+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
Lc. 6, 39-45
Jesús hizo esta comparación: ¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo? El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro. ¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo”, tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano. No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas. El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.
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El mal ha tomado al cristiano ciego, mas no necesariamente al ciego cristiano. Distinto es no tener vista de no tener ojos para Dios; aun el mal es común en todos cuando el pecado invade nuestros corazones. El hipócrita es torpe por perseverancia y ciertamente un mal cristiano, ya que no se preocupa de levantarse cada día y crecer a la luz del Señor. De esa torpeza debemos alejarnos, y no hay nada mejor para un buen cristiano, sano de los ojos del espíritu, que alimentar el espíritu con la radiación viva del Espíritu Santo que habla en la Iglesia y se comunica en las palabras de los santos, del Papa, de los obispos y de los presbíteros como también en el ejemplo evangélico de la vida de los hermanos. Son tiempos de cimbronazos que, sabemos bien, vienen del diablo y no es propio del humano, por más que muchos den consentimiento al mal. pero ante tantas caídas, serias y ciertamente dolorosas para la Iglesia y la humanidad debemos encontrar luz donde está la fuente y siempre, siempre habrá y hay en la casa de Dios hombres que llevan a Cristo en sus vidas y nos comparten el Evangelio con el ejemplo de su caminar. Por eso, cuando los ojos de tu hermano no vean, tu deber sigue siendo el deber cristiano delante del Señor, no olvides que la corrección fraterna no es una posibilidad, sino un deber; la misma no es legítima si nace de la soberbia, sino desde el profundo sentido de caridad, así como si naciera del corazón del propio Cristo, porque de Él somos hermanos y de Él aprendemos y crecemos en santidad. En todo caso conviene recordar las palabras del Papa emérito, Benedicto XVI «¡No lo tomeis como pretexto para huir del rostro de Dios!», que significa precisamente que no debemos excusarnos para ser buenos cristianos y crecer en la vida cristiana ni siquiera por tener evidencia de malos ejemplos; «¿Acaso deseo yo la muerte del pecador —oráculo del Señor— y no que se convierta de su mala conducta y viva?» (Ez. 18, 23).
«No hay árbol bueno que de frutos malos», el árbol debe ser alimentado con la Palabra de Dios y guiado con el Catecismo siempre luego de su renacimiento espiritual y de ser acompañado atentamente en el albor de la vida cristiana; si aún así se tuerce y da frutos malos, entonces se pide por su conversión en nuestras oraciones. Solo Dios sondea los corazones, Él conoce a cada uno de nosostros; nosotros no debemos caer en desesperanza nunca ante la posibilidad de la conversión del prójimo, pero siempre debemos tener cuidado de los que enseñan, como los fariseos, cosas vacías de Dios, y recordar lo que en este pasaje nos dice Jesús, que cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro, como el Maestro, como Él. Por eso, los que enseñan fuera de la Iglesia (por rechazo a la verdadera Iglesia o por rechazo a la fe verdadera) cosas que se apartan de las enseñanzas de Jesús, llevan una viga en sus ojos; son cristianos ciegos, ciegos por voluntad propia. Lo que nos une a ellos es la caridad santa, no la complicidad por mera afectividad humana, «lo que nos une» es la comunión plena, no las manifestaciones de motor emocional. Ser humano no nos hace tontos y torpes, la misma razón tiene medida en la prudencia para discernir el error de la verdad, y entre cristianos es la fe madurada la que nos ilumina para discernir lo que es bueno a los ojos de Dios; querer al prójimo no es excusa para defender lo indefendible, si queremos a un hermano, no debemos consentir su muerte espiritual, y ese consentimiento muchas veces comienza cuando asentimos sus errores y pecados irresponsablemente y aún en conflicto interno. Ningún mortal es mayor que la Vida, que la Santísima Trinidad. La regla la da Dios mismo, Padre, Hijo y Espíritu Santo; los que estén fuera de la santa doctrina, por más jerarquía que tengan, no tienen autoridad delante de Dios, y por lo tanto no tienen autoridad delante de los hombres. Pero no es deber del cristiano ser juez ni maestro, sino ser fiel cristiano: la comunión de los santos precede todo ministerio y estado, porque la Iglesia es Madre y Maestra de los fieles y es amada del Señor. No seamos elementos de satanás, que engendra caos y escisión donde hubo paz y comunidad; ser cristianos no es una práctica más, sino vivir la propia vida en la senda del propio Cristo, aún con nuestras caídas, perseverando sin cesar, constantemente y decididamente. La Autoridad de la Iglesia está sostenida en las manos de Dios, nada puede desacreditarla entonces; los que se apartan dan como fruto la muerte, síntoma de su espíritu errante que ha decidido alejarse de Dios. Nosotros no debemos confundirnos, es nuestra responsabilidad crecer como cristianos, confirmados sacramentalmente, y respetar la Voluntad Divina que ha puesto al Santo Padre y a los obispos en comunión con él para pastorear la Iglesia.
Para terminar, sabemos que se acerca la cuaresma y es bueno para el cristiano rezar profundamente, es decir, con el corazón encendido en Dios, y ayunar con sentido verdadero. Podemos pasar una cuaresma superficial o aprovechar ese tiempo fuerte para fortalecer el espíritu en la penitencia y la Eucaristía.
Cristo vence, su victoria nos da verdadera vida. Y yo, ¿puedo vencer?..., vencer lo malo en mí, vencer el desánimo en mí; vencer con Jesús, no sin Él. Es hora de atender la Voz del Maestro que nos llama a la Mesa de la Eucaristía.