sábado, 28 de mayo de 2016

Sábado VIII del tiempo ordinario

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos
                                                                        Mc. 11, 27-33

Después de haber expulsado a los vendedores del Templo, Jesús volvió otra vez a Jerusalén. Mientras caminaba por el Templo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos se acercaron a Él y le dijeron: "¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿o quién te dio autoridad para hacerlo?" Jesús les respondió: "Yo también quiero hacerles una pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. Dígame: el bautismo de Juan Bautista ¿venía del cielo o de los hombres?" Ellos se hacían este razonamiento: "Si contestamos 'Del cielo', Él nos dirá '¿Por qué no creyeron en él?' ¿Diremos entonces 'de los hombres'?" Pero como temían al pueblo, porque todos consideraban que Juan había sido realmente un profeta, respondieron a Jesús: "No sabemos". Y Él les respondió: "Yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas".
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Mañana, u hoy desde sus primeras vísperas, la iglesia en Argentina celebra la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, mejor conocida como Cospus Christi. Por eso es bueno meditar el pasaje del Evangelio de Marcos que se nos presenta hoy; debemos preparar el espíritu y disponer el corazón para abrazar a Cristo en breve.
Jesús había entrado en Jerusalén con una entrada triunfal, las personas del lugar lo saludaban bendiciéndolo y reconociendo en él al Mesías, sin embargo no pasaba lo mismo con los que ostentaban el poder, sobre todo en el Templo: los sumos sacerdotes judíos y otros con cierta autoridad en la ciudad no veían a Jesús con buenos ojos. pocos días después de aquella entrada triunfal Cristo volvía a Jerusalén desde el sitio aledaño donde se alojaba con los Apóstoles y, entrando en el Templo, donde había expulsado a los comerciantes que ocuparon el lugar, las autoridades del judaísmo de aquel tiempo lo interrogaron, pidiendo que de cuentas de su autoridad para hacer cosas como las que hizo en el Templo. El Señor, conociéndolos, responde con otra pregunta, que da en el núcleo de un problema para ellos: es que habiendo descreído de Juan Bautista, no podían responderle si el bautismo de Juan era del cielo o de los hombres.
La lectura nos llama a adentrarnos en nuestra vida interior y nuestra relación con Dios y los demás: cuando cotidianamente pecamos, ya sea agrediendo a otro, dañándonos a nosotros mismos con sustancias, menospreciando y hablando mal de lo que es de Dios, ¿nos detenemos a reflexionar en un examen profundo de conciencia?, ¿tiene Dios el lugar que le es propio en nuestro corazón?, ¿lo que hacemos, realmente nos sirve o nos es beneficio considerando la vida en su totalidad?. No sabemos muchas veces responder, porque la respuesta no es decir algo, en este caso es entrar en nosotros mismos para aprender a conocernos, a medir cuán lejos o cuán cerca estemos del Espíritu de Dios. Y no es para menos, cuando son muchos los llamados no atendidos, el espíritu humano se deseca, y entonces, en los senderos más fríos busca "deleites" que no son más que venenos para matar la vida. Hoy tenemos una nueva oportunidad de comenzar un camino de bien a la luz de Dios. Tenemos el bautismo, que nos hace hijos de Dios, tenemos los sacramentos, especialmente podemos nombrar ahora el del perdón de los pecados, también llamado de reconciliación. Pero si no estamos bautizados, ¡¿qué esperamos para recibir ese regalo del Cielo?!, la Iglesia es y será siempre la Casa del Señor, el Templo y el cuerpo de Cristo.
Los sumos sacerdotes, escribas y ancianos del pueblo judío pidieron cuentas a Jesús, "¿con qué autoridad haces estas cosas?" dijeron. Muchas veces somos nosotros, con total o parcial conciencia, los que tomamos esa actitud de "sumos sacerdotes" de ese momento, y entonces, rechazamos los consejos sabios de algún buen sacerdote cristiano, o pensamos mal de algún gesto del Papa, o pensamos que los que nos quieren se entrometen en nuestra vida sin ninguna "autoridad"; claro que cuando vemos en el otro la madurez de una vida guiada por la justa y sana moral, tendemos a poner límites y preservar nuestra postura sin escuchar. Algo como lo que hizo Jesús, eso de expulsar a los comerciantes del Templo (y es de lógico entendimiento, ya que un templo es lugar para la oración, y no para el comercio), hicieron, por ejemplo, los santos, cuando adoctrinaban al pueblo en todas las épocas de la historia hasta nuestros días, y muchos, desoyendo, prefieren apedrearlos, ya sea con la voz, con la piedra o con la traición. De todas formas, detenerse a pensar en lo que hacemos es tarea de todo aquel que, en principio, se dice humano. Y es que no tenemos hoy la costumbre de cultivar los valores como se hacía en la época de nuestros abuelos, por ejemplo, y no ayudan para nada los malos ejemplos de la sociedad actual, tan llena de cosas superfluas y hasta nocivas.
