jueves, 14 de febrero de 2013

Jueves de ceniza


+ Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
                                                                                                          Lc. 9, 22-25         

Jesús dijo a sus discípulos: "El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día".
Después dijo a todos: "El que quiera venir detrás de mi, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si se pierde o se arruina a sí mismo?"

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Ayer comenzamos la Cuaresma con el ayuno y abstinencia propios de este tiempo de conversión, en que los cristianos miramos en nuestro interior todo lo que debemos purificar para proponernos agradar a nuestro buen Padre Dios y ser mejores hijos en Cristo. El signo de la imposición de cenizas que recibíamos es el gesto que nos llama al examen de conciencia, que, en este tiempo fuerte, nos hará peregrinar en los pasos de Cristo hacia la Pascua y nos servirá como motor para crecer en las virtudes que sabemos mejores para nuestras vidas y para la vida de la Iglesia.
Muchos son los aspectos de este comienzo que quiero destacar, como la humildad, para dejarnos crear un corazón puro, la justicia para servir a Dios y a los hombres como buenos discípulos y hermanos, la caridad, fuente de nuestra actividad humana y cristiana querida por Dios y la austeridad para vivir con prudencia en este mundo temporal que es pasajero.
Este día quiero tener presente a nuestro querido Papa Bendicto XVI, quien el pasado 11 de febrero pronunciaba su renuncia formal a la sede petrina para el 28 de febrero próximo. Y es que su servicio, su amor por la Iglesia, su humildad y honestidad lo hacen un modelo de cristiano y un ejemplo de Sumo Pontífice siempre atento a los cuidados más propicios para el rebaño del Señor. Hoy sabemos que corren tiempos tormentosos en la vida social globalizada. La ética y la moral, legado de oro de nuestros padres, ya no parece tener el respeto de los ciudadanos ni de los gobernantes. La cultura de la muerte y del egoísmo amenazan la dignidad humana más básica y, con todo, la secularización y el paganismo cierran a los hombres su cercanía, siquiera, a Dios. Recemos por Joseph Ratzinger, el buen Pastor que dirigió la barca con tanta sabiduría y con tanta dedicación y firmeza; recemos también por el nuevo Papa que vendrá, y que este tiempo de Cuaresma podamos crecer en amor al Señor y a la Iglesia y nos preguntemos profundamente, y en lo más hondo del corazón, si somos cristianos, ¿cuál será nuestra misión para este año de la FE?, ¿cómo acompaño a mis hermanos preparando el corazón?, ¿sigo yo la voz del mundo, ciego y violentamente egoísta, o sigo a Cristo y por lo tanto amo a Dios, al Sumo Pontífice y a mis hermanos?, ¿comulgaré esta Pascua el Cuerpo de Cristo después de una buena confesión?...
Preguntas, preguntas y... respuestas: Dios llama; el hombre... ¿abrirá su corazón?.
La conmemoración de los santos griegos Cirilo y Metodio llevan hoy una clave para intensificar nuestra búsqueda de Dios en la firme proposición de cambio. Metodio, obispo de Moravia y hermano mayor de un total de siete hermanos, y Cirilo, el menor de los siete, monje. La vida activa y la contemplativa se unen en servicio a Dios y a los hombres; estos santos son los evangelizadores de las regiones eslavas de aquellos días (mediados del siglo IX) y son los autores del alfabeto cirílico, usado en la actualidad por hablantes de lengua checa, rusa, bielorrusa, moldava, ucraniana, etc. La clave está en la unión del Cuerpo místico que con sus aspectos de vida contemplativa y activa deben abrirse a la nueva evangelización, de la que bien habló Benedicto XVI ya en el motu proprio “Ubicumque et semper”, y deben mirar a ser misioneros partiendo desde una vida eclesial más comprometida y digna de ser imitada (como propone el Papa en su carta “Porta Fidei”). Esta cuaresma debe llevar impresa el sello del celo apostólico y de la conversión para la santificación personal y la del mundo. Corresponde en primer lugar al clero todo convencerse y convencer sobre la necesidad de cambio interior y vuelta a la humilde y regia condición de CRISTIANOS, sobre el modo puedo decir que, si bien es cierto que debemos llegar a los corazones desde el amor y con la Sabiduría como don del Espíritu Santo, no es menos cierto que la sabiduría que viene del intelecto es útil al fin mayor y necesaria para acompañar la enseñanza del evangelio. Sobre todo en un mundo en que se cuestiona la fe con sofismas fuertemente errados pero, a la vez, meditadamente convincentes para los más pequeños en la fe. En este sentido es bueno traer a colación a estos santos que, sin descuidar del amor a Dios y a los hermanos, y sin dormir en fribolidad el Evangelio predicaron misionando para la conversión de todo un imperio con la Sabiduría que viene de Dios y con la erudición que adquirieron para enseñar la Verdad desde y hacia el corazón y la razón al mismo tiempo.
