viernes, 4 de octubre de 2013

San Francisco de Asís

Estigmatización de San Francisco de Asís, Domenico di Tomasso Bigordi (Ghirlandaio)



En la memoria de este gran santo doy gracias a Dios por su vida y ejemplo y por el amor con que nos ama el Señor al habernos dado a este gran intercesor como padre, tanto de los hermanos menores como de los dominicos. También alabo al Señor por su Vicario Francisco y le pido a la Santísima Virgen que lo custodie especialmente en todo su ministerio.


San Francisco de Asís nació en Italia, ciudad de Asís el año 1182, y aunque fue bautizado con el nombre del santo Apóstol Juan, el discípulo a quien el Señor amaba, su padre le llamó "Francesco" por su cercanía con Francia (era un adinerado comerciante que viajaba a Francia y particularmente a la región de Provenza, tierra de la mamá de San Francisco). Francisco era un niño que dedicaba su tiempo al gozo de la vida, disponer de cosas costosas y leer a los trovadores que enseñaban sus cuentos caballerescos que no pasaban de ser más bien mitos que enseñanzas o relatos de contenido histórico; aún así nunca se dedicó a pasatiempos licenciosos.
Cuando el santo tenía 20 años de edad surge una guerra civil entre las ciudades de Asís y Perugia y él cae prisionero de los peruginos por el término de un año. Esta guerra se enmarca en la disputa que existió entre la ciudad de Asís y el imperio "romano germánico" que en ese entonces estaba en conflicto con la Santa Sede. Cuando Francisco vuelve a su tierra enferma pero su experiencia con unos pobres leprosos le hizo cambiar el rumbo de su vida y así comenzaba a preparar su camino, ese al que Dios lo había llamado.
Un día en la Iglesia de San Damián oyó la voz del Señor que desde el crucifijo le decía tres veces "Francisco, repara mi Iglesia, que está en ruinas". Así fue como resolvió vender los bienes propios y algunos de su padre para darle el dinero al párroco, el cual a su vez rehusó aceptarlo. Cuando su padre se enteró fue a buscarlo pero él se escondió. Finalmente San Francisco decide ir a su padre y es entonces cuando éste lo golpea y encierra en un calabozo. Fue liberado por su madre y volvió a la iglesia de San Damián pero cuando Pedro Bernardone, su padre, vuelve de sus asuntos de negocios obliga a Francisco a devolver el dinero de sus bienes vendidos por medio de las autoridades civiles, a lo cual el santo se niega declarando que ahora pertenece a la autoridad eclesiástica. Finalmente San Francisco, en acto público y ante el Obispo de Asís devuelve el dinero a su padre y se despoja de sus vestiduras en señal de su apartamiento del mundo para tomar estado religioso, el Obispo lo cubre con su capa y lo abraza recibiéndolo entonces a una nueva vida. Así comienza la historia de este santo que es uno de los más conocidos de todos los tiempos y cuyos dones fueron bien conocidos en su tiempo en este mundo como después de su pascua y en la Orden por él fundada.

A continuación, un fragmento de las "Florecillas de San Francisco", uno de los escritos más antiguos sobre el santo y su vida. Relata una enseñanza que da el Santo a uno de sus frailes hermanos, fray León, mientras cruzan el invierno itinerando hacia la iglesia Santa María de los Ángeles.


Iba una vez San Francisco con el hermano León de Perusa a Santa María de los Angeles en tiempo de invierno. Sintiéndose atormentado por la intensidad del frío, llamó al hermano León, que caminaba un poco delante, y le habló así:

-- ¡Oh hermano León!: aun cuando los hermanos menores dieran en todo el mundo grande ejemplo de santidad y de buena edificación, escribe y toma nota diligentemente que no está en eso la alegría perfecta.

Siguiendo más adelante, le llamó San Francisco segunda vez:

-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor devuelva la vista a los ciegos, enderece a los tullidos, expulse a los demonios, haga oír a los sordos, andar a los cojos, hablar a los mudos y, lo que aún es más, resucite a un muerto de cuatro días, escribe que no está en eso la alegría perfecta.

Caminando luego un poco más, San Francisco gritó con fuerza:

-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor llegara a saber todas las lenguas, y todas las ciencias, y todas las Escrituras, hasta poder profetizar y revelar no sólo las cosas futuras, sino aun los secretos de las conciencias y de las almas, escribe que no es ésa la alegría perfecta.

Yendo un poco más adelante, San Francisco volvió a llamarle fuerte:

-- ¡Oh hermano León, ovejuela de Dios!: aunque el hermano menor hablara la lengua de los ángeles, y conociera el curso de las estrellas y las virtudes de las hierbas, y le fueran descubiertos todos los tesoros de la tierra, y conociera todas las propiedades de las aves y de los peces y de todos los animales, y de los hombres, y de los árboles, y de las piedras, y de las raíces, y de las aguas, escribe que no está en eso la alegría perfecta.

Y, caminando todavía otro poco, San Francisco gritó fuerte:

-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor supiera predicar tan bien que llegase a convertir a todos los infieles a la fe de Jesucristo, escribe que ésa no es la alegría perfecta.

Así fue continuando por espacio de dos millas. Por fin, el hermano León, lleno de asombro, le preguntó:

-- Padre, te pido, de parte de Dios, que me digas en que está la alegría perfecta.

Y San Francisco le respondió:

-- Si, cuando lleguemos a Santa María de los Angeles, mojados como estamos por la lluvia y pasmados de frío, cubiertos de lodo y desfallecidos de hambre, llamamos a la puerta del lugar y llega malhumorado el portero y grita: «¿Quiénes sois vosotros?» Y nosotros le decimos: «Somos dos de vuestros hermanos». Y él dice: «¡Mentira! Sois dos bribones que vais engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres. ¡Fuera de aquí!» Y no nos abre y nos tiene allí fuera aguantando la nieve y la lluvia, el frío y el hambre hasta la noche. Si sabemos soportar con paciencia, sin alterarnos y sin murmurar contra él, todas esas injurias, esa crueldad y ese rechazo, y si, más bien, pensamos, con humildad y caridad, que el portero nos conoce bien y que es Dios quien le hace hablar así contra nosotros, escribe, ¡oh hermano León!, que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros seguimos llamando, y él sale fuera furioso y nos echa, entre insultos y golpes, como a indeseables importunos, diciendo: «¡Fuera de aquí, ladronzuelos miserables; id al hospital, porque aquí no hay comida ni hospedaje para vosotros!» Si lo sobrellevamos con paciencia y alegría y en buena caridad, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros, obligados por el hambre y el frío de la noche, volvemos todavía a llamar, gritando y suplicando entre llantos por el amor de Dios, que nos abra y nos permita entrar, y él más enfurecido dice: «¡Vaya con estos pesados indeseables! Yo les voy a dar su merecido». Y sale fuera con un palo nudoso y nos coge por el capucho, y nos tira a tierra, y nos arrastra por la nieve, y nos apalea con todos los nudos de aquel palo; si todo esto lo soportamos con paciencia y con gozo, acordándonos de los padecimientos de Cristo bendito, que nosotros hemos de sobrellevar por su amor, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta.

-- Y ahora escucha la conclusión, hermano León: por encima de todas las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades. Porque en todos los demás dones de Dios no podemos gloriarnos, ya que no son nuestros, sino de Dios; por eso dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido de Dios? Y si lo has recibido de Él, ¿por qué te glorías como si lo tuvieras de ti mismo? (1 Cor 4,7). Pero en la cruz de la tribulación y de la aflicción podemos gloriarnos, ya que esto es nuestro; por lo cual dice el Apóstol: No me quiero gloriar sino en la cruz de Cristo (Gál 6,14).


