sábado, 18 de julio de 2015

Sábado XV del tiempo ordinario

+ Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo
                                                                       Mt. 12, 14-21


Los fariseos se confabularon para buscar la forma de acabar con Jesús. Al enterarse de esto, Jesús se alejó de allí. Grandes multitudes lo siguieron, y los sanó a todos. Pero él les ordenó severamente que no lo dieran a conocer, para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías: “Este es mi servidor, a quien elegí, mi muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Derramaré mi Espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones. No discutirá ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas. No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia; y las naciones pondrán la esperanza en su Nombre”.
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El pasaje de hoy muestras dos cosas: a Jesús perseguido por los fariseos que no creyeron en Él y al Jesús que es el predilecto de Dios Padre, que vino a cumplir la promesa de Dios acreditando así lo que habían anunciado los Profetas (a quienes los israelitas no hacían caso).
Por un lado hay que entender lo que sucedía en esa época: los hebreos esperaban un Mesías heroico, alguien que les solucione sus problemas terrenales, porque creían en un Dios que los ayuda en sus empresas que combate por ellos, que está siempre "ahí" para intervenir en cada necesidad particular del pueblo "elegido". Los judíos creían en un Dios que interviene siempre en nuestras vidas socorriéndonos ante cada obstáculo puntual, concreto, físico, diría yo; era un Dios que debía estar siempre atento casi como una deidad de la antigua Grecia o la Roma de esos tiempos, que eran responsables de las suertes de los hombres. Pero Dios uno y trino, el Dios verdadero no es así, no se comporta según los caprichos humanos, y sus pensamientos no son los de los hombres. El pueblo hebreo había olvidado cual era verdaderamente su esclavitud, y su fe era fría, centrada más bien en el acto ritual más que en el sentido, en la esencia misma del rito. Dios quiso salvar al hombre de la esclavitud del pecado, del pecado que entro en el género humano con la muerte desde que el primer hombre desobedeció a Dios.
Por otro lado Jesús no venía para resolver todo tipo de cuestiones que tenían más que ver con esta vida que termina, y por la cual transitamos siempre cargando nuestra propia cruz, nuestros pecados y nuestras dolencias, que tienen que ver con el pecado propio y el ajeno. Cristo vino para darnos Vida, la vida eterna, vino a darse a sí mismo. Si obraba milagros es para que el humano entienda que él es verdadero Dios sin dejar de ser por ello de carne y hueso como nosotros. Nació humano tomando la humanidad en el seno de la Virgen María, pero es Dios Hijo desde siempre y para siempre. La humanidad de cristo era innegable ya que de lo contrario no hubieran descreído de Él los sumos sacerdotes del templo; su divinidad es innegable, ya que de otro modo no pudo haber hecho cosas que absolutamente ningún mortal pudo hacer antes de él ni después de él (los Apóstoles no obraban milagros, sino que era Dios el que hacía prodigios en sus manos, ya que fueron autorizados por el mismo Cristo para ello, y esto es extensivo a la sucesión apostólica).
Entonces Cristo no quería que estos milagros sean difundidos, porque sabía como Dios que el humano tiende a aferrarse a las cosas de este mundo, sin miras a lo que es mejor aún: el cielo, el estar con Dios. Aún así sanaba a muchos y obraba milagros con poder propio, porque Dios ama al hombre.
La cita que trae el Evangelio del Antiguo Testamento (Is. 42, 1-4) pone de relieve la verdadera misión del Salvador: no debía ser un rey al modo humano, ni un general de ejército al modo de los héroes griegos, Él debía esperar al momento que estaba señalado para "hacer triunfar la Justicia", y "las naciones pondrán la esperanza en su Nombre". Cristo vino a devolvernos el poder estar delante de Dios. Por eso es tan necesario hoy que los pueblos entiendan el Evangelio con una mirada trascendente, y no mundana. A ningún santo se le quitó la cruz, y muchos de ellos padecieron mucho, ténganse en cuenta los mártires, por ejemplo, o los santos místicos que combatían con los demonios. Dios no busca curar al hombre superficialmente, sino de raíz; ¡no es más importante sanar una dolencia temporal que una que es estable aún en la eternidad!..., muchos no entienden estas cosas: pongan ellos su fe en Dios y en la Virgen, que habiendo sufrido tanto meditaba las cosas en su corazón con fe plena.