domingo, 20 de diciembre de 2015

domingo IV de Adviento

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
                                                                         Lc. 1, 39-45

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". 

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Rafel • Visitación
El domingo pasado recordábamos la figura de Juan Bautista, y la predicación de la conversion por la cual la gene se preparaba y se hacía bautizar para la llegada del Mesías. Hoy, cuarto domingo y último domingo de adviento tenemos en plano central a la Santísima Virgen María, Madre del Salvador. La alegría es cada vez más cercana, más tocante en estas fechas, sobre todo en el comun del pueblo que no sabe mucho, por descuido o por falta de conocimiento, sobre el verdadero sentido de la Navidad. Nos encontramos con una alegría que ya pudieron vislumbrar hace milenios los profetas antiguos del pueblo de Israel; Juan Bautista viene a ser el último profeta, y la Virgen Madre, es co-redentora al aceptar la voluntad de Dios sobre la suya (de permanecer virgen aún casada) para traer a la tierra al Hijo de Dios.
El Evangelio narra el momento en que María sale a ayudar a Isabel, que estaba en ese tiempo embarazada de Juan Bautista. Es notable la humildad y servicio de la Virgen, la prontitud a realizar la Voluntad divina y su gozo se expresa en servicio después de haber sido avisada del designio de Dios por San Gabriel arcángel. Cuando entra en la casa recibe el saludo del precursor, Juan, como anunciando la venida del Mesías aún sin haber visto la luz del sol. Y es que ese sol que nace de lo alto ilumina el alma de todo mortal y lo hace exclamar con gozo "éste es mi Dios". Así nosotros debemos detenernos en estas cosas que leemos cada año para adentrarnos en el Misterio de la Encarnación sin caer en la pereza del sentimiento y del simple acto externo de adoración. Una vida debe ser la que adora al Señor, una vida y cada vida del hombre. Esto es posible si este día domingo nos proponemos decididamente celebrar el nacimiento del Niño Jesús con el corazón bien dispuesto, es decir, con animo de conversión y de benignidad hacia el prójimo.
Es la cuarta vela, y la última antes de Navidad, que encendemos en la corona de adviento; debemos encender luego la lámpara de la vida que llevamos para que el Señor nos encuentre velando su regreso también. Esta navidad que ya llega toca todos y cada uno de los ámbitos del desarrollo de vida humana, todo es iluminado por el GranSol. Así empezaremos diciendo que Cristo nos llama a cada uno por el nombre: "vos, Ezequiel", "vos, Juana", etc. Cada uno de nosotros tiene o ha de tener un encuentro personal con el Niño Jesús, así, cada uno se sentará en su casa a observar detenidamente las cosas que debe mejorar de sí para agradar al Dios que nos salva y nos devuelve la amistad para siempre. Es desde la Navidad que se desarrolla la etapa salvífica, y no desde la ascensión como algunos sostienen. Así, tenemos este nuevo año de gracia para poder vernos de cara a Dios dando flores de vida evangélica en vez de espinos de pecado; todo esto sin olvidar la infinita misericordia evidente que Cristo tiene con todos nosotros, y es un vivo ejemplo de esto el Papa, que muestra el rostro misericordioso del Señor. Entonces, la primera nota que debe tomarse es sobre uno mismo: ¿qué cosas debo mejorar? ¿estoy viviendo en familiaridad con Dios? ¿voy a Misa para recibirlo en comunión como él quiere?. Otro aspecto es la relación con el prójimo, y estos dos aspectos (personal e interpersonal) son los más difíciles de llevar a práctica, pero son los que Dios marcó como base si se pretende ser amigo suyo. Así debemos allanar el camino de todas las antiguas peleas, sobre todo si somos adultos, conociendo por experiencia la finitud instantánea de la vida. Muchos de nosotros tenemos hijos, sobrinos, primos, hermanos, etc. Es por el bien común que debemos acercarnos a aquellas personas con que estabamos enfrentados, para que los niños no hereden el odio de los padres, y no aprendan el rencor y la guerra, sino la paz, ya que Cristo mismo, como dice la primera lectura de litúrgica de hoy, ¡Él mismo es la paz!. Qué bueno que lo decimos para siempre en tiempo presente, y no como el profeta Miqueas, que hablaba del futuro, de a promesa que debía cumplirse aún. Bueno, ya se cumplió el tiempo y ahora en poco celebraremos la Navidad memorial del paso de Dios por el mundo con un cuerpo humano, como nosotros.
