Mt. 10, 22-25
Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará.
Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra. Les aseguro que no acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes de que llegue el Hijo del hombre. El discípulo no es más que el maestro ni el servidor más que su dueño.
Al discípulo le basta ser como su maestro y al servidor como su dueño. Si al dueño de casa lo llamaron Belzebul, ¡cuánto más a los de su casa!.
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Como antorcha fulgurante de la antigua alejandría, San Atanasio, Obispo y Doctor de la Iglesia, iluminó en la Iglesia la inteligencia del rebaño con la luz de la Verdad para que los hombres de fé no se extravíen por las arenas muertas del mal y los que pactan con la mentira se vuelvan sobre sus sombras sin poder ser piedra de tropiezo para el fiel peregrino.
La memoria de los santos nos ayudan a recordar y tener peresente en nuestro hoy las sendas que el cristiano debe seguir en fiel proceso de imitación cristiana. Siendo Así San Atanasio es el ejemplo más sobresaliente de la Iglesia de los primeros tiempos por su fe y doctrina magistrales. En tiempos del arrianismo (secta que negaba la divinidad de Jesús) supo señalar con ciencia y verdad los errores de su época y la verdad de Dios.
En uno de sus escritos nos habla sobre la Encarnación del Verbo, solo leerlo esclarece con toda plenitud algunas cuestiones que son propias de la teología al tiempo que da fundamento sólido de la fe siendo la verdad misma sin más, aunque algunos mortales de todos los tiempos se empecinen en inventar doctrinas falsas. Dice San Atanasio: "[...] el Verbo de Dios, superior a todo lo que existe, ofreciendo en sacrificio su cuerpo, templo e instrumento de su divinidad, pagó con su muerte la deuda que habíamos contraído, y, así, el Hijo de Dios, inmune a la corrupción, por la promesa de la resurrección, hizo partícipes de esta misma inmunidad a todos los hombres, con los que se había hecho una misma cosa por su cuerpo semejante al de ellos.
Es verdad, pues, que la corrupción de la muerte no tiene ya apoder alguno sobre los hombres, gracias al Verbo, que habita entre ellos por su encarnación". Estas palabras debieran servirnos para poder detenernos a reflexionar y meditar en este tiempo de Pascua el significado profundo de la Redención, esto lo logramos leyendo y releyendo las palabras de este santo Doctor.
Así como en la antigüedad, hoy tenemos nuestros arrianos y errores dispersos por el mundo y entre nosotros. La importancia de la patrística es evidente cuando parece en ciertos puntos de la historia se repiten y hasta se agravan algunas cuestiones que fueron tratadas en el pasado. Hoy debemos hacer frente a cuestiones nuevas y algunas que se arrastran. Cuando en la cotidiana vía no hay más que trabajo y quehaceres domésticos los cristianos no se detienen a leer a los santos ni al Papa, es entonces cuando entra en escena la capacidad del presbítero para acercar estas luminarias, como San Atanasio, para alimentar al pueblo con la luz de la Verdad en la voz de los maestros de la verdad. En palabras actuales se puede decir la Palabra, el desafío es hoy, no mañana, para poder hacer frente a nuestros problemas (sí, nuestros, porque somos nosotros quienes debemos llevar el Evangelio a todas las personas) es necesario tener un fuerte vínculo con el esqueleto de la fe, las Sagradas Escrituras, la Tradición entendida de un modo NO lefebvrista ni pintada con ningún error aberrante como ese, el Magisterio y además la lectura frecuente de los santos junto a la oración y sobre todo, precediendo, la Eucaristía. La fe no se mide en prácticas vacías, sino en vida caminada, en caídas registradas y procesos de crecimiento espiritual más que en estampitas de piedad externa. Hoy es necesario hacer camino de santidad universal en el apoyo de las huellas que nos dejaron los santos Doctores para la vida de todos los días. Una Iglesia de pie y evangelizadora es la que, como San Atanasio, enseña sin miedo ni pudor la Verdad al tiempo que late en corazón cristiano, de Cristo, no de apariencias. Sabemos que la vida de este santo no fue fácil ya que enseñar la verdadera doctrina le conyevó duras penas en el exilio; aún en el exilio saben los santos sacrificar las lágrimas para alimentar a los peces que llevan el nombre cristiano, con todo lo que conlleva una lucha que antes de ser a fuerza de armas mundanas es a fuerza de disciplina y profundo diálogo con la Trinidad misma, esto es oración y meditación ante y pos contemplación. Muchos no aceptarán el Evangelio, pero el camino que tiene Dios para cada uno es desconocidos a los ojos mortales; nuestro deber es ser luz de las naciones, no jueces ni dioses. "Al discípulo le basta ser como su maestro, y al servidor como su dueño". Amén.