+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
Jn. 15, 12-17
A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: “Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros”.
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El mensaje central de hoy es el amor. Jesús manda que nos amemos los unos a los otros de manera insistente. ¿En qué consiste —cabe preguntarse entonces— el amor a los hermanos?...
Este amor consiste ante todo en conocer a Dios ("conocimiento de Dios más que holocaustos..."), porque para poder amar al otro como pide Cristo es necesario entender el plan de Dios para el hombre. Así podemos decir que ante todo es necesario caminar un Evangelio maduro entre los que somos parte de la familia de Dios, la Iglesia. Pero luego vienen todas las virtudes que uno debe entrenar para lograr el cometido del amor. San Pedro Apóstol dirá "Pongan todo el empeño posible en unir a la fe, la virtud; a la virtud, el conocimiento; al conocimiento la templanza; a la templanza la perseverancia; a la perseverancia, la piedad; a la piedad, el espíritu fraternal, y al espíritu fraternal, el amor. Porque si ustedes poseen estas cosas en abundancia, no permanecerán inactivos ni estériles en lo que se refiere al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo".
Las virtudes cardinales (justicia, prundencia, fortaleza y templanza) nos ayudan a la perfección cristiana, al crecimiento espiritual necesario para la santidad. No vamos a señalar más que lo que dice el Catecismo al respecto de estas virtudes (nn. 380-383).
Entonces, conocer a Dios nos permite amarlo (virtud teologal del amor) y a su vez ese amor a Dios y a los hombres por consideración a Dios nos permite, ayudados por el Espíritu Santo, aspirar a la santidad en la fiel perseverancia de la fe entendida, profesada y practicada con las virtudes cardinales operantes.
Jesús manda que nos amemos unos a otros como Él mismo nos ha amado, y esto debe resaltarse porque no se trata del amor de tipo philia o storgé, mucho menos del eros, claro está; el amor que Jesús enseña tiene más en común con un amor ágape, que en la antigua tradición griega daba nombre al sentimiento de dilección, amor abnegado y trascendente. Pero Jesús llama a sus Apóstoles "amigos", con lo cual parecería que estamos en la forma de amor storgé, mas debe recordarse, de nuevo, que el Hijo de Dios enseñaba a sus discípulos el Amor con letras mayúsculas, su Persona misma, que es a la vez Dios y hombre. Él se dio todo hasta sufrir el martirio y la muerte en una cruz de madera. Nos pide que amemos al prójimo con ese mismo amor que nos tuvo, total. En la práctica de hoy esto puede resultar abominable y hasta loco; es necesario entender mejor de qué se trata este amor radical en la vida cristiana.
Un amor radical al modo de Cristo es, aunque el martirio sea la forma más absoluta y extrema, practicar el Evangelio con pie de peregrino, peregrino que no se detiene ante las dificultades que en la vida se presentan, sino que avanza aunque descanse y tome fuerzas, adonde está el santuario. Este peregrinar requiere de nosotros una constancia férrea que no es posible practicar lejos de la vida comunitaria de los hijos de Dios. Sin Eucaristía no hay alimento de vida eterna, no tenemos a Dios en nosotros, no podemos avanzar esperando éxito alguno. Además, debemos tener en cuenta que es mayor el ruido del mundo que la humilde palabra de un amigo que da la Misa en la parroquia aún con las peores inclemencias del tiempo y así sean unos tres asistentes a la celebración. Como sea, se trata de afianzar el camino en las huellas del Señor por lo que trataremos, con toda diligencia, de mejorar esas cosas que debemos mejorar en nuestro trato con los demás; aún a los que damos el título de "enemigos" debemos amar, porque el amor con que ama el Señor es un amor puro y total a la humanidad y a cada uno de nosotros en espíritu y vida. Todos podemos tener caminos diversos, pero todos pasamos por los ojos del Señor. nuestros verdaderos enemigos son los amigos del maligno, los que nos incitan al odio al prójimo semejante, los que nos dicen que erremos el camino con total voluntad desviada. Esto es lo que debemos tener presente siempre, amar como Cristo nos configura cristianos operantes del Reino. La práctica es imaginarnos a nosotros mismos sufriendo las cosas más desagradables que la vida nos presenta; si bien somos únicos y cada uno es distinto, todos y cada uno entre todos somos hijos adoptivos de Dios, Dios nos ama y quiere que lo escuchemos, que lo sigamos; nos debemos hacer la pregunta ¿haremos las obras que agradan a Dios, que ama, o las que agradan al enemigo de Dios, que odia todo, incluso a la mismísima Trinidad?...
El amor, como muchas otras virtudes, se practica, es un camino, no un jugo instantáneo; se trabaja y se medita, se alimenta de su autor: Dios. En este tiempo de Pascua es bueno examinar la conciencia para poder crecer en estas cosas que el Señor nos pide ayudándonos de múltiples formas en redundancia de nuestro bien y para su eterna y siempre radiante gloria.
Jesús bueno, y humilde de corazón, hacé que mi corazón sea cada vez más parecido al tuyo.
Jesu mitis et humilis corde, fac cor nostrum secundum cor tuum. Amen.