miércoles, 15 de mayo de 2019

miércoles IV del tiempo pascual

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                    Jn. 12, 44-50

Jesús exclamó: El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió. Y el que me ve, ve al que me envió. Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas. Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día. Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar; y yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó.
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El fragmento del Evangelio de hoy nos presenta a Jesús dirigiéndose a los judíos, especialmente a los que no creen en Él. Estos hechos acontecieron en Jerusalén, la cuna de la fe, luego de la entrada triunfal de Cristo. El Evangelio narra que Jesús le habla a sus discípulos sobre lo que iba a padecer y los instruye para que sean cristianos, pero el pueblo de poca fe no entendía sus palabras, y ni siquiera creyeron en los signos milagrosos que el Señor hacía ante sus ojos. Entonces es cuando explica que creer en Él significa creer en Dios Padre, que lo envió para que diga lo que debía decir y anunciar lo que debía anunciar. El Hijo vino a ejecutar un mandato que, sabe, es "Vida eterna".
Creer no es solo tener fe en Dios, la fe también genera Vida en el corazón del hombre si y solo si se está en comunión; creer es poner en marcha, en la esperanza, la caridad. La comunión de los santos, la Iglesia, es el Cuerpo del Señor, donde coexisten los hermanos a los que se les ha encomendado una misión particular: la vida cristiana que llevan en un estado y con talentos diversos. Hay en la iglesia diferentes dones particulares, diferentes funciones, diferentes carismas. Pero todos tienen el mismo núcleo en la fe: El Señor. Como dice San Pablo, "Él comunicó a algunos el don de ser Apóstoles, a otros profetas, a otros predicadores del Evangelio, a otros pastores o maestros" (Ef. 4, 11). En la Constitución Dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, en su capítulo V leemos "Una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, y obedientes a la voz del Padre, adorándole en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, a fin de merecer ser hechos partícipes de su gloria. Pero cada uno debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que engendra la esperanza y obra por la caridad, según los dones y funciones que le son propios". Vemos entonces cómo la fe irradia en la Iglesia, desde el espíritu del cristiano, múltiples alabanzas de vida dirigidas a la Trinidad. Y qué bueno es esto para los hijos de Dios, ya que entre nosotros, como hermanos, nos ayudamos teniendo como una casa común y al mismo tiempo diversas formas de contribuir a la casa del Señor.
Hay entre nosotros quienes se dedican al apostolado, otros a la contemplación, otros a la educación, y así tenemos multitud de dones y menesteres para el bien común de la Iglesia y para ser, como es Jesús, luz para el mundo.
Siempre hay lugar en la Iglesia para todos aquellos que, desde diferentes lugares, se acercan con la firme intención de ser hijos, crecer en la fe y obrar la fe en la que nos alimentamos en nuestra inteligencia y voluntad. La conversión es un encuentro con Dios que nos dona la fe; pero todo don, todo regalo de Dios hay que mantenerlo encendido como las lámparas de las vírgenes prudentes... Humanos somos, de barro nos constituímos, como enseñan los Padres de la Iglesia; no hay para Dios cosas imposibles, la fe es la llave para triunfar en la vida, vida en manos del Señor.
