martes, 5 de junio de 2012

Memoria de San Bonifacio, Obispo y Mártir

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos

Enviaron a Jesús unos fariseos y herodianos para sorprenderlo en alguna de sus afirmaciones. Ellos fueron y le dijeron: Maestro, sabemos que eres sincero y no tienes en cuenta la condición de las personas, porque no te fijas en la categoría de nadie, sino que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios. ¿está permitido pagar el impuesto al César o no?, ¿debemos pagarlo o no?. Pero Él, conociendo su hipocresía, les dijo: ¿Por qué me tienden una trampa?, muéstrenme un denario. Cuando se lo mostraron, preguntó: ¿De quién es esta figura y esta inscripción?; respondieron: del César. Entonces Jesús les dijo: Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios. Y ellos quedaron sorprendidos por la respuesta.
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San Bonifacio nació en Inglaterra hacia el año 673; después de haber vivido como monje en el monasterio de Exeter, el año 719 partió para Alemania, donde predicó la fe cristiana, obteniendo excelentes resultados. Fue ordenado Obispo y gobernó la iglesia de Maguncia. Con la ayuda de varios colaboradores, fundó o restauró diversas iglesias en Baviera, Turingia y Franconia. También convocó concilios y promulgó leyes. El año 754, mientras evangelizaba a los frisones, fue asesinado por unos paganos. Su cuerpo recibió sepultura en el monasterio de Fulda. 
                                 (texto tomado de la Liturgia de las Horas)

