lunes, 30 de mayo de 2016

lunes IX del tiempo ordinario

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos
                                                                         Mc. 12, 1-12

Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, y les dijo: "Un hombre plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. A su debido tiempo, envió a un servidor para percibir de los viñadores la parte de los frutos que le correspondía. Pero ellos lo tomaron, lo golpearon y lo echaron con las manos vacías. De nuevo les envió a otro servidor, y a este también o maltrataron y lo llenaron de ultrajes. envió a un tercero, y a este lo mataron. Y también golpearon y mataron a muchos otros. Todavía le quedaba alguien, su hijo, a quien quería mucho, y lo mandó en último término, pensando: 'respetarán a mi hijo'. Pero los viñadores se dijeron:'Éste es el heredero: vamos a matarlo y la herencia será nuestra'. Y apoderándose de él, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá, acabará con los viñadores y entregará la viña a otros.
No han leído este pasaje de la Escritura: 'la piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos'?". Entonces buscaban la manera de detener a Jesús, porque comprendían que esta parábola la había dicho por ellos, pero tenían miedo de la multitud. Y dejándolo, se fueron.
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Codex Aureus Epternacensis
Eta parábola habla claramente de los profetas y servidores que Dios ha enviado desde que el hombre quedó sujeto a la muerte. Narra en breves lineas la relación entre Dios y los hombres: un Dios que busca frutos de la viña que plantó, la vida, pero recibe rechazos de parte de los que por Él fueron creados. El énfasis que Cristo da a esta parábola atina a los allí presentes, exactamente a los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, que creyendo tener la autoridad desoyen las señales y la voluntad de Dios. Cristo es el último que vino: el hijo, en realidad el Hijo de Dios, pero lo crucificaron. Las escrituras hablan de Él en todas partes, y sin embargo, los viñadores permanecen obstinadamente ciegos.
Hoy podemos estar lejos de creernos superiores a Jesús, sin embargo hay quienes así lo creen. No sólo están lejos los que prefieren alejarse, lo más grave es que se distancien de la voluntad de Dios aquellos que tienen una responsabilidad explícita sobre la viña del Señor. Las oraciones de los justos tienen efecto, dirá Santiago, pero la fe sin obras está muerta, había dicho antes... Todo se resume en la caridad, en la fe y en la esperanza: caridad para dirigirnos al Amor, fe para no perder la Luz que ilumina el Camino y esperanza para no olvidar que la Vida nos abre las puertas de su Ser. Cada cristiano es hoy una hoja de la Vid eterna: un miempro del Cuerpo de Dios, de la Iglesia: hay hojas que están en retoño, otras que llenas de verdor acompañan el fruto de buen vino y hay también hojas secas que se cayeron. A estas últimas les falta savia y se secan; les pasa la tormenta y las inclemencias del tiempo y terminan destruídas, lo poco de verde que conservan les es quitado por la hormiga y terminan casi vacías..., que no seamos como la hoja que cae de la parra, así podremos volver a Dios abonando el suelo fertil con nuestros sufrimientos y rechazando las sombras de la muerte con la voluntad firme de permanecer unidos a Cristo. ¡Pero qué bonita nueva parábola!, ¿no es cierto?. Jesús no vino a destruir a la humanidad, sino a restaurarla, y, como Él mismo dice en el Evangelio de hoy, fueron muchas las veces que quiso ver la respuesta de amistad de parte del hombre. No les quita la vida a los sumos sacerdotes, ni a los escribas, ni a los ancianos, sino que los llama a corregir su camino desviado, advirtiendo que el abismo les está acechando los pies, avisándoles que la hoja ha