domingo, 13 de diciembre de 2015

domingo III de Adviento


+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
                                                               Lc. 3, 2b-3. 10-18

Dios dirigió su palabra a Juan Bautista, el hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Éste comenzó a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. La gente le preguntaba: "¿Qué debemos hacer entonces?" Él les respondía: "El que tenga dos túnicas, de una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto". Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?" Él les respondió: "No exijan más de lo estipulado". A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?" Juan les respondió: "No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo". como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo a todos: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible". Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.

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Hoy es el domingo de Gaudete, es decir el domingo de "regocíjense" como dice la antífona de entrada de la Liturgia eucarística. Hoy tenemos la figura de Juan de nuevo y un episodio en el que muchos de sus dscípulos, de diferentes actividades sociales, recurren a él preguntándole qué deben hacer, ya que él los bautizaba para la conversión. Por una parte hablaremos hoy de la vida civil de la actualidad, sobre todo en mi país, Argentina, y por otra parte, de la Palabra de Dios en la Iglesia. Es que los tiempos que corren son oportunos para mirar las realidades con el Evangelio bien en el núcleo del espíritu.
A la pregunta que le hacen los discípulos recién bautizados, Juan responde puntualmente en cada caso lo que debían hacer aquellos para la conversión. Pero después de revisar sus palabras nos damos cuenta que en realidad el mensaje es un mensaje de justicia: los llama a ser justos no según la ley de los hombres sino según la ley de Dios, ya que si uno posee dos túnicas legítimamente, está en su derecho de poseer dos túnicas, pero, ante la desnudez de otro, lo justo es vestir al que está desnudo. Esto es expresado con más detalle, si se quiere, en la regla de San Agustín, donde se dice que se deben repartir los bienes de acuerdo a la necesidad de cada uno, y no en fracciones matemáticamente idénticas.
En el statu quo argentino parece que hay un asomo de justicia: hemos pasado de la espera a la alegría, dado que así se expresaron los ciudadanos ante una nueva autoridad civil que ya entró en vigencia hace tres días. Nosotros vemos en el Evangelio que hay una especie de ansiedad de la gente por saber si el Mesías era efectivamente Juan, a lo cual Juan responde contundente negación en su discurso. Hoy hay muchos que en el siglo piensan que una nueva autoridad será la que los libre de todos los males y así vivir en prosperidad y bonanza perfecta al fin. La respuesta más sincera y honesta es un no: no puede una persona con poder temporal acallar las dolencias de todo un pueblo. Solo Dios puede ayudarnos en eso, un Dios que celebramos en breve naciendo a la vida que conocemos los hombres. Y ese Dios nos enseñó y nos enseña hoy a cómo comportarnos, de manera que ya no cabe un "¿qué debemos hacer?". Una sociedad libre y armónica debe ser necesariamente justa, pero la justicia de ley no es como la justicia pura y perfecta: la ley puede decir lo que el hombre pretende, y la voluntad humana puede distar mucho del bien común. Esto de buscar la salvación en las glorias humanas es un error que se comete desde hace cientos de miles de años, es decir, desde que el hombre existe. No es correcto pensar que por un cambio, bueno y necesario, todo será color de rosas, ya que la voluntad de los inicuos no cesa de un día para el otro, por ejemplo, y es necesario luchar para conseguir una sociedad justa. Pero ante todo, se necesita empezar por uno mismo, ya que cada componente de la comunidad, cada ciudadano es responsable en parte proporcionada de la sociedad que se tiene. si la puja de los sectores, que parece norma al menos así en la economía que conocemos en la actualidad,  se transforma en un modelo de vida, entonces tenemos un país dividido y descontento, y no hay en él un bienestar social. En cambio, si se tiene en cuenta la justicia que enseña Cristo: dar al necesitado, entonces las cosas cambian, porque el hombre debe mover la voluntad en el corazón y no en la sola arma de la mente. No debemos olvidarnos del otro si queremos convivir y que la coexistencia no nos dañe a todos. Todos debemos estar bien, pero no todos lo estamos, entonces todos debemos preguntarnos qué se necesita para ese bien común, y no vivir peleando para garantizar posiciones y cumbres sobre un campo de basura. Hoy buscamos la paz, pues bien, la hallaremos en Cristo.
El Evangelio habla de un Juan precursor, de hecho así se lo conoce al último profeta: el precursor, que ante la confusión de la gente señala que hay otro que viene después y que tiene más poder porque bautiza con el Espíritu Santo y con fuego. Hoy en la Iglesia tenemos necesidad de retornar hacia la inocencia que nos vio nacer en el bautismo y de el brillo de nuestros ojos al recibir la confirmación sacramento. Es que la justicia que requiere este mundo nos llama a pensar en qué obras hacen falta para poder atender a la necesidad de todos los pueblos como cristianos que somos. Antes de salir a anunciar el Evangelio debe haber una profunda época de interior y Dios, algo así como un "a solas con Dios" de nuestra conciencia y nuestro espíritu para poder llevar luz y no las sombras que solemos proyectar. La conversión es tarea de siempre, a la que nunca podemos ni debemos renunciar si somos hijos de Dios. Es difícil, pero lo primero es recordar quienes somos: hombres, y hombres redimidos. La obra de Dios es tan grande que puede que no tengamos ojos para contemplarla en su extensión armoniosa. Pues ese letargo propio de cada uno de nosotros, al olvidarnos en el andar de la vida que somos cristianos, al olvidarnos la redención de Cristo, al olvidarnos la caridad que enseñó, es lo que nos hace fracasar en la vida cristiana y en la tarea de evangelizar. No nos confundamos: de entre el pueblo de Dios surgen los hombres que serán cabeza jerárquica de la Santa Iglesia Romana, y de la Iglesia católica que es la única Iglesia de Dios. Entonces, debemos tener en cuenta, todos, tanto laicos como sacerdotes, en este adviento de dos mil quince, que la justicia es la clave para un mundo mejor. No podemos olvidar, irresponsablemente, por negligencia o relajación en las costumbres, que somos ejemplos para los demás: no podemos dar a otros una imagen falsa de Cristo, si somos cristianos debemos enseñar la verdad íntegra, de lo contrario estaremos negando al propio Jesús. Pueblos y gentes nos buscan y sólo quieren ver la paz que no conoce el mundo por sí mismo. El "gaudete" de hoy nos llama a despertar de un letargo en el que muchos terminan muriendo sin sentido ni talento. Debemos encontarnos a nosotros en una vida dispuesta de oracion y gloria a Dios, en una vida de honesta sinceridad y prudencia en el andar. Hoy debemos, los hermanos, enseñar a Dios como los hombres piden a gritos en sus miserias y sus pasiones. La unidad y la "voz en el desierto" nos sean ayuda para encontrar las formas de llegar allá donde la vida tiene una pregunta: "¿qué debemos hacer?". La navidad se acerca cada semana, y solo queda un domingo más de adviento, y entonces el que debe venir vendrá en cada hogar. Algunos verán la navidad como un papel bonito cubriendo una caja triste de cartón, otros verán la esperanza de la vida terrena en la llama simple de una vela; muchos no podrán ver más que fuegos de artificios, en la desesperanza de un mundo que no los incluye. Nosotros veremos a Dios, y no podremos mirar esos ojos sin haber hecho algo por el prójimo, porque con cada gesto que tengamos con alguno de los más pequeños de sus hermanos, lo habremos tenido con Él.
Que la alegría nos venga de anunciar el Evangelio desde todos, todos los rincones de la vida. Amén