domingo, 29 de mayo de 2016

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo


+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
                                                                       Lc. 9, 11b-17

Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser sanados. Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: "Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto". Él les respondió: "Denles de comer ustedes mismos". Pero ellos dijeron: "no tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente". Porque eran al rededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: "háganlos sentar en grupos de alrededor de cincuenta personas". Y ellos hicieron sentar a todos. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.
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Los Apóstoles, preocupados por el alimento de la gente, pidieron a Cristo que despida a los congregados. Cristo había estado enseñando las cosas del Reino de Dios y sanando a los enfermos. El Señor enseña a las multitudes y sana sus dolencias, dando la dirección que deberán seguir los Doce y todos los sucesores luego. La dirección a seguir es el servicio: un servicio que no termina con la enseñanza, la predicación, sino que asiste al otro en sus necesidades concretas de la vida. El servicio es constante, como constante es la caridad, y "sin falta"; cotidianamente el cristiano comparte la vida con el prójimo ayudándolo a transitar el camino y ayudándose unos a otros llegarán a Dios.
Hoy tenemos el gran gozo de celebrar, en Argentina, la Solemnidad de Corpus Christi, o del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Nos llama el Evangelio a pensar en el alimento que nos fue dado: el propio Jesús se hace alimento eterno para el hombre. "Denles de comer ustedes mismos" es lo que les responde Cristo a los Doce cuando le piden que envíe a la asamblea a buscar alimento y albergue. El Señor pone así un vínculo entre la necesidad de alimento del pueblo y la preocupación de los Doce. Él les dirá que tomen ellos la tarea de alimentar a la multitud, y no sólo se refiere al alimento del simple trigo, sino a la donación de uno mismo: darse al otro y estar al servicio del otro será para los Apóstoles y sus sucesores una vocación que hace el propio Dios. Vemos cómo se prefigura la Iglesia, en este pasaje, Cristo que envía a sus doce Apóstoles a ocuparse de su pueblo, enseñandoles a partir el pan y a sanar las dolencias, los Doce que obedecen el mandato de Jesús y organizan la asamblea que es una pero se subdivide para poder hacer más eficiente la tarea de alimentarlos. Todo un hecho histórico bendito de simbolismo que explica lo que sucederá posteriormente y hasta nuestros días.
Servir al otro no es sólo comunicar el Evangelio, que es la tarea más importante que tiene el cristiano, sino también servir en las necesidades de un pueblo que necesita transitar la vida bajo el manto divino del Señor. El Cuerpo de Cristo que se nos da en la Eucaristía debe ser para nosotros alimento de vida eterna y sustento de hijos de Dios: así como Jesús alimentó al pueblo cristiano primitivo y les enseñó y estuvo sanando sus enfermedades, así nosotros debemos comulgar y atender las necesidades del otro, en la cotidianidad. Cuando en cada espíritu humano de hoy vibra la preocupación de ver hambre, soledad, injusticia, indigencia y todos los males que ya conocemos, hay una llamada interior a "hacer" nosotros mismos algo. Es un llamado escrito en el alma de cada hombre, cuánto más el corazón cristiano debe responder con presteza a ese llamado. Variadas formas, sí, son las que encontramos en el jardín de Dios entre los hombres, variadas formas de comunicar a Cristo de manera integral, que abarque todo rincón de vida. Cada católico conoce, o trabaja para conocer, de qué manera puede trabajar en el campo del Señor. Algunos tenemos herramientas para la oración y la escritura, otros tendrán elementos para la misión, habrá quienes enseñen en escuelas, quienes hagan ciencia para servir a la humanidad desde el amor a Dios y a los hombres, y así hay muchas formas de servicio. Lo importante es "Denles de comer ustedes mismos", porque nosotros ya fuimos alimentados con el Pan del Cielo, con Cristo, y conocemos la saciedad eterna aún estando en el tiempo. Hemos comulgado y comulgamos a la Vida, al Camino, a la Luz, al Verbo de Dios hecho hombre; llevemos el Evangelio a los demás.
A los que sufren hambre y enfermedad debemos asistir para saciarlos y sanarlos, pero no es la humana voluntad más que un instrumento de la voluntad de Dios sobre los hombres, por ello, nadie debe gloriarse de sí mismo, sino de la Cruz, de ser cristiano y de servir incansablemente tanto a la Iglesia como a la humanidad: eso es servir al prójimo. Muchos cantan en el alma como cantaba el salmista "Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten: '¿Dónde está tu Dio?'", para ellos es este pan del cielo que no se acaba, que sacia a todos y aún llena doce canastas (canastas que son para los Doce, para que también se alimenten los que deben alimentar al pueblo de Dios, para que también tengan aún para alimentar a muchos más que ya vienen...). Miles de millones de personas, como arenas en el mar, incontables, aún, pueden ser los que necesiten, y sí, realmente necesitan ese pan de consuelo que sólo puede dar Jesús. Nosotros aprendemos a ser mejores cristianos a fuer de batallas libradas contra el mal: así sea en la lucha personal o combatiendo el cáncer siempre nuevo de las sociedades tenemos el arma de la Luz de Cristo que es blanca como nada que pueda compararse y da vista a los que están ciegos. Entonces, los que vivimos del Pan de Vida, del Señor escuchamos al otro cantar: "Recuerdo otros tiempos y mi alma desfallece de tristeza" o también "Cuando mi alma se acongoja te recuerdo". Tantos que se fueron pero siguen siendo de Cristo..., tantos que no están aún pero conocen a Dios en lo más profundo del espíritu. Pero no escuchan los que cantan tristes que Él entregó por nuestra salvación todo lo que tomó de nosotros. Es por ello que debemos alimentarnos de Cristo, porque él dio su cuerpo para salvarnos, murió por el pecado de los mortales y resucitó rescatando a la humanidad de la muerte, de manera que ya no perece el que sigue a Jesús. Pero seguir a Cristo consiste en librar una batalla en la que nos enfrentamos a la propia tendencia al mal, a la propia tendencia a autodestruiírnos: luchamos con la pereza, porque el servicio del que hablamos se queda trunco muchas veces, luchamos contra la gula, porque hacemos del alimento una finalidad y no un medio para seguir el camino, luchamos contra todos nuestros deseos impuros, contra las ganas de abandonar el sendero que lleva a Dios, y así luchamos...
El Cuerpo de Cristo nos alimenta con la Vida, con Él, con la vida eterna y con el Amor de los amores. y a todos los que transitamos esta vida llena de peligros que el adversario sabe disponer, tenemos la certeza de que llevamos en nosotros al Señor de los ejércitos, siempre vencedor, y la voz del Cristo dice "Al vencedor le daré del maná escondido y un nombre nuevo". Así, el maná escondido es el mismo Dios y el nombre nuevo es nuestra conversión activa, la que ejecuta la obra del Señor según la particular fortaleza y capacidad, que lleva a término el Evangelio expresado en el espíritu de cada hombre nuevo.
Para terminar esta reflexión debemos rezar por todos los que aún no se animan a comer del Pan de los ángeles, por todos los que comulgan el Cuerpo de Cristo y sirven a su Iglesia, especialmente por el Papa, debemos meditar hoy nuestra vida y determinar qué nos hace falta para unirnos más a Dios. Todo esto y buscar a Cristo en el otro, para recordar que el servicio consiste en donarse a sí mismo el cristiano donando a Cristo, el Señor.