caído. Hoy a nosotros se nos presenta una oportunidad de recapitular en nuestras vidas o, también de recordarnos que las hojas, tarde o temprano caen, pero pueden "levantarse" de nuevo poniendo el sacrificio de la vida cotidiana en la Cruz, es decir, sin bajar los brazos abonamos con las caídas el suelo donde permanece la raíz de la vid, y así volver a ser parte de la verde planta que da mucho fruto. Las palabras bonitas, y el aroma romántico es algo que atrae por belleza, pero no hay belleza duradera en los campos de la vida; no, allí las batallas se continúan y la guerra aún no sabe de final alguno, porque no tiene ojos de eternidad. Tenemos que enfrentarnos a la vida del día a día, así, la vianda que le es útil al soldado de Dios no es una bella poesía únicamente, sino esa bella poesía y el plano para combatir las sombras que proyectamos o que vienen proyectadas de puntos oscuros externos. Ese plano es el alimento del Señor, la Eucaristía y la constancia de permanecer en la Iglesia de Cristo.
Los tiempos pasan, pero la voz del Señor no, por eso cada día y cada instante Jesús habla a cada hombre en todo tiempo. Ahora nos detenemos a pensar qué pasaba en aquella época en que Jesús hablaba en parábolas a los judíos, y encontramos que Cristo era escuchado y respetado por el pueblo pero era aborrecido por los que estaban encargados de presidir el culto. Y no es raro aún en estos días, que siendo cristianos seamos más salvajes que humanos, mientras conviven en la ciudad los que, sin conocer el Evangelio, están siguiendo con perseverancia la luz interior que Cristo puso en sus corazones. El que escribe puede decir de esto, porque sin haber conocido la Iglesia, cuando niño, el Señor me llamó a través de su Palabra. Podemos servir a Dios, pero la vida estar en tinieblas, y entonces no lo servimos, sino que nos engañamos a nosotros mismos, de hecho el que escribe ha vivido estas cosas y por ello sabe cómo combatir. Pero no nos detengamos a plasmar lo que es privado, sino sólo para que se entienda que entre humanos somos prójimos, y no hombres y ángeles. Todos pecamos, y algunos ángeles "cayeron". Los sumos sacerdotes, que escucharon del Señor esta parábola que hoy dice el pasaje evangélico, sólo pensaron en detener a Cristo, pero no lo hicieron en ese momento porque "tenían miedo de la multitud", no les convenía maltratar en ese lugar en ese momento y en esas circunstancias al Maestro. Notamos entonces que existe en ellos un "miedo" por el daño que puedan recibir de una "multitud", es decir, no hay ninguna forma de caridad en ellos, porque todo se resume al frío cálculo que opera según la situación. No hay relación de "pastor" y "rebaño", sino de poder-multitud que era lo que Jesús señalaba en otra parte para que los Apóstoles no sigan ese ejemplo. Los frutos de que habla la parábola son lo que los pastores de Cristo deben procurar a la Iglesia: no un bien personal, un status de poder, sino comunicar la Vida misma, porque es eso lo que Dios ha mandado. Este pasaje, entonces, nos llama a todos y a cada uno de los cristianos a pensar estas cosas y rever si en nosotros no hay algo que corregir, que seguro sí lo hay, pero debemos buscarlo con humildad y fe.
No miremos a Dios con ojos esquivos, sino como lo ve el salmista: "Mi refugio y mi baluarte, mi Dios, en quien confío". En este año de la Misericordia digamos con todo el corazón "Jesús, en vos confío" y aprendamos a entender las caídas como oportunidad para perseverar en la salud; las aflicciones como momentos donde buscar el fundamento de la vida en Dios, y así "ayudarlo" a cargar la Cruz. El que conoce a Jesús ve claro como el agua, y no rechaza tomar la mano del Maestro una vez más... Oremos por cada humano, por los cristianos y especialmente por los que están padeciendo los sufrimientos que conocemos y los que no conocemos.

