jueves, 12 de septiembre de 2019

jueves XXIII del tiempo ordinario

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
                                                                        Lc. 6, 27-36

Jesús dijo a sus discípulos: Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemi­gos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames. Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tie­nen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mis­mo. Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagrade­cidos y los malos. Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es miseri­cordioso.
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Continuando con la corrección fraterna vemos cómo hoy Jesús nos llama al amor de nuestros enemigos, por lo cual es debido ayudar al prójimo en este difícil camino que requiere de una profunda comprensión de la caridad como virtud teologal para poder poner en práctica lo de "poner la otra mejilla". Dice San Pablo, en la primera lectura para la liturgia de este día, "Que la Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza. Instrúyanse en la verdadera sabiduría, corrigiéndose los unos a los otros". Es claro que esta corrección supone de la Palabra "en" nosotros, la cual nos enseña que es ley máxima el amor, la caridad, por lo que es también entendible lo que el mismo santo nos señala al afirmar "[...] El conocimiento llena de orgullo, mientras que el amor edifica".
Siendo imagen de Dios y coherederos de Cristo tenemos la responsabilidad de llevar el Evangelio en nuestras vidas hacia el otro, hacia todos. Así como Dios perdona los pecados de su pueblo y con misericordia vuelve a ser un amigo cuando el pecador se arrepiente de corazón, de la misma manera debemos tener en menos los males de los demás, a fin de que la misericordia por el que está lejos del Señor lo llame con el ejemplo y sirva instrumentalmente a su conversión. En el mismo sentido, el oficio de lectura de hoy nos presenta a Dios "castigando" y "sanando" la herida en la misión que encomienda al profeta Oseas. También el salmo 99 dice al respecto "Tú eras para ellos un Dios de perdón y un Dios vengador de sus maldades". Pero Dios no puede hacer el mal, ya que esta es una contradicción; El Señor es justo y amonesta a los que se doblan para corregir el camino y evitar así un mal peor para el hombre. De manera similar debemos, los cristianos, corregir al prójimo no con tono de juez, sino con caridad de hermano y edificando al otro con sabiduría y humildad. Tal es así que el apóstol de los gentiles afirmó "Pero tengan cuidado que el uso de esta libertad no sea ocasión de caída para el débil. Si alguien te ve [...] a la mesa en un templo pagano, ¿no se sentirá autorizado [...] a comer lo que ha sido sacrificado a los ídolos?" y más adelante dice que este obrar, la omisión y consecuente pérdida del "débil", es pecar contra Cristo. Para que quede bien claro, omitir la corrección es consentir el abismo que al otro que está en pecado separa de Dios.
El amor a los enemigos tiene el mismo fin que la corrección fraterna: conducir al otro a Dios, evangelizar; para el cristiano que ama esto es habitual y constituye su camino de santidad común a la cual estamos llamados todos. Pero Jesús nos dice "hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman". Y esto es absurdo para la lógica del mundo, pero perfectamente razonable para el plan de Dios, en el cual el cristiano, como hijo, está incluído. Veamos entonces en qué consiste esa caridad que es la principal virtud teologal que hoy se nos señala para poder cumplir la voluntad divina. Me permito transcribir y compartir con ustedes un fragmento del comentario al salmo 83 que hiciera hace casi un milenio san Bruno, el padre de la Orden Cartujana: "Esta dicha —llegar a los atrios del Señor— nadie puede alcanzarla por sus propias fuerzas, aunque posea ya la esperanza, la fe y el amor; únicamente la logra el hombre dichoso que encuentra en ti su fuerza, y con ella dispone su corazón para que llegue a esta suprema felicidad, que es lo mismo que decir: únicamente alcanza esta suprema dicha aquel que, después de ejercitarse en las diversas virtudes y buenas obras, recibe además el auxilio de la gracia divina; pues por sí mismo nadie puede llegar a esta suprema felicidad, como lo afirma el mismo Señor: Nadie ha subido al cielo -se entiende por sí mismo-, sino el Hijo del hombre que está en el cielo" La caridad de la que hablamos tiene que alimentarse de Dios con un corazón dispuesto y tomar al Señor como su propia fuerza abandonándose en su camino para ejercitar el espíritu que es donde mora la Santísima Trinidad en tanto haya comunión sacramental y voluntad cristiana. El auxilio viene de Él, que nos sa sabiduría para caminar según su ley de amor. El salmo que este santo comenta continúa diciendo "al pasar por el valle árido, lo convierten en un oasis; [...] ellos avanzan con vigor siempre creciente hasta contemplar a Dios en Sión". Esto significa para el cristiano que el que busca a Dios supera el "árido valle" de las penas actuales y las dificultades (entre las que se pueden contar las afrentas de los que nos odian) y convierte su entorno en un lugar verde, donde crece y hace crecer, porque las aflicciones no están para quedarse sino para que tomemos con ellas el entrenamiento necesario para ser verdaderos hijos "avanzando con vigor siempre creciente" (la constancia en la fe) hasta llegar a Dios que es nuestra felicidad. El desierto es árido, pero Dios nos concede las gracias necesarias para peregrinar sin desfallecer, Algunos pasan desiertos de enfermedad; otros, de aflicción por la incomprensión de los demás... Tomemos del desierto la oportunidad para cultivar la vida en la fe.
Pero para especificar concretamente qué es esta caridad comovirtud teologal a la que Cristo nos llama atender en el Evangelio debemos aclarar que no es el mero amor al otro por amistad, sino la virtud de amar por Dios y en Dios toda la creación, inclusive el propio ser. No es una práctica, sino un don, un regalo de Dios que nos lo da en el bautismo y en el sacramento de la reconciliación (de allí la importancia de estar en gracia siempre; recuérdese que el mismo Jesús señaló la caridad como la principal ley y así lo enseñó San Pablo, quien fue amado por Cristo a pesar de su persecución). Es distinto caridad de simple amor afectivo, pero es también rara la operación de la voluntad que dirigida por la caridad no siente con corazón de carne sino con uno de piedra... esto es precisamente el nudo gordiano de la cuestión cuando de amar al "enemigo" se trata. La caridad nos hace querer, incluso a quien nos es adverso, por amor a Dios, queriendo su bien máximo, queriendo su conversión y su conocimiento del Señor, como lo expresan innumerables santos y, entre ellos, mártires de la Santa Iglesia.
Cuando hablamos de corrección fraterna, entonces, hablamos de caridad al servicio del hermano, el cual puede significar para nosotros, muchas veces, un enemigo, pero nunca "el enemigo", ya que la enemistad de un hermano no es circunstancia de amenaza, sino de prueba, y la prueba se supera teniendo firme constancia en el camino del Señor pidiendo su fuerza, viviendo las virtudes teologales, en especial la caridad y poniendo a trabajar la sabiduria que recibimos desde nuestra confirmación (sabiduría como don del Espíritu Santo). "Entonces —dice Cristo— la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagrade­cidos y los malos. Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es miseri­cordioso". Amén.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

miércoles XXIII del tiempo ordinario

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
                                                                         Lc. 6, 20-26

Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: ¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece! ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán! ¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y proscriban el nombre de ustedes, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre! ¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recom­pensa de ustedes será grande en el cielo! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas! Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas! ¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!
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Jesús dirige su mirada a sus discípulos, a los suyos; les dice las bienaventurnazas. Luego les habla a los que no son suyos con un !Ay de ustedes!. Tenemos entonces un mensaje claro en las bienaventuranzas para los que siguen el camino de Jesús, y una preclara consecuencia para los que se apartan del camino para buscar lo que no es del Señor. Los primeros son portadores de la esperanza en Cristo, no cualquier esperanza; esta es una esperanza cierta, cumplida en la eternidad, que aguarda a todos los que son llamados al camino de la santidad, que es el verdadero camino cristiano. Los segundos son los que no tendrán más que lo que buscaron y adoraron en sus vidas.
Bienaventurados —dice el Señor— los pobres. Los que no tienen suficiente para vivir, los que luchan por el pan de cada día, los que mueren de frío en las calles marplatenses cuando el invierno les azota el alma...; notendrán nada de este mundo egoísta y deshumanizado, pero Dios ya les ha dado su Reino. Los tesoros del Cielo no son las bonitas estrellas de una noche despejada, sino el alimento del alma, el propio Dios, que con su Amor Eterno, su Hijo, destila en nustros corazones una paz extraña al mundo aún en los dolores más amargos. Felices —dice— los que tienen hambre; este hambre no es solo el hambre física, sino también espiritual. El espíritu de los justos tiene hambre de paz, de justicia, de fraternidad, de Dios en todos. A los que lloran, los que son odiados, excluídos, insultados, proscriptos por seguir a Jesús, Él, que es Dios, los llama a la alegría y el gozo porque su recompenza es grande en el Reino. La distinción de discípulo o ajeno puede marcarse desde esa alegría, desde ese gozo, que no es otra cosa que el síntoma de haber alcanzado el objetivo al que el hombre dedica su voluntad. Del hedonismo resultan los satisfechos, los que rien jactanciosos en su opulencia, los que creen poseer la autoridad para quitar la vida o para crearla según sus caprichos...; del eudemonismo cristiano la razón toma de manera incipiente esos rayos del Sol que le enseñan un camino y una cruz con la asistencia necesaria para los momentos de tropiezo. El Amor de Dios espera hacer eco en el corazón del hombre que avanza en su trayecto; enseña la caridad, virtud teologal más importante y envía su Espíritu con el cual se recibe la sabiduría que alimenta dicha caridad para los que ya pasan de la simple razón al camino espiritual que es Evangelio y Vida.
Bienaventurados, entonces, los que Dios llama y guía, como aquellos primeros discípulos, con una fe plena, con una esperanza cierta y certera y con un corazón noble, noble de divina estirpe. Porque aún el camino puede sarandearnos la vida, pero Dios no permitirá que caigamos hacia el abismo.
Dios llama a todos los hombres, pero guía a los que dan su consentimiento para ello. Desdichados aquellos que se desconocen a sí mismos desconociendo a su Creador. Desconocen de sí mismos sus límites los que tapan sus oídos para no escuchar la Palabra, desconocen de sí mismos su finitud los que engulle la soberbia para erigirlos esfigies del mundo que pasa, se desconocen a sí mismos los que juzgan sin saber a sus semejantes pero, delante del Juez omnipresente, saben, sin juzgar, la opresión contra los indefensos.
¿A caso Dios vino al mundo para celebrar aplaudiendo la perfección humana?, ¿es que se humilló tomando el cuerpo de creatura para ensalzar la perfección humana? ¿Qué es la perfección humana?, ¿en qué consiste?. La perfección humana consiste en la caridad, y supone haber nacido de nuevo. Pero la perfección humana es siempre incompleta, ya que solo Dios es Santo en sentido ontológico, y los santos (canonizados) son como esos rayos del Sol que portando la luz y en comunión nos ayudan a alcanzar la felicidad eterna. La perfección humana es el amor divino y fraterno, amor hacia Dios y hacia los hermanos. Mas no es debido caer en las mismas falacias que caen los que están satisfechos sin Dios: juzgar no es propio del cristiano, sino de Cristo cuando llegue el momento... Así, dice San Agustín en una de sus obras "Recuerde la Ciudad de Dios que entre sus mismos enemigos están ocultos algunos que han de ser conciudadanos, porque no piense que es infructuoso, mientras aún anda entre ellos, que los soporte como enemigos hasta el día en que llegue a acogerlos como creyentes", más aún, el santo continúa diciendo que muchos de los que están unidos a la Iglesia, que son parte de los que comen el pan en la misma mesa del Señor, no serán bienaventurados; esto es por llevar a Dios en la boca pero no en el corazón. ¿No fue el mismo Jesús quien dijo "amen a sus enemigos"?...
El mundo está repleto de seducciones promisorias y mendaces. Es una especie de guerra donde hay que llevar el egoísmo intacto y en todo plano sin importar pisar el cráneo del compañero que cayó; haciendo mofa del caído para ser aprobado por los que aplauden el espectáculo... y en medio de tales tragedias yace el alma sepultada en la anestesia de la ambición sin sentido para, al final del juego, dejarnos ensombrecidos de memorias, arrepentidos a lágrimas, vacíos de amor de los que antes frecuentábamos pero hemos aniquilado de nuestras vidas... Es entonces, muchas veces, en el otoño de la vida, cuando entramos en nosotros para comprender el perdón y, en menor frecuencia la sabiduría. En menor frecuencia porque sabio es el que recibe del Espíritu ese juicio que le hace ver las cosas claramente según Dios. El sabio alcanzará la paz; no hay sabio que no deba pedir el perdón. Bienaventurados los que lloran... porque la humillación es felicidad del sabio, un camino ineludible de la santidad. Hay muchos que en la guerra-mundo se alistaron para conquistar vientos vestidos de plata y se descubrieron vacíos, y murieron. Otros tantos siguieron las mismas vanidades y al descubrirse vacíos se convirtieron. La fe es posterior al encuentro personal con Dios, es un don y una respuesta "creo". Le pedimos a la Iglesia de Dios la fe, entendiendo que la misma nos da la vida eterna por el Bautismo. Estos, los que sintiendo el vacío abrieron los oídos del espíritu para acercarse al Señor, ahora buscan la paz y comienzan un camino nuevo. A los que juzgan, sean discípulos o enemigos del Señor, se les debe señalar que el espíritu es invariante aunque no la experiencia. De allí las sabias palabras del santo obispo de Hipona.
Las bienaventuranzas, como las desdichas de los que creen no necesitar a Dios, se dicen a los hombres, no a los ángeles. No somos perfectos, pero podemos optar por tomar la mano extendida del Señor o bajar a la fosa cargando pesados jarrones de oro hasta que se pulverice el último hueso. Todos hemos pecado, buenos y malos, y hemos sido perdonados (los bautizados) por Cristo con un amor tan inefable como dolido. Es entonces que cabe preguntarse, si Dios perdona a tu hermano ¿quién te constituye su juez?. Es innegable que Dios es Amor, unque haya quienes, lejos de Él, proyecten su imagen en una miserable idea que erradamente tengan del Señor. Si amar no es de Dios, entonces... ¿errar no es humano? (humanum fuit erarre...). Lo cierto es que Dios no se equivoca aunque el humano pueda no amar; que si no fuéramos libres no tendría sentido nuestra existencia para obrar conforme a la voluntad y "no vayas a creer que sos atraído contra tu voluntad; el alma es atraída también por el amor" (San Agustín), ese amor que degustan los discípulos desde la cuna, los conversos hombres de buena voluntad cuando advierten la caducidad del mundo frente a la Luz del mundo y los conversos por haber hallado alivio en el espíritu con las manos de Dios en vez de encontrarla donde creyeron que estaba. Por otra parte, si el hombr no errara y amara siempre no hubiese necesitado de un Cristo Salvador. El que no hace del amor su alma, su motor, no puede ver al Señor; el que amando sufre, sobrellevando cristianamente las espinas, clama al cielo y es signo de Cristo entre los hombres.
El amor fraterno exige disciplina y la disciplina, constancia. No es disciplina autolesionarse más que autoleccionarse, comprometerse en la reflexión cristiana de los sucesos vividos, leyendo en ellos la posibilidad de crecer en conocimiento de Dios, en santidad, en caridad. La constancia cristiana posibilita hacer un mundo mejor con un pequeño grano de mostaza: la fe.
La sabiduría nos permite juzgar según Dios, no según la carne, y no permanece inmóvil en el ser, sino que opera en comunión para gloria de Dios y bien de los hombres. Así, no es solo la contemplación, sino la acción al momento de que se nos pida cuentas de nuestro ser cristiano, lo que debemos practicar como discípulos bienaventurados. De las cosas del mundo ya sabemos su mecánica, pero nuestra mirada debe ser dirigida por la mirada de Jesús. Cuando llevamos la cruz solemos tener un José de Arimatea, pero suelen ser más numerosos los detractores, los que nos juzgan, los que nos golpean. Algunos jueces reciben órdenes específicas y su manifiesta intención maliciosa es acusarnos, sea con o sin razón. Otros están de paso y se suman al espectáculo de maltrato y hacer leña del árbol caído. Y lo que más nos duele es que los nuestros nos entreguen al juez o nos den la espalda, aún la ausencia, en el juicio. Pero el amor es sabio, y es de sabios amar, por lo que es propio de hijos de Dios (cf. S. Th.; II-II; q. 45; a. 6) crecer en las virtudes con ayuda del Espíritu Santo y procurar la paz interior al mismo tiempo que la paz entre prójimos. Ahora bien, es claro que debemos distinguir entre juzgar al prójimo y perder el juicio: así como la paja en el ojo ajeno, también hay silencios que condenan y omisiones que matan al hermano, es por ello que la corrección fraterna es acto de caridad iluminado por la sabiduría y es precepto (cf. S.Th.; II-II; q. 33; a. 1, 2).
Por todo esto, conociendo desde un punto de vista cristiano el combate de la vida tanto el las relaciones interpersonales como en la cotidiana marcha del propio ser, debemos encontrarnos bienaventurados en el camino de Cristo y abrazar la paz para llevarla en y hacia los demás en pos de Evangelio.

jueves, 8 de agosto de 2019

Santo Domingo de Guzmán



+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
                                                                        Lc. 9, 57-62