A Él sea siempre loor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.


jueves, 15 de agosto de 2013

Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María


+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
                                                                                                                                                Lc 1, 39-56

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de tí por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".
María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre".
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
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La Virgen es el molde de los cristianos, ejemplo de humildad, Madre dulcísima, mediadora de todas las gracias. Toda su vida transcurre en humilde silencio pero en verdadera sintonía con la voluntad de Dios. Al fin de sus días en la tierra ella no padeció la corrupción, sino que fue llevada al cielo en cuerpo, alma y espíritu, porque ya había sido concebida sin pecado original. Este día celebramos el dogma de la Asunción que ya desde el siglo IV teníamos en el orbe cristiano como parte de la Tradición. el Papa francisco nos dice en su homilía este día "Cristo es la primicia de los resucitados, y María es la primicia de los redimidos", ¡cuán ciertas las palabras del Vicario de Cristo!, nuestro Señor fue el primero en resucitar de entre los muertos, nuestra Madre es la primera a quien Dios redimió desde antes de nacer, incluso, y la primera a quien llamó a seguirlo por el mismo camino que nos precede y que se interna en ese horizonte que es la eternidad a la que todos estamos llamados.
Su alma canta la grandeza del Señor, de un Dios que es grande y que lo enseña por medio de sus santos y de manera más acabada en la persona de la Virgen: la perfección del amor. Dios nos ama y ya desde la expulsión del viejo hombre anunció el retorno por Aquella que debía ser la vencedora de la antigua serpiente. El alma de la Virgen, el aliento de vida que Dios le dio, es obra de la Misericordia que en Dios es eterna, porque él llamó a su creatura al edén y aunque muchas veces se ha mostrado distante el hombre, Él siempre lo quiso consigo y le fue enseñando a ser como un hijo. La virgen proclama al Dios Salvador que ya en su seno espera la luz del día humano para que, habitando entre nosotros, expresando su Gloria delante de los hombres y de los ángeles todos doblen la rodilla para glorificarlo, adorarlo y bendecirlo en alabanzas eternas. Porque este Dios es amor y lo ha mostrado innumerables veces y de manera definitiva desde la Maternidad Virginal de María. El espíritu de la Virgen se estremece de gozo, y es que Él quiso cumplir la promesa al pueblo elegido y a la humanidad en general señalando en la pequeñez de una humilde servidora de la tribu de Leví un signo perenne de su Nueva Alianza: amor humilde y fiel al altísimo, amor humilde y fiel del altísimo (humilde, sí, porque siendo Dios se anonadó a sí mismo y padeció la muerte de cruz por nosotros, los hombres). El Papa Benedicto XVI dijo en su homilía del 15 de agosto de 2012 "María, unida totalmente a Dios, tiene un corazón tan grande que toda la creación puede entrar en él", y así es, según ella pudo profetizar llena del Espíritu Santo en sus palabras "en adelante todas las generaciones me llamarán feliz"; veneramos a la Madre de Dios que es la Madre de todo el Cuerpo místico, y la amamos porque ella nos enseñó a amar a Dios en primer lugar, viviendo en obediencia y a los hombres por Dios asintiendo en la obra de la Redención. Dios misericordioso enseña a ser misericordiosos a los que serán luego sus hijos por Cristo, esto es lo que dice el Magnificat en síntesis cuando leemos "de generación en generación", es decir a todo el que cree y es humilde y fiel como su Madre lo fue. Dios dispersa a los soberbios de corazón, derriba de su trono a los poderosos y enaltece a los humildes, esto es lo que enseña la historia del pueblo que esperaba el día del Salvador y que es ya una advertencia para los que se desvían del camino que es Cristo. A los que necesitan de Él los alimenta, pero los que se dicen saciados no tienen nada, porque Dios es todo pero no obliga a nadie, solo llama, enseña, exhorta y alecciona esperando nuestra conversión. El Dios de nuestros padres, de Abraham, de Isaac y de Jacob, Israel, finalmente vino a los suyos..., y a los que lo recibieron les dio poder de llegar a ser hijos suyos, y esto para siempre porque Él es fiel y no puede desmentirse a sí mismo. La Alianza Nueva es también eterna. La Virgen llena de gracia nos visita y acompaña en nuestras necesidades, intercediendo por todos nosotros; Ella, como Cristo, enseña a los humildes el servicio.

sábado, 6 de julio de 2013

Santa Roseline de Villenueve



Virgen y monja de la Orden de la Cartuja que debido a sus magníficas virtudes fue nombrada priora del convento de Celle-Roubaud, en Fréjus, ciudad de la Provenza, en Francia, distinguiéndose además durante toda su vida por su abnegación y por su austeridad en la comida, el sueño y el ayuno.

Nació en Château d´Arcs en Provenza (Francia) el 27 de enero del año 1263, dentro de la nobilísima familia provenzal de los Villeneuve. Sus padres, el barón Arnaldo des Arcs y de Trans, y su madre Sibilla de Sabran, le procuraron una educación cristiana.

Si bien la santidad puede ser evidente en las personas a cualquier edad, pues la Providencia es quien dispone, en Roselina fue verdaderamente precoz. Los biógrafos, amantes de lo maravilloso, relatan que Roselina no sólo comparte el nombre con Santa Rosa de Viterbo, sino también un prodigio... floral. Narran que, mientras llevaba a escondidas pan para dar a los pobres, fue sorprendida por su padre quien le preguntó qué cosa escondía; ella respondió que eran flores, y cuando abrió su delantal, efectivamente, apareció un ramo de rosas. Un prodigio similar es narrado también en la vida de la santa de Viterbo.

Muy joven Roselina -a sus 15 años de edad-, despreciando los bienes del mundo se consagró a Dios en la Orden de la Cartuja, en Bertaud, en la diócesis de Gap, Francia. Pocos años después, debido a su especial dedicación, fortaleza y piedad, fue electa priora de la cartuja de Celle-Roubad, en el Fréjus, también en territorio francés. Su hermano Hélion de Villeneuve fue un gran benefactor de este monasterio, donde a sus expensas hizo construir una iglesia consagrada por el obispo de Digne, Elzeario.

Roselina, tras una vida de intensa oración y disciplina en la que el Señor le concedió el don de varias visiones y experiencias místicas, murió el 17 de enero de 1329. Fue sepultada en el cementerio común de dicho monasterio, pero como fuera tanta la fama de su santidad cinco años más tarde su cuerpo fue transferido a la iglesia que hiciera construir su hermano.

Sobre su sepulcro se verificaron numerosos milagros. Posteriormente sus reliquias fueron trasladadas en varias ocasiones, reposando actualmente en una capilla a ella dedicada en Celle-Roubad. Sus ojos, particularmente brillantes, se conservan en un relicario, y es debido a este prodigio que se la invoca contra las enfermedades de los ojos. Asimismo, en una última traslación efectuada en 1904 para evitar que su cuerpo sufriera mayor descomposición debido a las larvas presentes ya en el viejo relicario, los médicos que participaron pudieron ver las venas, músculos, tendones, intestinos, el pericardio y casi todo el cerebro intactos. Algunas de estas reliquias fueron entregadas a la Gran Cartuja para ser distribuidas, conservadas y veneradas entre los monasterios de la Orden.

sábado, 8 de junio de 2013

Inmaculado corazón de María


+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos
                                                                                                                                           Mc. 12, 38-44

Jesús enseñaba a la multitud: "Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones; éstos serán juzgados con más severidad".
Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. entonces Él llamó a sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dió todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir".
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Hoy celebramos el Inmaculado Corazón de María que se une al de Cristo, su Hijo, nuestro Señor, en estas dos fechas tan armónicas y justamente continuadas. el Evangelio nos propone uno de los aspectos de la Virgen si nos detenemos en la figura de aquella viuda: una mujer judía sin marido era tenida en poca cuenta en aquella época en el pueblo hebreo; la más humilde de las personas y la más sufrida tanto material como moralmente en esa cultura y en ese tiempo. Nuestra Señora, que no fue una reina como las que pensaba el mundo, que no fue tampoco una profetisa ni la esposa de un hombre de alta clase de la época, sin embargo dio de sí todo lo que poseía: en primer lugar se donó a sí misma guardando intacta virginidad por agradar en esa manera a Dios, también ofreció todo de sí con su asentimiento a la vocación de Madre de Dios anunciada por San Gabriel, el Arcángel de la Anunciación; finalmente lo dio todo cuando, siendo virgen y habiendo recibido divinamente la maternidad celestial, perdió a su único Hijo de la forma más cruenta que pudo haber existido jamás: Dios, el Bien Supremo hecho hombre en la Persona de Cristo, murió en una cruz después de una extensa agonía física y espiritual..., sí, el Justo por nosotros se dio a los malvados brazos humanos. Ya Simeón había profetizado las "siete espadas" que atravesarían el Corazón Inmaculado de la Virgen, en la Pascua de aquel día, en la consumación de la Nueva Alianza, María daba todo de sí: su vida, su Hijo, su dolor..., y su esperanza.
Pero no creamos que la Virgen dio todo como quien ya no posee nada y sólo abraza la muerte; su donación era el eco humano de lo que vino a realizar el Salvador, y es por ello que tantos cristianos, y yo mismo insisto, aunque aún no es dogma de fe, en la co-redención de María. Ella dio la humanidad a Dios, y no sólo la de sí misma y la que tomaría el Espíritu Santo para engendrar de su vientre a Jesús el Hijo de Dios, sino que también se donó como primera creatura de la Alianza definitiva de Dios con los hombres, y es por ella que la humanidad puede aspirar sublime y definitivamente a la reconciliación de la naturaleza humana con el Padre Creador para ser parte del Reino celeste: en su "si", tan breve, tan humilde, pero tan gigante, estaban las voces futuras de todos y absolutamente todos los cristianos y hombres conversos, los Apóstoles, los santos, los mártires, y hasta las mismas personas de la Antigua Alianza que tanto esperaron el día del regreso la la comunión perfecta con el Santo de los santos. María dio su "sí" y dio su ser, pero confiaba con la más acabada y fulgurante fe en aquel que la predestinó desde la eternidad. Con fe pronunció en nombre de la humanidad un "Señor, tú lo sabes todo, sabes que te amo" que el Vicario de Cristo dio después de Ella para conducir la Iglesia del Señor bajo su manto maternal, es decir, las profundidades más íntimas del corazón humano, ahí donde Dios y el hombre se encuentran en diálogo eterno dieron definitiva y perpetua respuesta, en profesión de fe, de un amor pobre pero decididamente real (con ambos significados) ante el mismo Amor que goza de que el humano quiera estar por siempre a su lado.
La Virgen no es viuda, porque no careció ni carecerá jamás de Dios, pero siendo la Madre dolorosa es viuda del pecado, pues desde antes de nacer, pero en el proyecto insondable y santo de la Santísima Trinidad, ella tenía en potencia una humanidad que enviudaba del signo del traidor, se separaba la naturaleza humana del pecado con antelación al tiempo, en el cual nacería el Cristo que , con su Madre sólamente humana, compartiría esta característica de poseer condición de hombre sin pecado alguno.
La Virgen es el modelo y el "molde de Dios", como bien señala San Luis María Grignion de Montfort, porque de su maternidad universal, y como primada de la humanidad, surgen cristianos piadosos que donan su ser a Dios como buenos cristianos del modo más perfecto que puedan copiar. La Virgen silenciosa, humilde, casi inadvertida en el Evangelio, pero presente en cada momento de la vida temporal del Señor, guardaba en su corazón estas cosas que quizá no entendía acabadamente, pero que son parte de la esperanza cristiana en un Dios único que no defrauda.
Dio todo lo que tenía..., Ella dio todo lo que tenía y sigue donándose en el tiempo aunque reina en la eternidad. María, Virgen Santa, que diste a luz la Luz del mundo anteponiendo el Bien universal a tus proyectos y voluntad, enseñanos a ser amantes de tu corazón sin mancha para extender nuestras pequeñas manos al cielo en tus brazos de mamá. Reina y Señora nuestra, que en tu humildad de ser esclava del Amor aceptaste de ese Amor la gloria de un sacrificio breve por el mayor bien triunfal, acuná nuestras vidas en tu Corazón para que un día despierten a la Vida Eterna. Amén