domingo, 29 de mayo de 2016

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo


+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
                                                                       Lc. 9, 11b-17

Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser sanados. Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: "Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto". Él les respondió: "Denles de comer ustedes mismos". Pero ellos dijeron: "no tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente". Porque eran al rededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: "háganlos sentar en grupos de alrededor de cincuenta personas". Y ellos hicieron sentar a todos. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.
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Los Apóstoles, preocupados por el alimento de la gente, pidieron a Cristo que despida a los congregados. Cristo había estado enseñando las cosas del Reino de Dios y sanando a los enfermos. El Señor enseña a las multitudes y sana sus dolencias, dando la dirección que deberán seguir los Doce y todos los sucesores luego. La dirección a seguir es el servicio: un servicio que no termina con la enseñanza, la predicación, sino que asiste al otro en sus necesidades concretas de la vida. El servicio es constante, como constante es la caridad, y "sin falta"; cotidianamente el cristiano comparte la vida con el prójimo ayudándolo a transitar el camino y ayudándose unos a otros llegarán a Dios.
Hoy tenemos el gran gozo de celebrar, en Argentina, la Solemnidad de Corpus Christi, o del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Nos llama el Evangelio a pensar en el alimento que nos fue dado: el propio Jesús se hace alimento eterno para el hombre. "Denles de comer ustedes mismos" es lo que les responde Cristo a los Doce cuando le piden que envíe a la asamblea a buscar alimento y albergue. El Señor pone así un vínculo entre la necesidad de alimento del pueblo y la preocupación de los Doce. Él les dirá que tomen ellos la tarea de alimentar a la multitud, y no sólo se refiere al alimento del simple trigo, sino a la donación de uno mismo: darse al otro y estar al servicio del otro será para los Apóstoles y sus sucesores una vocación que hace el propio Dios. Vemos cómo se prefigura la Iglesia, en este pasaje, Cristo que envía a sus doce Apóstoles a ocuparse de su pueblo, enseñandoles a partir el pan y a sanar las dolencias, los Doce que obedecen el mandato de Jesús y organizan la asamblea que es una pero se subdivide para poder hacer más eficiente la tarea de alimentarlos. Todo un hecho histórico bendito de simbolismo que explica lo que sucederá posteriormente y hasta nuestros días.
Servir al otro no es sólo comunicar el Evangelio, que es la tarea más importante que tiene el cristiano, sino también servir en las necesidades de un pueblo que necesita transitar la vida bajo el manto divino del Señor. El Cuerpo de Cristo que se nos da en la Eucaristía debe ser para nosotros alimento de vida eterna y sustento de hijos de Dios: así como Jesús alimentó al pueblo cristiano primitivo y les enseñó y estuvo sanando sus enfermedades, así nosotros debemos comulgar y atender las necesidades del otro, en la cotidianidad. Cuando en cada espíritu humano de hoy vibra la preocupación de ver hambre, soledad, injusticia, indigencia y todos los males que ya conocemos, hay una llamada interior a "hacer" nosotros mismos algo. Es un llamado escrito en el alma de cada hombre, cuánto más el corazón cristiano debe responder con presteza a ese llamado. Variadas formas, sí, son las que encontramos en el jardín de Dios entre los hombres, variadas formas de comunicar a Cristo de manera integral, que abarque todo rincón de vida. Cada católico conoce, o trabaja para conocer, de qué manera puede trabajar en el campo del Señor. Algunos tenemos herramientas para la oración y la escritura, otros tendrán elementos para la misión, habrá quienes enseñen en escuelas, quienes hagan ciencia para servir a la humanidad desde el amor a Dios y a los hombres, y así hay muchas formas de servicio. Lo importante es "Denles de comer ustedes mismos", porque nosotros ya fuimos alimentados con el Pan del Cielo, con Cristo, y conocemos la saciedad eterna aún estando en el tiempo. Hemos comulgado y comulgamos a la Vida, al Camino, a la Luz, al Verbo de Dios hecho hombre; llevemos el Evangelio a los demás.