Cuando crecemos, humana y cristianamente, aprendemos que esa autoridad que no se ve, muchas veces, está siempre latente en la conciencia, y nos guía, si la dejamos, hacia "buen puerto". Muchas veces tenemos la idea de Dios guardada como en un bolsillo de la mente, que sólo se hace visible en momentos de dolor, de enfermedad, de necesidades humanas. Pero Dios, como siempre, está siempre, y permanece siempre presente en la vida del hombre para atraerlo y cuidarlo para la Vida. Dios busca que vivamos con él algún día a semejanza de Dios, pero desde hoy pide que seamos buenos hijos. Disponer, entonces, el corazón para recibirlo, es tarea de todos los días, y es el crecimiento que debemos procurar, a la par de comer su Cuerpo, lo cual hacemos en la Misa. Así, no debemos tanto interrogar con qué autoridad Dios nos señala lo bueno y nos advierte de lo malo, ya que la respuesta está dada para siempre en Cristo, y como dice el Apóstol Juan, Dios es amor. Es decir, la autoridad máxima que podemos tener en mente es la de Dios, que creo todo, incluso al hombre; la obra de Cristo es Evangelio: vino para que volvamos con Él, a vivir con Él, a estar en familiaridad con la Santísima Trinidad. No detenerse a pensar estas cosas es ya un acto de negligencia del que seremos esclavos si lo cometemos. El Amor ama, no pregunta cuántas veces has pecado, porque ha dicho de una vez y para siempre: "te perdono, y siempre que vuelvas arrepentido de haberme ultrajado te perdonaré". Dios no es como nosotros: no guarda rencores, no es egoísta, no se irrita, perdona, todo lo soporta..., pero nosotros no podemos quedarnos como una piedra obstinados en el mal obrar, porque si nos invitan a ser hijos de Dios, qué mejor que responder aprendiendo a ser mejores personas, más humanos, menos egoístas, más santos, más solidarios con el otro en todo sentido.
Cuando analizamos en nuestro interior los fuegos oscuros del pecado, recordamos ese fuego blanco que nos lavó de toda mancha en el bautismo que nos vino de la mano del sacerdote, entonces decimos ¡quiero volver a ese momento!; el tiempo no puede volver sus pasos atrás, pero nosotros, que podemos ver en dos direcciones hoy, tenemos, de la mano de Dios, la capacidad y la ayuda para construir un mañana diferente, más blanco que la luz, si se desea, porque nada es imposible para Dios. Así es como no tendremos que escuchar la pregunta de Cristo, que si puediéramos oírla ahora, nos llenaría de tristeza, ya que Jesús no les respondió a los fariseos. No nos dejemos convencer por el mal, porque ¿de qué sirve vivir para querer estar sujetos a la muerte eterna?, ¿tiene algún sentido perderse?. Cuando estamos mal la luz del día nos ayuda a buscar la esperanza, mucho más si está brillando el sol. Pero muchos hombre y mujeres de hoy no conocen el sol que brilla interiormente y aún en la eternidad: Dios está siempre, y no se cansa de buscarnos donde sea. Si se objetara el dolor de una vida de lucha, el ejemplo más noble que podemos responder es María, la Virgen Madre, porque ella sufrió como nadie cuando mataban a Cristo, pero fue feliz más que nadie de ver resucitar al Hijo de Dios. Los santos también sufrieron: muchos fueron mártires, y no le preguntaron a Cristo ¿con qué autoridad me pedís el corazón?...
Hoy buscamos la paz y el bien, para nosotros y los que amamos, pero debemos crecer y buscar ese bien para todo humano. Estamos llamados a hacernos presentes en el Templo de Dios: Templo de amor paz y concordia, Templo de consuelo y de fraternidad, y nunca, jamás un templo de mercadería, donde solamente importa lo material o las ideas superficiales que no tienen más que presencia fugaz, porque terminan y mueren..., que no nos lleven a nosotros a la muerte espiritual. Levantémonos este día, cristianos, que ya se acerca la Solemnidad de Corpus Christi. ¿Y si vamos a comulgar?.