miércoles, 3 de enero de 2018

miércoles II de Navidad

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
                                                                          Lc. 2, 21-24

Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción. Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor”. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
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 El Amor nos instruye nuevamente y nos invita a caminar con Él esta Navidad. Un niño que no es sólo un niño, con la ternura que ello nos causa, sino que Éste ✝ es el Hijo de Dios y nos enseña de sí su Voluntad eterna que es querernos junto a él, junto a la Trinidad, para lo cual ha obrado nuestra salvación. Dios salva, es su Nombre, el Nombre sobre todo nombre quiso ser la Voluntad y esencia de si, Amor. Tal como lo expresa el Evangelio y lo explican los santos, Dios nació de una Virgen Inmaculada y tomó para sí la carne mortal donándole Vida a la humanidad, dandose todo por entero a sí mismo; tal es su amor infinito, tal es Dios y no otro. Por eso, su obediencia es en principio, acto de amor; ¿a quién debe obedecer Dios?.. Él Es. Obedientes las creaturas, Dios no puede contradecirse a sí mismo; Ha venido como Salvador y como Maestro, para enseñarnos su camino, para mostrarse Él mismo ante los ojos de los humanos. Nos enseña qué es ser humano, nos enseña qué es ser persona amada de Dios; nos enseña su Corazón para que replique el eco de su ser en el nuestro. Si en la inocencia de un niño se posa nuestra mirada, en el Corazón de Éste Niño nuestro espíritu se ensancha.
Hoy es el día del Santísimo Nombre de Jesús, hoy el "Emmanuel" nos recuerda su Amor de Padre, no el amor humano, sino ese que es perfecto, que sólo puede ser Dios, mas con su gracia nos injerta en su propia Vida para que seamos uno con Él, tal es la Voluntad Divina, tal es el Amor. Siendo Dios se hizo hombre para llegar perfectamente al hombre, para enseñar de manera amorosa los pasos que da el buen hijo, para devolvernos lo que el mal nos había quitado, para humillar al soberbio que nos había alejado y así dar a la humanidad y en ella a cada ser creado, el hálito de Vida Nueva que necesitábamos. Misterio de la Encarnación, por la que el Señor decidió en eternidad obrar su Voluntad y rescatar al hombre. Misterio que a los ángeles asombra, y que brilla en el cielo y en la tierra con potente luz, tan fulgurante que a todo ser llama; porque Jesús no nace con una misión, sino que Él mismo es Misión, porque en su omnisciencia obró y obra como Amor que nos une de nuevo con Él y entre nosotros para siempre; porque en su humillación enseñó la fuerza más grande que existe, Él mismo que es Amor, golpeando así la cabeza de la serpiente rebelde que no entiende que la omnipotencia sólo puede ser de Dios, porque solo vence quien ama y El que realmente ama siempre vence. Oh Jesús, has que los ejemplos de tu humanidad santa sean norma para nuestra vida. Oh Jesús, humilde de corazón y obediente, manifiesta a todos los hombres la belleza de la humildad.
Este tiempo de Navidad nos invita a rezar, a meditar y a contemplar estas cosas, estas maravillas del Señor; este tiempo es el tiempo de voler a la cuna de nuestras vidas y encontrarnos con ese Niño que ha nacido para salvar a todos; la cuna de nuestras vidas, como cristianos, es el bautismo y la confirmación; la Vida nos es dada en la Eucaristía y en el camino hallamos a Dios si vivimos en gracia, que si la perdemos la volvemos a asir en el espíritu (no en los ojos o el cuerpo) por medio de la reconciliación. Reconciliémonos con Dios los que aún debemos purificarnos, que es tiempo de perdón, es tiempo de humildad ante el Amor mismo que no descansa cuando sale en nuestra búsqueda. Y qué más da nuestras manchas, que por más que sean oscuras no hay tinieblas que su Luz no apague. No hay mayor libertad que poder confesar los propios pecados en voz alta, es decir, llendo a ver al sacerdote (no callando y persuadiéndose de un perdón que no es el que Dios da); ¡es que no hay mayor mentira que un perdón que castiga con violencia!, Dios es Amor. Acerquémonos a Él, que conoce nuestras penas y alegrías, porque es el único que puede vencer en nosotros, más que nosotros mismos, más que el mal que ya tiene caducidad y a la luz no espanta. El Señor esté con todos nosotros.