A los que sufren hambre y enfermedad debemos asistir para saciarlos y sanarlos, pero no es la humana voluntad más que un instrumento de la voluntad de Dios sobre los hombres, por ello, nadie debe gloriarse de sí mismo, sino de la Cruz, de ser cristiano y de servir incansablemente tanto a la Iglesia como a la humanidad: eso es servir al prójimo. Muchos cantan en el alma como cantaba el salmista "Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten: '¿Dónde está tu Dio?'", para ellos es este pan del cielo que no se acaba, que sacia a todos y aún llena doce canastas (canastas que son para los Doce, para que también se alimenten los que deben alimentar al pueblo de Dios, para que también tengan aún para alimentar a muchos más que ya vienen...). Miles de millones de personas, como arenas en el mar, incontables, aún, pueden ser los que necesiten, y sí, realmente necesitan ese pan de consuelo que sólo puede dar Jesús. Nosotros aprendemos a ser mejores cristianos a fuer de batallas libradas contra el mal: así sea en la lucha personal o combatiendo el cáncer siempre nuevo de las sociedades tenemos el arma de la Luz de Cristo que es blanca como nada que pueda compararse y da vista a los que están ciegos. Entonces, los que vivimos del Pan de Vida, del Señor escuchamos al otro cantar: "Recuerdo otros tiempos y mi alma desfallece de tristeza" o también "Cuando mi alma se acongoja te recuerdo". Tantos que se fueron pero siguen siendo de Cristo..., tantos que no están aún pero conocen a Dios en lo más profundo del espíritu. Pero no escuchan los que cantan tristes que Él entregó por nuestra salvación todo lo que tomó de nosotros. Es por ello que debemos alimentarnos de Cristo, porque él dio su cuerpo para salvarnos, murió por el pecado de los mortales y resucitó rescatando a la humanidad de la muerte, de manera que ya no perece el que sigue a Jesús. Pero seguir a Cristo consiste en librar una batalla en la que nos enfrentamos a la propia tendencia al mal, a la propia tendencia a autodestruiírnos: luchamos con la pereza, porque el servicio del que hablamos se queda trunco muchas veces, luchamos contra la gula, porque hacemos del alimento una finalidad y no un medio para seguir el camino, luchamos contra todos nuestros deseos impuros, contra las ganas de abandonar el sendero que lleva a Dios, y así luchamos...
El Cuerpo de Cristo nos alimenta con la Vida, con Él, con la vida eterna y con el Amor de los amores. y a todos los que transitamos esta vida llena de peligros que el adversario sabe disponer, tenemos la certeza de que llevamos en nosotros al Señor de los ejércitos, siempre vencedor, y la voz del Cristo dice "Al vencedor le daré del maná escondido y un nombre nuevo". Así, el maná escondido es el mismo Dios y el nombre nuevo es nuestra conversión activa, la que ejecuta la obra del Señor según la particular fortaleza y capacidad, que lleva a término el Evangelio expresado en el espíritu de cada hombre nuevo.
Para terminar esta reflexión debemos rezar por todos los que aún no se animan a comer del Pan de los ángeles, por todos los que comulgan el Cuerpo de Cristo y sirven a su Iglesia, especialmente por el Papa, debemos meditar hoy nuestra vida y determinar qué nos hace falta para unirnos más a Dios. Todo esto y buscar a Cristo en el otro, para recordar que el servicio consiste en donarse a sí mismo el cristiano donando a Cristo, el Señor.

