sábado, 16 de junio de 2012

Solemnidad del Inmaculado Corazón de María


De los Sermones de san Lorenzo Justiniano, Obispo
(Sermón 8, En la fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen María: Opera 2, Venecia 1751, 38-39)

María iba reflexionando sobre todas las cosas que había conocido leyendo, escuchando, mirando, y de este modo su fe iba en aumento constante, sus méritos crecían, su sabiduría se hacía más clara y su caridad era cada vez más ardiente. Su conocimiento y penetración, siempre renovados, de los misterios celestiales la llenaban de alegría, la hacían gozar de la fecundidad del Espíritu, la atraían hacia Dios y la hacían perseverar en su propia humildad. Porque en esto consisten los progresos de la gracia divina, en elevar desde lo más humilde hasta lo más excelso y en ir transformando de resplandor en resplandor. Bienaventurada el alma de la Virgen que, guiada por el magisterio del Espíritu que habitaba en ella, se sometía siempre y en todo a las exigencias de la Palabra de Dios.


Ella no se dejaba llevar por su propio instinto o juicio, sino que su actuación exterior correspondía siempre a las insinuaciones internas de la sabiduría que nace de la fe. Convenía, en efecto, que la sabiduría divina, que se iba edificando la casa de la Iglesia para habitar en ella, se valiera de María santísima para lograr la observancia de la ley, la purificación de la mente, la justa medida de la humildad y el sacrificio espiritual.


