Entre sus escritos se puede citar el que ha llegado a nosotros en versión griega incompleta y en versión latina completa: la carta a los filipenses (de San Policarpo, no ha de ser confundida con la carta pastoral de las sagradas Escrituras cuyo autor es San Pablo de Tarso); el resto de sus obras se conocen por San Ireneo, quien las nombra y habla de ellas.
Policarpo conoció a San Ignacio de Antioquía, tal como lo demuestra una carta de este último santo Obispo mártir al Obispo de esmirna, y estuvo besando sus cadenas cuando el antioqueno se dirigía a Roma en cautiverio para ser martirizado.
El martirio de San Policarpo tiene lugar en Esmirna el 23 de febrero de 155 en la hora octava (primeras horas de la tarde después del mediodía), siendo Papa San Aniceto y Emperador de Roma Antonino Pío, bajo el proconsulado de Estacio Quadrato. El Acta de martirio del santo detalla el diálogo entre el procónsul Estacio y él, y los hechos de aquel día en que Dios manifestó su fidelidad obrando un milagro en el martirio de este sucesor de los Apóstoles y discípulo del discípulo amado del Señor. El Acta es una carta de los cristianos de Esmirna dirigida a los cristianos de Filadelfia y comienza con un relato de la persecución y el heroísmo de los mártires. Notorio entre ellos fue un tal Germánico, que animó al resto, y cuando fue expuesto a las fieras, les incitó a matarlo. Su muerte excitó la furia de la multitud, y se alzó el grito “Fuera con los ateos; que busquen a Policarpo”. Pero hubo un tal Quinto, que por su propia voluntad se había entregado a los perseguidores. Cuando vio a las fieras perdió el valor y apostató. “Por lo cual”, comentan los autores de la epístola, “no alabamos a los que se entregan, puesto que el Evangelio no nos lo enseña así”. Policarpo fue persuadido por sus amigos a dejar a la ciudad y ocultarse en una granja. Aquí pasó su tiempo en oración, “y mientras rezaba cayó en un trance tres días antes de su aprehensión; y vio su almohada ardiendo con fuego. Y se volvió y dijo a los que estaban con él, ‘debe ser que seré quemado vivo’”. Cuando sus perseguidores estaban tras su rastro se fue a otra granja. Al ver que se había ido torturaron a dos jóvenes esclavos, y uno de ellos reveló su escondite. Herodes, jefe de la policía, envió un grupo de hombres a detenerle el viernes por la tarde. Aún era posible la huída, pero el anciano rehusó escapar, diciendo, “hágase la voluntad de Dios”. Bajó a encontrar a sus perseguidores, conversó afablemente con ellos, y mandó que les pusieran comida. Mientras estaban comiendo rezó “recordando a todos, altos y bajos, a los que se había encontrado en algún momento, y a la Iglesia Católica de todo el mundo”. Luego fue llevado afuera. Herodes y el padre de Herodes, Nicetas, se le reunieron y lo llevaron en su carruaje, donde intentaron inducirlo a que salvara su vida. Viendo que no podían persuadirlo, lo hicieron salir del carruaje con tanta prisa que se magulló la espinilla. Siguió a pie hasta que llegaron al Estadio, donde una gran multitud se había reunido, al oír la noticia de su aprehensión. “Cuando Policarpo entró en el Estadio le llegó una voz del cielo: ‘Sé fuerte, Policarpo, y haz papel de hombre.’ Y nadie vio al que hablaba, pero los de nuestra gente que estaban presentes oyeron la voz.” Fue al procónsul, cuando le urgía a maldecir a Cristo, al que Policarpo dio su célebre respuesta: “Ochenta y seis años le he servido, y no me ha hecho daño. ¿Cómo puedo entonces maldecir a mi Rey que me salvó?” Cuando el procónsul hubo terminado con el prisionero era demasiado tarde para echarlo a las fieras, pues los juegos habían acabado. Se decidió, por tanto, quemarlo vivo. La multitud se encargó de reunir el combustible, “ayudando en esto con celo muy especial los judíos, como es su costumbre” (cf. el Martirio de Pionio. El fuego, “como la vela de un navío henchida por el viento, hizo un muro alrededor del cuerpo” del mártir, dejándolo ileso. Se ordenó al verdugo que lo apuñalara, y acto seguido, “salió tal cantidad de sangre que apagó el fuego”.
Los huesos del mártir fueron recogidos por los cristianos, y enterrados en un lugar adecuado. actualmente sus reliquias pueden hallarse en el monte Athos, en Grecia, en Gautegiz Arteaga, ciudad del País Vasco, Pittsburgh, Estados Unidos, entre otros sitios geográficos
Para mayor información sobre este Santo se puede consultar la Enciclopedia Católica, de la cual se ha tomado un fragmento para la edición de este artículo.