lunes, 5 de julio de 2021

lunes XIV del tiempo ordinario

 +Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                      Mt. 9, 18-26


Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: «Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá». Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.

Entonces de le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: «Con sólo tocar su manto, quedaré curada». Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: «Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado». Y desde ese instante la mujer quedó curada.

Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo: «Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme». Y se reían de él. Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó. Y esta noticia se divulgó por aquella región.

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La salud y la vida que son nuestras posesiones más valiosas tienen en nosotros un lugar muy custodiado tanto consciente como inconscientemente. Buscamos al médico cando alguna enfermedad nos aqueja y no queremos dejar este mundo porque en él están puestas nuestras raíces y conocimiento: somos de carne y conocemos la tierra, el árbol, las nubes, etc. Nosotros, los humanos, sabemos de nuestra especie y del mundo que nos rodea; nos damos cuenta que las hemorragias no son buenas, que deben detenerse, que pueden llevarnos a la muerte y que, aún sin hemorragias nuestra muerte es tan segura como nuestra existencia. Somos capaces de preguntarnos ¿qué hubo antes de nacer?, ¿qué habrá después de morir?. Y, sin embargo, muchas veces nos convertimos en destructores de vidas...

Dios sabe cuáles son nuestras inquietudes, cuáles nuestros miedos y anhelos, y con todo sabe cómo ayudar a ese hombre que creó.

Cristo no fue un fantasma, lo vimos en la prueba de Tomás, el Apóstol, y Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Pero ¿cómo puede entender la vida, su significado, su manifestación, aquel que llora, por ejemplo, la muerte de un hijo o de un ser querido?. Y eso sin contar la circunstancia de enfermedad, a veces agresiva y por lo tanto dolorosa, que remarcan el sufrimiento de quienes se van y aún de quienes quedan. ¿Tiene sentido la existencia, al menos en entendimiento humano? ¿Cuál es este sentido si cuando llega la hora solo vemos diminutos puntos blancos en una eternidad oscura más allá de la luna?. El sentido y el significado no tienen respuestas urgentes, ni huesos que se pulverizan, ni dolor por la muerte. No podemos comunicarnos con las piedras porque yacen muertas y nosotros nos movemos y sentimos. Pero las piedras hablan sin lengua y no desesperan por hallar quien las entienda.

El Señor, que es el Verbo de Dios y la Vida, el mismo que puede levantar hijos de Abraham aún de estas piedras quiso, por amor inefable y misericordia infinita hacia el hombre, vestir nuestra carne humana como respuesta a esas inquietudes que hoy nos desvelan. Y si en el pasado la fe de la mujer con hemorragias o la fe de Jairo veían a un Jesús hacedor de milagros, hoy y ahora nuestra fe ve en Él y más aún asimila de Él la vida eterna. Pero la carne no entiende de vivir eternamente, se ríe entonces y continúa tocando su música fúnebre..., triste realidad para tantos miembros de una realeza coronada con la excelsa dignidad celestial de Aquel que, tomando nuestra humilde naturaleza hizo el mayor de los milagros conocido: fusionó dos reinos en uno solo, el suyo que no tiene fin, ni acaba ni muere.

Lo intentó enseñar Jesús en sus milagros de salud y vida, Él siendo Vida nos mostró que la muerte termina frente a sí. No sabemos cómo, pero no necesitamos más respuestas que Cristo que nació de una Virgen, murió y resucitó con su Voluntad soberana, la cual solo puede ser de Dios.

Yo le pido a mi Dios que me ayude, mientras camino sobre polvo de tierra, pero cuando mis manos se juntan y mi espíritu se eleva en oración, sé muy bien que Él es más que mi ayuda, es mi casa, mi corazón y mi fuerza. Él es todo en mí, aunque de momento me duerma, por eso no temo, y saludo desde acá a quienes fueron a verlo aunque todavía no pueda abrir la puerta.