Mientras Jesús y sus discípulos iban caminando, alguien le dijo a Jesús: "¡Te seguiré adonde vayas!". Jesús le respondió: "Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza". Y dijo a otro: "Sígueme". El respondió: "Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre". Pero Jesús le respondió: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios". Otro le dijo: "Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos". Jesús le respondió: "El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios".
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Hoy celebramos la memoria de un santo español nacido el siglo XII y que fue luz para la Iglesia en su tiempo y aún la sigue iluminando con su obra, la Orden de Predicadores. Santo Domingo de Guzmán, de noble linaje, fue un niño de piedad cristiana muy notable y de costumbres humildes y santas como lo notaban sus mismas nanas y según consta en las actas de canonización. Nació en Caleruega, región de Burgos, y desde joven fue educado por su tío que era sacerdote del clero diocesano (titular de un arciprestazgo en Palencia); cursados los estudios en humanidades y teología formará parte de la curia en la catedral de Osma como canónigo regular, tonsura mediante, como lo acostumbraban en aquella época. Seguidor del Maestro en las mismas palabras del Evangelio que tomamos hoy de las lecturas facultativas litúrgicas, viajará por "casualidad", en circunstancias de acompañante del obispo Diego de Osma para tramitar el sagrado matrimonio del príncipe Fernando de España y una princesa danesa. Por estos viajes descubre el joven Domingo, cerca de 1200, que Francia se hallaba castigada por la herejía cátara, a tal punto que habían abandonado la fe para sustituirla por un gnosticismo altamente sincrético y por un maniqueísmo manifiesto y pragmático. Domingo no tendrá "dónde reclinar la cabeza", ya que viajará no solo a Francia sino también a Italia y fundará conventos y enviará discípulos para estudiar y ayudar a los bautizados en el camino de la fe. Aún cuando era un niño solía dormir en el suelo a pesar de contar con cama y comodidades, esta anécdota ha llegado hasta nosotros gracias a los textos en las actas de los procesos de Tolosa/Bolonia.
Para seguir a Dios es necesaria la fe y el desprendimiento absoluto del mundo en perfecta fusión con la caridad cristiana, que es la forma como se vive el Evangelio. Pero desprenderse del mundo no es rechazarlo, sino tener presente a Dios por encima de todo, para presentar todo al abrazo de Dios. El corazón del que sigue a Cristo se inunda de Cielo y es fuego en manos del Señor como un simiente teleológico: compartir la vida de los redimidos por Jesús, Hijo de Dios, de un modo pleno y maduro.
Estas cosas conocía en su espíritu Santo Domingo, que fue un gran predicador pero no nos dejó palabra, casi, que no fuera su "hablar con Dios, en la oración o de Dios" (L. de las Horas tomo IV p. 1274). Sus modos de rezar eran muchos, se clasifican en 9 según sus biógrafos: 1) inclinación reverente delante del Altar y ante la imagen de Cristo crucificado; 2) postración y acusación del pecado propio delante de alguna imagen del Señor; 3) mortificación; 4) genuflexiones al Señor, casi como si estuviera frente a Dios cara a cara; 5) de pie delante de Cristo, con las manos juntas o abiertas al modo de celebrar la Eucaristía; 6) Brazos extendido como en la Cruz del Señor; 7) Con las manos extandidas hacia el cielo y su rostro hacia el cielo, a modo de saeta; 8) lectio divina; 9) retiro.
Todas estas formas de las que hubo testigos presenciales en su época, sirvieron para su mayor provecho de los dones divinos y para instrucción tanto de los frailes como de los cristianos que lo oían predicar con fervor divino las cosas de Dios.
El santo hizo de su orden religiosa un verdadero instrumento para formar cristianos: los frailes vivían (y viven) sus vidas trabajando activamente en ayuda de la Iglesia y a la vez en la contemplación profunda que les enseñó su padre, influenciado ciertamente por la asidua lectura del Evangelio de Mateo, las Cartas Paulinas y las Colationes de Juan Casiano que Domingo gustaba meditar y llevar a la práctica. Fue un hombre de caridad sin par, de inteligencia profunda, de mirada evangélica y de tenaz carácter para llevar a Cristo a toda persona. Santo Domingo de Guzmán es, desde el siglo XII y hasta nuestros días, luz del fuego inextinguible del Espíritu Santo. Por él hoy rezamos así, para que nos ayude en nuestras vidas camino a Dios y en nuestra tarea evangelizadora:

Que seas para nosotros
verdadero dominico,
constante guardián
del rebaño del Señor


martes, 6 de agosto de 2019

Transfiguración del Señor

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
                                                                      Lc. 9, 28b-36

Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: “Maestro, iqué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Él no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: “Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo”. Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.
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Los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan fueron quienes presenciaron la Transfiguración que obró Jesús en el monte Tabor (según la Tradición). En ese momento Jesús resplandece como el sol y sus vestiduras se vuelven radiantes; se hace presente la Trinidad y la voz del Padre vuelve a complacerse en su Hijo y le dice a los apóstoles que lo escuchen, que escuchen a Jesús. Esta voz acredita a Jesús como verdadero Hijo de Dios y lo autoriza por encima de Moisás y de Elías, de manera que Dios mismo se hace presente y enseña que Cristo es el Mesías que fue enviado para dar cumplimiento final a la Salvación del género humano, no solo de los judíos.
Pedro es quien pronuncia las únicas palabras que no están en el Cielo teológico, sino en este mundo; dice "¡Maestro, que bien estamos aquí!", con lo cual su espíritu estaba siendo tocado por la Trinidad de manera que ya podía como degustar un principio de la eternidad de los santos, mas no completamente, porque añade "Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moises y otra para Elías", con lo que su razón aún tocaba el estado terrenal al no comprender por espíritu lo que la impresión de los sentidos le hacía notar en gozo del cielo y pensar que las carpas servirían de algo allí. Con todo es notable el sentir de Pedro que lo llamaba a quedarse en ese lugar a reposar, al menos en ese momento de la transfiguración gloriosa del Señor.
El diálogo de Cristo con Moisés y Elías, por otra parte, trataba sobre la partida de Jesús, de tal modo que los Apóstoles tuvieran fe cuando acontecieran esas cosas.
La Transfiguración del Señor que festejamos debe alentarnos en la fe, recordándonos que somos por Cristo hijos de Dios y que estamos sí en este mundo pero al mismo tiempo en el Reino eterno desde ahora, desde nuestro bautismo. La gloria del Señor nos hace ver cómo seguirlo, escuchando a la Palabra, expresada en el Evangelio y sostenida vivamente en la Iglesia. Para aquellos que aún no lo conocen, las posibilidades están siempre al alcance; se opta por la apertura del corazón o por la ceguera del capricho. Dios permanece y su luz no se agota ni se cansa..., el hombre responde.

sábado, 3 de agosto de 2019

sábado XVII del T.O.

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo
                                                                         Mt. 14, 1-12

La fama de Jesús llegó a oídos del tetrarca Herodes, y él dijo a sus allegados: “Este es Juan el Bautista; ha resucitado de entre los muertos, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos”. Herodes, en efecto, había hecho arrestar, encadenar y encar­celar a Juan, a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, porque Juan le decía: “No te es lícito tenerla”. Herodes quería matarlo, pero tenía miedo del pueblo, que consideraba a Juan un profeta. El día en que Herodes festejaba su cumpleaños, la hija de Herodías bailó en público, y le agradó tanto a Herodes que prometió bajo juramento darle lo que pidiera. Instigada por su madre, ella dijo: “Tráeme aquí sobre una bandeja la cabeza de Juan el Bautista”. El rey se entristeció, pero a causa de su juramento y por los convidados, ordenó que se la dieran y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue llevada sobre una bandeja y entregada a la joven, y esta la presentó a su madre. Los discípulos de Juan recogieron el cadáver, lo sepultaron y después fueron a informar a Jesús.
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Cuánto hemos pecado, Señor, a tal punto de compararte con tus hijos; aunque en ellos se manifieste tu presencia ni tu santidad no tiene límite ni tu corazón semejanza con el del hombre. Cuántas veces habremos matado al prójimo en vida, y hemos negado su existencia, la misma que vos le diste, como a  nosotros, cercándole su libertad con nuestra hipócrita corona de oropel que en nada se parece a la de los santos que guardan tu paz y tu Nombre en el obrar continuo de sus vidas.
Como el hipócrita Antipas hemos mentido apagando al que es recto y humilde, a quien sigue verdaderamente tu camino, por envidia quizá, por sernos molestia como Elías a Ajab y hemos preferido las sombras creyéndolas luminarias de una muerte absoluta pero encantadora de los sentidos. No hemos dudado en matar al justo, al inocente, si el negocio lo exigía; preferimos honrar el aplauso del mundo que nos adula y seduce. Pero los que llevan tu luz en sus almas son testigos de los males que muchos hacen contra tu Reino; ellos interceden por los justos y nada escapa a tu mirada.
Pero por más distante que esté el hombre, volvés a llamarlo  a tu encuentro como siempre y en su conversión amonestás su conducta para que entienda el camino y deseche lo que es indigno del bautismo.
Pasa a menudo en nuestra sociedad, muchos protestan sin sentido y atacan a los que anuncian el Evangelio por motivos tan obvios para el género humano como lo son el derecho a la vida o el deber de los padres de educar a sus hijos bajo su responsabilidad. Nunca faltan Herodes del siglo XXI que rodeados de su corte amenazan al pueblo de Dios, fiel discípulo de Cristo en épocas de relativa calma o de revueltas sociales. Para todas estas gentes tenemos la respuesta adecuada en el ejercicio de la fe, que no puede callarse ni gritarse, sino profesarse y enseñarse con ejemplo y valentía. No somos Dios, sino hijos adoptivos de Dios y uno en Cristo, si comulgamos al Señor. Pero debe el cristiano ser astuto como serpiente y sencillo como paloma, porque no faltan los que agitan lo que ellos mismos gustan llamar falacias ad hominem y ad ignorantiam, sin contar, bien se sabe, muchas barbaridades de lo más variadas contra la Santa Iglesia. El modelo de persona está en Jesús, debemos ser faroles en medio de la noche de este mundo, sin olvidar que Cristo no vino a latigar a nadie, sino a servir de guía como camino acceso a la Trinidad. La misericordia enseña misericordia o fragua santos; los santos tienen antes paciencia de sí mismos para poder ser paciente con los demás...
Este día sábado lo dedicamos a la Santísima Virgen para que nos ayude a corregir nuestros pasos defectuosos en la vida al tiempo que le pedimos que nos enseñe a obrar según Dios para toda buena obra ante la adversidad del mundo o con el viento favorable del mismo.

miércoles, 31 de julio de 2019

San Ignacio de Loyola

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo
                                                                      Mt. 13, 44-46

