miércoles, 31 de julio de 2019

San Ignacio de Loyola

+Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo
                                                                      Mt. 13, 44-46

Jesús dijo a la multitud: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran va­lor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.
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San ignacio de Loyola  •  Peter P. Rubens (1620)
Hoy celebramos la memoria de un gran santo español del siglo XVI: San Ignacio de Loyola.
Ignacio, nacido Iñigo, era hijo menor del matrimonio de Marina Sáez de Licona y Balda (hija de la IX Señora de la Casa de Balda) y Beltrán Yáñez de Oñaz y Loyola (VIII Señor de la Casa de Loyola). Su educación temprana fue tutelada por servidores de los reyes católicos, por lo cual el santo conocía la corte real aunque no servía directamente a la Corona de España. Desde su juventud tuvo un temperamento competitivo y cuidaba su imagen para agradar a las jóvenes nobles. Se sabe que ingresa en el ejército al poco tiempo de morir su padrino, Juan Velázquez de Cuéllar (noble y uez español), el año 1517. Para 1521 sucede el accidente de la batalla de Pamplona sitiada por los franceses; Ignacio recibe en sus piernas una bala de cañón que lo deja gravemente herido y con una pierna más corta que la natural por causa de una mala praxis quirúrgica. En su cama de enfermo pidió, para distraerse, un libro de caballería, que tanto le gustaba leer para competir con los relatos heroicos que los mismos traían; al no hallar ninguno en ese lugar le dieron un libro de la vida de Cristo y otro de la vida de los santos. Así fue como se propuso competir con los santos. Al cabo de un año, tras una progresiva e iluminada conversión y luego de examinar su conciencia tres días, recibió el sacramento de la reconciliación, puso su espada al pie de la Santísima Virgen en el santuario de Montserrat y a la mañana siguiente, Fiesta de la Anunciación, luego de comulgar salió del templo sin proyecto alguno. En poco tiempo encontró a una mujer que le indicó una gruta donde poder vivir una vida de retiro, la cual significó el fruto de los famosos "Ejercicios Espirituales" (año 1522) aunque también padeció escrúpulos. Tras una truncada peregrinación a Tierra Santa, por las guerras y los peligros que sucedían en aquellas tierras tomadas por los islamitas, decidió estudiar con miras a alcanzar el órden sagrado. Sus dificultades fueron muchas, estuvo en la cárcel, recibió agresiones, pasó hambre, pero se licenció en teología el año 1534. El día de la Fiesta de San Juan Bautista del año 1537 recibió, junto a sus compañeros fieles, las sagradas órdenes y el 27 de septiembre de 1540 se aprueba la órden Compañía de Jesús en la Bula  Regimini Militantis ecclesiæ del Papa Pablo III. Para más detalles de la vida del santo véase la enciclopedia católica.
En el Evangelio de la liturgia de hoy Cristo compara el Reino a un tesoro escondido en un campo y a un negociante de perlas finas; bien puede aplicarse este pasaje a San Ignacio, que siendo de noble estirpe y luego militar dejó todo para dedicar su vida al Evangelio con profuso amor a Jesús. El que encuentra un tesoro escondido en un campo, dice Jesús, vende todo lo que posee con gran alegría y compra el campo. En el ámbito esencial, en el espíritu, es como cambiar todo lo que nos ata al mundo por aquello que nos conduce al Reino de los Cielos. Este Reino es también como una perla de gran valor, por la cual se venden todas las demás perlas para adquirirla. Tal es el valor que tiene la vida cristiana auténtica frente a los modelos de vida frívolos e inconsistentes que ofrece la sociedad alejada de Dios. Estas cosas entendió San Ignacio, guiado , sí, por una especial dirección divina, pero probado en tantos sufriemientos y forjado en la sabiduría del seguimiento de Cristo, que dejó para nosotros como para aquellos que lo conocieron en persona una guía en sus famosos ejercicios espirituales. Para poder seguir los mismos es necesario tener cierta experiencia en la vida espiritual, cierta madurez propia de los confirmados hijos de Dios que han optado caminar por las huellas del Espíritu Santo esta vida. Aunque es recomendable esta disposición para una experiencia más plena de los mismos, en nada perturba seguirlos al menos con fe viva y corazón presto. Al final de este texto dejo unos enlaces para quien se interese en estos ejercicios aunque sea lego en estas cuestiones.
La diligencia y tenacidad de San Ignacio se puede ver claramente en su constancia a lo largo de su vida y obra ya desde la etapa precristiana. Este carácter tuvo importante relevancia para el florecimiento y estatus de la Compañía de Jesús en épocas tan convulsas como lo fueron las de la contrarreforma. Con fidelidad al Romano Pontífice y con espíritu de servicio ("compañía" es la voz tomada de las compañías militares, designación de la época), la nueva y fulgurante órden cuyo símbolo contiene nada menos que la Nomina Sacra tuvo participación directa en el Concilio ecuménico de Trento con tres de sus frailes como teólogos pontificios y otros tantos como participantes activos, además de la presencia evangelizadora en las Indias, como es el caso de San Francisco Javier, San José de Anchieta (canonización equivalente por el Papa Francisco, jesuita), entre otros. Este fervor debe ser modelo a seguir por los cristianos, así como lo fue en su momento para Ignacio, en su primer contacto con la vida de los santos. Es en el ejercicio de las virtudes y la fiel disciplina sana propia del Evangelio donde se halla la clave del seguimiento de Cristo, quien a su vez nos dona todas las gracias que nos son necesarias para transitar una vida digna de Dios.

A.M.D.G.


ejercicios espirituales, guía práctica: