+ Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
Lc. 9, 22-25
Jesús dijo a sus discípulos: "El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día".
Después dijo a todos: "El que quiera venir detrás de mi, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si se pierde o se arruina a sí mismo?"
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Ayer comenzamos la Cuaresma con el
ayuno y abstinencia propios de este tiempo de conversión, en que los
cristianos miramos en nuestro interior todo lo que debemos purificar
para proponernos agradar a nuestro buen Padre Dios y ser mejores
hijos en Cristo. El signo de la imposición de cenizas que recibíamos
es el gesto que nos llama al examen de conciencia, que, en este
tiempo fuerte, nos hará peregrinar en los pasos de Cristo hacia la
Pascua y nos servirá como motor para crecer en las virtudes que
sabemos mejores para nuestras vidas y para la vida de la Iglesia.
Muchos son los aspectos de este
comienzo que quiero destacar, como la humildad, para dejarnos crear
un corazón puro, la justicia para servir a Dios y a los hombres como
buenos discípulos y hermanos, la caridad, fuente de nuestra
actividad humana y cristiana querida por Dios y la austeridad para
vivir con prudencia en este mundo temporal que es pasajero.
Este día quiero tener presente a
nuestro querido Papa Bendicto XVI, quien el pasado 11 de febrero
pronunciaba su renuncia formal a la sede petrina para el 28 de
febrero próximo. Y es que su servicio, su amor por la Iglesia, su
humildad y honestidad lo hacen un modelo de cristiano y un ejemplo de
Sumo Pontífice siempre atento a los cuidados más propicios para el
rebaño del Señor. Hoy sabemos que corren tiempos tormentosos en la
vida social globalizada. La ética y la moral, legado de oro de
nuestros padres, ya no parece tener el respeto de los ciudadanos ni
de los gobernantes. La cultura de la muerte y del egoísmo amenazan
la dignidad humana más básica y, con todo, la secularización y el
paganismo cierran a los hombres su cercanía, siquiera, a Dios.
Recemos por Joseph Ratzinger, el buen Pastor que dirigió la barca
con tanta sabiduría y con tanta dedicación y firmeza; recemos
también por el nuevo Papa que vendrá, y que este tiempo de Cuaresma
podamos crecer en amor al Señor y a la Iglesia y nos preguntemos
profundamente, y en lo más hondo del corazón, si somos cristianos,
¿cuál será nuestra misión para este año de la FE?, ¿cómo
acompaño a mis hermanos preparando el corazón?, ¿sigo yo la voz
del mundo, ciego y violentamente egoísta, o sigo a Cristo y por lo
tanto amo a Dios, al Sumo Pontífice y a mis hermanos?, ¿comulgaré
esta Pascua el Cuerpo de Cristo después de una buena confesión?...
Preguntas, preguntas y... respuestas:
Dios llama; el hombre... ¿abrirá su corazón?.
La conmemoración de los santos griegos
Cirilo y Metodio llevan hoy una clave para intensificar nuestra
búsqueda de Dios en la firme proposición de cambio. Metodio, obispo
de Moravia y hermano mayor de un total de siete hermanos, y Cirilo,
el menor de los siete, monje. La vida activa y la contemplativa se
unen en servicio a Dios y a los hombres; estos santos son los
evangelizadores de las regiones eslavas de aquellos días (mediados
del siglo IX) y son los autores del alfabeto cirílico, usado en la
actualidad por hablantes de lengua checa, rusa, bielorrusa, moldava,
ucraniana, etc. La clave está en la unión del Cuerpo místico que
con sus aspectos de vida contemplativa y activa deben abrirse a la
nueva evangelización, de la que bien habló Benedicto XVI ya en el
motu proprio “Ubicumque et semper”, y deben mirar a ser
misioneros partiendo desde una vida eclesial más comprometida y
digna de ser imitada (como propone el Papa en su carta “Porta
Fidei”). Esta cuaresma debe llevar impresa el sello del celo
apostólico y de la conversión para la santificación personal y la
del mundo. Corresponde en primer lugar al clero todo convencerse y
convencer sobre la necesidad de cambio interior y vuelta a la humilde
y regia condición de CRISTIANOS, sobre el modo puedo decir que, si
bien es cierto que debemos llegar a los corazones desde el amor y con
la Sabiduría como don del Espíritu Santo, no es menos cierto que la
sabiduría que viene del intelecto es útil al fin mayor y necesaria
para acompañar la enseñanza del evangelio. Sobre todo en un mundo
en que se cuestiona la fe con sofismas fuertemente errados pero, a la
vez, meditadamente convincentes para los más pequeños en la fe. En
este sentido es bueno traer a colación a estos santos que, sin
descuidar del amor a Dios y a los hermanos, y sin dormir en
fribolidad el Evangelio predicaron misionando para la conversión de
todo un imperio con la Sabiduría que viene de Dios y con la
erudición que adquirieron para enseñar la Verdad desde y hacia el
corazón y la razón al mismo tiempo.
