+ Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
Pilato llamó a Jesús y le preguntó: ¿Eres tú el rey de los judíos?. Jesús le respondió: ¿Dices esto por tí mismo u otros te lo han dicho de mí?. Pilato replicó: ¿Acaso yo soy judío?. Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?. Jesús respondió: Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí. Pilato le dijo: ¿Entonces tú eres rey?. Jesús respondió: Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad escucha mi voz.
_________________________
"Mientras los hombres y las naciones, alejados de Dios, corren a la ruina y a la muerte por entre incendios de odios y luchas fratricidas, la Iglesia de Dios, sin dejar nunca de ofrecer a los hombres el sustento espiritual, engendra y forma nuevas generaciones de santos y de santas para Cristo, el cual no cesa de levantar hasta la eterna bienaventuranza del
reino celestial a cuantos le obedecieron y sirvieron fidelísimamente en el reino de la tierra."
Pío XI, Enc. Quas Primas
Hoy, trigésimo cuarto domingo del tiempo ordinario, celebramos la Solemnidad de Cristo Rey. Es la última celebración del año litúrgico, el último domingo del tiempo ordinario previo al primer domingo de Adviento.
Este día nos llama a celebrar y vivir con fe, esperanza y caridad la realeza de Cristo sobre toda la creación y muy especialmente sobre la Santa Iglesia. Siendo este "año de la fe" muy propicio para alimentarse cada vez más de la Verdad y darla conocer, habiéndola digerido en nuestros corazones, la ciudad del Gran Rey no puede menos que recibir al Señor con sus dinteles levantados y con el gran gozo, también, de saber eterno el día en que la Puerta del Cielo daba su "Fiat" para que habite entre nosotros el Hijo de David.
Un solo rebaño y un solo Pastor, un reino y un Rey. Esto es lo que debemos encontrar entre nosotros, hijos de Dios por Jesucristo, y que debemos llevar a todo el mundo luego de haberlo vivido en casa. Hoy corren tiempos en que la unión no es común en el mundo; esto lo notamos en las distintas realidades seculares siempre tan cargadas de egoísmo y quizá más gravemente marcadas en estos últimos diez años. Los vínculos se destruyen cuando se destruye o, mejor, se intenta borrar el concepto de familia, de respeto a la vida, de respeto al derecho de los demás...; también podemos ver que no hay unión cuando las naciones sucumben ante las crisis económicas que surgen por la escisión de la voluntad y la ética. Hay muchos ejemplos de lo mismo en el transcurso de estos últimos años, y la Iglesia debe preguntarse qué papel juega en el mundo de hoy.
Si en el Evangelio que hoy nos presenta la liturgia alteramos algunos personajes entenderemos una verdad que es universal en el mundo y que a todos los cristianos nos llama a reflexionar sobre nuestro protagonismo en él. Digamos que Pilato es la tendencia al mal, la concupiscencia; Jesús es el Bien supremo, la verdadera felicidad del hombre, y los judíos son la voluntad humana. así tenemos que releer el mensaje diciendo: la concupiscencia interrogó al Bien supremo si este era quien regía a la voluntad. A su vez el Bien supremo preguntó si ella hablaba por sí misma o por la voluntad humana (evidentemente la concupiscencia no es original de la voluntad humana, sino de otra voluntad opuesta al Bien supremo). La voluntad pone al Bien en tela de juicio, lo desfigura y lo entrega a la concupiscencia (lo que es bueno para el hombre, el Fin último es traicionado por la tendencia al mal, así se deja de comprender el fin y el medio se desvía hacia el pecado, perdiendo la Meta, que permanece aún sin el hombre). El Bien dice que su Voluntad no es la voluntad humana, de lo contrario no habría sido despreciado por la concupiscencia (los que están a su servicio y combaten son los hombres que viven en la gracia luchando con sus buenos hábitos y las virtudes para que la voluntad no caiga en la ceguera y la perdición). Entonces..., ¿Vos sos El que es?, pregunta la concupiscencia, que no es capaz de distinguir bien, y el Bien supremo responde "Sí, Yo soy El que soy" y agrega: yo me acerco a los hombres para transmitirles la Verdad, y los que son míos me escuchan y se alimentan de mí.