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús


+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
                                                                                                                                          Lc. 15, 3-7        

Jesús dijo a los fariseos y a los escribas esta parábola: Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar a la que se había perdido, hasta encontrarla? y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido". Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
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Celebrando el Amor de Dios leemos y meditamos este Evangelio que nos habla de la misericordia del Señor con los pecadores. Dios va en busca de los que se pierden y no mira sólo en los millares de santos que tiene a su alrededor para saciar su sed de llevarse consigo a los hijos redimidos que vivan cada día el camino de conversión. Llama a cada oveja por su nombre y se ocupa de cada corazón humano creado a su imagen y semejanza. El Señor te nombra y te dice en alta voz "lo quiero, quedás sanado" cada vez que nos reconciliamos con él sacramentalmente para volver a la vida de gracia y así regresar al banquete eterno del Reino que ya está entre nosotros.
En la actualidad existe en el mundo un malestar propio de las consecuencias más graves del pecado. En muchas naciones donde no existía el amparo jurídico de prácticas aberrantes y contrarias a la voluntad de Dios, ahora surgen con estandartes de falsas victorias y bienestar sobre derechos y soluciones falaces que sólo buscan destruir la identidad humana. Hay pueblos que padecen hambre más que nunca, hay quienes sufren guerras y quienes amenazan con guerras, hay personas que no encuentran trabajo o se quedan sin él, hay generaciones postergadas en el olvido social y existe una gran problemática de orden social en muchas naciones del mundo. en todo este marco nosotros los cristianos estamos llamados a evangelizar con nuestras vidas y ejemplo pero de una forma activa y decidida, porque si al Señor le preocupa una sola oveja perdida no hay manera de omitir la necesidad de Dios que tienen los hombres en este tiempo. El Evangelio no se lleva sólo con la Palabra, sino con los ejemplos al alcance de todos, como estas parábolas que Cristo pronunció para todo el pueblo que lo escuchaba. El que oye quizá no entienda, pero el que escucha está atento y la Palabra de Dios siembra Vida en él. Estos problemas que involucran a muchos hombres en todo el mundo son preocupantes pero ayudan a llevar a cada ser a Cristo resucitado, al tiempo que nos compromete a obrar en el campo como jornaleros dedicados.
El Sagrado Corazón de Jesús es el mismo que por amor quiso hacerse como nosotros en todo menos en el pecado; es el mismo que latía de amor en los brazos de la Virgen María cuando bebé y cuando niño; es ese corazón que un día predicó en Israel la Nueva Alianza eterna; el que sintió el dolor por una humanidad dura y obstinada en las puertas de Jerusalén, el que lloró en el huerto de los olivos, el que padeció el ultraje de los incrédulos, el que enseñó a ser hombre al hombre para llevarlo en sí al cielo eterno. Ese Corazón que fue traspasado y aún así no dejó de concedernos gracias celestiales, ese mismo es el que hoy quiere llenar tu miseria y tu alma de su misericordia y don para que seas un hijo de Dios digno del nombre cristiano. Cuando uno crece y conoce a Dios en la Iglesia entiende que la misión de salir a buscar a la oveja perdida no es sólo una tarea para el Vicario de Cristo, para los Cardenales, Obispos, sacerdotes y diáconos. No, todo laico tiene el deber de dar a conocer lo vivido y comunicar la fe en los diversos ámbitos de la vida cotidiana y en las distintas épocas de la historia por más difícil que resulte esta magnífica misión. Debemos trabajar para nuestra salvación y la de los demás corrigiendo nuestras faltas y perdonándonos mutuamente al tiempo que construimos un mundo más cristiano luchando con valentía por apartar las tinieblas de donde haya humanidad. Y esto a veces significa enfrentarnos a personas que son como ovejas perdidas o, lamentablemente, como lobos en busca de ovejas. Nadie puede determinar no llevar a Dios a determinadas gentes. Todos debemos seguir al maestro que enseña predicar a todo hombre sin distinción ninguna. Algunos de nosotros tendremos más facilidad que otros en el discurso, otros en la vida ejemplar y algunos en una vida más armónica. en cualquier caso todos tenemos que celebrar el amor de Dios que se nos ha dado y ser como Él que es paciente y humilde de corazón. Y cuando las dificultades amenazan en la batalla, entonces elevemos los ojos y, por la memoria de los mártires, de los apóstoles, de la Virgen Madre y de nuestro Señor no bajemos los brazos sin dar batalla contra el enemigo, contra el pecado, sabiendo que al final la guerra está ganada pero debemos trabajar, como tantos santos, como Santo Domingo de Guzmán, por la salvación de las almas llevando en cada paso la Divina Misericordia que nos ampara y conquista nuevas tierras, y teniendo presente que si Él amo hasta dar su vida por los hombres nosotros debemos corresponder ese amor por Él y por los que están llamados a ser hermanos en unidad santa. esta parábola la dijo Cristo a los hombres más duros de entendimiento de aquel tiempo, a propósito de sus murmuraciones contra las obras de Jesús que inclinaba su corazón a los que lo necesitaban: pecadores y publicanos. El hecho es que la oveja perdida no debe ser objeto de nuestro juicio interior ni exterior ni mucho menos de murmuración contra ellos, sino de misericordia como bien señala Dios, y no detener la atención tanto en los que son justos y santos (que de hecho todos somos pecadores salvo la Santísima Virgen), sino más bien en tender la mano fraternal y corregir a los que se equivocan para su edificación y no para su ruina o servir a los demás para seguir a Cristo en su condición regia que es de servicio. Habrá otros que nos señalen porque no entenderán estas cosas, a ellos también se les da esta parábola para que cierren los ojos corporales y abran los ojos del corazón. Así, atendiendo este llamado del Dios que es Amor, atendamos también la Voz que dice "El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará". Amén

sábado, 25 de mayo de 2013

San Beda el venerable

Y es así que, muy interesado en la historia eclesiástica de Bretaña, especialmente en la raza de los ingleses, yo, Beda, sirviente de Cristo y sacerdote del monasterio de los benditos apóstoles San Pedro y San Pablo, el cual se encuentra en Wearmouth y Jarrow (en Northumbria), con la ayuda del Señor he compuesto, cuanto he logrado recabar de documentos antiguos, de las tradiciones de los ancianos y de mi propio conocimiento. Nací en el territorio del monasterio ya mencionado, y a la edad de siete años fui dado, por el interés de mis familiares, al reverendísimo abad benedictino Biscop, y después a Ceolfrid, para recibir educación. Desde entonces he permanecido toda mi vida en dicho monasterio, dedicando todas mis penas al estudio de las Escrituras, a observar la disciplina monástica y a cantar diariamente en la iglesia, siendo siempre mi deleite el aprender, enseñar o escribir. A los diecinueve años, fui admitido al diaconado, a los treinta al sacerdocio, ambas veces mediante las manos del reverendísimo obispo Juan [san Juan de Beverley], y a las órdenes del abad Ceolfrid. Desde el momento de mi admisión al sacerdocio hasta mis actuales 59 años me he esforzado por hacer breves notas sobre las sagradas Escrituras, para uso propio y de mis hermanos, ya sea de las obras de los venerables Padres de la Iglesia o de su significado e interpretación.
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San Beda fue un monje benedictino inglés nacido probablemente el año 672 y fallecido el año 735 en el monasterio St. Peter en Wearmouth (hoy en Sunderland) y el monasterio adjunto St. Paul en Jarrow, ambos fundados por San Benito Biscop, su maestro. Es el mayor historiador de la tierra anglicana y fue un hombre muy ilustrado en su época; se dedicó a hacer una versión de la Vulgata que fue compuesta en un tomo y con fuentes distintas a las acostumbradas; también parece que hizo algunas traducciones al inglés antiguo pero estos textos no han llegado hasta nosotros. Manejaba el latín, algo de griego pero no sabía hebreo, además entre sus obras se pueden encontrar escritos teológicos, históricos y científicos. Se sabe por él mismo que vivió toda su infancia en el monasterio ya que sus padres le encargaron su educación a los monjes benedictinos cuando contaba 7 años de edad; fue hecho diácono a los 19 años y ordenado sacerdote a los 30 años. Era piadoso y sencillo y en sus escritos podemos ver un reflejo de su personalidad. Fue proclamado doctor de la Iglesia por el Papa León XIII el año 1899. Lo poco que se sabe de su vida se encuentra en el pasaje de su obra "Historia eclesiástica del pueblo inglés" que transcribo arriba. Después de una enfermedad que lo dejó postrado hasta su muerte, y después de una vida de entrega y servicio a Dios y a la Iglesia como monje, San Beda dictó sus últimos escritos, una traducción del Evangelio según San Juan, y pidió al discípulo que escribía que lo sentara en el suelo del pasillo, fuera de su celda para morir de cara al Santísimo Sacramento y a sus hermanos que cantaban en el coro. "Tomad mi cabeza entre vuestras manos, pues es de gran placer sentarme frente a cualquier lugar sagrado donde haya orado, así sentado puedo llamar a mi Padre" dijo, y así, cantando el Gloria Patri exhaló su último aliento. Sus restos fueron trasladados a la Catedral de Durham en el siglo XI y fueron depositados en una urna de oro y plata que fue robada en 1541.



"Mejor un hermano estúpido y analfabeto, que trabajando las cosas buenas que él sabe consigue méritos para el cielo que el que a pesar de ser distinguido por su saber sobre las Escrituras, y que incluso es considerado un erudito, le falta el pan del amor" 

                                                                                                                                                    San Beda

lunes, 29 de abril de 2013

Domingo V de Pascua


+ Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                                                                              Jn. 13,  31-33a. 34-35

Durante la última cena, después que Judas salió, Jesús dijo: Ahora el Hijo del hombre a sido glorificado y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. en esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros.
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"Dios es amor" nos dice Juan hoy. El discípulo amado nos habla del amor de Dios relatando lo que pasó en la última cena después del lavatorio de los pies cuando Cristo da su mandatum. En el capítulo trece de este Evangelio el amor es un tema marcado ya en el primer versículo que dice al final "Él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin"; así comienza luego la narración del lavatorio de los pies y la exhortación de Cristo a los doce que apunta a seguir sus pasos e imitarlo en la humildad y el servicio. Advierte también el Señor que uno de ellos lo iba a entregar, aunque los once restantes no comprenden bien esto, y así Judas sale del recinto y se dispone a entregar a Jesús mientras Él le habla a los once como leemos en el pasaje que la liturgia nos señala hoy.
Podemos describir lo que hemos escuchado en la liturgia de la Palabra como el día eterno y consumado en que Dios expresa su amor acabada y definitivamente. Ya por la mañana rezábamos en el oficio de lectura, en el libro del Apocalipsis, cómo sería finalmente derrotada la Babilonia del mundo y cómo el juicio sería triunfante en manos del Cordero con el coro de los santos alabándolo y la Iglesia vestida de blanco en consonancia con el gran día que señala San Máximo de Turín, esta fue nuestra primera aurora por la mañana de este domingo, antes de llegar a escuchar "el día" en la liturgia de la Palabra. El texto dice al final "Éstas son palabras verdaderas de Dios. Entonces me postré a sus pies [los pies del ángel] para adorarlo, pero él me dice: No, cuidado; yo soy un siervo como tú y como tus hermanos que mantienen el testimonio de Jesús. A Dios tienes que adorar. El testimonio de Jesús es el espíritu de profecía". La idea es clave: la revelación de Dios está escrita y sus testigos son los que la enseñan, pero ningún servidor es más grande que su Señor. El Señor es el único a quien hay que adorar, los que lo enseñan, estén en la jerarquía que estén, son hermanos y creaturas y deben lavarse los pies unos a otros siguiendo a Cristo en humildad y servicio y amando como Él nos ama. La clave para el cristiano está en ese Amor que propone Cristo: Él mismo, que es camino verdad y vida y que se da al hombre para llevarlo al día sin ocaso. Este amor nuevo, que es la ley mayor escrita en el corazón de cada fiel, propone no sólo amar a Dios por sobre todas las cosas, sino también amar al prójimo como se ama el propio yo, sabiendo que entre nosotros no hay ningún mayor soberano, el soberano es el Amor, sabiendo que entre nosotros debe reinar la fraternidad si es que somos discípulos del Señor. Este amor que enseña de forma velada el pasaje del Apocalipsis del oficio de lectura casualmente entre juan y un ángel, ese amor que no se tiene por más sino que es humilde, servidor y fiel hasta el dolor, cuyo ejemplo mayor es la Santísima Virgen María enseña que ni el prójimo es inferior ni uno mismo es menos que los demás, porque la salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios y nosotros somos siervos como vos, amado ángel, y esto es claro en la voz del Altísimo que nos dice "Alabad al Señor, sus siervos todos, los que le teméis, pequeños y grandes". Pequeños y grandes..., los que tienen mayor o menor capacidad de pelear en esta guerra actual que nos atormenta: la lucha contra el mal y el pecado propio y personal.
Sabemos que por obra del Espíritu Santo se abren las puertas del cielo: La virgen Madre da a luz al Señor que nos redime y la historia de la salvación culmina con la Resurrección de Cristo, la cual es, según el santo obispo turinés, vida para los difuntos, perdón para los pecadores y gloria para los santos. Vida para los difuntos, porque resucitarán con él para el gran día; perdón para los pecadores, porque los que estaban en tinieblas pueden, arrepentidos, acceder a Él y su gracia vale más que la vida; gloria para los santos porque ellos no serán defraudados, y su Rey triunfará en la eternidad perfecta ese día sin fin.
También encontramos, en la segunda lectura de este domingo quinto de Pascua, un Juan Apóstol que ve un cielo nuevo y una tierra nueva y señala que el mar ya no existe más. La Ciudad santa, la nueva Jerusalén desciende del cielo y viene de Dios embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo. Dios se dirige a los hombres justos y les enseña su morada entre ellos, diciendo que Él estará con ellos que serán su pueblo y que Él mismo será Dios con ellos. El mar desaparece aludiendo a que ya no hay más diluvio ni bautismo: los que negaron a Dios son destinados a la ruina y los que lo dieron testimonio de Él son ahora herederos del nuevo Reino eterno. Ya no hay más necesidad de separar el trigo de la cizaña ni de regenerar en la pila bautismal a los hijos adoptivos de Dios, porque ese día marca el final de las antiguas sombras y el inicio de la luz perfecta e imperecedera que pasa a ser todo en todos. "Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó. Y el que estaba sentado en el trono dijo: Yo hago nuevas todas las cosas". Estos últimos versículos de la segunda lectura me llama la atención: vemos a Dios como un padre secando las lágrimas de sus hijos, la imagen que me viene a la mente es la de Dios con un pequeño niño humano que lloraba pero que ahora es consolado en los brazos de su Padre mientras el mismo Dios le dice con amor "ya pasó"; es una imagen de ternura hermosa en la que el Señor demuestra nuevamente el gran amor que nos tiene y que nos reitera cuando dice "Yo hago nuevas todas las cosas", enseñando que somos por Él creaturas nuevas desde el bautismo pero con un cuerpo nuevo, glorificado y vestido de lino blanco; así el hombre vuelve a estar junto a Dios como en un principio cuando fue creado, gozando de su santa presencia eternamente.
ámense los unos a los otros..., palabras que bien llevaba en su mente Santo Domingo de Guzmán y que con tanto celo procuró cumplir con ese deseo y puesta en práctica incansable de que todas las almas se salven, según lo atestiguan sus contemporáneos y las actas de canonización, y esto por poner un ejemplo tangible del mandatum en las manos de los santos, ejemplos hay tantos como santos en los cielos. el amor de Dios está ante nosotros, y en nosotros, pero no en todos; el amor de Dios nos exhorta y nos mueve más allá de las fronteras de nosotros mismos, debemos obrar. Amar a Dios es proponerse cada día seguir sus pasos, obrar según su voluntad, pero, como dice el mismo Apóstol, "el que dice: 'amo a Dios', y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?", y cuando vea a Dios cara a cara, a quien siempre todo ve, ¿podrá decir que lo ha amado?..., entonces el Señor dirá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo". Es por esto que debemos amarnos los unos a los otros como hermanos y no alabar al prójimo como más digno ni idealizarlo un dios para exigirle superioridad desde un estrado, cuando bien sabemos que todo hombre es barro y aún nuestro bautismo y crismación los llevamos en vasijas de barro (mas como dice San Agustín: "si se encogen las vasijas de barro, amplíense los espacios del amor"). No, debemos guardar el justo amor entre nosotros como enseña el ángel a Juan. Y para enseñar el Amor a los hombres, y glorificarlo por su amor hacia el género humano que será devuelto a su presencia para verlo tal cual es, obremos según el Espíritu tomando el ejemplo de Pablo y Bernabé que "confortaron a sus discípulos y los exhortaron a perseverar en la fe, recordándoles que es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios". Así diremos unidos junto al salmista: "mi corazón está firme, Dios mío, mi corazón está firme. Voy a cantar y a tocar: despierta, gloria mía; despertad, cítara y arpa; despertaré a la aurora"; aunque pasemos a veces días amargos sumergidos en lagos de sombras, la luz en nuestro núcleo nos hará emerger cuando luchemos mientras alabamos al Señor, nuestra fuerza, con cánticos inspirados, vigilantes con Él en Getsemaní, despiertos y siempre rezando, en acción de gracias para despertar esa aurora que tanto esperamos y que será el triunfo consumado de nuestro Dios. El día está cerca, "la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan". "El vencedor heredará estas cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo".

Verán el rostro del Señor, y tendrán su nombre en la frente.
Y no habrá más noche, y no necesitarán luz de lámpara ni de sol,
porque el Señor Dios alumbrará sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.






martes, 9 de abril de 2013

Martes de la 2º semana del tiempo pascual

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                                                                             Jn. 3, 7b-15        

Jesús dijo a Nicodemo: "Ustedes tienen que renacer de lo alto". "El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de donde viene ni a donde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu". "Cómo es posible todo esto", le volvió a preguntar Nicodemo. Jesús le respondió: "¿Tú, que eres maestro en Israel, no sabes estas cosas?. Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo?. Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en Él tengan Vida eterna".

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"El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de donde viene ni a donde va"...
Aunque muchas veces no podemos comprender los caminos del Señor, sus designios y sus proyectos, sabemos y tenemos confianza que Él nos hace descansar en verdes praderas conduciéndonos a las aguas tranquilas: sendero lleno de fruto verde que crece madurando a veces con mal clima pero que se nutre del alimento de los ángeles y espera saciarse con el agua viva con la que jamás se tendrá sed.

Nicodemo es, en este pasaje del Evangelio, la figura del cristiano que teniendo cerca de sí la Buena Nueva aún duda, y busca la verdad con sinceridad pero con temor. Temor de ser visto por terceros, temor por ser humillado por dar crédito de algo que es falso, temor por ser perseguido o por ir contra algún prejuicio mundano. Nicodemo se esconde pero, en su soledad y oculto de los demás, busca la verdad en grandes preguntas que aún cree imposibles de respuesta conciliadora con la Ley, con lo que había aprendido hasta ahora, que era anciano y maestro de Israel, y que no entendía que la antigua alianza era la raíz de un árbol más grande, un camino joven que estaba por madurar. Y a nosotros también se nos puede presentar esta inmovilidad en la duda de la fe, como le pasó a este rabino que veía signos, pero no los entendía. Es por eso que el Señor intenta abrirnos los ojos dándonos mensajes que de a poco abren el camino al entendimiento. El viento sopla, el Espíritu Santo obra, llama, bendice, y nosotros, si estamos atentos, escucharemos en nuestras almas ese sonido que nos mueve hacia afuera...; ¿el camino?..., no lo sabemos, pero Jesús no nos dejó solos, Él ya nos había prometido un Defensor para que, llenos de Él, vivamos pronto nuestro Pentecostés personal. Sabemos que estamos en Él: tú oyes su voz, pero no sabes de donde viene ni a donde va; seguilo, Él es tu Dios y es un Dios que no defrauda.
Nuestro camino cristiano comienza el día de nuestro bautismo, pero el destino del cristiano es una corona imperecedera en el horizonte, es estar junto a Dios por siempre y para eso debemos correr esta carrera. Los obstáculos suelen ser variados, pero nunca insuperables, ya que el Señor está con nosotros y su Espíritu habita en nosotros como lámpara del alma. Él es el principio y el fin, en sí mismo y en la vida del cristiano, y llama a la humanidad creada a seguirlo. Ayer celebrábamos la Solemnidad de la Anunciación; qué bueno sería para nosotros poder tomar el ejemplo confiado de la Madre de Dios y dar un sí al Señor en nuestras vidas; poder entender que todo es posible y que seguir a Dios no es caminar en tinieblas de incertidumbre, sino caminar el camino de la Fe.
Precisamente nosotros somos como el viento, también,  que no entendemos acabadamente por qué hemos sido creados ni entendemos, muchas veces, el destino eterno de felicidad, y sin embargo oímos a Dios en nuestro corazón y peregrinamos en esta vida habiendo nacido del Espíritu por el Sacramento del Bautismo y alimentándonos en el camino con el Cuerpo de Cristo, que nos prometió estar siempre con nosotros hasta el fin de los tiempos. Mas, si no entendemos esto, difícilmente accederemos a los misterios de la fe, porque el que no confía en Jesús resucitado, que es verdadero Dios y verdadero hombre, no puede seguir a quien no oye ni puede avanzar en un camino que no ve; por más horizonte que busque atinar nunca estará seguro a dónde llegará. La mirada de la fe supone seguir al que es el Camino, la Verdad y la Vida, Vida que ya gustamos desde que renacemos de lo alto. Solo Cristo conoce la meta, porque Él vino de ahí para salvarnos y quiso morir en la Cruz para darnos la Vida. Nosotros debemos tener fe en Él y confiar nuestras dudas y dificultades a su Corazón sagrado y misericordioso. Si aún estamos por seguirlo, no tengamos miedo..., "acercándose al Señor, la piedra viva rechazada por los hombres, pero escogida y apreciada por Dios, también ustedes, como piedras vivas, entran en la construcción del Templo del Espíritu" (1 Pe 2, 4-5), y si aún no nos decidimos a volver al camino, pidamos al Señor que nos envíe su luz y su verdad, y que ellas nos guíen y conduzcan hasta su monte santo (es decir, hasta el altar de la Misa), hasta su morada santa (que es la Iglesia fundada sobre los Apóstoles). Así estemos distantes de Dios por el pecado o por la falta de fe, confiemos en su Amor infinito, confiemos en Él mismo que nos llama y escucha nuestra voz suplicante en las lágrimas del espíritu humano que clama al Cielo, pero con fe y esperanza reza "¿por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas?. Espera en Dios que volverás a alabarlo: 'Salud de mi rostro, Dios mío'"...

martes, 2 de abril de 2013

Martes del tercer día de la Octava de Pascua

Primera lectura del Oficio de lectura de hoy

La vida de los hijos de Dios
                                                        1Pe 1,22 - 2,10

Hermanos: Por la obediencia a la verdad habéis purificado vuestras almas para un amor fraternal no fingido; amaos, pues, con intensidad y muy cordialmente unos a otros, como quienes han sido engendrados no de semilla corruptible, sino incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios. Porque: «Todo hombre es como hierba, toda su gloria es como flor de heno: se seca el heno y cae la flor, mas la palabra del Señor permanece eternamente.» y esta es la palabra: la Buena Noticia anunciada a vosotros. 
Por lo tanto, después de haberos despojado de toda maldad y de toda falsedad, de las hipocresías y envidias, y de toda clase de murmuración, apeteced, como niños recién nacidos, la leche pura espiritual. Con ella podréis crecer hasta alcanzar la salvación, si es que realmente habéis saboreado lo bueno que es el Señor. 
Acercándoos al Señor, la piedra viva, rechazada por los hombres, pero escogida y apreciada por Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Por eso se lee en la Escritura: «Ved que pongo en Sión una piedra angular escogida y preciosa. Y quien tenga fe en ella no será defraudado.» Por consiguiente, a vosotros, que tenéis fe, os corresponde el honor; mas, para los que no tienen fe, «la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular, y ha venido a ser piedra de tropiezo y roca de escándalo». Y tropiezan en ella porque no tienen fe en la palabra de Cristo, para la cual estaban destinados. 