Jesús dijo a la multitud: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran va­lor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.
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San ignacio de Loyola  •  Peter P. Rubens (1620)
Hoy celebramos la memoria de un gran santo español del siglo XVI: San Ignacio de Loyola.
Ignacio, nacido Iñigo, era hijo menor del matrimonio de Marina Sáez de Licona y Balda (hija de la IX Señora de la Casa de Balda) y Beltrán Yáñez de Oñaz y Loyola (VIII Señor de la Casa de Loyola). Su educación temprana fue tutelada por servidores de los reyes católicos, por lo cual el santo conocía la corte real aunque no servía directamente a la Corona de España. Desde su juventud tuvo un temperamento competitivo y cuidaba su imagen para agradar a las jóvenes nobles. Se sabe que ingresa en el ejército al poco tiempo de morir su padrino, Juan Velázquez de Cuéllar (noble y uez español), el año 1517. Para 1521 sucede el accidente de la batalla de Pamplona sitiada por los franceses; Ignacio recibe en sus piernas una bala de cañón que lo deja gravemente herido y con una pierna más corta que la natural por causa de una mala praxis quirúrgica. En su cama de enfermo pidió, para distraerse, un libro de caballería, que tanto le gustaba leer para competir con los relatos heroicos que los mismos traían; al no hallar ninguno en ese lugar le dieron un libro de la vida de Cristo y otro de la vida de los santos. Así fue como se propuso competir con los santos. Al cabo de un año, tras una progresiva e iluminada conversión y luego de examinar su conciencia tres días, recibió el sacramento de la reconciliación, puso su espada al pie de la Santísima Virgen en el santuario de Montserrat y a la mañana siguiente, Fiesta de la Anunciación, luego de comulgar salió del templo sin proyecto alguno. En poco tiempo encontró a una mujer que le indicó una gruta donde poder vivir una vida de retiro, la cual significó el fruto de los famosos "Ejercicios Espirituales" (año 1522) aunque también padeció escrúpulos. Tras una truncada peregrinación a Tierra Santa, por las guerras y los peligros que sucedían en aquellas tierras tomadas por los islamitas, decidió estudiar con miras a alcanzar el órden sagrado. Sus dificultades fueron muchas, estuvo en la cárcel, recibió agresiones, pasó hambre, pero se licenció en teología el año 1534. El día de la Fiesta de San Juan Bautista del año 1537 recibió, junto a sus compañeros fieles, las sagradas órdenes y el 27 de septiembre de 1540 se aprueba la órden Compañía de Jesús en la Bula  Regimini Militantis ecclesiæ del Papa Pablo III. Para más detalles de la vida del santo véase la enciclopedia católica.
En el Evangelio de la liturgia de hoy Cristo compara el Reino a un tesoro escondido en un campo y a un negociante de perlas finas; bien puede aplicarse este pasaje a San Ignacio, que siendo de noble estirpe y luego militar dejó todo para dedicar su vida al Evangelio con profuso amor a Jesús. El que encuentra un tesoro escondido en un campo, dice Jesús, vende todo lo que posee con gran alegría y compra el campo. En el ámbito esencial, en el espíritu, es como cambiar todo lo que nos ata al mundo por aquello que nos conduce al Reino de los Cielos. Este Reino es también como una perla de gran valor, por la cual se venden todas las demás perlas para adquirirla. Tal es el valor que tiene la vida cristiana auténtica frente a los modelos de vida frívolos e inconsistentes que ofrece la sociedad alejada de Dios. Estas cosas entendió San Ignacio, guiado , sí, por una especial dirección divina, pero probado en tantos sufriemientos y forjado en la sabiduría del seguimiento de Cristo, que dejó para nosotros como para aquellos que lo conocieron en persona una guía en sus famosos ejercicios espirituales. Para poder seguir los mismos es necesario tener cierta experiencia en la vida espiritual, cierta madurez propia de los confirmados hijos de Dios que han optado caminar por las huellas del Espíritu Santo esta vida. Aunque es recomendable esta disposición para una experiencia más plena de los mismos, en nada perturba seguirlos al menos con fe viva y corazón presto. Al final de este texto dejo unos enlaces para quien se interese en estos ejercicios aunque sea lego en estas cuestiones.
La diligencia y tenacidad de San Ignacio se puede ver claramente en su constancia a lo largo de su vida y obra ya desde la etapa precristiana. Este carácter tuvo importante relevancia para el florecimiento y estatus de la Compañía de Jesús en épocas tan convulsas como lo fueron las de la contrarreforma. Con fidelidad al Romano Pontífice y con espíritu de servicio ("compañía" es la voz tomada de las compañías militares, designación de la época), la nueva y fulgurante órden cuyo símbolo contiene nada menos que la Nomina Sacra tuvo participación directa en el Concilio ecuménico de Trento con tres de sus frailes como teólogos pontificios y otros tantos como participantes activos, además de la presencia evangelizadora en las Indias, como es el caso de San Francisco Javier, San José de Anchieta (canonización equivalente por el Papa Francisco, jesuita), entre otros. Este fervor debe ser modelo a seguir por los cristianos, así como lo fue en su momento para Ignacio, en su primer contacto con la vida de los santos. Es en el ejercicio de las virtudes y la fiel disciplina sana propia del Evangelio donde se halla la clave del seguimiento de Cristo, quien a su vez nos dona todas las gracias que nos son necesarias para transitar una vida digna de Dios.

A.M.D.G.


ejercicios espirituales, guía práctica:

domingo, 9 de junio de 2019

Solemnidad de Pentecostés

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                     Jn. 20, 19-23

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.
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Este día celebramos Pentecostés, solemnidad con la que recordamos el día en que los doce Apóstoles recibieron el Espíritu Santo, como Cristo les había prometido. La narración que nos dejó Lucas en los Hechos de los Apóstoles (Hech. 2, 1-11) dice que estando reunidos ellos y algunos cristianos venidos de otros lugares del mundo conocido se oyó un ruido desde el cielo, como una ráfaga de viento que resonó en toda la casa. Vieron unas lenguas de algo parecido al fuego que descendieron por separado sobre cada uno de ellos y comenzaron a predicar las maravillas de Dios en distintos idiomas.
Es de contrastar este hecho de hablar en diferentes idiomas (don de lenguas), con aquel lejano hecho del Antiguo Testamento que habla de vanidad y soberbia humanas contra Dios al construir una torre en Babel. Se sabe que Dios confundió la lengua de los hombres entonces, quizá para enseñarles que no se llega al cielo desde la vanidosa voluntad humana que solo es capaz de hablar de sí y de gloriarse de sí, sino que es Dios quien llama a su Casa a los hombres y les da sus dones para que compartan entre ellos la amistad con Él y comuniquen su Misericordia que nada tiene que ver con el egoísmo cerrado del que pretende arrebatar al Señor por su solo monólogo camino de sombras, más que de Cielo.
Ya el Evangelio de hoy no habla de la aparición de Jesús entre los Apóstoles (en ese momento no estaba Santo Tomás entre ellos); el Señor les dio el saludo de la paz y les dijo que así como el Padre lo envió a Él, también Él los enviaba a ellos. Luego sopló sobre ellos diciendo "reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". Vemos que el viento es un símbolo acertado, entre otros,  para referirnos al Espíritu Santo, ya que en el Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles es este "aire" el que se escucha y no se ve y es el Espíritu de Dios que busca habitar en los cristianos.
El pasaje de Juan cuenta que estaban las puertas cerradas por temor a los judíos, es decir, los Apóstoles tenían miedo de que los judíos ingresaran a buscarlos y los encarcelaran o torturaran como hicieron con Jesús. Así es como se aparece Jesús, estando las puertas cerradas, los saluda, les muestra las heridas para que no se asusten y sepan que es Él. Dice el mismo pasaje que los Apóstoles se llenaron de alegría cuando lo vieron (es importante señalar que esta fue la primera aparición de Jesús resucitado, en el Evangelio de San Juan, en la tarde del día de la Resurrección), luego Cristo los saluda y los envía a proclamar la Buena Noticia a todos los hombres. La Buena Noticia, el Evangelio, es que Él resucitó y nos reconcilió con Dios para siempre, perdonando al hombre la desobediencia de Adán. Al mismo tiempo les dio Él mismo la autoridad de perdonar o retener el perdón de los pecados, y este es el origen del sacramento que hoy conocemos (sacramento de la reconciliación), aunque ya había sido incluido de manera implícita en las "llaves del Cielo" que Jesús dio a Pedro.
Este día es también recordatorio de la confirmación sacramental como tal; los que hemos sido confirmados en la fe estamos llamados a proclamar, desde nuestro estado canónico, el Evangelio porque hemos recibido a Dios mismo en nuestro espíritu y tenemos, entre otros dones preciosos, los siete dones del Espíritu Santo (sabiduría, ciencia, consejo, fortaleza, inteligencia, piedad y temor de Dios). Es un hermoso día para cambiar algo en nuestras vidas, para servir mejor al Señor y ayudar a otros en su vida acercándoles lo más preciado que pueda haber: a Dios mismo.

lunes, 3 de junio de 2019

San Carlos Lwanga y compañeros, mártires

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                     Jn. 16, 29-33

