos porque su corazón dolió cuando crucificaron a su Hijo, y en las alegrías porque la Resurrección de Nuestro Señor la volvió a la felicidad. Pero María es Madre ante todo de Dios, y es madre de la fe cristiana; ella tuvo una gran fe, una gran esperanza y una gran caridad más que ninguna otra mujer creada antes o después de ella. Por eso nunca debemos perder la fe, siempre debemos tener esperanza, pero por sobre todo, como María, debemos arder en amor a Dios y al prójimo por amor de Dios.
Y para terminar estas sencillas palabras, querido lector, quiero compartir con vos la consagración a la Santísima Virgen, a su Corazón inmaculado y a su maternal protección según lo comunico (por la Divina Voluntad de Nuestro Señor Jesucristo) a Sor Lucía dos Santos, pastorcita de Fátima, en su celda del convento de las Doroteas de Pontevedra.
Y si el lector quiere participar de modo más activo en la devoción de María, puede preguntar en su diócesis y parroquia por la Legión de María, institución laical que lleva a los hombres el Evangelio acompañada de la Virgen y con profunda devoción, al punto que misionan con ella.

Consagración al Inmaculado Corazón de María

" Oh, Virgen mía, Oh, Madre mía, 
yo me ofrezco enteramente a tu Inmaculado Corazón
y te consagro mi cuerpo y mi alma,
mis pensamientos y mis acciones.

Quiero ser como tu quieres que sea, 
hacer lo que tu quieres que haga.
No temo, pues siempre estas conmigo.
Ayúdame a amar a tu hijo Jesús, 
con todo mi corazón y sobre todas las cosas.
       Pon mi mano en la tuya para que este siempre contigo."



Comunión reparadora de los cinco primeros sábados

“Mira, hija mía, mi Corazón rodeado de espinas que los hombres ingratos en cada momento me clavan con blasfemias e ingratitudes. Tú al menos, haz por consolarme y dí que a todos aquellos que durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la sagrada comunión, recen el rosario y me acompañen 15 minutos meditando sus misterios con el fin de desagraviarme, yo prometo asistirles en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para su salvación." Nuestra Señora de Fátima a Sor Lucía dos Santos

Esta práctica de devoción consiste en realizar, el primer sábado de cada mes, durante cinco meses, los siguientes pasos:

Recibir el Sacramento de la reconciliación (confesarse)
Comulgar 
 Rezar el Rosario (5 misterios)
Acompañar a la Virgen meditando 15 minutos sus misterios con el fin de desagravio a su Inmaculado Corazón