Vosotros, en cambio, sois «linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa». Vosotros, que en otro tiempo «no erais pueblo», sois ahora «pueblo de Dios»; vosotros, que estabais «excluidos de la misericordia», sois ahora «objeto de la misericordia de Dios».

domingo, 31 de marzo de 2013

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor


+ Evangelio de Nuestro señor Jesucristo según San Juan
                                                                                                                                                    Jn. 20, 1-9

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro Discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". Pedro y el otro Discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro Discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro Discípulo, que había llegado antes al sepulcro: Él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos.

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Hoy celebramos la más grande Solemnidad y el máximo misterio de la fe cristiana: la Resurrección de Jesucristo. Como pasa con la Natividad, esta Solemnidad tiene una octava, es decir, ocho días que se celebran como uno solo, como si fuera un día de ocho días para festejar este Misterio de Fe tan grande que nos llama a vivir en gracia y nos mueve a la conversión. Comenzamos el Tiempo Pascual; el sepulcro está vacío, Dios ha destruído la muerte venciendo sobre ella; Él, que es la Vida, nos quiere junto a sí para siempre desde aquel glorioso domingo de Pascua y nos dice a cada uno de nosotros, y en particular a vos: "Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. [...] Levántate, vayámonos de aquí."(segunda lectura del oficio de lectura del Sábado Santo). Este Domingo (Dominicus dies) de Pascua quiere ser un primer día de sol naciente para cada uno de nosotros. En el corazón de los cristianos debe haber con sobrada razón paz y gozo espiritual, y firme proposición de conversión al Señor. Por eso quiero dejar una reflexión en el lector este día: El Amor vino al mundo en forma humana, encarnándose en el vientre bendito de la Virgen Madre, padeció desde un principio el límite de un cuerpo y la condición humana para luego sufrir más tarde el dolor en ese cuerpo y en esa alma que no podía desconocer el lamento de una Madre Dolorosa. Cristo padeció la tortura más cruda que jamás haya existido y que jamás existirá, porque también la idea del corazón endurecido de Israel, una Jerusalén distante de Él, que es Dios, y una humanidad tan dura como la piedra, hacen que sus lágrimas conmuevan a cualquier persona humana que se detiene en la escena de la entrada mesiánica que se celebra el domingo de ramos entendiendo la amargura que somos para Él cada vez que pecamos. El pecado es parte  de la humanidad caída, lamentablemente, pero la tarea de todo buen hijo en Cristo es caminar en la conversión, no bajar los brazos jamás y mejorar cada día. Pero no solo eso: mejorar cada día en valores y principios morales no nos hace buenos cristianos, ni siquiera nos hace cristianos aunque seamos hombres de buena voluntad. Hoy sabemos y nos sabemos rescatados de las garras del infierno: y, de nuevo, Cristo nos ganó para el Cielo eterno. Pero en el bautismo nos hacemos hijos de Dios..., por Cristo, por su Cruz, muerte y Resurrección; así debemos pensar que fuimos comprados a precio muy alto, como dice el Apóstol y caminar agradecidos entregándonos a Él en una vida que quiere ser santificada para ser admitida a lo más profundo de la Vida un día. Día que, por esas cosas del designio divino, no es el último, en realidad, sino el primero, el primero y el eterno..., porque nuestro Paso será como esta Pascua del Señor, ya que Él es el Camino y nosotros somos sarmientos suyos.
Muchos son los obstáculos por los cuales caemos, pero, en esto coincidimos seguro: la gracia del Señor es más fuerte y más constante (aún en espera), que el propio pecado. Para aquel que ama a Dios, el pecado pasa, pero no la religión. La reconciliación sacramental nos ayuda de una manera admirablemente maravillosa: estamos renovándonos continuamente en gracia, estamos, por así decirlo, revalidando nuestro derecho al Cielo, nuestro derecho a ser de Cristo. Entonces, si tenemos a nuestro alcance la clave y el Verbo, ¡¿cómo no vamos a optar cambiar y ser mejores hijos?!. De estar junto a Él vinimos, y a estar junto a Él nos dirijimos, no porque elijamos ir y venir como cuando decidimos hacer el mal, sino porque Él nos ama y quiere tenernos consigo. Pero para esto debemos santificarnos, es decir, caminar depurándonos en las obras y el corazón; y todo por amor.
Nunca voy a entender acabadamente esa Voluntad hermosa que Dios tiene si no es en la fe: Dios es Amor y nos ama. Asomémeonos al sepulcro donde la misma muerte fue destruída, como Juan, pero entremos, luego, con la fe en aquel que nos ama y nos ha hecho amigos librándonos de las cadenas, siguiendo a Pedro, es decir caminando tras los pasos de fe y verdad de la Iglesia; así también veremos y creeremos lo que creyeron nuestros padres, que dieron también su sangre, como Cristo, por la fe verdadera. Y aunque todavía no comprendamos y veamos como en un espejo, confusamente, algún día veremos al Señor cara a cara, y entonces entenderemos la verdad como la conoce el Creador, y los misterios rutilarán en nuestra frente con el sello del Señor. Pero ahora, levantémonos, y caminemos, con Fe, con Esperanza y con AMOR.

martes, 19 de marzo de 2013

Solemnidad de San José, esposo de la Santísima Virgen María


+ Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo
                                                                                                                                    Mt. 1, 16. 18-21. 24a

Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo.
Este fue el origen de Jesucristo: María, su Madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque Él salvará a su Pueblo de todos sus pecados". Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado.
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Oh San José, cuya protección es tan grande, tan poderosa y eficaz ante el trono de Dios. En vuestras manos entrego todos mis intereses y mis deseos. Oh San José, asistidme con vuestra poderosa intercesión. Obtened para mí, de vuestro Divino Hijo, Nuestro Señor, todas las bendiciones espirituales que necesito. A fin de que, habiendo conseguido, aquí en la tierra, la ayuda de vuestro poder celestial, pueda ofrecer mi gratitud y homenaje, al Padre más amoroso. Oh San José, nunca me cansaré de contemplaros con el Niño Jesús dormido en vuestros brazos. No me atrevo a acercarme mientras que el Niño reposa sobre vuestro corazón. Abrazadle fuertemente en mi nombre; y de parte mía, besad su fina y delicada cabecita. Luego, suplicadle que me devuelva ese beso a la hora de mi último suspiro. San José, patrón de los moribundos, rogad por nosotros. Amén.


En la Solemnidad de San José, esposo de la Virgen María, damos gracias a Dios ante todo por el Papa Francisco, señalado por el Espíritu Santo hace seis días para suceder a Benedicto XVI en la Cátedra de San Pedro Apóstol. Este día recordamos vivamente al gran Patriarca como protector de la Sagrada Familia y de la Iglesia Santa, que es la familia mística de Dios. Le pedimos amar más y ser mayores devotos de la Santísima Virgen, Madre de Dios y que podamos ser buenos hermanos en Cristo nuestro Señor.
Hoy, el Papa, en su homilía de inicio del pontificado, habló de San José como custodio de la Iglesia y custodio del Señor en su infancia y adolescencia. Nos exhortó a no temer la bondad y la ternura, señalando que no son signos de debilidad, sino de fortaleza. Afirmó que Dios no quiere una casa construída por el hombre, sino la fidelidad a su Palabra y a su Designio y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu. El mensaje es claro, nos toca a nosotros, los hijos de Dios escuchar a Cristo en el corazón de su Vicario y obrar la Voluntad del Señor. 
Por la fe José aceptó con obediencia el designio del Señor y la bendición de ser padre adoptivo del Hijo de Dios; avisado por el angel en sueños del nacimiento de Cristo, creyó, y protegiendo a la Virgen Madre y al Niño Dios en su seno se encaminó lejos de la amenaza del asesino para que el que es la Vida nazca hecho hombre del vientre virginal de María y de la Vida a la humanidad. Custodiando la fe de los Patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, y en el linaje de David, de la tribu de Leví, fue elegido para cuidar al Mesías de la Promesa encarnado en pobreza máxima, hecho hombre siendo Dios. Es la custodia que nos pide el Santo Padre: custodiar a Cristo para poder custodiar a nuestros hermanos, y custodiarnos nosotros mismos para abrirse a los demás. es decir, debemos custodiar a Cristo en nosotros, comulgar el cuerpo del Señor con corazón cristiano y vivir la fe desde lo profundo de nuestras almas sirviendo al Señor desde el corazón, porque, como dice S.S. Francisco, "sólo el que sirve con amor sabe custodiar". Eso es lo que debemos construir: no lo exterior de una casa, o un templo de piedra magníficamente labrada, sino un corazón de fuego, labrado en el amor del Amor, cuyo lema sea la humildad y la Misericordia, virtudes que el nuevo Sumo Pontífice ya señala a la Iglesia para su peregrinar en este año de la fe. La humildad de San José es quizá más marcada que la de la Santísima Virgen, sin desmerecer la gloria de la Madre de Dios. Nótese que el esposo de la Virgen Madre aparece casi en silencio absoluto en las Sagradas Escrituras aunque la piedad cristiana siempre lo ha tenido como protector y hombre santo después de Ella. Esa humildad y silencio me recuerda la figura de Santo Domingo de Guzmán, nuestro padre, que, aún sin haber dejado escritos, y a pesar de haber sido casi abandonado en un principio por sus propios hijos después de su muerte, es una estrella refulgente como el sol al cual un Papa señaló, como es el caso de San José, que fue nombrado Patrono de la Iglesia por el Papa Pío IX.
San José es signo de Fe y obediencia, intercesor y custodio de la Iglesia. Con fe y obediencia obró al servicio de Dios y su poder de intercesión es tan grande como su humildad, por esto mismo debemos entender las palabras de Francisco, el Papa-Sol, que nos dice claramente: "nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio", y el servicio debe ser siempre iluminado y construido en el amor, amor a Dios y al prójimo por Dios.

