lunes, 19 de diciembre de 2016

Lunes IV de Adviento

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
                                                                          Lc. 1, 5-25

En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la clase sacerdotal de Abías. Su mujer, llamada Isabel, era descendiente de Aarón. Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor. Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; y los dos eran de edad avanzada. Un día en que su clase estaba de turno y Zacarías ejercía la función sacerdotal delante de Dios, le tocó en suerte, según la costumbre litúrgica, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la asamblea del pueblo permanecía afuera, en oración, mientras se ofrecía el incienso. Entonces se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías quedó desconcertado y tuvo miedo. Pero el Ángel le dijo: “No temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu esposa, te dará un hijo al que llamarás Juan. Él será para ti un motivo de gozo y de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque será grande a los ojos del Señor. No beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre, y hará que muchos israelitas vuelvan al Señor, su Dios. Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto”. Pero Zacarías dijo al Ángel: “¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada”. El Ángel le respondió: “Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. Te quedarás mudo, sin poder hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo”. Mientras tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías, extrañado de que permaneciera tanto tiempo en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y todos comprendieron que había tenido alguna visión en el Santuario. Él se expresaba por señas, porque se había quedado mudo. Al cumplirse el tiempo de su servicio en el Templo, regresó a su casa. Poco después, su esposa Isabel concibió un hijo y permaneció oculta durante cinco meses. Ella pensaba: “Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, cuando decidió librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres”.
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Qué pasaje más significativo este que tiene la liturgia de hoy, porque Dios ha estado siempre con el hombre y ya está por nacer en el mundo. El ángel Gabriel anuncia el nacimiento de Juan Bautista antes de hacerle saber a María que nacerá Cristo. Dios envía a su ángel ante Zacarías para anunciar su obra milagrosa: un niño nacerá de dos padres ancianos y estériles, porque para Dios no hay nada imposible. De esta manera se preparaba la Natividad del Señor, antes del inicio del mesianismo de Cristo dios ya había pensado en nosotros.
Nosotros tenemos presente nuestros pasos en la vida, siempre de la manera que marca el andar cotidiano. Estamos muchas veces inconscientes de la obra salvadora, estamos lejos o apartados, o, en el mejor de los casos, comulgamos diariamente pero no vivimos en consecuencia. Hay muchos que preparan el camino de una manera más cuidadosa: los que se ponen a vivir el Evangelio. Otros son escépticos doctores de la ley: sirven en sus sinagogas una fe carente de espíritu. Nosotros, ¿cómo servimos al Reino de Dios?.
Mañana será otro día, y a cada cual le basta su propia aflicción, o su alegría particular. Nuestra alegría es sabernos salvados en la eternidad, pero sujetos a una respuesta que debe darse en el tiempo. Navidad es más que una fiesta, pero no lo es todo si no ponemos todo en las manos del Señor. Zacarías no creyó, y se le fue cerrada la boca, era sacerdote judío, y no aceptó el mensaje del Cielo. Cuando la Palabra no es aceptada no se puede pronunciar a Dios a los hombres, sino que enmudecemos y enseñamos señas que sólo pueden graficar la tierra. Por esto la conversión del pueblo de Dios debe darse de manera integra: no solo el pueblo, sino también los presbíteros y aún los obispos. El statu actual es claro: papá noel llega con regalos, y los cristianos celebramos otra cosa, que es paradójicamente la celebración verdadera. algo pasa allá afuera que no tiene nada que ver con lo que tenemos nosotros dentro del corazón. ¿Qué clase de evangelización practicamos?, ¿qué propnemos?, ¿estudiamos el diseño correcto de esa evangelización?. No merecemos respuestas, sino la mudez de Zacarías. Nos gusta hablar del mundo y sonreir con mundana alegría, pero Dios no se vive en los hogares. ¿Dónde está la fe?. ¿Qué sentido tiene predicar sermones que no van a trascender las puertas del templo?. Si no convertimos nuestra vida y costumbres al modo que relatan infinitamente los evangelios, así seamos laicos o el Papa, no conseguiremos llegar con la palabra propia a ningún humano. Pero la Palabra puede hacer brotar santos de donde no se esperan. Vivir santamente no es exclusivo de los santos canonizados, sino que debe ser una tarea propia de la condición de bautizado. a esto nos llama el evangelio de hoy, a vivir la fe, mas que a atender lo puramente exterior, dice Dios "Misericrdiam volo, et non sacrificium", y Él mismo es Misericordia... Zacarías e isabel eran irreprochables a los ojos de Dios, pero Zacarías dudó. Nosotros no, no podemos dudar, ya Cristo está cerca, y nació en Belén el año cero. Estamos por celebrar la Solemnidad de su primera venida al mundo, no puede nuestra vida quedar muda. Amén