Adoración de la Santísima Trinidad • Alberto Durero |
+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
Jn. 16, 12-15
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El domingo después de Pentecostés, celebramos la solemnidad dedicada a la Santísima Trinidad, a Dios que es uno y trino: tres personas divinas pero un único Dios. El dogma de la Santísima Trinidad expresa lo que las mismas Escrituras muestran, por ejemplo en el pasaje en que Cristo es bautizado por Juan Bautista en el río Jordán; desciende el Espíritu Santo y se oye la voz del Padre.
Cristo enseña, en el Evangelio de hoy, esta verdad de fe. Pedagógicamente explica como se explicaría a un niño la Trinidad y los consuela en el pensamiento diciéndoles que todo lo que deben saber será revelado por el Espíritu Santo. Debemos notar que Jesús señala que el Espíritu Santo no revelará nada que no sea de Dios, ya que le viene de Cristo y del Padre. Esto es importante en el contexto en que sucede: Jesús estaba por compartir con los Apóstoles la Última Cena, después de la cual lo llevarán a la prisión para torturarlo antes de su muerte y crucifixión. El Señor conocía los pensamientos de ellos y también lo que sucederá luego, por ello les recordó que no los dejará solos y que Dios aún seguirá instruyéndolos. Nosotros, que recibimos la fe de los Apóstoles, llevamos en el corazón la Verdad y conocemos la verdad ya desde el bautismo, porque nos lo enseñan no solo las Escrituras, sino también la Iglesia desde los Apóstoles hasta los obispos actuales y la tradición en la que vivimos desde los primeros cristianos que se juntaban para partir el pan y escuchar las Escrituras hasta las comunidades de hoy, que celebran la misma Eucaristía: el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
La Trinidad es un misterio de fe, es misterio porque es revelación que aún nuestra inteligencia no llega a captar en su total y acabada identidad, y sin embargo Dios nos revela su Ser dándonos conceptos que nos sirven para entenderlo. El Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Espíritu Santo, sin embargo son tres personas divinas y ellos son un único Dios. San Agustín quiso comprender esto de manera acabada y total, y fue advertido del humano límite por un ángel. Nosotros debemos entender algo que se desprende del Evangelio de hoy: Dios es comunión: común unión de tres personas, lo que tienen en común es su naturaleza divina.
Cuando fuimos bautizados el sacerdote pronunció las palabras rituales en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, es decir, desde ese instante nacimos a una nueva vida porque somos hijos adoptivos de la Santísima Trinidad. Por eso tenemos que pensar hoy qué bueno sería para nosotros volver a la comunión con Dios, que tanto nos ama. Nuestra vida estará siempre tendiendo a las manos de Dios, nuestra voluntad debe seguir esta tendencia como un barco sigue la corriente del río que lleva al mar. Dios que es comunión nos llama a vivir como familia, y esa familia es la Iglesia, es decir, la comunidad de todos los cristianos. Celebremos este día adorando a Dios con nuestras vidas y compartiendo lo mejor que nos ha dado Cristo: su Cuerpo, la Eucaristía.