domingo, 10 de junio de 2012

Solemnidad de Corpus Christi

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos


El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?"
Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: '¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?'. Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario."
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen, esto es mi Cuerpo."
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: "Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios."
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El cuerpo de Cristo y la Sangre de Cristo, alimento que da la Vida eterna. Jesús instituyó la Eucaristía un Jueves Santo (el primero), y hoy celebramos con solemnidad y en acción de gracias este don tan magnífico, este Sacramento que da Vida a los hombres redimidos por el Señor. En Semana Santa recordamos la Última Cena de Jesús con sus Apóstoles de una manera conmovedora y con tristeza por saber que está cerca la Pasión. Pero sabemos que sin la muerte del Salvador hoy no podríamos estar en amistad con Dios para poder llegar, con fe, esperanza y caridad, a estar con Él en el cielo si obramos según lo que manda Jesucristo. En esa mesa en que Cristo nos deja su Cuerpo y su Sangre para hacer lo mismo que Él en ese momento a través de los tiempos y hasta su segunda venida, allí estaba también el traidor, Judas Iscariote. De una manera simbólica Judas Iscariote (y no el otro Judas, Apóstol del Señor que también se llama así) podría verse en cada católico que, habiendo recibido la fe, reniega de ella o se aparta de la Iglesia condenando a sus propios hermanos sin ninguna razón y atentando contra la inocencia de los hijos de Dios, los cristianos. Estamos llamados a vivir en la fe, estamos llamados a ser partícipes del Banquete Celestial, de la Misa, que será perfecta e íntegra cuando estemos para siempre frente al Trono del Altísimo. Debemos reflexionar sobre esto y señalar que no sólo el que vive alejado de la fe debe convertirse, sino también nosotros, cuando omitimos la fe o no corregimos a nuestros hermanos con amor pero siempre siendo testigos de la Verdad. Vivamos la fe en Iglesia, compartamos la casa del Señor con nuestros hermanos, la comunión de los santos. La Iglesia es Una, Santa, Católica y Apostólica, no hay ni habrá otra distinta, la verdad es una sola y el Pastor es uno solo. Hoy celebramos este Pan bajado del cielo y hecho un bebé en el vientre de una Virgen, en  Belén. Jesús nos llama a la comunión, no nos neguemos al amor de quien, siendo Dios, tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos y se sometió incluso a la muerte, y una muerte de Cruz. Él sufrió por nosotros, no para culparnos, sino para redimirnos, porque verdaderamente nos ama, y santificó a la humanidad queriendo tener un cuerpo humano para la obra salvadora. Por eso debemos ser valientes al defender la Verdad, ya que Él es la Verdad; debemos profesar nuestra fe en la oración y en los hechos de todos los días. El alimento del cristiano es el Cuerpo de Cristo, no otro, y por eso debemos volver a asistir todos los domingos a la Misa, para tener alimento con el cual trabajar entre los hombres evangelizando con obras y en los hechos cotidianos, dando ejemplo verdadero de una vida formada como Dios quiere. Avergonzarse de la fe es avergonzarse del Señor, es no ser hijo de Dios, es escupir sobre el rostro de Cristo como aquellos soldados romanos, es pisotear la Iglesia que el Señor construyó. Avergonzarse de vivir la verdadera fe es insultar a los Apóstoles, es volver a torturar a los mártires, es ser pagano, como los que se escandalizaban o creían loco a quien nos redimió muriendo en una Cruz. En la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, recibamos el Sacramento de la Confesión y comulguemos el Pan de los Ángeles con amor, alegría y proposición firme y sincera de cambio para bien, conversión del corazón para vivir una vida tendiente siempre a la santidad y obediencia a la Santa Madre Iglesia. Amén

PARA CONCLUIR ESCUCHEMOS EL "PANIS ANGELICUS", ÚLTIMAS ESTROFAS DEL HIMNO "SACRIS SOLEMNIS" COMPUESTO POR SANTO TOMÁS DE AQUINO A PEDIDO DEL PAPA URBANO IV


martes, 5 de junio de 2012

Memoria de San Bonifacio, Obispo y Mártir

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos

Enviaron a Jesús unos fariseos y herodianos para sorprenderlo en alguna de sus afirmaciones. Ellos fueron y le dijeron: Maestro, sabemos que eres sincero y no tienes en cuenta la condición de las personas, porque no te fijas en la categoría de nadie, sino que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios. ¿está permitido pagar el impuesto al César o no?, ¿debemos pagarlo o no?. Pero Él, conociendo su hipocresía, les dijo: ¿Por qué me tienden una trampa?, muéstrenme un denario. Cuando se lo mostraron, preguntó: ¿De quién es esta figura y esta inscripción?; respondieron: del César. Entonces Jesús les dijo: Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios. Y ellos quedaron sorprendidos por la respuesta.
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San Bonifacio nació en Inglaterra hacia el año 673; después de haber vivido como monje en el monasterio de Exeter, el año 719 partió para Alemania, donde predicó la fe cristiana, obteniendo excelentes resultados. Fue ordenado Obispo y gobernó la iglesia de Maguncia. Con la ayuda de varios colaboradores, fundó o restauró diversas iglesias en Baviera, Turingia y Franconia. También convocó concilios y promulgó leyes. El año 754, mientras evangelizaba a los frisones, fue asesinado por unos paganos. Su cuerpo recibió sepultura en el monasterio de Fulda. 
                                 (texto tomado de la Liturgia de las Horas)

