martes, 28 de mayo de 2019

martes VI del tiempo pascual

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                        Jn. 16, 5-11

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: “Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: ‘¿A dónde vas?’. Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido. Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio. El pecado está en no haber creído en mí. La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán. Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado”.
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Gracias, Señor, por habernos enviado tu Santo Espíritu, y haber derramado en nuestra pobre alma los tesoros más sagrados de tu Amor; gracias te damos por llenarnos de tus dones y llevarnos de la mano a tu Vida Santa, a tu casa eterna.
¿Quién podrá decir que en momento en que Jesús pronunciaba estas palabras que dice el Evangelio no hubiera sentido como los Apóstoles?..., Jesús se estaba despidiendo, a simple vista, para ir con el Padre, se aproximaba su detención. Ante esta situación de tristeza es que Cristo les enseña la conveniencia de lo que iba a ocurrir en unos minutos. "si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes". Era necesario que así suceda según el designio de Dios, porque el Espíritu de Dios es la última persona divina en ser revelada, mas si Él no es posible la fe misma. Lo que sigue diciendo Jesús ("Y cuando el venga...") se refiere justamente a la revelación que el Espíritu hace en el corazón de los que creen para entender así la Redención y armar entonces la Iglesia en catolicidad de Evangelio. De hecho, el Espíritu Santo estaba siempre con Jesús por la unión de las tres Divinas Personas, mas, a los fines de la Revelación en la escena propia de la Salvación obrada desde la Encarnación hasta la Resurrección del Señor, es en Pentecostés cuando el Espíritu manifiesta los dones que harán completa el alma espiritual cristiana para anunciar el Evangelio siendo los Apóstoles mismos partícipes primeros del Evangelio.
Las tres últimas oraciones de este fragmento de Juan deben estar presentes en la memoria del cristiano que cotidianamente se esfuerza para perfeccionarse como Jesús nos pide. Pecado es no creer en el Verbo, la justicia es la que obró la muerte y Resurrección del Señor y el juicio es que satanás está condenado y ya no tiene poder sobre el hombre a quien Dios mismo ha rescatado. No hay, después de estas palabras, excusa alguna por la que los hombres de buena voluntad y los bautizados debamos estar tristes, porque nuestra alegría es que el Señor nos ha liberado del peso de la muerte eterna. Él, además, está siempre en nosotros y con nosotros cuando comulgamos en gracia y vivimos según el nombre que llevamos, cristianos. Por eso, más allá de las penas pasajeras que este mundo trae, la alegría es debida a esta Noticia tan maravillosa y verdaderamente eterna. Las penas se soportan bien al conocer que Dios nos ama hasta darnos su propio Ser para que vivamos divinizados junto a sí y, por lo tanto, más allá del tiempo.
¿A dónde vas, Señor, que jamás nos abandonás a las sombras?... "Yo voy a prepararles un lugar" (Jn. 14, 2).