domingo, 25 de noviembre de 2012

Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey universal

+ Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan

Pilato llamó a Jesús y le preguntó: ¿Eres tú el rey de los judíos?. Jesús le respondió: ¿Dices esto por tí mismo u otros te lo han dicho de mí?. Pilato replicó: ¿Acaso yo soy judío?. Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?. Jesús respondió: Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a  mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí. Pilato le dijo: ¿Entonces tú eres rey?. Jesús respondió: Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad escucha mi voz.
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"Mientras los hombres y las naciones, alejados de Dios, corren a la ruina y a la muerte por entre incendios de odios y luchas fratricidas, la Iglesia de Dios, sin dejar nunca de ofrecer a los hombres el sustento espiritual, engendra y forma nuevas generaciones de santos y de santas para Cristo, el cual no cesa de levantar hasta la eterna bienaventuranza del
reino celestial a cuantos le obedecieron y sirvieron fidelísimamente en el reino de la tierra." 
                                                                                                                                                                       Pío XI, Enc. Quas Primas



Hoy, trigésimo cuarto domingo del tiempo ordinario, celebramos la Solemnidad de Cristo Rey. Es la última celebración del año litúrgico, el último domingo del tiempo ordinario previo al primer domingo de Adviento.
Este día nos llama a celebrar y vivir con fe, esperanza y caridad la realeza de Cristo sobre toda la creación y muy especialmente sobre la Santa Iglesia. Siendo este "año de la fe" muy propicio para alimentarse cada vez más de la Verdad y darla conocer, habiéndola digerido en nuestros corazones, la ciudad del Gran Rey no puede menos que recibir al Señor con sus dinteles levantados y con el gran gozo, también, de saber eterno el día en que la Puerta del Cielo daba su "Fiat" para que habite entre nosotros el Hijo de David.
Un solo rebaño y un solo Pastor, un reino y un Rey. Esto es lo que debemos encontrar entre nosotros, hijos de Dios por Jesucristo, y que debemos llevar a todo el mundo luego de haberlo vivido en casa. Hoy corren tiempos en que la unión no es común en el mundo; esto lo notamos en las distintas realidades seculares siempre tan cargadas de egoísmo y quizá más gravemente marcadas en estos últimos diez años. Los vínculos se destruyen cuando se destruye o, mejor, se intenta borrar el concepto de familia, de respeto a la vida, de respeto al derecho de los demás...; también podemos ver que no hay unión cuando las naciones sucumben ante las crisis económicas que surgen por la escisión de la voluntad y la ética. Hay muchos ejemplos de lo mismo en el transcurso de estos últimos años, y la Iglesia debe preguntarse qué papel juega en el mundo de hoy.
Si en el Evangelio que hoy nos presenta la liturgia alteramos algunos personajes entenderemos una verdad que es universal en el mundo y que a todos los cristianos nos llama a reflexionar sobre nuestro protagonismo en él. Digamos que Pilato es la tendencia al mal, la concupiscencia; Jesús es el Bien supremo, la verdadera felicidad del hombre, y los judíos son la voluntad humana. así tenemos que releer el mensaje diciendo: la concupiscencia interrogó al Bien supremo si este era quien regía a la voluntad. A su vez el Bien supremo preguntó si ella hablaba por sí misma o por la voluntad humana (evidentemente la concupiscencia no es original de la voluntad humana, sino de otra voluntad opuesta al Bien supremo). La voluntad pone al Bien en tela de juicio, lo desfigura y lo entrega a la concupiscencia (lo que es bueno para el hombre, el Fin último es traicionado por la tendencia al mal, así se deja de comprender el fin y el medio se desvía hacia el pecado, perdiendo la Meta, que permanece aún sin el hombre). El Bien dice que su Voluntad no es la voluntad humana, de lo contrario no habría sido despreciado por la concupiscencia (los que están a su servicio y combaten son los hombres que viven en la gracia luchando con sus buenos hábitos y las virtudes para que la voluntad no caiga en la ceguera y la perdición). Entonces..., ¿Vos sos El que es?, pregunta la concupiscencia, que no es capaz de distinguir bien, y el Bien supremo responde "Sí, Yo soy El que soy" y agrega: yo me acerco a los hombres para transmitirles la Verdad, y los que son míos me escuchan y se alimentan de mí.

