+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
Jn. 16, 29-33
A la Hora de pasar de este mundo al Padre, los discípulos le dijeron a Jesús: “Por fin hablas claro y sin parábolas. Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios”. Jesús les respondió: “¿Ahora creen? Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: Yo he vencido al mundo”.
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" En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: Yo he vencido al mundo" son las palabras del Señor con las que recordamos hoy a los mártires de Uganda, África, en el ocaso de los tiempos decimonónicos. Carlos, un jóven de 21 años al momento del martirio, nativo del lugar, trabajaba evangelizando a los lugareños como principal a cargo de los católicos que vivían bajo el reino despiadado de Mwanga II. El mismo rey había matado antes a un nativo converso, San José Msaka, que defendió a los niños del palacio contra la pederastía y sodomización homosexual de Mwanga; el santo tenía 25 años de edad. Cuando martirizaron a Carlos Lwanga y sus demás compañeros, entre los que se cuentan también algunos practicantes del anglicanismo (no canonizados por causa evidente pero reconocida su valentía por San Pablo VI, Romano Pontífice en esa ocasión), era un 3 de junio de 1886, día de la Ascensión del Señor. Los mártires de Uganda fueron Beatificados por Benedicto XV el 6 de junio de 1920 y canonizados por San Pablo VI el 18 de octubre de 1964.
Dados los datos del martirio de estos héroes de África moderna, pasamos a considerar la valentía subyacente en el espíritu de los santos mártires. No importó la circunstancia de una monarquía absolutista y más contraria y agresiva a la fe de la Iglesia que la de su predecesor el rey Muteesa I que supo enemistar los tres credos que misionaban en esa época (católicos, protestantes e islamitas); Carlos y sus compañeros dijeron al momento del martirio "pueden quemar nuestros cuerpos pero no pueden quemar nuestras almas", y es indefectible la comparación con Ananías, Azarías y Misael, los tres jóvenes mandados a quemar al horno por otro rey (Nabucodonosor II), según consta en las Escrituras su valentía, aunque no fueron martirizados por obrar Dios un milagro en manos del ángel. Estos jóvenes judíos figuran en el salterio y en laudes para este día del tiempo pascual y, aunque ellos no eran compatriotas de Nabucodonosor ni tenían la intención de convertirlo al judaísmo, diferente es la posición de Carlos Lwanga que era compatriota del despiadado Mwanga y sí tenía intención de evangelizar. Es notable el coraje de los santos que son asistidos por Dios para vencer con valor cristiano, en semenjanza al Señor que ha vencido al mundo y aún más, a la muerte.
En la actualidad siguen habiendo mártires en África, al menos, tenemos noticias de las aberraciones humanas cometidas por los musulmanes extremistas de Egipto. Benedicto XV dijo, en ocasión de la beatificación de los mártires que recordamos hoy "primero los herejes, después los vándalos, por último los mahometanos, de tal manera devastaron y asolaron el África cristiana que la que tantos ínclitos héroes ofreciera a Cristo [...] se viera privada gradualmente de casi toda su humanidad y volviera a la barbarie"... es para pensarlo hoy también, después de las masacres cometidas contra nuestros hermanos en Egipto y Oriente Medio por la intolerancia religiosa de algunos islamitas que mal practican su propia fe, y que comúnmente denominamos "fundamentalistas". Digna de contrastar esta intolerancia con la misión ecuménica que inició San Pablo VI, quien en su homilía de canonización a Carlos Lwanga, Matías Mulumba Kalemba y los demás mártires dijo "No permita Dios que el pensamiento de los hombres retorne a las persecusiones y conflictos de orden religioso, sino que tiendan a una renovación cristiana y civil" (la itálica es mía).
Dios "puede levantar hijos de Abraham aún de esas piedras" dijo Jesús. Que la Santísima Trinidad convierta muchos corazones por medio de la sangre bendita de estos mártires africanos que recordamos; que las guerras de religión se terminen, porque el respeto al otro y a su vida es deber de humanidad incluso, un deber natural antes que un precepto cristiano, aunque los cristianos bien sabemos dar la vida por la fe y respetar la vida que Dios da a sus creaturas. El mismo Dios que en los incrédulos permanece por inmensidad, en nosotros vive por inhabitación; ¿cómo, entonces, podemos aprobar crímen alguno contra la persona, si en nosotros mora el mismo Autor de la vida que abrió nuestros ojos para enseñarnos su omnipresencia y nos mandó a cumplir la ley del Amor?.
Pidamos a San Carlos Lwanga y sus 21 compañeros mártires por la paz en Medio Oriente, por la conversión en África y por los misioneros que allí trabajan evangelizando almas para Dios.