Hoy celebramos la memoria de un gran santo y mártir cristiano, Bonifacio, o, en su lengua original, "Wynfrith" (winfrido) que tiene como "Bonifacio" el mismo significado: "aquel que hace el bien". Y qué bien hizo toda su vida dedicándose a la conversión de los paganos, que hasta su último instante de vida en el mundo se dedicó por entero a la evangelización. Fue un gran apóstol de la fe, la misma que Cristo había mandado anunciar a sus Apóstoles en el Evangelio, como escuchábamos el domingo que pasó, al celebrar la solemnidad de la Santísima Trinidad. San Bonifacio comienza su tarea evangelizadora en tierra de los frisones, pueblo que en aquella época habitaba Países Bajos y el norte de Alemania. El resultado de aquel esfuerzo es el fracaso, y así viaja a Roma donde el Papa Gregorio II lo envía a organizar la iglesia en Alemania y a evangelizar a los paganos. Luego de cinco años vuelve para informar sobre la misión y es en ese momento histórico en que Bonifacio recibe el orden episcopal. Volverá más tarde también, para encontrarse con el Papa Gregorio III (sucesor inmediato siguiente de Gregorio II) quien lo nombra arzobispo y delegado papal, continuando luego su misión por Baviera y fundando los obispados de Salzburgo, Ratisbona, Freissing y Nassau. No creo que para ello haya prescindido del acompañamiento de la Santísima Virgen, como tampoco sucedió, por ejemplo con Santo Domingo de Guzmán, que en un principio fracasó con la evangelización de los herejes alvigenses y que luego de recibir el Rosario, según la leyenda, logró conversiones con el ejemplo de una vida santa y la enseñanza de la doctrina cristiana, siempre iluminado él y su obra por la Santísima Madre de Dios.  Y acá me permito la comparación porque el problema que enfrentaron San Bonifacio y Santo Domingo son un tema actual en el mundo y las sociedades más modernas, tanto en lugares ricos como en zonas pobres. El santo del que hoy celebramos su memoria trabajó para la conversión de los paganos, Santo Domingo, por su parte se ocupó de la conversión de los herejes. Hoy los paganos y los herejes también necesitan que les sea llevado el Evangelio. Los paganos podrán decir "no conozzco el Evangelio" o podrán decir "me niego a recibirlo, quiero seguir con mis creencias", y los herejes, que por definición son los bautizados que dudan o niegan de manera pertinaz lo que debe creerse con fe divina y católica, podran decir mucho pero la verdad es que al haber recibido la verdadera fe poco tienen para argumentar sobre su condición herética. De todas formas no debemos juzgar de perdido a ningun hombre por más obstinado que esté en vivir y afirmar el error, porque Dios puede obrar la conversión en el corazón y en el silencio de los hombres aún en las situaciones menos sospechadas. La tarea de evangelizar lleva al buen cristiano incluso hasta el martirio, como lo vivió San Bonifacio y este último testimonio de fe es causa de conversiones en no pocas oportunidades. En el Evangelio de hoy leemos que los fariseos y herodianos fueron enviados a Jesús "para sorprenderlo en alguna de sus afirmaciones"; lo mismo pasa en nuestros días cuando tenemos a nuestro alrededor a muchos paganos, herejes y cismáticos atacando a la Santa Madre Iglesia, la única y verdadera, y esperan sorprendernos con preguntas u objeciones capciosas y destinadas a hacer dudar sobre la verdadera fe. Vivimos en un mundo que ataca contra la fe y contra los valores morales más esenciales, se habla de hacer legal el aborto, la inseminación artificial, los vicios sexuales, la eutanasia, etc. y todo ello responde a intereses económicos de grupos reducidos o a intereses sociales que nacen de la pérdida de la moral y del libertinaje que no ve en el límite del derecho propio de cada individuo el comienzo de los derechos de los demás. Muchas veces se defienden estos pecados capitales (dados a conocer como tales desde el día 10 de marzo del año del Señor 2008), acudiendo a la manipulación de los sentimientos de las personas o aduciendo que es un pequeño mal para un gran bien, pero la realidad, como bien la expresa el Catecismo de la Iglesia Católica, es que el fin no justifica los medios. Vivimos esto y estamos llamados más