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, los discípulos le dijeron a Jesús: “Por fin hablas claro y sin parábolas. Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios”. Jesús les respondió: “¿Ahora creen? Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: Yo he vencido al mundo”.
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" En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: Yo he vencido al mundo" son las palabras del Señor con las que recordamos hoy a los mártires de Uganda, África, en el ocaso de los tiempos decimonónicos. Carlos, un jóven de 21 años al momento del martirio, nativo del lugar, trabajaba evangelizando a los lugareños como principal a cargo de los católicos que vivían bajo el reino despiadado de Mwanga II. El mismo rey había matado antes a un nativo converso, San José Msaka, que defendió a los niños del palacio contra la pederastía y sodomización homosexual de Mwanga; el santo tenía 25 años de edad. Cuando martirizaron a Carlos Lwanga y sus demás compañeros, entre los que se cuentan también algunos practicantes del anglicanismo (no canonizados por causa evidente pero reconocida su valentía por San Pablo VI, Romano Pontífice en esa ocasión), era un 3 de junio de 1886, día de la Ascensión del Señor. Los mártires de Uganda fueron Beatificados por Benedicto XV el 6 de junio de 1920 y canonizados por San Pablo VI el 18 de octubre de 1964.
Dados los datos del martirio de estos héroes de África moderna, pasamos a considerar la valentía subyacente en el espíritu de los santos mártires. No importó la circunstancia de una monarquía absolutista y más contraria y agresiva a la fe de la Iglesia que la de su predecesor el rey Muteesa I que supo enemistar los tres credos que misionaban en esa época (católicos, protestantes e islamitas); Carlos y sus compañeros dijeron al momento del martirio "pueden quemar nuestros cuerpos pero no pueden quemar nuestras almas", y es indefectible la comparación con Ananías, Azarías y Misael, los tres jóvenes mandados a quemar al horno por otro rey (Nabucodonosor II), según consta en las Escrituras su valentía, aunque no fueron martirizados por obrar Dios un milagro en manos del ángel. Estos jóvenes judíos figuran en el salterio y en laudes para este día del tiempo pascual y, aunque ellos no eran compatriotas de Nabucodonosor ni tenían la intención de convertirlo al judaísmo, diferente es la posición de Carlos Lwanga que era compatriota del despiadado Mwanga y sí tenía intención de evangelizar. Es notable el coraje de los santos que son asistidos por Dios para vencer con valor cristiano, en semenjanza al Señor que ha vencido al mundo y aún más, a la muerte.
En la actualidad siguen habiendo mártires en África, al menos, tenemos noticias de las aberraciones humanas cometidas por los musulmanes extremistas de Egipto. Benedicto XV dijo, en ocasión de la beatificación de los mártires que recordamos hoy "primero los herejes, después los vándalos, por último los mahometanos, de tal manera devastaron y asolaron el África cristiana que la que tantos ínclitos héroes ofreciera a Cristo [...] se viera privada gradualmente de casi toda su humanidad y volviera a la barbarie"... es para pensarlo hoy también, después de las masacres cometidas contra nuestros hermanos en Egipto y Oriente Medio por la intolerancia religiosa de algunos islamitas que mal practican su propia fe, y que comúnmente denominamos "fundamentalistas". Digna de contrastar esta intolerancia con la misión ecuménica que inició San Pablo VI, quien en su homilía de canonización a Carlos Lwanga, Matías Mulumba Kalemba y los demás mártires dijo "No permita Dios que el pensamiento de los hombres retorne a las persecusiones y conflictos de orden religioso, sino que tiendan a una renovación cristiana y civil" (la itálica es mía).
Dios "puede levantar hijos de Abraham aún de esas piedras" dijo Jesús. Que la Santísima Trinidad convierta muchos corazones por medio de la sangre bendita de estos mártires africanos que recordamos; que las guerras de religión se terminen, porque el respeto al otro y a su vida es deber de humanidad incluso, un deber natural antes que un precepto cristiano, aunque los cristianos bien sabemos dar la vida por la fe y respetar la vida que Dios da a sus creaturas. El mismo Dios que en los incrédulos permanece por inmensidad, en nosotros vive por inhabitación; ¿cómo, entonces, podemos aprobar crímen alguno contra la persona, si en nosotros mora el mismo Autor de la vida que abrió nuestros ojos para enseñarnos su omnipresencia y nos mandó a cumplir la ley del Amor?.
Pidamos a San Carlos Lwanga y sus 21 compañeros mártires por la paz en Medio Oriente, por la conversión en África y por los misioneros que allí trabajan evangelizando almas para Dios.

domingo, 2 de junio de 2019

Solemnidad de la Ascensión del Señor

Ascensión • Giotto di Bondone

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
                                                                       Lc. 24, 46-53

Jesús dijo a sus discípulos: “Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto”. Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.
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Cristo entra hoy a la presencia del Padre con nuestra humanidad glorificada; triunfal sobre la muerte y victorioso sobre el maligno. Esta solemnidad recuerda ese día en que, estando con sus Apóstoles, Jesús se elevó a los cielos donde ahora permanece a la derecha del Padre.
El Evangelio de Lucas que la liturgia presenta en esta solemnidad señala las palabras que dio a sus discípulos antes de partir. Jesús indica que las Escrituras estaban cumplidas en todos los hechos que hasta ese momento ocurrieron por su obra y los que debían ocurrir luego (predicación a todas las naciones). También les recuerda lo que antes les había dicho, que enviaría el Espíritu Santo y con Él serían bautizados con la "fuerza que viene de lo alto"; este es el signo de la confirmación cristiana que sacramentalmente celebramos también en nuestros días. Luego, bendice a los once mientras es elevado al cielo. Este fragmento del Evangelio de Lucas dice que los Apóstoles se habían potrado y que luego volvieron a Jerusalén con alegría, permaneciendo en el Templo y alabando a Dios. Los Hechos de los Apóstoles, del mismo Lucas, señalan que dos "hombres vestidos de blanco", que la tradición señala como dos ángeles, les dijeron "Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir". Quizá estas palabras signifiquen que volverá con gloria y de repente, como se indica en muchas partes de las Escrituras.
Como vemos, Jesús no nos quiso dejar solos; no solo nos dejó el Espíritu Santo, sino que también permanece con nosotros en nuestra alma por la comunión sacramental. Esta solemnidad del Señor nos permite encontrarnos de nuevo en nuestra esencia cristiana, divinizada y con gracias tan excelsas que sobrepasan la dignidad angelical, felices de la vocación a la que fuimos llamados como hijos y coherederos de Cristo. 
La Ascensión del Señor era parte del designio de Dios para hacer del hombre una creatura nueva, a imagen suya y restablecida en santidad original. Por eso, aunque no lo vemos ya cara a cara como tuvieron oportunidad los Apóstoles de mirarlo a los ojos, sí tenemos todo el fruto que su obra redentora nos legó de manera personal y estrechamente vinculada a sí mismo, ya que Él mismo, junto al Padre y al Espíritu Santo hoy habitan en nosotros por su unión íntima e indivisible y por su enorme e incalculable amor por el género humano y por cada uno de nosotros, que hemos tomado de Dios la vida y la regeneración. Llevamos en nuestro corazón su Corazón de Padre que nos nombra y nos conduce a su presencia desde la Eucaristía hasta la oración cotidiana. Hemos sido tan amados que ese Corazón dolido por el pecado de los hombres sufrió en una Cruz con verdadero dolor humano y Divino, ya que Él quiere que todos se salven. Es por eso que entendemos que, muchas veces, el amor duele. Como otros cristos debemos dar un paso más allá de la respuesta que enseña este mundo y, en manos de Dios, donar todo de nosotros para enseñar el Evangelio de manera completa y real, aunque nos hieran las espinas de los ingratos, porque "nuestra vocación mira a esto: a heredar una bendición".
Con Jesús asciende también toda nuestra preocupación por las cosas que nos afectan sensiblemente o perceptiblemente según el estado terrenal en que aún estamos. Todas nuestras flaquezas, dolores, alegrías y fortalezas se elevan para ser colmadas de paz las afecciones e infundidas de Dios las virtudes naturales. Tenemos así un tesoro en el Cielo, pero en el Cielo que es presente en nuestro espíritu, en la esencia profunda de nuestro ser, por conformar la Iglesia en comunión y haber creído en Cristo. Tenemos la dicha de ser templos de Dios, y así vivir en perfecta armonía con cada proposición de santidad, con cada hilo de constancia a pesar de los huracanes que quieren arrojarnos contra el suelo. Tenemos a Dios con nosotros, no podemos menos que adorarlo y robustecer el ejercicio de la fe viva.
Es tiempo de oración y preparación para evangelizar, es tiempo de acción de gracias y de meditación de los sagrados misterios que nos fueron dados en la fe. A pocos días de Pentecostés, cultivemos el espíritu viviendo como verdaderos cristianos y obremos la caridad y misericordia auténticas que evangelizan y atraen, como Cristo atrajo a tantos hombres del mundo, nuevas almas que serán luego nuestros hermanos para siempre.

sábado, 1 de junio de 2019

San Justino, mártir

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                  Jn. 16, 23b-28

