+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo
Mt. 10, 1-8
Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó. A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: «No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente [...]».
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En el versículo número ocho notamos la Voluntad de Cristo respecto de la gratuidad con la que los Apóstoles debían administrar entre los hombres las cosas que Jesús les estaba y estuvo donando. En esta administración se incluyen todos los bienes de provecho espiritual y aquellos que son materiales, estén o no relacionados con lo sobrenatural, en tanto convengan a la auténtica dilección cristiana. Su Voluntad es extensiva a toda la Iglesia cuyos cimientos son los doce Apóstoles (Matías en el lugar de Judas el taridor). Pero el mismo Jesús dirá, dos versículos después en la Sagrada Escritura, «el que trabaja merece su sustento», con lo cual dignifica el trabajo y manda que el sustento sea consecuencia del trabajo, no una comodidad.
A veces parece como si la sociedad fuera una cuerda vibrando entre dos locus, por un lado el sustento a costas del Estado (caso de políticos y de ciudadanos) y por el otro, el desempleo y la escasez de recursos financieros, situación ajena a la agenda del gobierno y a la sensibilidad humana de un Estado ya enfermo de mezquindad y nimiedades energúmenas. Ante esta situación urge un nuevo plan de directrices sociales que reflejen el cumplimiento al mandato del Evangelio que es despojarse del lujo y propiciar el empleo. En otros tiempos hubo ejemplos de administración que venían del corazón de la Iglesia y eran bendición para el pueblo diverso. Desde los monjes hasta los misioneros, desde las Constituciones dominicanas hasta las circulares de los últimos once Papas. Quizá haya cristianos entre nosotros que por la providencia de Dios germinen del Evangelio una nueva mecánica de sociedad y digno empleo; los aguardamos con la esperanza puesta en Cristo.
En el binomio del servicio y el sustento la clave es el debido equilibrio de cara a Dios y a los connaturales. Los monasterios y conventos conocen este equilibrio hace siglos, baste recordar el principio benedictino ora et labora que a su medida siguen también los ascetas, como por ejemplo San Guillermo de Vercelli, o las demás órdenes monásticas como la Orden Cartujana; la regla de San Agustín y su principio de ecuanimidad en la distribución de los bienes es otro ejemplo valioso que practica hasta este minuto la Orden de Predicadores. Y, por si fuera poco, tenemos la enseñanza bíblica, como el cap. 9 de la primera carta a los cristianos corintios o más claro aún el cap. 5 de la primera carta a Timoteo, ambos Textos Sagrados de la pluma de San Pablo apóstol.
Tanto en la vida de la Iglesia como en la sociedad diversa debemos, hoy quizá más que nunca, tener en claro por un lado la gratuidad de los bienes intangibles, cuya intersección entre la Iglesia y el Estado son los valores y principios esenciales y derivados que dan a la vida y al ser concreto el reconocimiento consecuente de su dignidad inherente. Y, por otro lado, la necesaria certeza del desarrollo humano vital que no debe sustituirse jamás con la limosna, por más estatus de piedad religiosa que se perciba del término. Por lo tanto, no aproveche la malicia del practicante o el incrédulo la bondad de quienes dan gratis aún padeciendo carencias (y esto en lo material como en lo intangible, por ejemplo, el sufragio o la inocente confianza). Es deber de humanidad conservar la vida humana con su dignidad inherente a la esencia más que a la forma. Ello implica el respeto absoluto de existencia y desarrollo cohesionados en la libertad del individuo, homologado todo esto al conjunto social.
Jesús instruye a los Apóstoles en la fe viva; nosotros, cristianos vivamos la fe de los Doce, que es Cristo mismo, haciendo para el Señor un Reino de luz sobre un mundo entre sombras.