sábado, 26 de diciembre de 2020

Fiesta de San Esteban, protomártir

 +Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

                                                                       Mt. 10, 17-22

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: “No se fíen de la gente, porque los entregarán a los tribunales, los azotarán en las sinagogas y los harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así darán testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando los arresten, no se preocupen de lo que van a decir o de cómo lo dirán: en su momento se les sugerirá lo que tienen que decir; no serán ustedes los que hablen, el Espíritu de su Padre hablará por ustedes.

Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos los odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará”.

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En tiempos en que la humanidad entera enfrenta al enemigo invisible y verdadero de la enfermedad; como también al miedo por la afección del prójimo, al aislamiento, a la desesperanza ante el avance constante del virus SARS-CoV-2 y al frío desarraigo del espíritu sociable inherente al género humano. Espectantes, con desasosiego y a la espera de una vacuna efectiva que acabe con el escollo de esta pandemia que ya lleva cerca de un año calendario imponiendo su anómalo y dañino statu quo.  En tiempos de dolor, enojo, incertidumbre y prueba el Señor toma para sí esta frágil naturaleza humana y quiere nacer doblemente exiliado esta Navidad; en un pesebre a pesar del frío, la hostilidad de su pueblo y los temores de la Virgen Madre o de San José.

El Dios de Abraham no abandona a su pueblo, no se desentiende del hombre por Él creado, sino que educándolo pacientemente y siempre cerca suyo espera sus pasos con los brazos extendidos para tomarlo en brazos en la Persona de Cristo. Porque cada vez que la Iglesia celebra el Nacimiento del Salvador, en un tiempo y unas circunstancias históricas concretas, la realidad del hombre (quien constata, inmerso en Dios por la Eucaristía, la asistencia divina) torna lágrimas amargas y gemidos en copioso río dulce de oración y alegres himnos ya en brazos de un Padre que sonríe triunfal. Es una realidad inexacta sin la fe porque coloca al hombre en el riesgo de la desesperanza, justo en el precipicio de la pereza; mientras que el verdadero sitio es la providencia divina, la Misericordia  y la salvación. Es una realidad desafiante de la verdad si a nota de engaño (muy propia del mal) se juzga ruina donde el combate es campo, es decir, se da por sentado la derrota cuando verdaderamente la crudeza de la lucha permanece y nos fortalece de lecciones, descubrimientos, autoconocimiento y experiencia, tan valoradas armas con las que aún los simples prudentes pueden acertar la volitiva perseverancia (¡y cuanto más los cristianos, a quienes nos es evidente el llamado a la perfección universal!).

Este día de celebración es la Fiesta de San Esteban, el primer mártir de la fe católica. Su servicio diaconal (junto con el de sus 6 compañeros electos por la Iglesia) permitió a los Apóstoles dedicarse a la oración y a la predicación de la Palabra. En ese tiempo la persecución contra los hijos de Dios era tal que se buscaba cualquier excusa para condenarlos a muerte sin juicio verdadero ni justicia. Tal fue el caso del santo que padeció lo que el Señor había advertido y se lee en el Evangelio hoy aunque fue asistido por el Espíritu y los judíos no pudieron hallar argumentos contra él, dada su sabiduría cuando hablaba. Ante la realidad amenazante de la muerte en boca y manos de aquellos energúmenos que aún en vida estaban muertos, Esteban no dudó del uxilio prometido por Cristo ni renunció a la fe verdadera.  En el instante de su martirio, mientras lo apedreaban, no se corre de la verdad, sino que se autoconoce y reconoce uno con Cristo y experimenta, a imitación de Cristo, la inminente gloria y el perdón de sus verdugos.

Con Jesús comenzamos este nuevo año cristiano fortalecidos en la fe y esperanza que el mismo Amor graba en la humanidad con latido humano y corazón divino. El misterio de la Encarnación es don y llamado de y a la vida nueva, eterna junto a Dios. Cristo no vino como ángel, no quiso obrar la salvación de todos los humanos desde un estado celestial, sino que "sobre la montaña los pasos del que trae  la buena noticia" descendieron con cuerpo de hombre para redimir a cada persona, a cada hombre y mujer libres de dar el paso de aceptar la Palabra y el Camino. Por eso, ante la faz amenazante de la muerte la Vida misma nos viste de sí misma en Jesús. El Evangelio no nos corona de oro y joyas, sino de espinas de este mundo y nos hace cristianos como a San Esteban, ya sea en el feliz servicio de la Iglesia o en la máxima entrega de la cruz. En estos tiempos en que la perseverancia cristiana vuelve a ser signo del Amor en la unidad y en cada comunidad dentro de la Santa Iglesia demos el fiel y concreto testimonio de ser dignos de Jesucristo, nuestro Salvador, en cada realidad cotidiana y en cada uno de nuestros corazones, mentes y manos. Que podamos ser, esta octava y este tiempo, ejemplo y luz del mundo para el prójimo, para su conversión en la paz del Evangelio. Así esperamos la victoria completa que ya sabemos de la Palabra de Dios que permanece con nosotros.