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta. Les he dicho todo esto por medio de parábolas. Llega la hora en que ya no les hablaré por medio de pa­rábolas, sino que les hablaré claramente del Padre. Aquel día ustedes pedirán en mi Nombre; y no será necesario que yo ruegue al Padre por ustedes, ya que él mismo los ama, porque ustedes me aman y han creído que yo vengo de Dios. Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre”.
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Las palabras de Cristo llaman a la confianza en Dios, que escucha a sus hijos y no niega las gracias necesarias para que el cristiano camine en la fe con paso firme de perfección cristiana. Cuantas veces estemos en necesidad del auxilio divino el Señor escuchará nuestras plegarias en nombre de Jesús, porque Él es nuestro mediador ante la Majestad de Dios y con su propia vida colmó nuestra débil humanidad hasta alcanzarle la Vida que es eterna de misericordia y aun el Bien supremo e increado para toda la existencia exclusive el mal. Para pedir al Señor las gracias que desea nuestro corazón nos ponemos en su presencia con la señal de la Cruz, y pedimos por medio de oraciones (como el Padrenuestro y el Avemaría) y por medio de palabras simples (en nombre de Cristo dirigidos al Padre que nos escucha por la filiación adoptiva, como enseña Jesús en este fragmento del Evangelio). Pedimos por la salud, por el trabajo, por la familia y por la patria. Pedimos por nuestro propio camino, que quiere crecer en santidad hasta lograr el honor máximo que es ser buen cristiano, "perfectos como el padre que está en el Cielo", lo cual es probablemente alcanzable, ya que es el plan del Maestro para los suyos...
Pedimos en nuestras oraciones por todo aquello que nos parece justo, aunque sabemos decir "hágase tu voluntad" más con el espíritu que con la simple razón humana. Pero, sin importar los resultados de esa oración, que siempre debe estar bien hecha porque es un diálogo con la Trinidad, no con otro sencillo humano, sin importar lo que suceda nuestra fe es siempre firme. En cierto grado resignamos nuestra tendencia al mundo cuando pedimos al Padre por los enfermos, por ejemplo, en cuestiones muy puntuales como la vida terrenal personal de ese enfermo. Muchas veces nos damos cuenta que Dios llama al enfermo para pasar de este mundo a su presencia, y ello debiera ser motivo de alegría, aunque el dolor de la "pérdida" confunda el sentir de los que acá quedamos. Aún así, Jesús dice "tendrán una alegría que será perfecta", y en esto consiste la alegría de los santos, los llamados a la santidad universal y los que han alcanzado el umbral del Cielo ya en este mundo, como son los santos canónicos.
Hoy celebramos, por la mañana, la memoria de San Justino, un mártir de los primeros tiempos cristianos que ya desde joven sintió el llamado evangélico y predicó con valentía al Señor. Se conoce de este santo su apología  dirigida a Antonino Pío (emperador de Roma) en la que detalla cómo se celebraba la Eucaristía en aquel tiempo (siglo II); también escribió otras obras apologéticas y de valor histórico sobre filosofía y teología. Podemos imaginar, conociendo detalles autobiográficos sobre este santo mártir, que en el momento de ser juzgado por el prefecto romano Rústico, en Roma, le estaría pidiendo a Dios la conversión de esos verdugos y de todo el pueblo romano. Predicaba con gran ciencia y llegó a establecer una escuela de filosofía en la capital del antiguo imperio donde enseñaba la fe cristiana. Qué aplicables son las palabras del Señor en la vida de este santo, y de todos sus compañeros, ya que los mártires interceden por su sangre y heroísmo mediante el ruego de espíritu que dirigen a la Trinidad. Dios mismo, entendiendo los gemidos del Espíritu Santo que habla por ellos, colma de gracias a quienes los santos dirigen su actividad evagelizadora. Es innegrable que Dio escucha sus plegarias aún ante la inminente injusticia que supone el flagelo que les infrigen los incrédulos vacíos de fe. Sobre el juicio justo, solo el Señor conoce el veredicto; a los santos como Justino les alegra perfectamente enseñar el Evangelio y viviéndolo y dar la vida propia por el Señor si es necesario.
San Justino intercede por la Iglesia hoy también, que es tan necesaria la memoria de los mártires como ejemplo de vida para todo cristiano. Siempre ha habido mártires en la Iglesia, hoy los hay en medio oriente y hasta en la lejana Asia. En tiempos de hedonismo y de materialismo tan radical como el que practica la mayoría de nuestros contemporáneos, las enseñanzas de éste santo mártir nos ayuda a tener siempre el contacto necesario con la fe auténtica y original, la misma que hemos recibido del Señor. Pidamos, por intercesión de San Justino, que jamás se apague la llama del Espíritu Santo en los elegidos de Dios, en los catecúmenos y en las familias de nuestros días; que la llamada al cristianismo auténtico, mas en orden al Evangelio que a un "ismo" desacralizado, nos arrebate el alma en manos de Dios para que podamos ser servidores y amigos del único Dios verdadero. Que la valentía de los mártires encienda el fuego de la evangelización en nuestra esencia, en nuestro ser cristiano y en la vida, tanto la propia como la de los que estarán hoy cerca nuestro. Amén.

viernes, 31 de mayo de 2019

Visitación de Santa María Virgen

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según SanLucas
                                                                       Lc. 1, 39-56

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”. María dijo entonces: “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas. Su Nombre es santo, y su misericordia se extiende de generación en generación sobre los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó del trono a los poderosos, y elevó a los humildes, colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abraham y de su descendencia para siempre”. María permaneció con Isabel unos tres meses, y luego regresó a su casa.
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El Evangelio de esta Fiesta de la Visitación trae en su texto un fragmento de la oración Avemaría y la oración Magnificat. Comenzamos así el día en que celebramos la visita que la Virgen Madre le hace a Santa Isabel, mamá de San Juan Bautista, diciendo Ave María por la mañana y rezando el cántico evangélico para la hora vísperas por la tarde; al terminar el día de esta Fiesta diremos el Regina Caeli para finalizar completas. Todo un día en honor a la Santísima Virgen y, puntualmente a su disposición servicial que la hizo salir de su casa en Nazaret para ir a visitar a su prima Santa Isabel.
El Evangelio de Lucas (el único que trae la narración de la Visitación) cuenta cómo el Arcángel Gabriel se aparece primero a Zacarías, sumo sacerdote aquel año. Gabriel le anuncia a Zacarías que le nacería un hijo de su esposa Isabel al cual debía llamar Juan, pero el sumo sacerdote no cree, ya que ambos son ancianos. Entonces el ángel lo enmudece por su falta de fe hasta que se cumpla lo que estaba anunciando. Por el contrario, cuando el mismo Gabriel se presenta a la Virgen María y le cuenta que nacería de ella el Hijo de Dios, María no entiende esto ya que es virgen, y al explicarle el ángel que el Espíritu Santo obraría el milagro ella responde con total fe y servicio. La paradoja es que Zacarías era servidor del Altar de Dios, sumo sacerdote y responsable de la liturgia del pueblo hebreo, mientras que María era una humilde servidora del Señor..., los últimos serán los primeros dice la Palabra, Dios oculta los misterios divinos a los sabios y prudentes y se las revela a los pequeños. Isabel, al contrario de Zacarías tiene fe, y lo expresa con especial énfasis cuando reconoce a María como la Madre del Señor por el signo de Juan saltando en su vientre.
La virgen es servidora del Señor con mayúsculas, ya que desde ese primer momento su fe la lleva a servir a los demás, como Madre de Dios sirve a Dios y a la humanidad entera abriendo las puertas del Cielo, la Salvación del género humano, al traer al mundo a Jesús; lo hará también como intercesora en las bodas de Caná más adelante y continuará sirviendo hasta nuestros días, como intercesora poderosísima delante de Dios. La Virgen consagra toda su vida y su espíritu a Dios, como dice San Beda en el oficio de lectura, irradiada del mismo que la creo y quiso que fuera su Madre. "Fiat mihi sedundum verbum tuum" dice María, "hágase en mí según tu palabra", y sale feliz a buscar a Isabel para ayudarla en su sexto mes de embarazo y hasta el nacimiento de Juan Bautista, según dice el Evangelio.
Como consta en algunos escritos del antiguo historiador judío Flavio Josefo, los israelitas de galilea solían tomar el camino más corto a Jerusalén recorriendo alrededor de 140 km, lo mismo que tuvo que recorrer María para llegar a la casa de Isabel, ya que ese año Zacarías era sumo sacerdote en el templo de Jerusalén y la casa estaba en un pueblo de la montaña de Judá (Jerusalén está en Judá y es región montañosa). Es sabido también que las mujeres no podían salir solas por la calle sin ser acompañadas de un varón, y el único varón que acompañaba a María era José, por lo que debió acompañarla en un viaje tan largo. De este breve análisis se deduce que María llegó con José a visitar a su prima y estuvieron allí tres meses según nos relata el evangelista Lucas. Además la Virgen ya estaba encinta según le anuncia el ángel. Puede decirse entonces que la Sagrada Familia está presente en aquella visita que es donde el profeta Juan, antes de nacer, señala al Mesías en el vientre de Santa Isabel.
La Virgen expresa lo que la Iglesia conoce como el "Magnificat", primera palabra en latín de las palabras de María al oír a su pariente saludarla como Madre de Dios. Todas las palabras del Magnificat son extasis de la Virgen y profecía de lo que sucederá luego y que ya había sido anunciado desde Abraham, el Patriarca de la fe hebraica. María da gracias al Señor por las maravillas que obra en ella y reconoce al Mesías que habían señalado todos los profetas de la antigua alianza y el último profeta, Juan, el único profeta de la Nueva Alianza.
El pueblo cristiano está llamado a celebrar esta fiesta de la Virgen con un corazón dispuesto a la fe, que debe ser al menos como un grano de mostaza, ya que la fe despliega sus alas de manera cualitativa y por arraigo en el corazón del hombre. Madre de fe es la Virgen que nos ayuda a ver el rostro del Señor en nuestras vidas, el mismo que ella vio nacer, morir y resucitar y hoy tiene frente a ella en los Cielos. Como Santa Isabel decimos "tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre", nos ponemos en las manos de la Virgen para crecer en fe y en servicio desde los distintos carismas que nos hacen parte de una misma familia de una única familia de Dios con gracias tan grandes que los mismos ángeles son eclipsados por el Amor que se nos ha donado desde el seno de la Virgen Madre y nos constituye hijos en el Hijo de Dios.