jueves, 7 de marzo de 2013

Santas Felicidad y Perpetua Mártires

Un 7 de marzo como hoy dos mujeres cristianas del norte de áfrica eran coronadas mártires en los cielos y santificadas por su testimonio de fe. Era el año 203 de la era cristiana. Perpetua, una joven casada, y Felicidad, su esclava, junto a Revocato, esclava compañera de Felidicad; Saturnino, Segundo y Sáturo, bajo la persecución de Séptimo Severo daban su sangre por Cristo y se sumaban a la larga lista de los mártires cristianos de los primeros siglos que con el último y más precioso testimonio de fe defendieron la Comunión de los Santos vivificándola con sus propias vidas. La historia transcurre en la antigua Cartago; el emperador había decretado duras penas para los súbditos que se convirtieran al cristianismo, y entre los primeros cristianos estaban las santas cuya memoria celebramos hoy. Antes de ser llevadas a prisión fueron bautizados los catecúmenos. Y una vez en reclusión Perpetua enfrentó la oscuridad del calabozo, la opresión, el llanto de su hijito y las penas más agudas de una familia destruída por los tiranos romanos: su padre, pagano, la inducía a apostatar; su madre cristiana fue a visitarla a la cárcel, no sin mucha dificultad, ya que estaba prohibida la visita a los prisioneros, y en los últimos momentos intentó consolar a su hija y a su nieto, al cual tomó en brazos, sabiendo que estaba próxima la muerte de Perpetua. La madre crió al bebé hasta su sentencia final y luego el niño fue regresado a su familia, bajo el cuidado de los abuelos.
A continuación les propongo la lectura del acta de martirio de las santas y los santos, la cual fue atribuída a Tertuliano, pero no hay pruebas que demuestren su autoría.


“Fueron detenidos los adolescentes catecúmenos Revocato y Felicidad, ésta compañera suya de servidumbre; Saturnino y Secúndulo, y entre ellos también Vibia Perpetua, de noble nacimiento, instruida en las artes liberales, legítimamente casada, que tenía padre, madre y dos hermanos, uno de éstos catecúmeno como ella, y un niño pequeñito al que alimentaba ella misma. Contaba unos veintidós años. A partir de aquí, ella misma narró punto por punto todo el orden de su martirio (y yo lo reproduzco, tal como lo dejó escrito de su mano y propio sentimiento).
“Cuando todavía -dice- nos hallábamos entre nuestros perseguidores, como mi padre deseara ardientemente hacerme apostatar con sus palabras y, llevado de su cariño, no cejara en su empeño de derribarme:
- Padre –le dije-, ¿ves, por ejemplo, ese utensilio que está ahí en el suelo, una orza o cualquier otro?
- Lo veo –me respondió. - ¿Acaso puede dársele otro nombre que el que tiene? - No.
- Pues tampoco yo puedo llamarme con nombre distinto de lo que soy: cristiana. […]
De allí a unos días, se corrió el rumor de que íbamos a ser interrogados. Vino también de la ciudad mi padre, consumido de pena, se acercó a mí con la intención de derribarme y me dijo:
- Compadécete, hija mía, de mis canas; compadécete de tu padre, si es que merezco ser llamado por ti con el nombre de padre. Si con estas manos te he llevado hasta esa flor de tu edad, si te he preferido a todos tus hermanos, no me entregues al oprobio de los hombres. Mira a tus hermanos; mira a tu madre y a tu tía materna; mira a tu hijito, que no ha de poder sobrevivir. Depón tus ánimos, no nos aniquiles a todos, pues ninguno de nosotros podrá hablar libremente, si a ti te pasa algo.
Así hablaba como padre, llevado de su piedad, a par que me besaba las manos, se arrojaba a mis pies y me llamaba, entre lágrimas, no ya su hija, sino su señora. Y yo estaba transida de dolor por el caso de mi padre, pues era el único de toda mi familia que no había de alegrarse de mi martirio. Y traté de animarlo, diciéndole:
- Allá en el estrado sucederá lo que Dios quisiere; pues has de saber que no estamos puestos en nuestro poder sino en el de Dios. Y se retiró de mi lado, sumido en la tristeza.
Otro día, mientras estábamos comiendo, se nos arrebató súbitamente para ser interrogados, y llegamos al foro o plaza pública. Inmediatamente se corrió la voz por los alrededores de la plaza, y se congregó una muchedumbre inmensa. Subimos al estrado. Interrogados todos los demás, confesaron su fe. Por fin me llegó a mí también el turno. Y de pronto apareció mi padre con mi hijito en los brazos, y me arrancó del estrado, suplicándome:
- Compadécete del niño chiquito. Y el procurador Hilariano, que había recibido a la sazón el ius gladii o poder de vida y muerte, en lugar del difunto procónsul Minucio Timiniano:
- Ten consideración – dijo- a las canas de tu padre; ten consideración a la tierna edad del niño. Sacrifica por la salud de los emperadores.
Y yo respondí: - No sacrifico.
- Luego ¿eres cristiana?
- Sí, soy cristiana.
Y como mi padre se mantenía firme en su intento de derribarme, Hilariano dio orden de que se lo echara de allí, y aun le golpearon. Yo sentí los golpes de mi padre como si a mí misma me hubieran apaleado. Así me dolí también por su infortunada vejez.
[…] Luego, al cabo de unos días, Pudente, soldado lugarteniente, oficial de la cárcel, empezó a tenernos gran consideración, por entender que había en nosotros una gran virtud. Y así, admitía a muchos que venían a vernos con el fin de aliviarnos los unos a los otros. Mas cuando se aproximó el día del espectáculo, entró mi padre a verme, consumido de pena, y empezó a mesarse su barba, a arrojarse por tierra, pegar su faz en el polvo, maldecir de sus años y decir palabras tales, que podían conmover la creación entera. Yo me dolía de su infortunada vejez.
[…] En cuanto a Felicidad, también a ella le fue otorgada gracia del Señor, del modo que vamos a decir: Como se hallaba en el octavo mes de su embarazo (pues fue detenida encinta), estando inminente el día del espectáculo, se hallaba sumida en gran tristeza, temiendo se había de diferir su suplicio por razón de su embarazo (pues la ley veda ejecutar a las mujeres embarazadas), y tuviera que verter luego su sangre, santa e inocente, entre los demás criminales. Lo mismo que ella, sus compañeros de martirio estaban profundamente afligidos de pensar que habían de dejar atrás a tan excelente compañera, como caminante solitaria por el camino de la común esperanza. Juntando, pues, en uno los gemidos de todos, hicieron oración al Señor tres días antes del espectáculo. Terminada la oración, sobrecogieron inmediatamente a Felicidad los dolores del parto. Y como ella sintiera el dolor, según puede suponerse, de la dificultad de un parto trabajoso de octavo mes, díjole uno de los oficiales de la prisión:
- Tú que así te quejas ahora, ¿qué harás cuando seas arrojada a las fieras, que despreciaste cuando no quisiste sacrificar?
Y ella respondió: - Ahora soy yo la que padezco lo que padezco; mas allí habrá otro en mí, que padecerá por mí, pues también yo he de padecer por Él. Y así dio a luz una niña, que una de las hermanas crió como hija.
[…] Como el tribuno los tratara con demasiada dureza, pues temía, por insinuaciones de hombres vanos, no se le fugaran de la cárcel por arte de no sabemos qué mágicos encantamientos, se encaró con él Perpetua y le dijo:
- ¿Cómo es que no nos permites alivio alguno, siendo como somos reos nobilísimos, es decir, nada menos que del César, que hemos de combatir en su natalicio? ¿O no es gloria tuya que nos presentemos ante él con mejores carnes? El tribuno sintió miedo y vergüenza, y así dio orden de que se los tratara más humanamente, de suerte que se autorizó a entrar en la cárcel a los hermanos de ella y a los demás, y que se aliviaran mutuamente; más que más, ya que el mismo Pudente había abrazado la fe.
[…] Mas contra las mujeres preparó el diablo una vaca bravísima, comprada expresamente contra la costumbre. Así, pues, despojadas de sus ropas y envueltas en redes, eran llevadas al espectáculo. El pueblo sintió horror al contemplar a la una, joven delicada, y a la otra, que acababa de dar a luz. Las retiraron, pues y las vistieron con unas túnicas. La primera en ser lanzada en alto fue Perpetua, y cayó de espaldas; pero apenas se incorporó sentada, recogiendo la túnica desgarrada, se cubrió la pierna, acordándose antes del pudor que del dolor. Luego, requerida una aguja, se ató los dispersos cabellos, pues no era decente que una mártir sufriera con la cabellera esparcida, para no dar apariencia de luto en el momento de su gloria. Así compuesta, se levantó, y como viera a Felicidad tendida en el suelo, se acercó, le dio la mano y la levantó. Ambas juntas se sostuvieron en pie, y, vencida la dureza del pueblo, fueron llevadas a la puerta Sanavivaria. Allí, recibida por cierto Rústico, a la sazón catecúmeno, íntimo suyo, como si despertara de un sueño (tan absorta en el Espíritu había estado), empezó a mirar en torno suyo, y con estupor de todos, dijo:
- ¿Cuándo nos echan esa vaca que dicen? Y como le dijeran que ya se la habían echado, no quiso creerlo hasta que reconoció en su cuerpo y vestido las señales de la acometida. Luego mandó llamar a su hermano, también catecúmeno, y le dirigió estas palabras:
- Permaneced firmes en la fe, amaos los unos a los otros y no os escandalicéis de nuestros sufrimientos.
[…] Mas como el pueblo reclamó que salieran al medio del anfiteatro para juntar sus ojos, compañeros del homicidio, con la espada que había de atravesar sus cuerpos, ellos espontáneamente se levantaron y se trasladaron donde el pueblo quería. Antes se besaron unos a otros, a fin de consumar el martirio con el rito solemne de la paz. Todos, inmóviles y en silencio, se dejaron atravesar por el hierro; pero señaladamente Sáturo (que era quien los había introducido en la fe y que se había entregado voluntariamente al conocer su encarcelamiento para compartir así su suerte), como fue el primero en subir la escalera y en su cúspide estuvo esperando a Perpetua, fue también el primero en rendir su espíritu. En cuanto a ésta, para que gustara algo de dolor, dio un grito al sentirse punzada entre los huesos. Entonces ella misma llevó a su garganta la diestra errante del gladiador novicio. Tal vez mujer tan excelsa no hubiera podido ser muerta de otro modo, como quien era temida del espíritu inmundo, si ella no hubiera querido. ¡Oh fortísimos y beatísimos mártires! ¡Oh de verdad llamados y escogidos para gloria de nuestro Señor Jesucristo! El que esta gloria engrandece, honra y adora, debe ciertamente leer también estos ejemplos, que no ceden a los antiguos, para edificación de la Iglesia, a fin de que también las nuevas virtudes atestigüen que es uno solo y siempre el mismo Espíritu Santo el que obra hasta ahora, y a Dios Padre omnipotente y a su Hijo Jesucristo, Señor nuestro, a quien es claridad y potestad sin medida por los siglos de los siglos. Amén.”
(BAC, D. RUIZ BUENO, ACTAS DE LOS MÁRTIRES, 419-440)