En este tiempo se recuerda que las
obras exteriores deben ser el ayuno, la misericordia y la limosna.
Todo eso ayuda a nuestra vida interior
y ayuda a los demás desde el gesto hasta el núcleo de la
espiritualidad cristiana. Ser misericordiosos, austeros y solidarios
nos hace bien y da a los demás un ejemplo deseable de imitación. Es
cierto esa frase que leí un día en un retiro espiritual “Algunos
no conocerán otro evangelio más que tu vida” y de eso se trata,
de evangelizar con el testimonio de vida, glorificando a Dios y
forjando en el fuego del mundo la paz.
San León Magno dice en uno de sus
sermones de cuaresma “Los ángeles dijeron: Gloria a Dios en el
cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad; con ello
nos enseñaron que todo aquel que por amor se compadece de cualquier
miseria ajena se enriquece, no sólo con la virtud de su buena
voluntad, sino también con el don de la paz”. Es por esto que se
exhorta a la misericordia al pueblo peregrino; cuaresma es
conversión, vuelta a Dios, esperanza y perdón de Dios al hombre y
del hombre al hombre. Volvamos el corazón al Padre y perdonemos de
todo corazón las ofensas de nuestros enemigos, que muchas veces
olvidamos que son nuestros hermanos..., la Paz que nos da Cristo es
la promesa cumplida en sí mismo y en la Santísma Virgen, Reina de
la condición regia de los cristianos, madre de la Misericordia y
Maestra de la humildad, de esa humildad que sabe de la condición de
la criatura con respecto a l creador y por ello se solidariza con los
hombres reconciliándolos entre ellos con el ósculo de la paz.
Hombre, sabete cristiano: discípulo del Gran Maestro, y apóstol de
la Verdad, la Verdad es Cristo, la Verdad es Padre, Hijo y Espírtiu
Santo, que quiso darnos su Vida y nos redimió sangre en Cruz del
Hijo Amado. Convirtámonos, hermanos, porque el reino de Dios está
cerca, seamos uno como el Padre y el Hijo son unocon el Espíritu de
Amor y de Verdad, seamos hermanos, seamos cristianos y vivamos la
misericordia desde el corazón encendido en Dios y con la
purificación espiritual que obra la Eucaristía y que acompañan las
virtudes por las cuales perfeccionamos los dones del Espíritu.
Vivamos, obremos y llevemos las cosas santas: vida y obra,
crecimiento espiritual y atento a la verdad que sólo vive entre
aquellos que fueron y son bautizados bajo la sucesión apostólica,
en la Iglesia católica, la única, la que guarda el depósito de la
Fe.
A propósito de la conversión debemos
mirar el núcleo del corazón, allí donde Él habita, porque donde
Dios habla nuetra existencia toma sentido, y lo que Dios dice es
Palabra de verdad y es fuente de Vida. Sabemos que en las almas de
todos los hombres hay una voz que guía el obrar humano; la llamamos
ley natural, y con ella sabemos distinguir lo bueno y lo malo para
obrar lo que nos hace felices, y lo que nos hace felices,
verdaderamente felices, es el bien. Pero el bautizado sabe que Dios
le habla en el corazón, ahí donde la comunión sentó un templo
vivo para el Señor. Comulgar el Cuerpo de Cristo es alimentarse para
la escucha necesaria en esta cuaresma, para convertirse y abrir
nuestra vida a la Vida. “Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo. ” Jn. 17, 3 y el que conoce al Señor ha visto la Gloria, y sus
días son bendecidos porque sabe de lo caduco que es el mundo y vive
en miras a alcanzar la Patria feliz.
Como ayuda para nuestra conversión y
nuestro crecimiento tenemos los diez mandamientos, el decálogo, y la
Palabra de Jesús que nos habla: “Si quieres entrar en la Vida
eterna, cumple los Mandamientos” Mt. 19, 17.