que nunca a seguir el ejemplo valiente de muchos santos como Bonifacio, de llevar el Evangelio a todos los hombres (pero siempre en comunión con la Iglesia y obedeciendo a los Obispos y al Romano Pontífice). Hay también católicos que sorprendentemente cuestionan la fe que ellos mismos recibieron desde el bautismo y que aprendieron a guardar en su corazón de un modo particular en la catequesis de iniciación cristiana. Ante esas voces que nos quieren "sorprender en nuestras afirmaciones", afirmaciones que profesamos con fe católica apostólica romana, hay que estar prevenido y saber responder con una bendición: la bendición de la enseñanza de la fe, enseñanza que no se impone, pero que ama de verdad, la bendición de la corrección fraterna a los que son católicos y niegan a los sucesores de los Apóstoles o a sus colaboradores la autoridad que les dio el Señor. Leí hace poco en el manual de la Legión de María, que escribió el Siervo de Dios Frank Duff, un irlandés casi compatriota de San Bonifacio, un texto que dice "Triste cosa es que los católicos vivan en medio de multitudes que no son de la Iglesia, y que pongan tan poco de su parte para hacerlas entrar en ella. A veces, esta negligencia proviene de creer tan difícil el problema de atender a los de dentro, que no hay energías para interesarse por los de fuera. Al fin, ni se preserva a los de dentro ni se gana a los de fuera". Esto es común en nuestros días, como lo era en tiempos de este autor, pero a la indiferencia de algunos bautizados de vivir la fe en la Iglesia se suma la realidad de los herejes y cismáticos y la amenaza del diablo con las culturas paganas que no tardan en ver el visto bueno de los que se alejas de Dios, así encontramos, por ejemplo, personas que viven la fe a medias y otras que mezclan la fe con lo pagano teniendo en una mesa la imagen de la Virgen y a pocos centímetros un elefante con un billete de dos pesos en su trompa para "la prosperidad y el dinero". Cristo respondió a los sectarios de los judíos y a los partidarios de Herodes (los fariseos y los herodianos) con una respuesta que los dejó sorprendidos y los llamó al silencio y a la reflexión: "Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios". La respuesta a las críticas y a los ataques contra la fe es clara: dos son los caminos, y una cosa no tiene que ver con la otra, lo que es del mundo no te contamine, dejalo en el mundo, tené presente que "Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón", y da a Dios lo que es de Dios, "Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él sólo rendirás culto", es decir, vivir la fe como lo manda Cristo, en la Iglesia que Él mismo edificó, y llevar el Evangelio a todo hombre como lo mandó a sus Apóstoles y a sus sucesores. Porque bien dijo otro santo en su Summa Theologiæ "El amor del prójimo se entiende en cuanto es amado por amor de Dios [...] El amor del prójimo implica el de Dios; el de Dios, en cambio, no excluye el del prójimo" y en este sentido afirma San Agustín, en su Regla, "Ante todas las cosas, queridísimos hermanos, amemos a Dios y después al prójimo...". Y esto es dar a Dios lo que es de Dios, amarlo, ya que amándolo amamos a Cristo, que es Dios, y, como el que lo ama cumple sus mandatos, obedeceremos al Señor que nos dice "Amense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros...". La caridad nos lleva a evangelizar también y nó solo a vivir la fe dando culto a Dios en la Iglesia, participando de los sacramentos y especialmente de la Eucaristía, en la que recibimos al mismo Jesucristo. Evangelizar es llevar a otros  a Jesús, a quien ya recibimos y lo recibimos en cada Misa cuando comulgamos, y este en una obra de amor tan grande que muchos hombres dan la vida en esa misión configurándose con el Señor, como lo hicieron San Bonifacio y sus cincuenta compañeros cuando los frisones les causaron la coronación como Mártires el año 754, en Flandes, y el santo dijo sus últimas palabras: "Ánimo en Cristo". Que San Bonifacio interceda por nosotros y nos ayude en nuestra tarea de evangelización, y que nosotros tengamos ese ánimo para poder ser la luz de muchas naciones en estos tiempos de oscuridades y de llamada a la misión.