sábado, 28 de mayo de 2016

Sábado VIII del tiempo ordinario

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos
                                                                        Mc. 11, 27-33

Después de haber expulsado a los vendedores del Templo, Jesús volvió otra vez a Jerusalén. Mientras caminaba por el Templo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos se acercaron a Él y le dijeron: "¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿o quién te dio autoridad para hacerlo?" Jesús les respondió: "Yo también quiero hacerles una pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. Dígame: el bautismo de Juan Bautista ¿venía del cielo o de los hombres?" Ellos se hacían este razonamiento: "Si contestamos 'Del cielo', Él nos dirá '¿Por qué no creyeron en él?' ¿Diremos entonces 'de los hombres'?" Pero como temían al pueblo, porque todos consideraban que Juan había sido realmente un profeta, respondieron a Jesús: "No sabemos". Y Él les respondió: "Yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas".
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Mañana, u hoy desde sus primeras vísperas, la iglesia en Argentina celebra la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, mejor conocida como Cospus Christi. Por eso es bueno meditar el pasaje del Evangelio de Marcos que se nos presenta hoy; debemos preparar el espíritu y disponer el corazón para abrazar a Cristo en breve.
Jesús había entrado en Jerusalén con una entrada triunfal, las personas del lugar lo saludaban bendiciéndolo y reconociendo en él al Mesías, sin embargo no pasaba lo mismo con los que ostentaban el poder, sobre todo en el Templo: los sumos sacerdotes judíos y otros con cierta autoridad en la ciudad no veían a Jesús con buenos ojos. pocos días después de aquella entrada triunfal Cristo volvía a Jerusalén desde el sitio aledaño donde se alojaba con los Apóstoles y, entrando en el Templo, donde había expulsado a los comerciantes que ocuparon el lugar, las autoridades del judaísmo de aquel tiempo lo interrogaron, pidiendo que de cuentas de su autoridad para hacer cosas como las que hizo en el Templo. El Señor, conociéndolos, responde con otra pregunta, que da en el núcleo de un problema para ellos: es que habiendo descreído de Juan Bautista, no podían responderle si el bautismo de Juan era del cielo o de los hombres.
La lectura nos llama a adentrarnos en nuestra vida interior y nuestra relación con Dios y los demás: cuando cotidianamente pecamos, ya sea agrediendo a otro, dañándonos a nosotros mismos con sustancias, menospreciando y hablando mal de lo que es de Dios, ¿nos detenemos a reflexionar en un examen profundo de conciencia?, ¿tiene Dios el lugar que le es propio en nuestro corazón?, ¿lo que hacemos, realmente nos sirve o nos es beneficio considerando la vida en su totalidad?. No sabemos muchas veces responder, porque la respuesta no es decir algo, en este caso es entrar en nosotros mismos para aprender a conocernos, a medir cuán lejos o cuán cerca estemos del Espíritu de Dios. Y no es para menos, cuando son muchos los llamados no atendidos, el espíritu humano se deseca, y entonces, en los senderos más fríos busca "deleites" que no son más que venenos para matar la vida. Hoy tenemos una nueva oportunidad de comenzar un camino de bien a la luz de Dios. Tenemos el bautismo, que nos hace hijos de Dios, tenemos los sacramentos, especialmente podemos nombrar ahora el del perdón de los pecados, también llamado de reconciliación. Pero si no estamos bautizados, ¡¿qué esperamos para recibir ese regalo del Cielo?!, la Iglesia es y será siempre la Casa del Señor, el Templo y el cuerpo de Cristo.
Los sumos sacerdotes, escribas y ancianos del pueblo judío pidieron cuentas a Jesús, "¿con qué autoridad haces estas cosas?" dijeron. Muchas veces somos nosotros, con total o parcial conciencia, los que tomamos esa actitud de "sumos sacerdotes" de ese momento, y entonces, rechazamos los consejos sabios de algún buen sacerdote cristiano, o pensamos mal de algún gesto del Papa, o pensamos que los que nos quieren se entrometen en nuestra vida sin ninguna "autoridad"; claro que cuando vemos en el otro la madurez de una vida guiada por la justa y sana moral, tendemos a poner límites y preservar nuestra postura sin escuchar. Algo como lo que hizo Jesús, eso de expulsar a los comerciantes del Templo (y es de lógico entendimiento, ya que un templo es lugar para la oración, y no para el comercio), hicieron, por ejemplo, los santos, cuando adoctrinaban al pueblo en todas las épocas de la historia hasta nuestros días, y muchos, desoyendo, prefieren apedrearlos, ya sea con la voz, con la piedra o con la traición. De todas formas, detenerse a pensar en lo que hacemos es tarea de todo aquel que, en principio, se dice humano. Y es que no tenemos hoy la costumbre de cultivar los valores como se hacía en la época de nuestros abuelos, por ejemplo, y no ayudan para nada los malos ejemplos de la sociedad actual, tan llena de cosas superfluas y hasta nocivas.
