sábado, 19 de enero de 2019

sábado I del tiempo ordinario

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos
                                                                          Mc. 2, 13-17

Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía a él, y él les enseñaba. Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían. Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: “¿Por qué come con publicanos y pecadores?”. Jesús, que los había oído, les dijo: “No son los sanos quienes tienen necesidad del médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”.
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Este llamado a Leví (que es Mateo, autor de uno de los 4 Evangelios) nos pone a reflexionar sobre nuestras vidas. Tenemos una vida que vale más en Dios que en nuestros desencantados esmeros por alcanzar lo que es innecesario, o por lograr algo necesario sin importar los medios para llegar a lo que se busca. Tenemos un tiempo marcado por el pulso de nuestra impaciente necesidad de seguir la corriente rutinaria de la vida sin sentido, sin descanso y sin más amor que el que depositamos en metas materiales. Dios llama, nuestra respuesta ¿es seguirlo?. ¿Qué es ese llamado sin voz?. Es un sonido sin tiempo ni espacio, es una llamada al corazón propio, una voz de inefable timbre que direcciona nuestra mirada más profunda, la mirada del espíritu, hacia la Verdad, hacia Dios. La Verdad que nos habla nos quiere y nos comunica su camino, el Camino; Jesús nos da la senda sin obligar nuestros pasos.
Pero en el camino de nuestras vidas se avecinan por doquier y con total cotidianidad nuevos desafíos para seguirlo: superar la tendencia a lo terrenal y bajo con paciencia cristiana acompañada frecuentemente de dolor. Muchas veces tornamos en nuestro desánimo, culpándonos o rindiéndonos; muchas veces descartamos que un nuevo comenzar sea posible o que en verdad exista un sol más allá de nuestra fatiga al pelear por mejorar nuestro ser, nuestras virtudes y buena persona. Sin embargo, Jesús nos llama sabiendo quienes somos y tendiéndonos la mano para sanar todo con paciencia de buen médico y con la fuerza que le es propia, Él es nuestro Salvador. "No he venido a llamar a justos, sino a pecadores" nos repite cada vez que nos cerramos a nuestro propio camino o rechazamos al prójimo.
Estamos llamados a ser buenos cristianos, y podemos serlo cada día, cada nuevo amanecer si confiamos con fe y esperanza en el amor infinito de Cristo. Que este año que comienza sea provechoso para nuestra salud espiritual y nuestra vida cotidiana; que podamos caminar un camino de bendición y conciencia propia de los hijos de Dios. Así como Mateo, sigamos al Maestro, él orienta nuestra vida y tiene el poder de transformarnos en buenos discípulos suyos.