sábado, 2 de junio de 2012

Solemnidad de la Santísima Trinidad


+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

 Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado.
Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron.
Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.
Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo".
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El Señor glorificado, después de su Resurrección, se aparece a los Apóstoles (de apostoloi, en griego "enviados") y les manda que lleven el Evangelio a todos los pueblos y los hagan discípulos suyos, cristianos. También ordena que bauticen a los pueblos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, es decir, invocando a Dios uno y trino, la Santísima Trinidad. Les dice que ellos también deberán cumplir todo lo que el Señor había mandado para que el pueblo santo crezca en la fe y en el amor a Dios y a los hombres y promete que Él estará siempre con nosotros hasta el fin de los tiempos. De esta promesa bien sabemos desde aquel primer Jueves Santo que Cristo permanece con nosotros en la Eucaristía, cuando el pan y el vino se transforman en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
El Misterio de la Santísima Trinidad que celebramos este domingo en solemnidad prominente, es uno de los mayores, sino el mayor misterio de la fe. Dios es uno solo, pero ese único Dios es familia: las Personas Divinas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo son unidos un solo Dios. Y es que esa intimidad trinitaria somos incapaces de comprenderla totalmente porque no podemos abarcar, como simples creaturas esto que sobrepasa nuestro intelecto. El vínculo de las tres Personas Divinas es tan perfecto que nos cuesta entender la unidad, un solo Dios, y la realidad de la Trinidad a la vez. Bueno, la verdad es que si bien cuesta, podemos hacernos una idea recurriendo a ejemplos, sobre todo para la catequesis de niños, y nosotros que somos adultos no parecemos más que niños cuando lo entendemos por abstracción pero recurriendo a esos ejemplos a veces o a alguna figura representada en pinturas, mientras acompañamos la idea de la explicación que oímos en la homilía de algún sacerdote: "el Padre y el Hijo se aman y ese Amor es el Espíritu Santo que los une y forman en perfecta unión un solo Dios, una única substancia". 
Este es un misterio de fe que nos llama a alabar y a bendecir, a glorificar y a salmodiar al Creador, Dios está con nosotros, nos ama y lo ha mostrado a los hombres, quiere compartir con nosotros su amor y quiere que permanezcamos felices con Él, por eso no nos olvidó, y para poder volver algún día a sus brazos envió a Cristo para nuestra Salvación. Es por esto que en la Solemnidad de la Santísima Trinidad estamos y debemos estar unidos como hermanos en la Eucaristía del domingo para festejar tan grande regalo del cielo, tan grande regalo de Dios: el conocimiento de su Nombre, el poder tenerlo en nuestros labios en cada oración, en la Misa, el don gratuito de conocerlo y poder ver que en su Nombre se obran tantas maravillas, tantos milagros. Gracias Dios por darnos tu Amor, por darnos la capacidad para amarte. Gracias por hacernos tus hijos por Cristo, el Señor y por entender nuestra miseria humana. Perdón por todas las cosas que te ofenden en la humanidad, ayudanos a llevar fielmente el testimonio de la fe, el Evangelio a todas las naciones y a todos los hombres, porque así como no nos abandonás y prometiste estar con nosotros hasta el fin del mundo, así queremos que estés cuando te llevamos a que te conozcan los que aún no son tus hijos, para bien de todos, no para ofender a nadie. Te pedimos que ilumines a tu Iglesia y envíes sacerdotes a tus campos, fieles y santos sacerdotes que te lleven a todas partes en sus vidas y en su ministerio. Te pedimos tantas veces tanto!, pero sabés que los que te amamos queremos ante todo que se haga tu Voluntad, y de adoramos saciados de tus delicias celestiales pero hambrientos siempre de vos, que sos eterno. este día venimos a tu templo santo a festejar que sabemos de vos y que nos amas, venimos con alegría y unidos como hermanos a esta gran celebración de familia, familia que es Pueblo de Dios, familia que es la comunión de los santos.

