+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo
Mt. 11, 28-30
Jesús tomó la palabra y dijo: "Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y Yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana".
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Cristo llama a Él a los que están afligidos y agobiados, para aliviarlos. ¡Qué mejor alivio que estar en la presencia del Señor!, pero este llamado es para todos: para los que son víctimas de los diversos sufrimientos, tanto los que conocemos como los que no conocemos, y también para aquellos que suelen ser más victimarios que víctimas, para que se conviertan y acerquen su corazón a Dios. recemos por todos ellos, para que Cristo los ilumine y la paz sea para todos, como quiere el Señor.
Hoy celebramos la memoria de San Ambrosio de Milán, un santo obispo que llegó a la cátedra de aquella ciudad por aclamación, según relata el Misal Romano Cotidiano, y por ser su memoria voy a hacer especial referencia, ya que es uno de los cuatro padres de la iglesia y un santo muy conocido por haber sido, entre otras cosas, quien logró abolir el culto pagano en Roma antigua, establecer con el pleno aval del emperador romano el credo de Nicea y bautizó a San Agustín acompañando también su posterior formación en la catequesis (según relata el santo de Hipona en su libro "Confesiones").
"Nadie va al Padre, sino por mí" dirá Jesús en otro pasaje de la Escritura, y hoy nos dice "Vengan a mí". Vallan a Él los que son perseguidos, los cristianos del norte africano; vallan a Él los que son maltratados, los padres de hoy que en la vejez no encuentran el amor de sus hijos; vallan a Él los que sienten la vida con sabor agrio y sólo pueden responder convidando esa acidez a los demás. Vayan a Él, porque su yugo es suave y su carga liviana. Pero ¿qué es necesario para acercarse a Jesús?, la fe, y con ella la voluntad. Un primer paso no es obsoleto si realmente hemos oído la Voz del Señor. Algunos van a Él por la Palabra de las Sagradas Escrituras, algunos van a Él por la predicación de los presbíteros, otros se acercan por la Santísima Virgen y hay quienes lo hacen por medio de los santos. Entre muchas otras formas de que la Trinidad se vale para llamar a sí a los suyos, los humanos, estan estas que hicieron efectiva la conversión en muchas personas en todos los tiempos.
"Sean, pues, tus palabras fluidas, claras y transparentes, de modo que tu predicación infunda suavidad en los oídos de tu pueblo y con el atractivo de tus palabras lo hagas dúctil. De este modo te seguirá de buen grado a donde lo lleves"; con estas palabras enseñaba el santo obispo de Milán y con ellas supo llegar al corazón de san Agustín un día. Eso mismo que debieran tener en práctica los presbíteros del Señor no es la maquetación de ningún engaño, no es ningún fraude, como lo pretenden los que aún no aman a tu Iglesia, Señor, sino que son las llaves de Pedro en la boca de los que han sido llamados a la predicación: la santa doctrina de Dios predicada desde el Papa hasta el más humilde de los diáconos. Es que la Palabra no se pronuncia con la soberbia de Nerón, sino con la Santidad en persona, que es el propio Dios; con el espíritu en sonido, teniendo a Cristo presente, comunicando lo que el Espíritu Santo quiere comunicar a los hombres.
Evangelizar de este modo no sólo compete a los presbíteros y a los que tienen el deber canónico y de estado, sino también a nosotros, los laicos, que sabemos que podemos llegar a todos los rincones del mundo de manera puntual. La fe no tiene recetas, Dios llama al hombre y el hombre responde de maneras diversas, pero la fe tiene heraldos, y esos somos nosotros, que debemos velar literalmente por el pueblo de Dios, que son los bautizados pero también aquellos que teniendo la "buena voluntad" están próximos a ser hermanos. Velamos por ellos con las oraciones que nos enseñaron nuestros predecesores, con lo que enseñan los santos como Ambrosio, con lo que sale de Dios mismo, el Evangelio, la Voz de Cristo. Velamos por ellos para que en su aflicción sientan ya el alivio del Señor, para que puedan ir a Él sin extraviarse en las garras del enemigo. Velamos por ellos y combatimos en el mundo el mal para que los que aún no encuentran en sus vidas un haz de luz del Cielo puedan escuchar nuestras vidas, reflejo de la Voz del Maestro.
Pero recordemos, "Felices los afligidos, porque serán consolados" "Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios". Si el que está agobiado se encierra, sepa que debe salir de su encierro a buscar la luz de la Iglesia, que es donde están los que traban por la paz, que es el lugar donde Dios consuela ya desde esta vida, que es el lugar donde nacen los hijos de Dios. "Carguen sobre ustedes mi yugo" dice Cristo "porque soy paciente y humilde de corazón" "así encontrarán alivio". ¿Qué es cargar el yugo de Jesús?, vivir según él enseñó viviendo no como un fariseo, sino como manda Él mismo que es Dios. El Evangelio trae la vida de Cristo y esta misma debe ser imitada por el cristiano, no como una copia hipócrita, sino como un camino seguro hacia la felicidad. ¿Y qué es la felicidad?, la felicidad es el camino que enseña Jesús, que es el Camino la Verdad y la Vida; la felicidad son las bienaventuranzas que nos dice Jesús, la felicidad es cargar el yugo con paciencia y humildad de corazón, porque hacerlo implica en su mismo acto la alegría de haber encontrado a Dios y la promesa garantizada por Jesús de llegar a contemplar su Rostro en el atardecer de esta vida que pasa.
Paciente y humilde de corazón: ese es el plan para cargar la cruz, la paciencia está fundada en la esperanza, virtud teologal que nos da la fuerza para luchar acompañados el combate de la vida (Jesús, los que nos quieren, nuestros hermanos); la humildad es la condición para seguir a Jesús imitando su vida, él siendo Rey se hizo servidor de todos con su Voluntad divina. La imitación de Cristo es vivir el Evangelio con ayuda de la Palabra y de los santos que vivieron antes y que conocen el camino a seguir.
En la espera de Jesús, nos disponemos a seguir sus pasos con la luz de los santos, como Ambrosio de Milán, que supieron hacer de sus vidas una ofrenda agradable a Dios y compartieron de esa luz para iluminar la vida de muchos otros. Cuando Él venga estaremos en la tarea de crecer cada día para ser mejores cristianos, y si aún no tenemos el sacramento del bautismo, al menos tendremos la voluntad de ser hijos suyos por el bautismo, esforzándonos cada día en ser mejores hombres.