En la primera lectura de hoy, del libro
del Deuteronomio, Moisés le habla al pueblo judío que se dirigía
hacia la tierra prometida en estos términos: “Hoy pongo delante de
tí la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha. Si escuchas los
mandamientos del Señor, tu Dios, que hoy te prescribo, si amas al
Señor, tu Dios, y cumples sus mandamientos, sus leyes y sus
preceptos, entonces vivirás, te multiplicarás, y el Señor, tu
Dios, te bendecirá en la tierra donde ahora vas a entrar para tomar
posesión de ella.”. Este comienzo de la cuaresma nos pone el
corazón y la conciencia en vigilancia: elegiremos la vida o la
muerte espiritual, la felicidad o la ruina. Así como los judíos se
disponían para la Pascua, encaminados por Moisés para cruzar el
Jordán, nosotros en cuaresma nos disponemos para celebrar una Pascua
de Resurrección y de Gloria dentro de cuarenta días. Nuestro guía
es Dios, el mismo Cristo y nuestro paso firme es obrar lo que es
bueno para llegar a la Vida, y esto por medio de los mandamientos,
que no son normas e imposiciones crueles sino ayudas justas y
necesarias para alcanzar a ser como Él en santidad, algún día en
nuestra última pascua, y para crecer y santificar su Nombre al
tiempo que construímos junto a Él la Iglesia con verdadera vocación
de hijos. En la Pascua judía, el pueblo conducido por Moisés hacia
la tierra prometida se encaminaba entre luces y sombras, entre la
obediencia y la desobediencia de Dios, y esto incidía en sus vidas a
tal punto que en la desobediencia sufrían por alejarse del Señor.
Este pueblo debía atravezar el jordán para llegar a Israel, pero
habiéndolo atravezado no se mojaron ni se humedecieron en sus aguas.
Nosotros por el Bautismo del Señor ya hemos nacido a la Vida, ya
cruzamos el Jordán y sus aguas nos regeneraron haciéndonos hijos
por adopción. Pero la ley no fue abolida, sino que llegó a su
plenitud en Cristo. Por esto es que debemos hacer nuestro camino de
conversión como una renovación de la vocación crsitiana. A los
judíos se les daba la promesa de una tierra en este mundo, una
patria prometida a los Patriarcas y ellos debían ser fieles al señor
comportándose como verdaderos elegidos. A nosotros Cristo nos abrió
las puertas del Cielo y nos hizo HIJOS de su Padre; debemos por lo
tanto ser fieles a Dios comportándonos como verdaderos hijos y
sabiendo que la promesa es la Jerusalén celestial, la Vida eterna.
Pero..., no nos engañemos, hermanos, si bien la vida santa es
necesaria para llegar a contamplar la faz del Señor, no es
suficiente. Porque dice Jesús “Les aseguro que si no comen la
carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en
ustedes” Jn. 6, 53, de manera que no hay vida santa sin entrar en
la comunión de los santos, y no hay vida sin tener la Vida en
Cristo. La vida cristiana es vida de Amor a Dios por sobre todas las
cosas y al prójimo como a uno mismo. Esto se cumple obrando según
Dios y viviendo la fe “en” la Iglesia y “con” la Iglesia, la
Misa es el alimento primordial e indispensable para la vida de
gracia. ¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados,
[…] sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y
de noche! Sal. 1, 1-2.
Así, como lo hicieron los santos
Metodio y Cirilo, así como lo vive y siempre lo ha vivido Benedicto
XVI, así como lo vivió la Santísima Virgen María, nos corresponde
a nosotros, cristianos, llamarnos en esta cuaresma a un profundo
examen de conciencia (pero no caer en los escrúpulos) y prepararnos
para celebrar la pascua con un corazón limpio y abierto a Dios y a
los hermanos, sabiéndonos hijos de Dios en Cristo y tomando
conciencia de que somos Iglesia; debemos ser cristianos más activos,
trabajando en nosotros y por nosotros y los demás, trabajando con
los otros, nuestros hermannos en la fe, y animándonos a vivir el
Evangelio como pide Cristo en la Iglesia. Todo con la firme certeza
de que Dios obra para bien del hombre SIEMPRE, y con la firme
convicción de que no se es cristiano si no se está dispuesto a
seguirlo, si no se está dispuesto a ser otro cristo, que “dispersa
a los sobervios de corazón y enaltece a los humildes” y nos
reclama como suyos con amor entrañable diciéndonos una vez más “El
que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue
con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida,
la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvará”. Amén