Apología 1, 65; 67 • San Justino, Mártir

El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo. Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los Profetas, tanto tiempo como es posible.
Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas. Luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros... Y por todos los demás dondequiera que estén, a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar así la salvación eterna. Cuando termina esta oración nos besamos unos a otros. Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua y de vino mezclados. El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y da gracias (en griego: euchariatian) largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones. Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias todo el pueblo presente pronuncia una aclamación diciendo. Amén. Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le ha respondido, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes pan, vino y agua "eucaristizados" y los llevan a los ausentes.
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NOTA:
La palabra diácono (diakonos) únicamente significa ministro o servidor y es utilizada en este sentido tanto en los Setenta (aunque sólo en el libro de Ester, 2,2; 4, 3) como en el Nuevo Testamento (Mat. 20, 28; Rom. 15, 25; Ef 3,7; etc.) Pero en los tiempos apostólicos la palabra empezó a adquirir un significado más definido y técnico. En sus escritos de alrededor del año 63 d.C., san Pablo se dirige "a todos los santos que viven en Filipo, junto con los obispos y los diáconos" (Fil 1,1). Unos pocos años más tarde (1 Tim 3,8 ss) él insiste a Timoteo que "los diáconos deben ser castos, no mal hablados, no dados a beber mucho vino ni a negocios sucios, que guarden el misterio de la fe con una conciencia pura." Dice además que a ellos "primero se les someterá a prueba y después, si fuesen irreprensibles, serán diáconos." Y añade que deben ser casados una sola vez y que gobiernen bien a sus hijos y a su propia casa. Porque los que ejercen bien el diaconado alcanzan un puesto honroso y grande entereza en la fe de Cristo Jesús." Hay que destacar este pasaje porque no sólo describe las calidades deseables en los candidatos al diaconado sino que también sugiere que administración externa y manejo de dinero pueden llegar a ser parte de sus funciones. Enciclopedia Católica.



viernes, 1 de junio de 2012

San Justino, Mártir

Justino, filósofo y mártir, nació a principios del siglo II en Flavia Neápolis (Nablus), la antigua Siquem, en Samaria, de familia pagana. Una vez convertido a la fe, escribió profusamente en defensa de la religión, aunque sólo se conservan de él dos "Apologías" y el "Diálogo con Trifón". Abrió una escuela en Roma, en la que sostuvo públicas disputas. Sufrió el martirio, junto con sus compañeros, en tiempos de Marco Aurelio, hacia el año 165.

De las Actas del martirio de los santos Justino y compañeros

Aquellos santos varones, una vez apresados, fueron conducidos al prefecto de Roma, que se llamaba Rústico. Cuando estuvieron ante el tribunal, el prefecto Rústico dijo a Justino: 
"Antes que nada profesa tu fe en los dioses y obedece a los emperadores."
Justino respondió:
"No es motivo de acusación ni de detención el hecho de obedecer a los mandamientos de nuestro Señor Jesucristo."
Rústico dijo:
"¿Cuáles son las enseñanzas que profesas?"
Respondió Justino:
"Yo me he esforzado en conocer toda clase de enseñanzas, pero he abrazado las verdaderas enseñanzas de los cristianos, aunque no sean aprobadas por los que viven en el error."
El prefecto Rústico dijo:
"¿Y tú las apruebas, miserable?"
Respondió Justino:
"Así es, ya que las sigo según sus rectos principios."
Dijo el prefecto Rústico:
"¿Y cuáles son estos principios?"
Justino respondió:
"Que damos culto al Dios de los cristianos, al que consideramos como único creador desde el principio y artífice de toda la creación, de todo lo visible y lo invisible, y al Señor Jesucristo, de quien anunciaron los Profetas que vendría como mensajero de salvación al género humano y maestro de insignes discípulos. Y yo, que no soy más que un mero hombre, sé que mis palabras están muy por debajo de su divinidad infinita, pero admito el valor de las profecías que atestiguan que éste, al que acabo de referirme, es el Hijo de Dios. Porque sé que los Profetas hablaban por inspiración divina al vaticinar su venida a los hombres."
Rústico dijo:
"Luego, ¿eres cristiano?"
Justino respondió:
"Así es, soy cristiano"
El prefecto dijo a Justino:
"Escucha, tú que eres tenido por sabio y crees estar en posesión de la verdad: si eres flagelado y decapitado, ¿estás persuadido de que subirás al cielo?"
Justino respondió:
"Espero vivir en la casa del Señor, si sufro tales cosas, pues sé que, a todos los que hayan vivido rectamente, les está reservado el don de Dios para el fin del mundo. "
El prefecto Rústico dijo:
"Tú, pues, supones que has de subir al cielo, para recibir un cierto premio merecido."
Justino respondió:
"No lo supongo, lo sé con certeza."
El prefecto Rústico dijo:
"Dejemos esto y vallamos a la cuestión que ahora interesa y urge. Poneos de acuerdo y sacrificad a los dioses."
Justino dijo:
"Nadie que piense rectamente abandonará la piedad para caer en la impiedad."
El prefecto Rústico dijo:
"Si no hacéis lo que se os manda, seréis atormentados sin piedad."
Justino respondió:
"Nuestro deseo es llegar a la salvación a través de los tormentos sufridos por causa de nuestro Señor Jesucristo, ya que ello será para nosotros motivo de salvación y de confianza ante el tribunal de nuestro Señor y Salvador, que será universal y más temible que éste."
Los otros mártires dijeron asimismo.
"Haz lo que quieras; somos cristianos y no sacrificamos a los ídolos."
El prefecto Rústico pronunció la sentencia, diciendo: "Por haberse negado a sacrificar a los dioses y a obedecer las órdenes del emperador, serán flagelados y decapitados en castigo de su delito y a tenor de lo establecido por la ley."
Los santos mártires salieron, glorificando a Dios, hacia el lugar acostumbrado y allí fueron decapitados, coronando así el testimonio de su fe en el Salvador.