Cuando crecemos, humana y cristianamente, aprendemos que esa autoridad que no se ve, muchas veces, está siempre latente en la conciencia, y nos guía, si la dejamos, hacia "buen puerto". Muchas veces tenemos la idea de Dios guardada como en un bolsillo de la mente, que sólo se hace visible en momentos de dolor, de enfermedad, de necesidades humanas. Pero Dios, como siempre, está siempre, y permanece siempre presente en la vida del hombre para atraerlo y cuidarlo para la Vida. Dios busca que vivamos con él algún día a semejanza de Dios, pero desde hoy pide que seamos buenos hijos. Disponer, entonces, el corazón para recibirlo, es tarea de todos los días, y es el crecimiento que debemos procurar, a la par de comer su Cuerpo, lo cual hacemos en la Misa. Así, no debemos tanto interrogar con qué autoridad Dios nos señala lo bueno y nos advierte de lo malo, ya que la respuesta está dada para siempre en Cristo, y como dice el Apóstol Juan, Dios es amor. Es decir, la autoridad máxima que podemos tener en mente es la de Dios, que creo todo, incluso al hombre; la obra de Cristo es Evangelio: vino para que volvamos con Él, a vivir con Él, a estar en familiaridad con la Santísima Trinidad. No detenerse a pensar estas cosas es ya un acto de negligencia del que seremos esclavos si lo cometemos. El Amor ama, no pregunta cuántas veces has pecado, porque ha dicho de una vez y para siempre: "te perdono, y siempre que vuelvas arrepentido de haberme ultrajado te perdonaré". Dios no es como nosotros: no guarda rencores, no es egoísta, no se irrita, perdona, todo lo soporta..., pero nosotros no podemos quedarnos como una piedra obstinados en el mal obrar, porque si nos invitan a ser hijos de Dios, qué mejor que responder aprendiendo a ser mejores personas, más humanos, menos egoístas, más santos, más solidarios con el otro en todo sentido.
Cuando analizamos en nuestro interior los fuegos oscuros del pecado, recordamos ese fuego blanco que nos lavó de toda mancha en el bautismo que nos vino de la mano del sacerdote, entonces decimos ¡quiero volver a ese momento!; el tiempo no puede volver sus pasos atrás, pero nosotros, que podemos ver en dos direcciones hoy, tenemos, de la mano de Dios, la capacidad y la ayuda para construir un mañana diferente, más blanco que la luz, si se desea, porque nada es imposible para Dios. Así es como no tendremos que escuchar la pregunta de Cristo, que si puediéramos oírla ahora, nos llenaría de tristeza, ya que Jesús no les respondió a los fariseos. No nos dejemos convencer por el mal, porque ¿de qué sirve vivir para querer estar sujetos a la muerte eterna?, ¿tiene algún sentido perderse?. Cuando estamos mal la luz del día nos ayuda a buscar la esperanza, mucho más si está brillando el sol. Pero muchos hombre y mujeres de hoy no conocen el sol que brilla interiormente y aún en la eternidad: Dios está siempre, y no se cansa de buscarnos donde sea. Si se objetara el dolor de una vida de lucha, el ejemplo más noble que podemos responder es María, la Virgen Madre, porque ella sufrió como nadie cuando mataban a Cristo, pero fue feliz más que nadie de ver resucitar al Hijo de Dios. Los santos también sufrieron: muchos fueron mártires, y no le preguntaron a Cristo ¿con qué autoridad me pedís el corazón?...
Hoy buscamos la paz y el bien, para nosotros y los que amamos, pero debemos crecer y buscar ese bien para todo humano. Estamos llamados a hacernos presentes en el Templo de Dios: Templo de amor paz y concordia, Templo de consuelo y de fraternidad, y nunca, jamás un templo de mercadería, donde solamente importa lo material o las ideas superficiales que no tienen más que presencia fugaz, porque terminan y mueren..., que no nos lleven a nosotros a la muerte espiritual. Levantémonos este día, cristianos, que ya se acerca la Solemnidad de Corpus Christi. ¿Y si vamos a comulgar?.

