+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
Jn. 3, 7b-15
Jesús dijo a Nicodemo: "Ustedes tienen que renacer de lo alto". "El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de donde viene ni a donde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu". "Cómo es posible todo esto", le volvió a preguntar Nicodemo. Jesús le respondió: "¿Tú, que eres maestro en Israel, no sabes estas cosas?. Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo?. Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en Él tengan Vida eterna".
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"El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de donde viene ni a donde va"...
Aunque muchas veces no podemos comprender los caminos del Señor, sus designios y sus proyectos, sabemos y tenemos confianza que Él nos hace descansar en verdes praderas conduciéndonos a las aguas tranquilas: sendero lleno de fruto verde que crece madurando a veces con mal clima pero que se nutre del alimento de los ángeles y espera saciarse con el agua viva con la que jamás se tendrá sed.
Nicodemo es, en este pasaje del Evangelio, la figura del cristiano que teniendo cerca de sí la Buena Nueva aún duda, y busca la verdad con sinceridad pero con temor. Temor de ser visto por terceros, temor por ser humillado por dar crédito de algo que es falso, temor por ser perseguido o por ir contra algún prejuicio mundano. Nicodemo se esconde pero, en su soledad y oculto de los demás, busca la verdad en grandes preguntas que aún cree imposibles de respuesta conciliadora con la Ley, con lo que había aprendido hasta ahora, que era anciano y maestro de Israel, y que no entendía que la antigua alianza era la raíz de un árbol más grande, un camino joven que estaba por madurar. Y a nosotros también se nos puede presentar esta inmovilidad en la duda de la fe, como le pasó a este rabino que veía signos, pero no los entendía. Es por eso que el Señor intenta abrirnos los ojos dándonos mensajes que de a poco abren el camino al entendimiento. El viento sopla, el Espíritu Santo obra, llama, bendice, y nosotros, si estamos atentos, escucharemos en nuestras almas ese sonido que nos mueve hacia afuera...; ¿el camino?..., no lo sabemos, pero Jesús no nos dejó solos, Él ya nos había prometido un Defensor para que, llenos de Él, vivamos pronto nuestro Pentecostés personal. Sabemos que estamos en Él: tú oyes su voz, pero no sabes de donde viene ni a donde va; seguilo, Él es tu Dios y es un Dios que no defrauda.
Nuestro camino cristiano comienza el día de nuestro bautismo, pero el destino del cristiano es una corona imperecedera en el horizonte, es estar junto a Dios por siempre y para eso debemos correr esta carrera. Los obstáculos suelen ser variados, pero nunca insuperables, ya que el Señor está con nosotros y su Espíritu habita en nosotros como lámpara del alma. Él es el principio y el fin, en sí mismo y en la vida del cristiano, y llama a la humanidad creada a seguirlo. Ayer celebrábamos la Solemnidad de la Anunciación; qué bueno sería para nosotros poder tomar el ejemplo confiado de la Madre de Dios y dar un sí al Señor en nuestras vidas; poder entender que todo es posible y que seguir a Dios no es caminar en tinieblas de incertidumbre, sino caminar el camino de la Fe.
Precisamente nosotros somos como el viento, también, que no entendemos acabadamente por qué hemos sido creados ni entendemos, muchas veces, el destino eterno de felicidad, y sin embargo oímos a Dios en nuestro corazón y peregrinamos en esta vida habiendo nacido del Espíritu por el Sacramento del Bautismo y alimentándonos en el camino con el Cuerpo de Cristo, que nos prometió estar siempre con nosotros hasta el fin de los tiempos. Mas, si no entendemos esto, difícilmente accederemos a los misterios de la fe, porque el que no confía en Jesús resucitado, que es verdadero Dios y verdadero hombre, no puede seguir a quien no oye ni puede avanzar en un camino que no ve; por más horizonte que busque atinar nunca estará seguro a dónde llegará. La mirada de la fe supone seguir al que es el Camino, la Verdad y la Vida, Vida que ya gustamos desde que renacemos de lo alto. Solo Cristo conoce la meta, porque Él vino de ahí para salvarnos y quiso morir en la Cruz para darnos la Vida. Nosotros debemos tener fe en Él y confiar nuestras dudas y dificultades a su Corazón sagrado y misericordioso. Si aún estamos por seguirlo, no tengamos miedo..., "acercándose al Señor, la piedra viva rechazada por los hombres, pero escogida y apreciada por Dios, también ustedes, como piedras vivas, entran en la construcción del Templo del Espíritu" (1 Pe 2, 4-5), y si aún no nos decidimos a volver al camino, pidamos al Señor que nos envíe su luz y su verdad, y que ellas nos guíen y conduzcan hasta su monte santo (es decir, hasta el altar de la Misa), hasta su morada santa (que es la Iglesia fundada sobre los Apóstoles). Así estemos distantes de Dios por el pecado o por la falta de fe, confiemos en su Amor infinito, confiemos en Él mismo que nos llama y escucha nuestra voz suplicante en las lágrimas del espíritu humano que clama al Cielo, pero con fe y esperanza reza "¿por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas?. Espera en Dios que volverás a alabarlo: 'Salud de mi rostro, Dios mío'"...