lunes, 6 de mayo de 2019

lunes III del tiempo pascual

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                       Jn. 6, 22-29

Después que Jesús alimentó a unos cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos. Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban en el lugar donde el Señor había multiplicado los panes, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello”. Ellos le preguntaron: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?”. Jesús les respondió: “La obra de Dios es que ustedes crean en Aquel que él ha enviado”.
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Los que comieron hasta saciarse lo siguieron, precisamente porque Cristo había satisfecho sus necesidades materiales: el alimento cotidiano. Nuestro alimento cotidiano, como cristianos no es solo el pan de trigo, sino también el pan de Vida.
Muchos de nosotros se habrá encontrado con algún hermano o con algún creyente de los credos no católicos que dicen buscar algo que sentir en ese encuentro con Jesús; no distan mucho de lo que pasaba con aquellos judíos que siguieron a Jesús desde alguna costa hasta Cafarnaúm. Mientras lo judíos de aquellos tiempos buscaban un pan multiplicado, quizá hasta excelente a los sentidos, nuestros coetáneos buscan cosas como "prosperidad", "felicidad", "revelaciones" y demás cosas que nada tienen que ver con el encuentro personal que un cristiano tiene asiduamente con Jesús.
La cuestión no se centra en desterrar de lo deseable y bueno que tienen la prosperidad, felicidad y revelaciones de la vida del cristiano; con excepción de las "revelaciones", que son materia muy seria y nunca privativas de particulares (Dios ama a su Iglesia y en ella a cada uno de sus hijos y a todos), la felicidad tanto como la prosperidad dependen de factores que son eminentemente subjetivos. Así, para quien puede ser felizmente dueño de una empresa que fabrica papel para toda una ciudad debe ser un horror encontrarse con alguien que llora cuando ve papeles, gerentes y operarios... Acá tratamos de hacer que Dios hable desde el propio ser, es decir, no debemos escuchar nuestras propias voces coronándolas de dioses, sino escuchar lo que el Señor tiene para decirnos en particular a cada uno. La fe supone un trabajo, es como la parábola de los talentos, donde el don (en este caso, la fé) debe ser multiplicado con el trabajo propio. Nadie puede tener fe y luego ver a Dios cara a cara sin antes caminar su Camino, sin antes conocer e ir hacia Cristo. No es como lo ponen aquellos que buscan "sentir", porque si de sentidos se trata, el espíritu carece de los mismos. Con el espíritu crecemos en amor de Dios y de lo que es de Dios, con ese espíritu que el mismo Dios nos ha creado y nos ha guardado sobre todo desde la Redención que obró por su Hijo Jesucristo en el día de la Pascua de Resurrección, con ese mismo espíritu que tenemos debemos trabajar para cosechar por el camino y en el día señalado y desconocido los goces eternos que ya degustamos los que comulgamos el Cuerpo del Señor. No es un esperar impacientes y sordos, es un obrar con sudor de buen sembrador para poder ver al sol la mies. ¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios? "La obra de Dios es que ustedes crean en Aquel que Él ha enviado", creer es un acto de la inteligencia pero también lo es del espíritu, ya que la carne solo sabe de lo que siente, de lo que los sentidos le comunican. Creer también da frutos en obras, como se dijo en otra parte de las Escrituras "la fe sin las obras está muerta", de manera que "con el corazón creemos para obtener la justificación y con la boca hacemos profesión de nuestra fe para alcanzar la salvación" (Rom. 10, 10), esto es, teniendo la fe obramos en consecuencia profesándola, con el testimonio de una vida de fe, con la evangelización, con el esfuerzo personal de un crecimiento espiritual para llegar a ser un buen cristiano. "La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida" (CCE 26). Esa luz sobreabundante de que habla el Catecismo no es luz de lámpara que debe aparecer como fantasma ante el que busca a Dios, sino un despertar en el espíritu, un despertar de Cristo en el espíritu de quien lo busca y quiere amarlo y seguirlo. Quien ama y sigue a Cristo no puede callar su voz resonante, no puede quedar estanco sin hacer algo para compartir ese gozo que es Evangelio.
El alimento del que nos habla Jesús es él mismo, es la Eucaristía. No hay excusas delante de la Santísima Trinidad, somos o no somos, comulgamos o no. Esto es así desde los tiempos apostólicos desde siempre, la fe nos hace hijos de Dios por Cristo, con Él y en Él si y solo si habiendo sido bautizados comulgamos su Cuerpo; el que no se alimenta llega hasta apostatar, y ese no es el camino que lleva a Dios. Conocer a Jesús es vivir familiarmente con Él, en la Iglesia primero para alimentarnos de la Palabra de Vida, luego en todos los rincones de la vida cotidiana.