Alberto, el Grande, nació en Lauingen, Baviera, el año 1206, a orillas del río Danubio, cerca de Ulm, Diócesis de Augsburgo. Murió en Colonia, el 15 de Noviembre de 1280. Fue llamado “el Grande” y “Doctor Universalis” (Doctor Universal) en reconocimiento a su genio extraordinario y extenso conocimiento y porque fue perito en todas las ramas del aprendizaje cultivado en su tiempo, sobrepasando a todos sus contemporáneos.
Fue el hijo mayor del Conde de Bollstädt. Nada cierto se sabe de su educación primaria o preparatoria, la cual fue recibida ya sea bajo el techo paternal o en una escuela del barrio. En su juventud fue enviado a continuar sus estudios en la Universidad de Padua; ciudad que fue escogida ya sea porque su tío residía en ella o porque Padua era famosa por su cultura y artes liberales, por lo cual el joven suabo tenía una predilección. La fecha de su partida a Padua no ha sido posible determinar con precisión. En el año 1223, se unió a la orden de Santo Domingo, atraído por el discurso del Beato Jordán de Sajonia, segundo Maestro General de la Orden. Los historiadores no nos pueden decir si los estudios de Alberto continuaron en Padua, Boloña, Paris o Colonia. Una vez completados sus estudios, enseñó teología en Hildesheim, Friburgo, Ratisbona, Straburgo y Colonia. En 1238 asiste al Capítulo General de la Orden que eligió a Raimundo de Peñafort tercer Maestro General. Se encontraba en el convento en Colonia, interpretando el “Libro de las Sentencias” de Pedro Lombardo cuando, en 1245, se le ordenó partir a Paris. Allí, recibió el grado de Doctor en la universidad que, sobre todas las demás, fue celebrada como una escuela de teología. Fue durante este período de logro en Colonia y Paris que se contaba entre sus oyentes Tomás de Aquino, entonces un joven silencioso y pensativo, cuyo genio fue reconocido y cuya futura grandeza predijo. El discípulo acompañó a su maestro a Paris en 1245, regresando con él en 1248 al nuevo Studuim Generale de Colonia, donde Alberto fue nombrado Regente, mientras Tomás se convirtió en segundo profesor y Magister Studentium (Maestro de estudiantes). En 1254, Alberto fue elegido Provincial de su Orden en Alemania. Viajó a Roma en 1256 a defender a las Ordenes de los Mendicantes contra los ataques de William de San Amour, cuyo libro “De novissimis temporum periculis” fue condenado por el Papa Alejandro IV, el 5 de Octubre de 1256. Durante su permanencia en Roma, Alberto ocupó la oficina de Maestro del Palacio Sagrado (instituido en la época por Santo Domingo) y predicó sobre el Evangelio de San Juan y las Epístolas Canónicas. Renunció a la oficina Provincial en 1257 para dedicarse al estudio y la enseñanza. En el Capítulo General de los Dominicos, sostenido en Valencia en 1250, junto a Tomás de Aquino y Pedro de Tarentasia (luego, Papa Inocente V), estableció las reglas para la dirección de estudios y la determinación del sistema de graduación de la Orden. En el año 1260 fue nombrado Obispo de Ratisbon. Humberto de Romanis, Maestro General de los Dominicos fue renuente a perder los servicios del gran Maestro, se esforzó en evitar su nombramiento, aunque no tuvo éxito. Alberto gobernó la diócesis hasta el año 1262 cuando, luego de aceptada su renuncia, voluntariamente reasumió los deberes de profesor en el Studuim en Colonia. En el año 1270, envió un informe a Santo Tomás combatiendo a Siger de Brabante y los Averroístas. Este era su segundo tratado especial contra el comentador árabe, el primero había sido escrito en 1256 bajo el título “De Unitate Intellectus Contra Averroem”. Fue llamado por el Papa Gregorio X para asistir al Concilio de Lyon (1274) sobre las deliberaciones donde tomó parte activa. El anuncio de la muerte de San Tomás en Fossa Nova, mientras precedía el Concilio, fue un duro golpe para Alberto y declaró que “La Luz de la Iglesia” había sido apagada. Naturalmente creció en él el amor por su distinguido y santo pupilo y se dice que luego de su muerte, no podía sino derramar lágrimas cuando se nombraba o se mencionaba a Santo Tomás. Algo de su viejo vigor y espíritu volvió en 1277 cuando se anunció que Esteban Tempier y otros deseaban condenar los escritos de Santo Tomás bajo el cargo que eran demasiado favorables a los filósofos ateos, así es que viajó a Paris a defender la memoria de su discípulo. Tiempo después de 1278 (año en el cual escribió su testamento) sufrió un lapsus de memoria; su fuerte mente gradualmente se fue nublando; su cuerpo se debilitó con las vigilias, la austeridad y numerosos trabajos hundiéndose bajo el peso de los años. Muere el 15 de noviembre de 1280, siendo enterrado en el coro de la iglesia dominica de Colonia. Ofició las exequias fúnebres el Arzobispo Siegfried von Westerburg. El 13 de octubre de 1484, Inocencio VIII permite a los priores dominicos en Colonia y en Ratisbona celebrar fiesta el 15 de noviembre con Misa y Oficio, lo que se interpretó como culto a un Beato. La misma prerrogativa se concede el 21 de septiembre de 1622 por Gregorio XV a la catedral de Ratisbona. El 2 de abril de 1631 por Urbano VIII a Lauingen, y el 6 de marzo de 1635 lo extendió a todos los dominicos alemanes; el 3 de mayo de 1664 por Alejandro VII a los dominicos de Venecia, y el 27 de agosto de 1670 Clemente X lo extiende a todo el mundo. El 16 de diciembre de 1931 Pío XI santificó a Alberto de Bollstädt nombrándolo Doctor de la Iglesia (Acta Apostolicæ Sedis, vol. 24, 1932, 5-17). El 16 de diciembre de 1941 Pío XII, en su Breve “Ad Deum per rerum naturæ”, lo declaró Cultorum Scientiarum naturalium coelestem apud Deum Patronum (Patrón ante Dios de los estudiosos de las ciencias naturales) con el privilegio y honor añadidos de su patronazgo a todas las ciencias. (Acta Apostolicæ Sedis vol. 34, 1942, 89-91 ).
En Teología, Alberto ocupa un lugar entre Pedro Lombardo, el Maestro de las Sentencias, y Santo Tomás de Aquino. En un orden sistemático, de rigurosidad y claridad, superó al primero pero es inferior a su propia discípulo ilustrísimo. Su “Suma Teológica” marca un avance mas allá de las costumbres de su tiempo en el orden científico observado, en la eliminación de asuntos inútiles, en la limitación de los argumentos y objeciones; sin embargo, aún se mantienen muchos de los impedimentos, obstáculos o piezas tambaleantes que Santo Tomás consideró suficientemente serios como para un nuevo manual de teología para uso de principiantes. – ad eruditionem incipientium, como el modesto Doctor Angélico notó en el prólogo de su inmortal “Summa”. La mente del Doctor Universalis, estaba tan llena de conocimiento de muchas cosas que no siempre pudo adaptar sus exposiciones de la verdad a la capacidad de los novicios en la ciencia de la teología. Enseñó y dirigió un pupilo que dio al mundo una exposición científica concisa, clara y perfecta y una defensa de la Doctrina Cristiana; ante Dios, por lo tanto, le debemos a Alberto Magno, la “Summa Theologiæ” de Santo Tomás.