jueves, 1 de julio de 2021

jueves XIII del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                            Mt. 9, 1-8


Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad. Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados». Algunos escribas pensaron: «Este hombre blasfema:. Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: «¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: "Tus pecados te son perdonados", o "Levántate y camina"? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados –dijo al paralítico– levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». El se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.

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Hoy preguntaríamos ¿qué es más fácil pedir?, ¿la curación de una parálisis o el perdón de los pecados?. Muchos son los que piden a la Virgen o a los santos milagros de todo tipo, con lágrimas, voz suave y manos juntas aferrando algún rosario o estampita o quizá hasta una reliquia de segundo grado. No es que así comience una sentencia de pleno juicio temerario, porque puede que todo eso se haga conforme a la bendita verdad, pero... ¿qué pasa cuando la oración no es más que un «Señor, Señor»?, ¿no es que Dios escucha la oración de los justos? ¿quién puede decirse justo?. Nadie puede decirse justo en cada tramo de su vida que no sea la Santísima Virgen Madre; en concreto, ser justo es balance de un itinerario o conciencia de un momento puntual. El que vive la facilidad de pedirle a un Dios invisible un milagro sin poder siquiera concebir pedir perdón por sus pecados en el sacramento de la reconciliación (que es inagotable prueba del amor de Cristo por nosotros y como el sístole-diástole de la vida espiritual cristiana), ese no es más que un ejemplo farisaico.

Jesús les dice, para que vean su poder, que los pecados le son perdonados y la salud le es devuelta al hombre con parálisis. Si esos fariseos se hubieran convertido, ellos mismos le hubieran pedido al Señor que les perdone sus muchos pecados, sanando así la parálisis de sus vidas. Pero algunos glorificaban a Dios por el poder dado a los hombres. Evidente incomprensión del poder de la fe y manifiesta negación del Mesías, que es Jesucristo.

Hoy la Iglesia sufre parálisis pero tiene fe, y es, de hecho, el arca de la fe. Mientras el Papa lleva adelante la difícil y bendita labor de apacentar a las ovejas, el clero se reduce y faltan operarios al tiempo que la pandemia estrangula la vida eclesial en torno al ara de eucaristía. Son tiempos de profunda reflexión casi como un salmo de clamor al Cielo. Hemos sido motivo de escándalo para los más pequeños, hemos decidido volver la espalda al Señor, hemos revestido nuestra miseria con la soberbia, y llegó el león rugiente que rondaba buscando a quien devorar. Solo en la comunión de los santos, en la intercesión de nuestras plegarias que son de pies en tierra y espíritu contrito, podemos presentarnos ante Dios para sanar de perdón y salud. Entonces diremos «Salud de mi rostro, Dios mío».


Spera in Deo, quoniam adhuc confitebor illi, salutare vultus mei et Deus meus.