Mi relación con Dios también es otro item para tener en cuenta en este tiempo que ya da paso al centro esencial de festividad; debemos ser cada día más concientes de una relación cotidiana con Dios, ya que Él no cesa de hablarnos con voz de vida, así, por ejemplo, es importante tener en cuenta que no podemos conocer totalmente a Dios si no conocemos las Sagradas Escrituras. Es verdad que no basta sólo con leer la Biblia, porque el Evangelio es para vivir, y es para compartir, viviendo en la familia de Dios, la Iglesia, pero debemos ser concientes, como decía San Jerónimo, que desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo. Todo lo que hagamos en obediencia a Dios será para provecho nuestro como humanos, para nuestro bien, ya que Dios que es omnipotente, nada necesita, pero todo lo da con amor inefable.
En último lugar, pero no menos importante, como ciudadanos debemos tener conciencia de nuestra tarea en la construcción social, la cual no solo atañe a los laicos, sino también al clero en su justa medida, que es predicar en todo tiempo, circunstancia y lugar para construcción del templo de Dios en ladrillos de vida que son las vidas de cada hombre. Así, el clero debe, por grave responsabilidad construir la sociedad de Dios, no la de los hombres, y esta sociedad no es una comunión entre ángeles, sino entre humanos, por ende, no es constructivo hablar de cosas que no pueden sostenerse ni encuentran aplicación en la vida cotidiana; no sólo debemos prepararnos para ser ciudadanos del Cielo, sino también debemos alimentar las tropas de los que combaten el mal en el mundo: los valores de la Iglesia, que son las enseñanzas de Cristo, deben llegar a cada persona en todo lugar, y no solo en la Misa. Es por esto que el culmen de la vida debe ser el alimento de Dios, la Eucaristía, pero, como un médico de campaña, el sacerdote debe llevar el botiquín de la vida en cada momento a toda hora, y de ello se desprende que deba ser celoso con la vida evangélica que tiene que llevar delante de los hombres pero más aún, delante de Dios. A nosotros los laicos nos toca construir la sociedad habiéndonos alimentado del Pan del Cielo, y no al revés. No debemos desentendernos del mundo, sino transformarlo para Gloria de Dios y bien de los hombres. A propósito de esto quiero citar textualmente a Benedicto XVI en su exhortación apostólica Verbum Domini: él dice "el compromiso por la justicia y la transformación del mundo forma parte de la evangelización" (n° 100) y de esta manera se entiende que cada uno de los cristianos estamos llamados a evangelizar no solo haciendo explícita mención del Evangelio, de palabra y de obra, sino también llevando al mundo los valores humanos y cristianos para transformarlo y acercarlo a Dios. El mismo Sumo Pontífice dice también en el mismo artículo mencionado "Es sobre todo a los fieles laicos, educados en la escuela del Evangelio, a quienes corresponde la tarea de intervenir directamente en la acción social y política. Por eso, el Sínodo recomienda promover una adecuada formación según los principios de la Doctrina social de la Iglesia" y de esta manera se ve claro que es necesario que el clero atienda la necesidad de formación del pueblo de Dios que hoy no alcanza para hacer evangelización de ningún tipo. He de decir que este documento citado tiene ya cinco años de existencia, pero un lustro no bastó para alcanzar cumplimiento ante la exhortación que hacía el Papa.
Por otra parte este domingo tiene una música que me parece oportuno compartir, y que canta desde lo profundo de la humanidad lo que el humano desea en último término y que alcanzará cuando Él vuelva a dar cumplimiento a la victoria definitiva del Bien sobre el Mal: se trata de un himno muy posterior a la edad de los himnos gregorianos, pero con un valor notable, ya que se basa en las Sagradas Escrituras, específicamente en un pasaje del libro de Isaías; estoy hablando del himno Rorate Caeli, que en un ratito no más voy a cantar para celebrar el último domingo de adviento, y que si bien está en latín, puede encontrarse una traducción en cualquier sitio web católico (y obviamente aconsejable que sea católico). Yo no voy a reproducir el texto pero invito a rezarlo cantando, ya dejé el título para el lector que quiera hacerlo.
Que la Virgen nos acompañe hasta la cuna de Belén y sea nuestra guía siempre. Amén