En síntesis se puede decir que el Bien reina desde siempre y sobre todo, pero hay quienes rechazan el Bien y creen que su bien está en la voluntad tendiente al mal. Pero no debemos olvidar que ese Bien no puede apagarse, aunque la concupiscencia lo ignore, el Rey permanece y siempre es la Verdad. Los que somos suyos lo escuchamos en nuestra vida, en nuestro espíritu, nos alimentamos de Él en la Eucaristía y vivimos unidos a Él sabiendo que es el Bien supremo y nuestra Felicidad. Pero..., hoy, en nuestra vida personal y particular, ¿luchamos para que los hombres no entreguen los bienes a la concupiscencia?, es decir, ¿anunciamos el Evangelio?, ¿somos luz del mundo y testigos de la Verdad?. Cristo es Rey universal y su reino está en guerra; no contra los hombres, sino contra el mal que arrastra a los hombres con garras de concupiscencia  y de pecado. En el combate, la Iglesia es un soldado que sabe que ha ganado porque conoce al General. Pero este soldado no dejará jamás en manos del enemigo a los rehenes que tomó, al contrario, se hace fuerte y sale a buscar a aquellos con la armadura de la Verdad expresada en el Verbo. El soldado es legionario, sí, legionario de una Madre que llora a sus hijos, legionario que combate dirigido por aquella que aplasta la cabeza de la serpiente infernal. Legionario de María. Estamos llamados a "redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada" (Porta Fidei, nº 9, Bededicto XVI), para no caer en la resignación de ver sin retorno lo que parece perdido, y ,también, para no descuidarse en la guerra contemplando entre lágrimas las ausencias en el bastión mientras las espaldas cubren al enemigo. Y nuestro modelo es la Santísima Virgen Madre, "la realización más pura de la fe"(CCE nº 149), porque su humildad y obediencia vencieron a las tinieblas al confiar plenamente en Aquel que es la Vida y la Verdad, el Amor.
Este es un día en que volvemos a proclamar a Jesús nuestro Dios y Señor, Rey soberano de toda la creación, y Rey de nuestros corazones. Por eso debemos reflexionar qué lugar ocupa cristo en nuestras vidas, y desde ese lugar debe brillar la luz para acercarla a los que la necesitan, que son todos los hombres. En tiempo de fe debe reinar la esperanza, y el Amor eterno debe estar de continuo en nosotros, por eso debemos obrar en comunión: comulgar y ser un solo rebaño del Señor, con obediencia confiada a su vicario, el Santo Padre, que ha llamado en tan agraciada circunstancia a este año de la fe. Es tiempo de unión, recemos especialmente por los que están alejados de la Iglesia, ya sean bautizados o no. Porque "el imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano" (Encíclica Annum Sacrum, Leon XIII, Papa).
Así, dando testimonio de vida cristiana, podemos transformar el mundo actual enseñando que "El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos" (Enc. Quas Primas nº 16, Pío XI).
Para finalizar quiero dejar escrita textualmente, en castellano, estas palabras del Papa Pío XI citando a Pío X en la encíclica "Quas Primas" (que instituyó, el 11 de diciembre de 1925, la Solemnidad de Cristo Rey)...
"Asimismo ordenamos que en ese día se renueve todos los años la consagración de todo el género humano al Sacratísimo Corazón de Jesús, con la misma fórmula que nuestro predecesor, de santa memoria, Pío X, mandó recitar anualmente"