Imítala tú, alma fiel. Entra en el templo de tu corazón, si quieres alcanzar la purificación espiritual y la limpieza de todo contagio de pecado. Allí Dios atiende más a la intención que a la exterioridad de nuestras obras. Por esto, ya sea que por la contemplación salgamos de nosotros mismos para reposar en Dios, ya sea que nos ejercitemos en la práctica de las virtudes o que nos esforcemos en ser útiles a nuestro prójimo con nuestras buenas obras, hagámoslo de manera que la caridad de Cristo sea lo único que nos apremie. Éste es el sacrificio de la purificación espiritual, agradable a Dios, que se ofrece no en un templo hecho por mano de hombres, sino en el templo del corazón, en el que Cristo el Señor entra de buen grado.
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"María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón" (Lc. 2, 19). Hoy es la Solemnidad del Inmaculado Corazón de María, que celebramos con toda la Iglesia. Nos detenemos a contemplar ese corazón radiante de amor por Jesús y los hijos de Dios que quiso dar su sí con enorme fe para que se cumpliera la obra redentora de Nuestro Salvador. La Santísima Virgen es medianera de todas las gracias, porque ella misma es "llena de gracia" y al ser la Madre de Dios es nuestra Madre más amorosa y dulce.
El Evangelio de Lucas dice que meditaba en su corazón las maravillas del Señor; la joven Virgen dio a luz a Dios niño y no podía sino quedar extasiada y en profunda adoración al contemplar estas cosas. Ella lo tuvo en sus brazos maternales, lo mimó y cuidó de Él con el amor más santo y más grande que pueda tener una mamá. María, esclava del Amor de su Hijo vivió haciendo la Voluntad del Altísimo y por su humildad fue ensalzada por la mano del Señor. Dice San Lorenzo Justiniano que su caridad era cada vez más ardiente, quizá lo era en la medida que, meditando su condición de Virgen y Madre del Señor, crecía en amor hacia Él, que la amó primero y le concedió un don tan grande que no existe otro mayor con ninguno de los santos ni de los Apóstoles del colegio de los doce.
La Virgen contempló la Gloria de Jesucristo, su anonadamiento, la fragilidad de sus primeros pasitos y sus primeros balbuceos. El Señor la amó antes de tenerla por Madre verdadera y le regaló su Amor de niño viviendo bajo su cuidado. El Maestro la asistía en el mismo momento que ella, llena del Espíritu Santo, vivía literalmente para Dios. Así encontramos, por ejemplo, que un día le pida a su Hijo que interceda por los hombres en las bodas de Caná. Movida por compasión y con piadosa misericordia aprende lo que su Hijo sabe y entonces insiste hablando el mismo lenguaje del Amor, como entendiendo, antes que los Apóstoles, las lenguas angelicales. Ella contempla..., contempla en su vida al Autor de la vida que nació de su vientre virginal, pero ahora que lo ha contemplado y con la inspiración e insinuación interna de la sabiduría que nace de la fe, da a conocer al que ha contemplado de una manera excelsa y maternal, ya que siendo madre del Salvador es también madre de los hombres por los cuales intercede desde aquel momento en que faltó el vino en Caná e interpeló el corazón de Jesús, que no pudo negar la Misericordia que Él mismo enseñó a María y tiene desde el principio de los tiempos.
Hoy el Inmaculado Corazón de María, la concebida sin pecado original, llama a nuestros corzones para seguir a Cristo bajo el cuidado maternal que ella da a sus devotos. Nuestra Señora de Fátima, Nuestra Señora de Luján, Nuestra Señora de Lourdes, Nuestra Señora de Guadalupe, todas las devociones de la Virgen María no hacen más que venerar a la Santísima Madre de Dios, la Virgen María es una sola, y en el espíritu de los fieles que la aman y le encomiendan su corazón, su casa, su jornada o sus seres queridos, hay un rayo de su amor que nos acaricia cuando estamos lejos para traernos a la familia de Dios, ella nos entiende en nuestros sufrimientos y alegrías. En los sufrimientos porque su corazón dolió cuando crucificaron a su Hijo, y en las alegrías porque la Resurrección de Nuestro Señor la volvió a la felicidad. Pero María es Madre ante todo de Dios, y es madre de la fe cristiana; ella tuvo una gran fe, una gran esperanza y una gran caridad más que ninguna otra mujer creada antes o después de ella. Por eso nunca debemos perder la fe, siempre debemos tener esperanza, pero por sobre todo, como María, debemos arder en amor a Dios y al prójimo por amor de Dios.
Y para terminar estas sencillas palabras, querido lector, quiero compartir con vos la consagración a la Santísima Virgen, a su Corazón inmaculado y a su maternal protección según lo comunico (por la Divina Voluntad de Nuestro Señor Jesucristo) a Sor Lucía dos Santos, pastorcita de Fátima, en su celda del convento de las Doroteas de Pontevedra.
Y si el lector quiere participar de modo más activo en la devoción de María, puede preguntar en su diócesis y parroquia por la Legión de María, institución laical que lleva a los hombres el Evangelio acompañada de la Virgen y con profunda devoción, al punto que misionan con ella.

Consagración al Inmaculado Corazón de María

" Oh, Virgen mía, Oh, Madre mía, 
yo me ofrezco enteramente a tu Inmaculado Corazón
y te consagro mi cuerpo y mi alma,
mis pensamientos y mis acciones.

Quiero ser como tu quieres que sea, 
hacer lo que tu quieres que haga.
No temo, pues siempre estas conmigo.
Ayúdame a amar a tu hijo Jesús, 
con todo mi corazón y sobre todas las cosas.
       Pon mi mano en la tuya para que este siempre contigo."



Comunión reparadora de los cinco primeros sábados

“Mira, hija mía, mi Corazón rodeado de espinas que los hombres ingratos en cada momento me clavan con blasfemias e ingratitudes. Tú al menos, haz por consolarme y dí que a todos aquellos que durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la sagrada comunión, recen el rosario y me acompañen 15 minutos meditando sus misterios con el fin de desagraviarme, yo prometo asistirles en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para su salvación." Nuestra Señora de Fátima a Sor Lucía dos Santos

Esta práctica de devoción consiste en realizar, el primer sábado de cada mes, durante cinco meses, los siguientes pasos:

Recibir el Sacramento de la reconciliación (confesarse)
Comulgar 
 Rezar el Rosario (5 misterios)
Acompañar a la Virgen meditando 15 minutos sus misterios con el fin de desagravio a su Inmaculado Corazón