En este tiempo se recuerda que las obras exteriores deben ser el ayuno, la misericordia y la limosna.
Todo eso ayuda a nuestra vida interior y ayuda a los demás desde el gesto hasta el núcleo de la espiritualidad cristiana. Ser misericordiosos, austeros y solidarios nos hace bien y da a los demás un ejemplo deseable de imitación. Es cierto esa frase que leí un día en un retiro espiritual “Algunos no conocerán otro evangelio más que tu vida” y de eso se trata, de evangelizar con el testimonio de vida, glorificando a Dios y forjando en el fuego del mundo la paz.
San León Magno dice en uno de sus sermones de cuaresma “Los ángeles dijeron: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad; con ello nos enseñaron que todo aquel que por amor se compadece de cualquier miseria ajena se enriquece, no sólo con la virtud de su buena voluntad, sino también con el don de la paz”. Es por esto que se exhorta a la misericordia al pueblo peregrino; cuaresma es conversión, vuelta a Dios, esperanza y perdón de Dios al hombre y del hombre al hombre. Volvamos el corazón al Padre y perdonemos de todo corazón las ofensas de nuestros enemigos, que muchas veces olvidamos que son nuestros hermanos..., la Paz que nos da Cristo es la promesa cumplida en sí mismo y en la Santísma Virgen, Reina de la condición regia de los cristianos, madre de la Misericordia y Maestra de la humildad, de esa humildad que sabe de la condición de la criatura con respecto a l creador y por ello se solidariza con los hombres reconciliándolos entre ellos con el ósculo de la paz. Hombre, sabete cristiano: discípulo del Gran Maestro, y apóstol de la Verdad, la Verdad es Cristo, la Verdad es Padre, Hijo y Espírtiu Santo, que quiso darnos su Vida y nos redimió sangre en Cruz del Hijo Amado. Convirtámonos, hermanos, porque el reino de Dios está cerca, seamos uno como el Padre y el Hijo son unocon el Espíritu de Amor y de Verdad, seamos hermanos, seamos cristianos y vivamos la misericordia desde el corazón encendido en Dios y con la purificación espiritual que obra la Eucaristía y que acompañan las virtudes por las cuales perfeccionamos los dones del Espíritu. Vivamos, obremos y llevemos las cosas santas: vida y obra, crecimiento espiritual y atento a la verdad que sólo vive entre aquellos que fueron y son bautizados bajo la sucesión apostólica, en la Iglesia católica, la única, la que guarda el depósito de la Fe.
A propósito de la conversión debemos mirar el núcleo del corazón, allí donde Él habita, porque donde Dios habla nuetra existencia toma sentido, y lo que Dios dice es Palabra de verdad y es fuente de Vida. Sabemos que en las almas de todos los hombres hay una voz que guía el obrar humano; la llamamos ley natural, y con ella sabemos distinguir lo bueno y lo malo para obrar lo que nos hace felices, y lo que nos hace felices, verdaderamente felices, es el bien. Pero el bautizado sabe que Dios le habla en el corazón, ahí donde la comunión sentó un templo vivo para el Señor. Comulgar el Cuerpo de Cristo es alimentarse para la escucha necesaria en esta cuaresma, para convertirse y abrir nuestra vida a la Vida. “Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo. ” Jn. 17, 3 y el que conoce al Señor ha visto la Gloria, y sus días son bendecidos porque sabe de lo caduco que es el mundo y vive en miras a alcanzar la Patria feliz.