Hoy celebramos la memoria de un gran santo y mártir cristiano, Bonifacio, o, en su lengua original, "Wynfrith" (winfrido) que tiene como "Bonifacio" el mismo significado: "aquel que hace el bien". Y qué bien hizo toda su vida dedicándose a la conversión de los paganos, que hasta su último instante de vida en el mundo se dedicó por entero a la evangelización. Fue un gran apóstol de la fe, la misma que Cristo había mandado anunciar a sus Apóstoles en el Evangelio, como escuchábamos el domingo que pasó, al celebrar la solemnidad de la Santísima Trinidad. San Bonifacio comienza su tarea evangelizadora en tierra de los frisones, pueblo que en aquella época habitaba Países Bajos y el norte de Alemania. El resultado de aquel esfuerzo es el fracaso, y así viaja a Roma donde el Papa Gregorio II lo envía a organizar la iglesia en Alemania y a evangelizar a los paganos. Luego de cinco años vuelve para informar sobre la misión y es en ese momento histórico en que Bonifacio recibe el orden episcopal. Volverá más tarde también, para encontrarse con el Papa Gregorio III (sucesor inmediato siguiente de Gregorio II) quien lo nombra arzobispo y delegado papal, continuando luego su misión por Baviera y fundando los obispados de Salzburgo, Ratisbona, Freissing y Nassau. No creo que para ello haya prescindido del acompañamiento de la Santísima Virgen, como tampoco sucedió, por ejemplo con Santo Domingo de Guzmán, que en un principio fracasó con la evangelización de los herejes alvigenses y que luego de recibir el Rosario, según la leyenda, logró conversiones con el ejemplo de una vida santa y la enseñanza de la doctrina cristiana, siempre iluminado él y su obra por la Santísima Madre de Dios.  Y acá me permito la comparación porque el problema que enfrentaron San Bonifacio y Santo Domingo son un tema actual en el mundo y las sociedades más modernas, tanto en lugares ricos como en zonas pobres. El santo del que hoy celebramos su memoria trabajó para la conversión de los paganos, Santo Domingo, por su parte se ocupó de la conversión de los herejes. Hoy los paganos y los herejes también necesitan que les sea llevado el Evangelio. Los paganos podrán decir "no conozzco el Evangelio" o podrán decir "me niego a recibirlo, quiero seguir con mis creencias", y los herejes, que por definición son los bautizados que dudan o niegan de manera pertinaz lo que debe creerse con fe divina y católica, podran decir mucho pero la verdad es que al haber recibido la verdadera fe poco tienen para argumentar sobre su condición herética. De todas formas no debemos juzgar de perdido a ningun hombre por más obstinado que esté en vivir y afirmar el error, porque Dios puede obrar la conversión en el corazón y en el silencio de los hombres aún en las situaciones menos sospechadas. La tarea de evangelizar lleva al buen cristiano incluso hasta el martirio, como lo vivió San Bonifacio y este último testimonio de fe es causa de conversiones en no pocas oportunidades. En el Evangelio de hoy leemos que los fariseos y herodianos fueron enviados a Jesús "para sorprenderlo en alguna de sus afirmaciones"; lo mismo pasa en nuestros días cuando tenemos a nuestro alrededor a muchos paganos, herejes y cismáticos atacando a la Santa Madre Iglesia, la única y verdadera, y esperan sorprendernos con preguntas u objeciones capciosas y destinadas a hacer dudar sobre la verdadera fe. Vivimos en un mundo que ataca contra la fe y contra los valores morales más esenciales, se habla de hacer legal el aborto, la inseminación artificial, los vicios sexuales, la eutanasia, etc. y todo ello responde a intereses económicos de grupos reducidos o a intereses sociales que nacen de la pérdida de la moral y del libertinaje que no ve en el límite del derecho propio de cada individuo el comienzo de los derechos de los demás. Muchas veces se defienden estos pecados capitales (dados a conocer como tales desde el día 10 de marzo del año del Señor 2008), acudiendo a la manipulación de los sentimientos de las personas o aduciendo que es un pequeño mal para un gran bien, pero la realidad, como bien la expresa el Catecismo de la Iglesia Católica, es que el fin no justifica los medios. Vivimos esto y estamos llamados más que nunca a seguir el ejemplo valiente de muchos santos como Bonifacio, de llevar el Evangelio a todos los hombres (pero siempre en comunión con la Iglesia y obedeciendo a los Obispos y al Romano Pontífice). Hay también católicos que sorprendentemente cuestionan la fe que ellos mismos recibieron desde el bautismo y que aprendieron a guardar en su corazón de un modo particular en la catequesis de iniciación cristiana. Ante esas voces que nos quieren "sorprender en nuestras afirmaciones", afirmaciones que profesamos con fe católica apostólica romana, hay que estar prevenido y saber responder con una bendición: la bendición de la enseñanza de la fe, enseñanza que no se impone, pero que ama de verdad, la bendición de la corrección fraterna a los que son católicos y niegan a los sucesores de los Apóstoles o a sus colaboradores la autoridad que les dio el Señor. Leí hace poco en el manual de la Legión de María, que escribió el Siervo de Dios Frank Duff, un irlandés casi compatriota de San Bonifacio, un texto que dice "Triste cosa es que los católicos vivan en medio de multitudes que no son de la Iglesia, y que pongan tan poco de su parte para hacerlas entrar en ella. A veces, esta negligencia proviene de creer tan difícil el problema de atender a los de dentro, que no hay energías para interesarse por los de fuera. Al fin, ni se preserva a los de dentro ni se gana a los de fuera". Esto es común en nuestros días, como lo era en tiempos de este autor, pero a la indiferencia de algunos bautizados de vivir la fe en la Iglesia se suma la realidad de los herejes y cismáticos y la amenaza del diablo con las culturas paganas que no tardan en ver el visto bueno de los que se alejas de Dios, así encontramos, por ejemplo, personas que viven la fe a medias y otras que mezclan la fe con lo pagano teniendo en una mesa la imagen de la Virgen y a pocos centímetros un elefante con un billete de dos pesos en su trompa para "la prosperidad y el dinero". Cristo respondió a los sectarios de los judíos y a los partidarios de Herodes (los fariseos y los herodianos) con una respuesta que los dejó sorprendidos y los llamó al silencio y a la reflexión: "Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios". La respuesta a las críticas y a los ataques contra la fe es clara: dos son los caminos, y una cosa no tiene que ver con la otra, lo que es del mundo no te contamine, dejalo en el mundo, tené presente que "Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón", y da a Dios lo que es de Dios, "Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él sólo rendirás culto", es decir, vivir la fe como lo manda Cristo, en la Iglesia que Él mismo edificó, y llevar el Evangelio a todo hombre como lo mandó a sus Apóstoles y a sus sucesores. Porque bien dijo otro santo en su Summa Theologiæ "El amor del prójimo se entiende en cuanto es amado por amor de Dios [...] El amor del prójimo implica el de Dios; el de Dios, en cambio, no excluye el del prójimo" y en este sentido afirma San Agustín, en su Regla, "Ante todas las cosas, queridísimos hermanos, amemos a Dios y después al prójimo...". Y esto es dar a Dios lo que es de Dios, amarlo, ya que amándolo amamos a Cristo, que es Dios, y, como el que lo ama cumple sus mandatos, obedeceremos al Señor que nos dice "Amense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros...". La caridad nos lleva a evangelizar también y nó solo a vivir la fe dando culto a Dios en la Iglesia, participando de los sacramentos y especialmente de la Eucaristía, en la que recibimos al mismo Jesucristo. Evangelizar es llevar a otros  a Jesús, a quien ya recibimos y lo recibimos en cada Misa cuando comulgamos, y este en una obra de amor tan grande que muchos hombres dan la vida en esa misión configurándose con el Señor, como lo hicieron San Bonifacio y sus cincuenta compañeros cuando los frisones les causaron la coronación como Mártires el año 754, en Flandes, y el santo dijo sus últimas palabras: "Ánimo en Cristo". Que San Bonifacio interceda por nosotros y nos ayude en nuestra tarea de evangelización, y que nosotros tengamos ese ánimo para poder ser la luz de muchas naciones en estos tiempos de oscuridades y de llamada a la misión.