sábado, 23 de febrero de 2013

San Policarpo, Obispo y Mártir

Nacido aproximadamente el año 69 (probablemente en Grecia antigua) y fallecido el año 155, San Policarpo, padre apostólico, fue discípulo de San Juan Apóstol y evangelista y maestro de San Ireneo de Lyon (nacido en Esmirna, ciudad antigua de la actual Turquía) y de San Papías de Hierápolis, entre otros. El santo mártir fue Obispo de Esmirna y, además de sus escritos y de su martirio se puede decir, como algo relevante en su vida, que viajó a Roma para tratar con el Papa San Aniceto la unificación de la fecha de la Pascua del Señor para los cristianos orientales y occidentales, aunque su intervención, en defensa de la tradición oriental, no tuvo éxito
Entre sus escritos se puede citar el que ha llegado a nosotros en versión griega incompleta y en versión latina completa: la carta a los filipenses (de San Policarpo, no ha de ser confundida con la carta pastoral de las sagradas Escrituras cuyo autor es San Pablo de Tarso); el resto de sus obras se conocen por San Ireneo, quien las nombra y habla de ellas.
Policarpo conoció a San Ignacio de Antioquía, tal como lo demuestra una carta de este último santo Obispo mártir al Obispo de esmirna, y estuvo besando sus cadenas cuando el antioqueno se dirigía a Roma en cautiverio para ser martirizado.
El martirio de San Policarpo tiene lugar en Esmirna el 23 de febrero de 155 en la hora octava (primeras horas de la tarde después del mediodía), siendo Papa San Aniceto y Emperador de Roma Antonino Pío, bajo el proconsulado de Estacio Quadrato. El Acta de martirio del santo detalla el diálogo entre el procónsul Estacio y él, y los hechos de aquel día en que Dios manifestó su fidelidad obrando un milagro en el martirio de este sucesor de los Apóstoles y discípulo del discípulo amado del Señor. El Acta es una carta de los cristianos de Esmirna dirigida a los cristianos de Filadelfia y comienza con un relato de la persecución y el heroísmo de los mártires. Notorio entre ellos fue un tal Germánico, que animó al resto, y cuando fue expuesto a las fieras, les incitó a matarlo. Su muerte excitó la furia de la multitud, y se alzó el grito “Fuera con los ateos; que busquen a Policarpo”. Pero hubo un tal Quinto, que por su propia voluntad se había entregado a los perseguidores. Cuando vio a las fieras perdió el valor y apostató. “Por lo cual”, comentan los autores de la epístola, “no alabamos a los que se entregan, puesto que el Evangelio no nos lo enseña así”. Policarpo fue persuadido por sus amigos a dejar a la ciudad y ocultarse en una granja. Aquí pasó su tiempo en oración, “y mientras rezaba cayó en un trance tres días antes de su aprehensión; y vio su almohada ardiendo con fuego. Y se volvió y dijo a los que estaban con él, ‘debe ser que seré quemado vivo’”. Cuando sus perseguidores estaban tras su rastro se fue a otra granja. Al ver que se había ido torturaron a dos jóvenes esclavos, y uno de ellos reveló su escondite. Herodes, jefe de la policía, envió un grupo de hombres a detenerle el viernes por la tarde. Aún era posible la huída, pero el anciano rehusó escapar, diciendo, “hágase la voluntad de Dios”. Bajó a encontrar a sus perseguidores, conversó afablemente con ellos, y mandó que les pusieran comida. Mientras estaban comiendo rezó “recordando a todos, altos y bajos, a los que se había encontrado en algún momento, y a la Iglesia Católica de todo el mundo”. Luego fue llevado afuera. Herodes y el padre de Herodes, Nicetas, se le reunieron y lo llevaron en su carruaje, donde intentaron inducirlo a que salvara su vida. Viendo que no podían persuadirlo, lo hicieron salir del carruaje con tanta prisa que se magulló la espinilla. Siguió a pie hasta que llegaron al Estadio, donde una gran multitud se había reunido, al oír la noticia de su aprehensión. “Cuando Policarpo entró en el Estadio le llegó una voz del cielo: ‘Sé fuerte, Policarpo, y haz papel de hombre.’ Y nadie vio al que hablaba, pero los de nuestra gente que estaban presentes oyeron la voz.” Fue al procónsul, cuando le urgía a maldecir a Cristo, al que Policarpo dio su célebre respuesta: “Ochenta y seis años le he servido, y no me ha hecho daño. ¿Cómo puedo entonces maldecir a mi Rey que me salvó?” Cuando el procónsul hubo terminado con el prisionero era demasiado tarde para echarlo a las fieras, pues los juegos habían acabado. Se decidió, por tanto, quemarlo vivo. La multitud se encargó de reunir el combustible, “ayudando en esto con celo muy especial los judíos, como es su costumbre” (cf. el Martirio de Pionio. El fuego, “como la vela de un navío henchida por el viento, hizo un muro alrededor del cuerpo” del mártir, dejándolo ileso. Se ordenó al verdugo que lo apuñalara, y acto seguido, “salió tal cantidad de sangre que apagó el fuego”.
Los huesos del mártir fueron recogidos por los cristianos, y enterrados en un lugar adecuado. actualmente sus reliquias pueden hallarse en el monte Athos, en Grecia, en Gautegiz Arteaga, ciudad del País Vasco, Pittsburgh, Estados Unidos, entre otros sitios geográficos
Para mayor información sobre este Santo se puede consultar la Enciclopedia Católica, de la cual se ha tomado un fragmento para la edición de este artículo.