domingo, 22 de mayo de 2016

Solemnidad de la Santísima Trinidad

Adoración de la Santísima Trinidad • Alberto Durero

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
                                                                     Jn. 16, 12-15

Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, Él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.

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El domingo después de Pentecostés, celebramos la solemnidad dedicada a la Santísima Trinidad, a Dios que es uno y trino: tres personas divinas pero un único Dios. El dogma de la Santísima Trinidad  expresa lo que las mismas Escrituras muestran, por ejemplo en el pasaje en que Cristo es bautizado por Juan Bautista en el río Jordán; desciende el Espíritu Santo y se oye la voz del Padre.
Cristo enseña, en el Evangelio de hoy, esta verdad de fe. Pedagógicamente explica como se explicaría a un niño la Trinidad y los consuela en el pensamiento diciéndoles que todo lo que deben saber será revelado por el Espíritu Santo. Debemos notar que Jesús señala que el Espíritu Santo no revelará nada que no sea de Dios, ya que le viene de Cristo y del Padre. Esto es importante en el contexto en que sucede: Jesús estaba por compartir con los Apóstoles la Última Cena, después de la cual lo llevarán a la prisión para torturarlo antes de su muerte y crucifixión. El Señor conocía los pensamientos de ellos y también lo que sucederá luego, por ello les recordó que no los dejará solos y que Dios aún seguirá instruyéndolos. Nosotros, que recibimos la fe de los Apóstoles, llevamos en el corazón la Verdad y conocemos la verdad ya desde el bautismo, porque nos lo enseñan no solo las Escrituras, sino también la Iglesia desde los Apóstoles hasta los obispos actuales y la tradición en la que vivimos desde los primeros cristianos que se juntaban para partir el pan y escuchar las Escrituras hasta las comunidades de hoy, que celebran la misma Eucaristía: el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
La Trinidad es un misterio de fe, es misterio porque es revelación que aún nuestra inteligencia no llega a captar en su total y acabada identidad, y sin embargo Dios nos revela su Ser dándonos conceptos que nos sirven para entenderlo. El Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Espíritu Santo, sin embargo son tres personas divinas y ellos son un único Dios. San Agustín quiso comprender esto de manera acabada y total, y fue advertido del humano límite por un ángel. Nosotros debemos entender algo que se desprende del Evangelio de hoy: Dios es comunión: común unión de tres personas, lo que tienen en común es su naturaleza divina.
Cuando fuimos bautizados el sacerdote pronunció las palabras rituales en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, es decir, desde ese instante nacimos a una nueva vida porque somos hijos adoptivos de la Santísima Trinidad. Por eso tenemos que pensar hoy qué bueno sería para nosotros volver a la comunión con Dios, que tanto nos ama. Nuestra vida estará siempre tendiendo a las manos de Dios, nuestra voluntad debe seguir esta tendencia como un barco sigue la corriente del río que lleva al mar. Dios que es comunión nos llama a vivir como familia, y esa familia es la Iglesia, es decir, la comunidad de todos los cristianos. Celebremos este día adorando a Dios con nuestras vidas y compartiendo lo mejor que nos ha dado Cristo: su Cuerpo, la Eucaristía.