Visitación de la Virgen María • Homilía de San Beda, el Venerable

María proclama la grandeza del Señor por las obras que ha hecho en ella

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador. Con estas palabras, María reconoce en primer lugar los dones singulares que le han sido concedidos, pero alude también a los beneficios comunes con que Dios no deja nunca de favorecer al género humano.
Proclama la grandeza del Señor el alma de aquel que consagra todos sus afectos interiores a la alabanza y al servicio de Dios y, con la observancia de los preceptos divinos, demuestra que nunca echa en olvido las proezas de la Majestad de Dios.
Se alegra en Dios su salvador el espíritu de aquel cuyo deleite consiste únicamente en el recuerdo de su Creador, de quien espera la salvación eterna.
Estas palabras, aunque son aplicables a todos los santos, hallan su lugar más adecuado en los labios de la Madre de Dios, ya que ella, por un privilegio único, ardía en amor espiritual hacia aquel que llevaba corporalmente en su seno.
Ella con razón pudo alegrarse, más que cualquier otro santo, en Jesús, su Salvador, ya que sabía que aquel mismo al que reconocía como eterno autor de la salvación había de nacer de su carne, engendrado en el tiempo, y había de ser, en una misma y única persona, su verdadero hijo y Señor.
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo. No se atribuye nada a sus méritos, sino que toda su grandeza la refiere a la libre donación de aquel que es por esencia poderoso y grande, y que tiene por norma levantar a sus fieles de su pequeñez y debilidad para hacerlos grandes y fuertes.
Muy acertadamente añade: su nombre es santo, para que los que entonces la oían y todos aquellos a los que habían de llegar sus palabras comprendieran que la fe y el recurso a este nombre había de procurarles, también a ellos, una participación en la santidad eterna y en la verdadera salvación, conforme al oráculo profético que afirma: Todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará, ya que este nombre se identifica con aquel del que antes ha dicho: Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador.
Por esto se introdujo en la Iglesia la hermosa y saludable costumbre de cantar diariamente este cántico de María en la salmodia de la alabanza vespertina, ya que así el recuerdo frecuente de la encarnación del Señor enardece la devoción de los fieles y la meditación repetida de los ejemplos de la Madre de Dios los corrobora en la solidez de la virtud. Y ello precisamente en la hora de Vísperas, para que nuestra mente, fatigada y tensa por el trabajo y las múltiples preocupaciones del día, al llegar el tiempo del reposo, vuelva a encontrar el recogimiento y la paz del espíritu.