Como ayuda para nuestra conversión y nuestro crecimiento tenemos los diez mandamientos, el decálogo, y la Palabra de Jesús que nos habla: “Si quieres entrar en la Vida eterna, cumple los Mandamientos” Mt. 19, 17.
En la primera lectura de hoy, del libro del Deuteronomio, Moisés le habla al pueblo judío que se dirigía hacia la tierra prometida en estos términos: “Hoy pongo delante de tí la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha. Si escuchas los mandamientos del Señor, tu Dios, que hoy te prescribo, si amas al Señor, tu Dios, y cumples sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, entonces vivirás, te multiplicarás, y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde ahora vas a entrar para tomar posesión de ella.”. Este comienzo de la cuaresma nos pone el corazón y la conciencia en vigilancia: elegiremos la vida o la muerte espiritual, la felicidad o la ruina. Así como los judíos se disponían para la Pascua, encaminados por Moisés para cruzar el Jordán, nosotros en cuaresma nos disponemos para celebrar una Pascua de Resurrección y de Gloria dentro de cuarenta días. Nuestro guía es Dios, el mismo Cristo y nuestro paso firme es obrar lo que es bueno para llegar a la Vida, y esto por medio de los mandamientos, que no son normas e imposiciones crueles sino ayudas justas y necesarias para alcanzar a ser como Él en santidad, algún día en nuestra última pascua, y para crecer y santificar su Nombre al tiempo que construímos junto a Él la Iglesia con verdadera vocación de hijos. En la Pascua judía, el pueblo conducido por Moisés hacia la tierra prometida se encaminaba entre luces y sombras, entre la obediencia y la desobediencia de Dios, y esto incidía en sus vidas a tal punto que en la desobediencia sufrían por alejarse del Señor. Este pueblo debía atravezar el jordán para llegar a Israel, pero habiéndolo atravezado no se mojaron ni se humedecieron en sus aguas. Nosotros por el Bautismo del Señor ya hemos nacido a la Vida, ya cruzamos el Jordán y sus aguas nos regeneraron haciéndonos hijos por adopción. Pero la ley no fue abolida, sino que llegó a su plenitud en Cristo. Por esto es que debemos hacer nuestro camino de conversión como una renovación de la vocación crsitiana. A los judíos se les daba la promesa de una tierra en este mundo, una patria prometida a los Patriarcas y ellos debían ser fieles al señor comportándose como verdaderos elegidos. A nosotros Cristo nos abrió las puertas del Cielo y nos hizo HIJOS de su Padre; debemos por lo tanto ser fieles a Dios comportándonos como verdaderos hijos y sabiendo que la promesa es la Jerusalén celestial, la Vida eterna. Pero..., no nos engañemos, hermanos, si bien la vida santa es necesaria para llegar a contamplar la faz del Señor, no es suficiente. Porque dice Jesús “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes” Jn. 6, 53, de manera que no hay vida santa sin entrar en la comunión de los santos, y no hay vida sin tener la Vida en Cristo. La vida cristiana es vida de Amor a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Esto se cumple obrando según Dios y viviendo la fe “en” la Iglesia y “con” la Iglesia, la Misa es el alimento primordial e indispensable para la vida de gracia. ¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, […] sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche! Sal. 1, 1-2.
Así, como lo hicieron los santos Metodio y Cirilo, así como lo vive y siempre lo ha vivido Benedicto XVI, así como lo vivió la Santísima Virgen María, nos corresponde a nosotros, cristianos, llamarnos en esta cuaresma a un profundo examen de conciencia (pero no caer en los escrúpulos) y prepararnos para celebrar la pascua con un corazón limpio y abierto a Dios y a los hermanos, sabiéndonos hijos de Dios en Cristo y tomando conciencia de que somos Iglesia; debemos ser cristianos más activos, trabajando en nosotros y por nosotros y los demás, trabajando con los otros, nuestros hermannos en la fe, y animándonos a vivir el Evangelio como pide Cristo en la Iglesia. Todo con la firme certeza de que Dios obra para bien del hombre SIEMPRE, y con la firme convicción de que no se es cristiano si no se está dispuesto a seguirlo, si no se está dispuesto a ser otro cristo, que “dispersa a los sobervios de corazón y enaltece a los humildes” y nos reclama como suyos con amor entrañable diciéndonos una vez más “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvará”. Amén