Consagración al Sacratísimo Corazón de Jesús

Sagrado Corazón de Jesús, que manifestasteis a Santa Margarita María el deseo de reinar sobre las familias cristianas, nosotros venimos hoy a proclamar vuestra realeza absoluta sobre nuestra familia. Queremos, de ahora en adelante, vivir vuestra vida, queremos que florezcan, en nuestro medio, las virtudes a las cuales prometísteis, ya en este mundo, la paz. Queremos expulsar lejos de nosotros el espíritu mundano que maldijísteis. Vos reinaréis en nuestras inteligencias por la simplicidad de nuestra fe: en nuestros corazones por el amor sin reservas del que estamos abrasados para con Vos, y cuya llama alimentaremos por la recepción frecuente de vuestra divina Eucaristía. Dignáos, Corazón divino, presidir nuestras reuniones, bendecir nuestras empresas espirituales y temporales, apartar de nosotros las aflicciones, santificar nuestras alegrías, aliviar nuestras penas. Si alguna vez alguno de nosotros tuviere la desgracia de ofenderos, acordáos, oh Corazón de Jesús, que sois bueno y misericordioso con el pecador arrepentido. Y cuando sonare la hora de la separación, todos nosotros, los que parten y los que quedan, seremos sumisos a vuestros eternos designios. Nos consolaremos con el pensamiento de que ha de venir un día en que toda la familia, reunida en el Cielo, podrá cantar para siempre vuestra gloria y vuestros beneficios. Dígnese el Corazón Inmaculado de María, dígnese el glorioso Patriarca San José, presentaros esta consagración y recordárnosla todos los días de nuestra vida. Viva el Corazón de Jesús, nuestro Rey y nuestro Padre!