miércoles, 29 de mayo de 2019

San Pablo VI, Papa




+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                     Jn. 16, 12-15

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: ‘Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes’”.
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Hoy celebramos la memoria de San Pablo VI, quien dirigió la mayor parte del Concilio Ecuménico Vaticano II, cuyos frutos son una bendición enorme para la Iglesia santa. Nacido en la ciudad de Concesio, en Italia, fue el segundo de los tres hijos del matrimonio de Giorgio Montini (abogado, periodista y miembro de la Acción Católica) y de Giudetta Alghisi, de la nobleza rural de aquella zona en Lombardía, Giovanni Battista Enrico Antonio Maria fue su nombre completo de pila, el último del cual habla de su gran amor a la Virgen Madre, de quien llegó a escribir tres Cartas Encíclicas.
San Pablo VI estudió en escuela de jesuitas y su formación fue tan excelente que cursó altos estudios en La Sapienza y en la Pontificia Universidad Gregoriana luego de haber alcanzando un doctorado en derecho canónico en Milán, el mismo año que lo ordenaron sacerdote (lo cual sucedió un día como hoy, 29 de mayo, de 1920). Desde los 25 años hace carrera en la Santa Sede. Fue creado arzobispo de Milán por el Venerable Pío XII, Papa, quien lo estimaba mucho. Fue creado Cardenal en 1958 por San Juan XXIII, Papa. Fue elevado al solio pontificio el año 1963.
Como director del Concilio Vaticano II hizo importantes reformas en la Curia romana, de manera progresiva, como también en lo atinente a la elección del Papa; reformó la liturgia e instauró el ecumenismo como una forma de diálogo entre la Iglsia y las denominaciones creyentes no católicas. Recibió incomprensiones de algunos sectores del la Iglesia debido a sus reformas, sobre todo en lo que respecta a la celebración de la Eucaristía, y hasta en la apertura de las relaciones ecuménicas. Veintinueve años después de su muerte, el Papa Benedicto XVI, gran teólogo, señalará que la diversidad de la forma no afecta en nada a la Eucaristía en sí misma. Debería haber sido entendido antes, ya que desde muy remoto tiempo coexistieron variadas formas de celebrar la Eucaristía según ritos diversos y pretridentinos, como lo son, por ejemplo, el rito galicano, el rito toledano (vigente), el rito dominico, etc. Además cabe destacar que, las reformas liturgicas no eran nueva práctica en la Iglesia, y, por poner algunos poquísimos ejemplos, San Pío X había reformado el Breviario Romano y alteró las rúbricas del Misal, el Venerable Pío XII también retocó el Misal Romano y además reformó las ceremonias de Semana Santa..., y si las cuestiones sobre las reformas no hicieron buen apetito a algunos por el idioma latín en la Misa, es bien sabido que el latín jamás dejó de ser usado en la Santa Sede y que los padres conciliares de Trento ya habían señalado la necesidad de que la Misa se de en lenguas vernáculas, mas no se pudo fraguar esta iniciativa por consideración de las circunstancias históricas de ese momento tan convulsionado por el cisma luterano. Como bien señalan algunos contemporáneos (véase por ejemplo estas palabras de un presbítero), la lengua más acertada a la liturgia, en la misma linea de razonamiento de los detractores de San Pablo VI, ¡debiera ser el dialecto aramaico que pronunciaba el mismísimo Hijo de Dios al dirigirse a los Apóstoles y aún al pueblo de aquella época!, el mismo lenguaje con que se pronunció por primera vez la Misa, que son las palabras de Jesús sobre el pan y el vino.
El pasaje del Evangelio de hoy habla del Espíritu Santo y su misión de decir y anunciar lo que irá sucediendo. Es el Espíritu de Verdad, y es el mismo que rige la Iglesia en comunión, como también los concilios. La verdad es una sola y es inmutable por estar sostenida en la Trinidad, pero hay en el tiempo una mutabilidad innegable producto de la actividad del hombre y de los cristianos que viven desde hoy y no vieron las cosas de antes. Quiero decir, así como la dicotomía de Parménides y Heráclito es un punto de inflexión en filosofía, en la Teología debemos entender cómo es que Cristo hace nuevas todas las cosas con el envío del Espíritu Santo, entendiendo además y sobre todo, que Dios no es un Dios estático, como lo evidencian las revelaciones extraordinarias que no cambian la Revelación de Dios al hombre, sino que la hacen patente cada vez que es necesario al tiempo, al mundo en que se mueven los que aún no alcanzaron el Cielo. Estas revelaciones extraordinaras, como es la Divina Misericordia que Jesús enseñó a Santa Faustina Kowalska, o el Concilio Vaticano II con sus Constituciones Apostólicas, que son mas bien producto de la obra vivificante del Espíritu Santo, le hablan al corazón cristiano sobre los designios de Dios para los tiempos diversos, es como un decir "Aún estoy presente en ustedes" en voz del Señor. Entonces, el que centra la vida cristiana en formas vacuas, sin escrutar el sentido y espíritu propio de las cosas que nos son dadas por Dios para nuestro provecho, se queda en la posición farisaica siendo cristiano, algo muy lamentable para quien lleva al Señor en su alma y que dice "misericordia quiero, y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos". Y esto no es una forma de armar trinchera y pertrechos, nada de eso, porque hay que señalar que la irresponsabilidad de no hacer una corrección fraterna, por más que se lo disfrace de piedad y hasta de santidad, no sirve al prójimo más que para abandonarlo en el error y la consecuente muerte espiritual. Los que hicimos de la Verdad un escudo contra el mal y un cordón para rescatar almas, no podemos callar a Cristo por más incomprendidos que seamos; precisamente a eso nos envía Jesús, explícitamente nos ha advertido que seríamos incomprendidos. Por otro lado, y por todo concepto, sobre estas lineas quizá vehementes y literarias (perdóneseme la forma poética que practico desde mi temprana juventud) pero humildes y sinceras, debo decir como dicen las Sagradas Escrituras "El que se tenga por sabio y prudente, demuestre con su buena conducta que sus actos tienen la sencillez propia de la sabiduría..."(St. 3, 13-14) y también "No entristezcan al Espíritu Santo de Dios..." (Ef. 4, 30-32).
En un mundo en el que el culto a la guerra se ha impregnado hasta salpicar, a veces, a los mismos hijos de Dios, pidamos, como lo hacía San Pablo VI, por la paz entre nosotros cristianos y entre los hombres, ya que el mismo Evangelio y "Dios providentísimo también parece habernos confiado la tarea peculiar de que nos consagremos a conservar y consolidar la paz [...] que debe llevar la verdad y la gracia de Jesucristo, su divino Autor, al género humano" (Christi Matri, 2).

martes, 28 de mayo de 2019

martes VI del tiempo pascual

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                        Jn. 16, 5-11

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: “Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: ‘¿A dónde vas?’. Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido. Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio. El pecado está en no haber creído en mí. La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán. Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado”.
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Gracias, Señor, por habernos enviado tu Santo Espíritu, y haber derramado en nuestra pobre alma los tesoros más sagrados de tu Amor; gracias te damos por llenarnos de tus dones y llevarnos de la mano a tu Vida Santa, a tu casa eterna.
¿Quién podrá decir que en momento en que Jesús pronunciaba estas palabras que dice el Evangelio no hubiera sentido como los Apóstoles?..., Jesús se estaba despidiendo, a simple vista, para ir con el Padre, se aproximaba su detención. Ante esta situación de tristeza es que Cristo les enseña la conveniencia de lo que iba a ocurrir en unos minutos. "si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes". Era necesario que así suceda según el designio de Dios, porque el Espíritu de Dios es la última persona divina en ser revelada, mas si Él no es posible la fe misma. Lo que sigue diciendo Jesús ("Y cuando el venga...") se refiere justamente a la revelación que el Espíritu hace en el corazón de los que creen para entender así la Redención y armar entonces la Iglesia en catolicidad de Evangelio. De hecho, el Espíritu Santo estaba siempre con Jesús por la unión de las tres Divinas Personas, mas, a los fines de la Revelación en la escena propia de la Salvación obrada desde la Encarnación hasta la Resurrección del Señor, es en Pentecostés cuando el Espíritu manifiesta los dones que harán completa el alma espiritual cristiana para anunciar el Evangelio siendo los Apóstoles mismos partícipes primeros del Evangelio.
Las tres últimas oraciones de este fragmento de Juan deben estar presentes en la memoria del cristiano que cotidianamente se esfuerza para perfeccionarse como Jesús nos pide. Pecado es no creer en el Verbo, la justicia es la que obró la muerte y Resurrección del Señor y el juicio es que satanás está condenado y ya no tiene poder sobre el hombre a quien Dios mismo ha rescatado. No hay, después de estas palabras, excusa alguna por la que los hombres de buena voluntad y los bautizados debamos estar tristes, porque nuestra alegría es que el Señor nos ha liberado del peso de la muerte eterna. Él, además, está siempre en nosotros y con nosotros cuando comulgamos en gracia y vivimos según el nombre que llevamos, cristianos. Por eso, más allá de las penas pasajeras que este mundo trae, la alegría es debida a esta Noticia tan maravillosa y verdaderamente eterna. Las penas se soportan bien al conocer que Dios nos ama hasta darnos su propio Ser para que vivamos divinizados junto a sí y, por lo tanto, más allá del tiempo.
¿A dónde vas, Señor, que jamás nos abandonás a las sombras?... "Yo voy a prepararles un lugar" (Jn. 14, 2).

