Jesús resucitado se apareció a los once y les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán". Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado el Cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.
Once eran los Discípulos, los once Apóstoles, porque Judas Iscariote ya se había suicidado después de traicionar a Cristo. El Señor resucitado se aparece a los once y los envía a proclamar el Evangelio a todo el mundo "a toda la creación". Antes de partir de este mundo al Padre ordena que los Apóstoles prediquen como Él mismo lo hizo cuando los llamó junto a Él, y quiere que el Evangelio sea proclamado por todo el mundo. Este es hoy también nuestro deber, en los diferentes estados eclesiales: anunciar la Buena Noticia, aún en las condiciones más difíciles debemos llevar al mundo la Luz y la Vida. Como hijos de Dios nuestra misión es evangelizar y bautizar a los hombres en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Cristo mismo nos dice en el Evangelio: "El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará". Y es esto lo que salva al hombre: la fe en Jesucristo y el nuevo nacimiento que obra el bautismo y hace al hombre hijo de Dios y miembro de la Iglesia por Él fundada. Pero es la misma fe la que nos llama a proclamar el Evangelio y al mismo tiempo nos llama a ser buenos hijos, obedientes a la voluntad divina que nos da la Vida por amor y nos conduce en la Iglesia hacia la Eternidad, al mismo Dios. No es posible sin fe ser un hijo de Dios, no es posible sin obediencia a los apóstoles y a sus sucesores ser verdaderamente buenas ovejas del único rebaño. Hay muchos que mueren sin ser bautizados, pero hay muchos que siendo bautizados se enfrían en la fe. Mas para aquellos que sin culpa no han sido bautizados y perecieron sin ser miembros del Cuerpo místico de Cristo, es de tener en cuenta la Palabra que expresa "Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo" Jn. 12, 47, de manera que es necesario escuchar la Palabra y rechazar a Dios para la condenación, y así lo expresa el mismo Hijo de Dios en este pasaje que leímos cuando dice: "El que no crea, se condenará". Porque "habrá un juicio sin misericordia para los que no practicaron misericordia, pero la misericordia triunfa sobre el juicio" St. 2, 13. Por lo tanto la fe es necesaria para la salvación, mas por la Misericordia Divina, el rechazo de la fe es necesario pero no suficiente para la condenación, porque para ello se necesita además obrar contra Dios toda la vida y rechazar la fe hasta el último instante de vida en este mundo. Claro está que Cristo vino a salvar al mundo, no a juzgarlo, y a propósito de la condición para salvarse también dice Cristo: "El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día" Jn. 12, 48.
Para los hijos de Dios (por Jesucristo, Nuestro Señor), para los buenos hijos y antes que nada para los Apóstoles, Jesús da autoridad y permite que en su Nombre se obren milagros, como la sanación de enfermos con la imposición de las manos. Así en una primera instancia de este pasaje, el Señor envía a sus Apóstoles a continuar la obra redentora, advierte sobre la posible respuesta de los que reciban el Evangelio y da autoridad y respaldo a los que son pilares de la Iglesia. Luego viene la segunda parte del pasaje donde Cristo finalmente se eleva al Padre para sentarse a su derecha. el evangelio concluye con la obediencia de los Apóstoles y la ayuda divina en su tarea de evangelizar a los pueblos; tarea que realizarán en obediencia desde el día de la celebración del próximo y cercano Pentecostés, después de la elección de Matías para completar el Colegio de los Doce.
La Solemnidad de la Ascensión del Señor es de alegría y festejo, ya que en esa Ascensión gloriosa, Cristo resucitado ya ha redimido a la humanidad entera y la ha llamado a ser hija de Dios en la Iglesia. Él llevó nuestra naturaleza humana a las alturas y permanece junto al Padre como nuestro Hermano defensor. Así es como ahora tenemos nosotros la responsabilidad de llevar el Evangelio a todos los hombres, es el tiempo de la Iglesia, que nació en Pentecostés y que es sostenida y conducida por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. Hermanos, no estemos tristes mirando a los cielos, contemplando a Dios sólo en las Alturas angelicales, son los mismos ángeles que en otro pasaje del Evangelio alentaron a los Apóstoles recordándoles que Él volvería, los que nos dicen a nosotros: no lloren, Él regresará, ahora nosotros los custodiamos, y Dios está con ustedes, tienen al Espíritu Santo y a la Iglesia, contemplen a Dios en su Palabra, en lo más hondo del espíritu y luego de contemplarlo denlo a conocer; prediquen el Evangelio y háganlo amándose los unos a los otros, porque Dios es Amor y estamos en comunión con Él si cumplimos sus mandamientos y somos un solo rebaño de un solo Pastor.