En síntesis se puede decir que el Bien reina desde siempre y sobre todo, pero hay quienes rechazan el Bien y creen que su bien está en la voluntad tendiente al mal. Pero no debemos olvidar que ese Bien no puede apagarse, aunque la concupiscencia lo ignore, el Rey permanece y siempre es la Verdad. Los que somos suyos lo escuchamos en nuestra vida, en nuestro espíritu, nos alimentamos de Él en la Eucaristía y vivimos unidos a Él sabiendo que es el Bien supremo y nuestra Felicidad. Pero..., hoy, en nuestra vida personal y particular, ¿luchamos para que los hombres no entreguen los bienes a la concupiscencia?, es decir, ¿anunciamos el Evangelio?, ¿somos luz del mundo y testigos de la Verdad?. Cristo es Rey universal y su reino está en guerra; no contra los hombres, sino contra el mal que arrastra a los hombres con garras de concupiscencia y de pecado. En el combate, la Iglesia es un soldado que sabe que ha ganado porque conoce al General. Pero este soldado no dejará jamás en manos del enemigo a los rehenes que tomó, al contrario, se hace fuerte y sale a buscar a aquellos con la armadura de la Verdad expresada en el Verbo. El soldado es legionario, sí, legionario de una Madre que llora a sus hijos, legionario que combate dirigido por aquella que aplasta la cabeza de la serpiente infernal. Legionario de María. Estamos llamados a "redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada" (
Porta Fidei, nº 9, Bededicto XVI), para no caer en la resignación de ver sin retorno lo que parece perdido, y ,también, para no descuidarse en la guerra contemplando entre lágrimas las ausencias en el bastión mientras las espaldas cubren al enemigo. Y nuestro modelo es la Santísima Virgen Madre, "la realización más pura de la fe"(
CCE nº 149), porque su humildad y obediencia vencieron a las tinieblas al confiar plenamente en Aquel que es la Vida y la Verdad, el Amor.
Este es un día en que volvemos a proclamar a Jesús nuestro Dios y Señor, Rey soberano de toda la creación, y Rey de nuestros corazones. Por eso debemos reflexionar qué lugar ocupa cristo en nuestras vidas, y desde ese lugar debe brillar la luz para acercarla a los que la necesitan, que son todos los hombres. En tiempo de fe debe reinar la esperanza, y el Amor eterno debe estar de continuo en nosotros, por eso debemos obrar en comunión: comulgar y ser un solo rebaño del Señor, con obediencia confiada a su vicario, el Santo Padre, que ha llamado en tan agraciada circunstancia a este año de la fe. Es tiempo de unión, recemos especialmente por los que están alejados de la Iglesia, ya sean bautizados o no. Porque "el imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano" (
Encíclica Annum Sacrum, Leon XIII, Papa).
Así, dando testimonio de vida cristiana, podemos transformar el mundo actual enseñando que "El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos" (
Enc. Quas Primas nº 16, Pío XI).
Para finalizar quiero dejar escrita textualmente, en castellano, estas palabras del Papa Pío XI citando a Pío X en la encíclica "Quas Primas" (que instituyó, el 11 de diciembre de 1925, la Solemnidad de Cristo Rey)...
"Asimismo ordenamos que en ese día se renueve todos los años la consagración de todo el género humano al Sacratísimo Corazón de Jesús, con la misma fórmula que nuestro predecesor, de santa memoria, Pío X, mandó recitar anualmente"
Consagración al Sacratísimo Corazón de Jesús
Sagrado Corazón de Jesús, que manifestasteis a Santa Margarita María el deseo de reinar sobre las familias cristianas, nosotros venimos hoy a proclamar vuestra realeza absoluta sobre nuestra familia. Queremos, de ahora en adelante, vivir vuestra vida, queremos que florezcan, en nuestro medio, las virtudes a las cuales prometísteis, ya en este mundo, la paz. Queremos expulsar lejos de nosotros el espíritu mundano que maldijísteis. Vos reinaréis en nuestras inteligencias por la simplicidad de nuestra fe: en nuestros corazones por el amor sin reservas del que estamos abrasados para con Vos, y cuya llama alimentaremos por la recepción frecuente de vuestra divina Eucaristía. Dignáos, Corazón divino, presidir nuestras reuniones, bendecir nuestras empresas espirituales y temporales, apartar de nosotros las aflicciones, santificar nuestras alegrías, aliviar nuestras penas. Si alguna vez alguno de nosotros tuviere la desgracia de ofenderos, acordáos, oh Corazón de Jesús, que sois bueno y misericordioso con el pecador arrepentido. Y cuando sonare la hora de la separación, todos nosotros, los que parten y los que quedan, seremos sumisos a vuestros eternos designios. Nos consolaremos con el pensamiento de que ha de venir un día en que toda la familia, reunida en el Cielo, podrá cantar para siempre vuestra gloria y vuestros beneficios. Dígnese el Corazón Inmaculado de María, dígnese el glorioso Patriarca San José, presentaros esta consagración y recordárnosla todos los días de nuestra vida. Viva el Corazón de Jesús, nuestro Rey y nuestro Padre!