+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
Lc. 15, 3-7 Jesús dijo a los fariseos y a los escribas esta parábola: Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar a la que se había perdido, hasta encontrarla? y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido". Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
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Celebrando el Amor de Dios leemos y meditamos este Evangelio que nos habla de la misericordia del Señor con los pecadores. Dios va en busca de los que se pierden y no mira sólo en los millares de santos que tiene a su alrededor para saciar su sed de llevarse consigo a los hijos redimidos que vivan cada día el camino de conversión. Llama a cada oveja por su nombre y se ocupa de cada corazón humano creado a su imagen y semejanza. El Señor te nombra y te dice en alta voz "lo quiero, quedás sanado" cada vez que nos reconciliamos con él sacramentalmente para volver a la vida de gracia y así regresar al banquete eterno del Reino que ya está entre nosotros.
En la actualidad existe en el mundo un malestar propio de las consecuencias más graves del pecado. En muchas naciones donde no existía el amparo jurídico de prácticas aberrantes y contrarias a la voluntad de Dios, ahora surgen con estandartes de falsas victorias y bienestar sobre derechos y soluciones falaces que sólo buscan destruir la identidad humana. Hay pueblos que padecen hambre más que nunca, hay quienes sufren guerras y quienes amenazan con guerras, hay personas que no encuentran trabajo o se quedan sin él, hay generaciones postergadas en el olvido social y existe una gran problemática de orden social en muchas naciones del mundo. en todo este marco nosotros los cristianos estamos llamados a evangelizar con nuestras vidas y ejemplo pero de una forma activa y decidida, porque si al Señor le preocupa una sola oveja perdida no hay manera de omitir la necesidad de Dios que tienen los hombres en este tiempo. El Evangelio no se lleva sólo con la Palabra, sino con los ejemplos al alcance de todos, como estas parábolas que Cristo pronunció para todo el pueblo que lo escuchaba. El que oye quizá no entienda, pero el que escucha está atento y la Palabra de Dios siembra Vida en él. Estos problemas que involucran a muchos hombres en todo el mundo son preocupantes pero ayudan a llevar a cada ser a Cristo resucitado, al tiempo que nos compromete a obrar en el campo como jornaleros dedicados.
El Sagrado Corazón de Jesús es el mismo que por amor quiso hacerse como nosotros en todo menos en el pecado; es el mismo que latía de amor en los brazos de la Virgen María cuando bebé y cuando niño; es ese corazón que un día predicó en Israel la Nueva Alianza eterna; el que sintió el dolor por una humanidad dura y obstinada en las puertas de Jerusalén, el que lloró en el huerto de los olivos, el que padeció el ultraje de los incrédulos, el que enseñó a ser hombre al hombre para llevarlo en sí al cielo eterno. Ese Corazón que fue traspasado y aún así no dejó de concedernos gracias celestiales, ese mismo es el que hoy quiere llenar tu miseria y tu alma de su misericordia y don para que seas un hijo de Dios digno del nombre cristiano. Cuando uno crece y conoce a Dios en la Iglesia entiende que la misión de salir a buscar a la oveja perdida no es sólo una tarea para el Vicario de Cristo, para los Cardenales, Obispos, sacerdotes y diáconos. No, todo laico tiene el deber de dar a conocer lo vivido y comunicar la fe en los diversos ámbitos de la vida cotidiana y en las distintas épocas de la historia por más difícil que resulte esta magnífica misión. Debemos trabajar para nuestra salvación y la de los demás corrigiendo nuestras faltas y perdonándonos mutuamente al tiempo que construimos un mundo más cristiano luchando con valentía por apartar las tinieblas de donde haya humanidad. Y esto a veces significa enfrentarnos a personas que son como ovejas perdidas o, lamentablemente, como lobos en busca de ovejas. Nadie puede determinar no llevar a Dios a determinadas gentes. Todos debemos seguir al maestro que enseña predicar a todo hombre sin distinción ninguna. Algunos de nosotros tendremos más facilidad que otros en el discurso, otros en la vida ejemplar y algunos en una vida más armónica. en cualquier caso todos tenemos que celebrar el amor de Dios que se nos ha dado y ser como Él que es paciente y humilde de corazón. Y cuando las dificultades amenazan en la batalla, entonces elevemos los ojos y, por la memoria de los mártires, de los apóstoles, de la Virgen Madre y de nuestro Señor no bajemos los brazos sin dar batalla contra el enemigo, contra el pecado, sabiendo que al final la guerra está ganada pero debemos trabajar, como tantos santos, como Santo Domingo de Guzmán, por la salvación de las almas llevando en cada paso la Divina Misericordia que nos ampara y conquista nuevas tierras, y teniendo presente que si Él amo hasta dar su vida por los hombres nosotros debemos corresponder ese amor por Él y por los que están llamados a ser hermanos en unidad santa. esta parábola la dijo Cristo a los hombres más duros de entendimiento de aquel tiempo, a propósito de sus murmuraciones contra las obras de Jesús que inclinaba su corazón a los que lo necesitaban: pecadores y publicanos. El hecho es que la oveja perdida no debe ser objeto de nuestro juicio interior ni exterior ni mucho menos de murmuración contra ellos, sino de misericordia como bien señala Dios, y no detener la atención tanto en los que son justos y santos (que de hecho todos somos pecadores salvo la Santísima Virgen), sino más bien en tender la mano fraternal y corregir a los que se equivocan para su edificación y no para su ruina o servir a los demás para seguir a Cristo en su condición regia que es de servicio. Habrá otros que nos señalen porque no entenderán estas cosas, a ellos también se les da esta parábola para que cierren los ojos corporales y abran los ojos del corazón. Así, atendiendo este llamado del Dios que es Amor, atendamos también la Voz que dice "El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará". Amén