jueves, 15 de noviembre de 2012

San Alberto Magno, Obispo y Doctor de la Iglesia

Alberto, el Grande, nació en Lauingen, Baviera, el año 1206, a orillas del río Danubio, cerca de Ulm, Diócesis de Augsburgo. Murió en Colonia, el 15 de Noviembre de 1280. Fue llamado “el Grande” y “Doctor Universalis” (Doctor Universal) en reconocimiento a su genio extraordinario y extenso conocimiento y porque fue perito en todas las ramas del aprendizaje cultivado en su tiempo, sobrepasando a todos sus contemporáneos.
Fue el hijo mayor del Conde de Bollstädt. Nada cierto se sabe de su educación primaria o preparatoria, la cual fue recibida ya sea bajo el techo paternal o en una escuela del barrio. En su juventud fue enviado a continuar sus estudios en la Universidad de Padua; ciudad que fue escogida ya sea porque su tío residía en ella o porque Padua era famosa por su cultura y artes liberales, por lo cual el joven suabo tenía una predilección. La fecha de su partida a Padua no ha sido posible determinar con precisión. En el año 1223, se unió a la orden de Santo Domingo, atraído por el discurso del Beato Jordán de Sajonia, segundo Maestro General de la Orden. Los historiadores no nos pueden decir si los estudios de Alberto continuaron en Padua, Boloña, Paris o Colonia. Una vez completados sus estudios, enseñó teología en Hildesheim, Friburgo, Ratisbona, Straburgo y Colonia. En 1238 asiste al Capítulo General de la Orden que eligió a Raimundo de Peñafort tercer Maestro General. Se encontraba en el convento en Colonia, interpretando el “Libro de las Sentencias” de Pedro Lombardo cuando, en 1245, se le ordenó partir a Paris. Allí, recibió el grado de Doctor en la universidad que, sobre todas las demás, fue celebrada como una escuela de teología. Fue durante este período de logro en Colonia y Paris que se contaba entre sus oyentes Tomás de Aquino, entonces un joven silencioso y pensativo, cuyo genio fue reconocido y cuya futura grandeza predijo. El discípulo acompañó a su maestro a Paris en 1245, regresando con él en 1248 al nuevo Studuim Generale de Colonia, donde Alberto fue nombrado Regente, mientras Tomás se convirtió en segundo profesor y Magister Studentium (Maestro de estudiantes). En 1254, Alberto fue elegido Provincial de su Orden en Alemania. Viajó a Roma en 1256 a defender a las Ordenes de los Mendicantes contra los ataques de William de San Amour, cuyo libro “De novissimis temporum periculis” fue condenado por el Papa Alejandro IV, el 5 de Octubre de 1256. Durante su permanencia en Roma, Alberto ocupó la oficina de Maestro del Palacio Sagrado (instituido en la época por Santo Domingo) y predicó sobre el Evangelio de San Juan y las Epístolas Canónicas. Renunció a la oficina Provincial en 1257 para dedicarse al estudio y la enseñanza. En el Capítulo General de los Dominicos, sostenido en Valencia en 1250, junto a Tomás de Aquino y Pedro de Tarentasia (luego, Papa Inocente V), estableció las reglas para la dirección de estudios y la determinación del sistema de graduación de la Orden. En el año 1260 fue nombrado Obispo de Ratisbon. Humberto de Romanis, Maestro General de los Dominicos fue renuente a perder los servicios del gran Maestro, se esforzó en evitar su nombramiento, aunque no tuvo éxito. Alberto gobernó la diócesis hasta el año 1262 cuando, luego de aceptada su renuncia, voluntariamente reasumió los deberes de profesor en el Studuim en Colonia. En el año 1270, envió un informe a Santo Tomás combatiendo a Siger de Brabante y los Averroístas. Este era su segundo tratado especial contra el comentador árabe, el primero había sido escrito en 1256 bajo el título “De Unitate Intellectus Contra Averroem”. Fue llamado por el Papa Gregorio X para asistir al Concilio de Lyon (1274) sobre las deliberaciones donde tomó parte activa. El anuncio de la muerte de San Tomás en Fossa Nova, mientras precedía el Concilio, fue un duro golpe para Alberto y declaró que “La Luz de la Iglesia” había sido apagada. Naturalmente creció en él el amor por su distinguido y santo pupilo y se dice que luego de su muerte, no podía sino derramar lágrimas cuando se nombraba o se mencionaba a Santo Tomás. Algo de su viejo vigor y espíritu volvió en 1277 cuando se anunció que Esteban Tempier y otros deseaban condenar los escritos de Santo Tomás bajo el cargo que eran demasiado favorables a los filósofos ateos, así es que viajó a Paris a defender la memoria de su discípulo. Tiempo después de 1278 (año en el cual escribió su testamento) sufrió un lapsus de memoria; su fuerte mente gradualmente se fue nublando; su cuerpo se debilitó con las vigilias, la austeridad y numerosos trabajos hundiéndose bajo el peso de los años. Muere el 15 de noviembre de 1280, siendo enterrado en el coro de la iglesia dominica de Colonia. Ofició las exequias fúnebres el Arzobispo Siegfried von Westerburg. El 13 de octubre de 1484, Inocencio VIII permite a los priores dominicos en Colonia y en Ratisbona celebrar fiesta el 15 de noviembre con Misa y Oficio, lo que se interpretó como culto a un Beato. La misma prerrogativa se concede el 21 de septiembre de 1622 por Gregorio XV a la catedral de Ratisbona. El 2 de abril de 1631 por Urbano VIII a Lauingen, y el 6 de marzo de 1635 lo extendió a todos los dominicos alemanes; el 3 de mayo de 1664 por Alejandro VII a los dominicos de Venecia, y el 27 de agosto de 1670 Clemente X lo extiende a todo el mundo. El 16 de diciembre de 1931 Pío XI santificó a Alberto de  Bollstädt nombrándolo Doctor de la Iglesia (Acta Apostolicæ Sedis, vol. 24, 1932, 5-17). El 16 de diciembre de 1941 Pío XII, en su Breve “Ad Deum per rerum naturæ”, lo declaró Cultorum Scientiarum  naturalium coelestem apud Deum Patronum (Patrón ante Dios de los estudiosos de las ciencias naturales) con el privilegio y honor añadidos de su patronazgo a todas las ciencias. (Acta Apostolicæ Sedis vol. 34, 1942, 89-91 ).
En Teología, Alberto ocupa un lugar entre Pedro Lombardo, el Maestro de las Sentencias, y Santo Tomás de Aquino. En un orden sistemático, de rigurosidad y claridad, superó al primero pero es inferior a su propia discípulo ilustrísimo. Su “Suma Teológica” marca un avance mas allá de las costumbres de su tiempo en el orden científico observado, en la eliminación de asuntos inútiles, en la limitación de los argumentos y objeciones; sin embargo, aún se mantienen muchos de los impedimentos, obstáculos o piezas tambaleantes que Santo Tomás consideró suficientemente serios como para un nuevo manual de teología para uso de principiantes. – ad eruditionem incipientium, como el modesto Doctor Angélico notó en el prólogo de su inmortal “Summa”. La mente del Doctor Universalis, estaba tan llena de conocimiento de muchas cosas que no siempre pudo adaptar sus exposiciones de la verdad a la capacidad de los novicios en la ciencia de la teología. Enseñó y dirigió un pupilo que dio al mundo una exposición científica concisa, clara y perfecta y una defensa de la Doctrina Cristiana; ante Dios, por lo tanto, le debemos a Alberto Magno, la “Summa Theologiæ” de Santo Tomás.