"Yo soy la luz" nos dice Cristo, y es Él quien ilumina nuestras tinieblas y nos libera de nuestras penas siempre. El camino  de cada uno de nosotros personalmente, íntimamente, está a la vista de Dios mucho mejor que a la vista del mundo. El entendimiento del mundo es entendimiento natural, cesgado, solo trazado en el plano evidente y material. El entendimiento amalgamado con la fe, propia de los hijos de Dios, no desespera ni juzga antes de poseer la sabiduría que ilumina; como dice el Angélico Doctor, "Entender [...] significa algo como leer dentro. [...] Pero sucede que la luz natural de nuestro entendimiento es limitada. Por eso necesita el hombre una luz sobrenatural que le haga llegar al conocimiento de cosas que no es capaz de conocer por su luz natural" (S. Th. II-II q.8 art.1); la comunión de los hijos de Dios permite advertir, no sólo las realidades propias de la revelación divina, sino la obra de Dios entre nosotros hoy. Es por eso que, como cristianos estamos llamados a la fe y esperanza para comunicar el Evangelio y esperar en Dios, no en nosotros mismos, ya que el Omnipotente tiene, para cada uno de los suyos, caminos de conversión que no siempre son notorios a la luz de los ojos de la carne.
"El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día" Jesús indica así de qué manera la fe debe ser responsable; no es solo aceptar al Señor en nuestras vidas, sino recibir su Palabra, su donación de sí, su ser, su Cuerpo, Sangre y Espíritu. El que no lo recibe no no tiene, el que no lo tiene no puede estar con Él. Tal es el camino de la fe vivida, recibir al Señor en el bautismo y la confirmación y vivir en comunión por la Eucaristía.
La fe es un acto personal en comunión; como lo expresa el Catecismo del la Iglesia Católica; como una sinfonía que se toca para Dios desde el profundo corazón de los que lo aman, donde quiera que se encuentren y con lo que tengan para donarle y donar a los hermanos. Pero así como no todos los instrumentos son iguales en una orquesta, tampoco los hijos de Dios son todos iguales, aunque iguales somos en dignidad y en el derecho común. Hay muchos que se dedican a la catequesis, otros a ciertas actividades apostólicas como las misiones fuera de la Diócesis de origen, hay quienes siguen una regla monástica y existen también quienes llevan un camino eremítico, lo cual está grabado en la historia de la Santa Iglesia antes que en los cánones específicos, como bien señalan los cánones 24 y 26 sobre el derecho divino y las costumbres inmemoriales (hubo muchos Santos Padres que abrazaron el desierto antes de llevar adelante una misión, como Pablo de Tarso, San Jerónimo, San Agustín, etc.). Está claro entonces, que en la Iglesia existen y coexisten existiendo múltiples gracias que Dios infunde en el corazón de los suyos, sin que esto suponga conflicto con la fe o la comunión en la fe sujeta a la autoridad última del Vicario de Cristo, nuestro Santo Padre. Es por ello que el Concilio Vaticano II alienta esta diversidad que no es sino obra del Espíritu Santo. Dice la Constitución dogmática Lumen Gentium: "El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo, y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos. Guía la Iglesia a toda la verdad, la unifica en comunión y en ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos. [...] También en la constitución del Cuerpo de Cristo está vigente la diversidad de miembros y oficios. Uno solo es el Espíritu, que distribuye sus variados dones para el bien de la Iglesia según su riqueza y la diversidad de ministerios. Entre estos dones resalta la gracia de los Apóstoles, a cuya autoridad el mismo Espíritu subordina incluso los carismáticos" (LG. 4; 7).
La fe no es unaria, no puede aplicarse aisladamente a un solo sujeto, porque el mismo Dios es familia en cierto modo, Comunión, Trinidad. Lo que expongo no es más que una apología de la catolicidad del Cuerpo místico de la Iglesia, que es concretamente la comunión de los santos en tanto que somos cristianos llamados a la santidad común, la propia de quien vive el Evangelio y no la extraordinaria que es un ejemplo acabado del seguimiento de Dios. esta catolicidad nos dice que aún las partes guardan relación con el todo en algún aspecto común, y ya desde Aristóteles se entiende esto; en la Iglesia, la catolicidad es vibrante en la fe recibida, y el vínculo es la comunión sacramental y la obra de Dios entre nosotros. Por todo esto es que esta Iglesia, la única Iglesia de Dios debe expandir sus brazos a los hombres de buena voluntad para evangelizar a quienes no conocen el Evangelio y para darles un lugar en la familia a los que, con su forma de vida (si que nada obste para la comunión plena), se sientan a la misma Mesa que nos reúne cada día del Señor.