domingo, 26 de mayo de 2019

domingo VI del tiepo pascual

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                     Jn. 14, 23-29

Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: ‘Me voy y volveré a ustedes’. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean”.
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Ser fiel a las palabras del Señor es cumplir con su enseñanza, es ser fiel al Evangelio. Jesús afirma que los que lo aman cumplen su palabra, y añade que Él y el Padre irán a quien sea fiel a esas palabras y lo habitarán. Dios estará en nosotros en comunión por la fe vivida según la Palabra, que es Dios, que es Jesús. Sobre esta presencia de Dios, que es la inhabitación, enseña fray Antonio Royo Marín que "Es la presencia especial que establece Dios, uno y trino, en el alma justificada por la gracia", presencia por la cual Dios nos da su paternidad y amistad "la primera fundada en la gracia santificante que nos hace hijos de Dios y la segunda en la caridad sobrenatural, que nos hace amigos de Dios" ("ya no los llamo servidores [...] yo los llamo amigos" Jn. 15, 15). Los amigos de Dios somos fieles a sus palabras tanto en el silencio de la celda como entre las más variadas personas; tanto en casa como en una reunión social; en diálogo con un hermano de la parroquia como en el facebook, etc. El amor a Dios se expresa, entonces, en una fe consumada, madura y siempre decidida a dar testimonio del Señor desde el propio ser cristiano, porque, como el mismo Dios nos dice, "iremos a él y habitaremos en él".
Es Señor continúa hablándoles a los Apóstoles a quienes se da a conocer, ya enseñándoles su intimidad Trinitaria: "La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes [Dios presente en el tiempo, de manera corporea]. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviara en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho". De esta manera hay un mismo sentir en la Trinidad, y el mismo Espíritu Santo enseña y recuerda lo que habrá enseñado Jesús para cuando eso suceda.
"Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo", es decir, Dios se queda con ellos no de una manera pasajera y defectuosa, sino de manera plena y excelente, la viva presencia del Señor en medio de y en nosotros.
"Si me amaran se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo". Este fragmento tiene clave en el "me voy y vuelvo a ustedes"; Cristo señala el momento de su muerte en la cruz y resurrección, con atención directa a lo primero, su muerte en cruz. Puesto que por un momento ya no lo escucharían, el Señor les recuerda que no se desanimen, que deben estar alegres porque, al dejar Jesús este mundo, lejos de los sentimientos que le hacían sufrir en su naturaleza humana y exclamar "si es posible aparta de mí este caliz..." la Trinidad obraría la salvación  en naturaleza y personas divinas, en toda plenitud de la Trinidad omnipotente ("mi Padre es mas grande que yo"). San Ireneo, padre de la Iglesia enseña que Cristo se refiere a que su Padre es mayor por conocimiento de las cosas no evidentes y ante la duda de los Apóstoles que los lleva a indagar aún más allá del propio Dios con quien conviven y tienen trato habitual (ver AH II, 28, 8).
He dicho durante todas estas reflexiones de Pascua que el camino del buen cristiano debe ser auténtico y decidido, y debe mover el espíritu como empapado de Evangelio. En este fragmento el Señor se está despidiendo de los suyos, mientras les recuerda estas cosas y sobre todo, les recuerda que Él volverá con ellos por la Resurrección. Que recordemos nosotros, bautizados, y sobre todo, confirmados, que el Señor está presente entre y en nosotros; debemos mayor respeto al prójimo por su condición de hijo de Dios, y a nosotros mismos la debida disciplina que nos conduce a la santidad, antes que el comportamiento y conducta imprudente, fiel al mundo que no conoce de Dios.
Felices estemos sí, los que caminamos esta vida bajo las alas del Señor, los que sufrimos pero nos levantamos cada vez, los que tomamos la puerta angosta y el camino verdadero que conduce a Él.

viernes, 24 de mayo de 2019

viernes V del tiempo pascual

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                     Jn. 15, 12-17

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: “Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros”.
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El mensaje central de hoy es el amor. Jesús manda que nos amemos los unos a los otros de manera insistente. ¿En qué consiste cabe preguntarse entonces el amor a los hermanos?...
Este amor consiste ante todo en conocer a Dios ("conocimiento de Dios más que holocaustos..."), porque para poder amar al otro como pide Cristo es necesario entender el plan de Dios para el hombre. Así podemos decir que ante todo es necesario caminar un Evangelio maduro entre los que somos parte de la familia de Dios, la Iglesia. Pero luego vienen todas las virtudes que uno debe entrenar para lograr el cometido del amor. San Pedro Apóstol dirá "Pongan todo el empeño posible en unir a la fe, la virtud; a la virtud, el conocimiento; al conocimiento la templanza; a la templanza la perseverancia; a la perseverancia, la piedad; a la piedad, el espíritu fraternal, y al espíritu fraternal, el amor. Porque si ustedes poseen estas cosas en abundancia, no permanecerán inactivos ni estériles en lo que se refiere al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo".
Las virtudes cardinales (justicia, prundencia, fortaleza y templanza) nos ayudan a la perfección cristiana, al crecimiento espiritual necesario para la santidad. No vamos a señalar más que lo que dice el Catecismo al respecto de estas virtudes (nn. 380-383).
Entonces, conocer a Dios nos permite amarlo (virtud teologal del amor) y a su vez ese amor a Dios y a los hombres por consideración a Dios nos permite, ayudados por el Espíritu Santo, aspirar a la santidad en la fiel perseverancia de la fe entendida, profesada y practicada con las virtudes cardinales operantes.
Jesús manda que nos amemos unos a otros como Él mismo nos ha amado, y esto debe resaltarse porque no se trata del amor de tipo philia o storgé, mucho menos del eros, claro está; el amor que Jesús enseña tiene más en común con un amor ágape, que en la antigua tradición griega daba nombre al sentimiento de dilección, amor abnegado y trascendente. Pero Jesús llama a sus Apóstoles "amigos", con lo cual parecería que estamos en la forma de amor storgé, mas debe recordarse, de nuevo, que el Hijo de Dios  enseñaba a sus discípulos el Amor con letras mayúsculas, su Persona misma, que es a la vez Dios y hombre. Él se dio todo hasta sufrir el martirio y la muerte en una cruz de madera. Nos pide que amemos al prójimo con ese mismo amor que nos tuvo, total. En la práctica de hoy esto puede resultar abominable y hasta loco; es necesario entender mejor de qué se trata este amor radical en la vida cristiana.
Un amor radical al modo de Cristo es, aunque el martirio sea la forma más absoluta y extrema, practicar el Evangelio con pie de peregrino, peregrino que no se detiene ante las dificultades que en la vida se presentan, sino que avanza aunque descanse y tome fuerzas, adonde está el santuario. Este peregrinar requiere de nosotros una constancia férrea que no es posible practicar lejos de la vida comunitaria de los hijos de Dios. Sin Eucaristía no hay alimento de vida eterna, no tenemos a Dios en nosotros, no podemos avanzar esperando éxito alguno. Además, debemos tener en cuenta que es mayor el ruido del mundo que la humilde palabra de un amigo que da la Misa en la parroquia aún con las peores inclemencias del tiempo y así sean unos tres asistentes a la celebración. Como sea, se trata de afianzar el camino en las huellas del Señor por lo que trataremos, con toda diligencia, de mejorar esas cosas que debemos mejorar en nuestro trato con los demás; aún a los que damos el título de "enemigos" debemos amar, porque el amor con que ama el Señor es un amor puro y total a la humanidad y a cada uno de nosotros en espíritu y vida. Todos podemos tener caminos diversos, pero todos pasamos por los ojos del Señor. nuestros verdaderos enemigos son los amigos del maligno, los que nos incitan al odio al prójimo semejante, los que nos dicen que erremos el camino con total voluntad desviada. Esto es lo que debemos tener presente siempre, amar como Cristo nos configura cristianos operantes del Reino. La práctica es imaginarnos a nosotros mismos sufriendo las cosas más desagradables que la vida nos presenta; si bien somos únicos y cada uno es distinto, todos y cada uno entre todos somos hijos adoptivos de Dios, Dios nos ama y quiere que lo escuchemos, que lo sigamos; nos debemos hacer la pregunta ¿haremos las obras que agradan a Dios, que ama, o las que agradan al enemigo de Dios, que odia todo, incluso a la mismísima Trinidad?...
El amor, como muchas otras virtudes, se practica, es un camino, no un jugo instantáneo; se trabaja y se medita, se alimenta de su autor: Dios. En este tiempo de Pascua es bueno examinar la conciencia para poder crecer en estas cosas que el Señor nos pide ayudándonos de múltiples formas en redundancia de nuestro bien y para su eterna y siempre radiante gloria.
Jesús bueno, y humilde de corazón, hacé que mi corazón sea cada vez más parecido al tuyo.
Jesu mitis et humilis corde, fac cor nostrum secundum cor tuum. Amen.